Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

jueves, 13 de octubre de 2011

Entre lineas: capítulo 3

El viernes no amaneció mucho mejor. Al principio Adrienne no recordaba nada de la noche anterior, pero cuando se acordó fue como si una losa de plomo le cayera encima. Sin embargo, esa sensación agridulce de miedo y atracción a partes iguales le hacía sonreír, aunque también gruñir y lamentarse por pensar en eso.

Por suerte el día pasó muy rápido, y para cuando Adrienne quiso darse cuenta ya estaba de camino a aquel místico lugar que se había convertido con el tiempo en su segundo casa, el bar. Iba más rápido de lo habitual porque sentía que tenía que equilibrar el karma por lo del día anterior hablando con él de forma que pareciera que no tenía ningún tipo de problema ni aversión hacia Christian.

Desafortunadamente, cuando llegó no había nadie. Miró el reloj por si con las prisas había llegado antes de lo habitual, pero no, era la misma hora de siempre, hora a la que él ya solía estar con su Mac escribiendo. Pero allí no había nadie, sólo el conocido camarero que le saludó amigablemente como cada tarde.
- Quizás hoy se ha retrasado por algún motivo, no pasa nada, seguiré con mi lectura y ya aparecerá – pensó Adrienne
Pero lo cierto es que no podía avanzar ni una sola página. Ahí estaba, estancada entre letras que no le decían absolutamente nada y pensando en la noche anterior y en si tenía algo que ver con el hecho de que hoy sólo ella hubiera acudido a su cita indirecta habitual en el bar. No, no podía ser, a menos que todo este largo mes a su lado hubiera sido una excusa para intentar llevársela a la cama. Pero, ¿un chico adulto, atractivo e interesante necesita estar un mes acechando a una presa de lo más normal para tener sexo con ella? No, a no ser que fuera un maníaco psicópata. ¿Qué probabilidades había de que lo fuera? Adrienne nunca había visto nada raro en él, pero sabía perfectamente que nunca te puedes fiar de las primeras apariencias (ni de las segundas, terceras…) y que el hablar con alguien no implica conocerle. Sin embargo, no había notado nada extraño en él, cuando una persona le parecía extraña en el mal sentido enseguida lo notaba y se alejaba, pero Christian le había parecido, cuanto menos, encantador. Así que nada de todo eso tenía sentido para ella, lo único que sabía era que casualmente la noche en la que rechazó subirse al coche con él había coincidido con su “desaparición”. Pero, ¿y si simplemente había ofrecido llevarla a casa por mera educación y bondad, sin ningún otro tipo de intención que ser generoso y amable? También podía ser, pero el neuroticismo de Adrienne le impedía seleccionar esta opción como la más válida.
De repente se enfadó consigo misma. ¿Por qué narices tenía que pararse a pensar en esto ahora precisamente? En el fondo le daba igual, ese chico no era más que una agradable compañía durante sus tardes de lectura, pero apenas se conocían y no valía la pena malgastar el tiempo pensando en un desconocido cuando tenía jugosas lecturas por descubrir. Pero la tarde fue pasando, y por mucho que levantara la mirada del libro inservible, allí no aparecía ninguna cara conocida, así que cuando se dio cuenta ya eran las 9 de la noche, y se tuvo que marchar.
Llegó a casa y se tiró en la cama momentáneamente con la intención de dejarse morir en aquella habitación. Había sido un día de mierda y sólo quería olvidarlo, pero sería difícil, porque el resto de la semana siguiente se sucedió exactamente igual: levantarse para ir a clase, volver a casa a comer, ir al bar a leer y no encontrar a Christian, un día tras otro. Había desaparecido de la faz de la tierra, y lo peor es que en el mes que habían compartido mesa y lugar no se le había ocurrido preguntarle ni siquiera su primer apellido, y no podía evitar pensar que si hubiera dejado que le llevara a casa en coche todo habría cambiado, absolutamente todo. Se sentía tan arrepentida… Por desconfiar de todos ahora probablemente había perdido a la única persona con la que se sentía suficientemente cómoda como para sentarse toda una tarde en una mesa perdida de un bar perdido sin mediar apenas una sola palabra pero poder estar leyendo como si estuviera sola. Había un vínculo latente que no significaba nada pero que para ella significaba mucho. No eran amigos, ni siquiera se podría decir que eran conocidos, pero ella sentía ese vínculo, y ahora lo había perdido, porque Christian había desaparecido y a saber si lo volvería a ver algún día de nuevo.
Ese viernes, cuando se cumplía una semana justa desde que no lo veía, Adrienne rompió a llorar al salir del bar. Se sentía muy triste, y muy sola, y tremendamente estúpida por echar de menos a alguien a quien no conocía, cuando de repente alguien gritó su nombre:
- ¡Adrienne!
Por un momento su corazón dio un vuelco, tenía que ser él. Pero cuando se giró no pudo evitar la cara de decepción que se le quedó al ver quien era.
- Damien, ¿qué haces por aquí? – le preguntó mientras se enjugaba las lágrimas
- Eso mismo podría preguntarte yo, Adri. ¿Estás llorando? ¿Qué te ocurre?
- No me llames Adri, no me gusta. Y no lloro, es el maldito frío que me deja los ojos hechos un asco. ¿Vas para el metro?
- No, tengo el coche. ¿Te llevo?
- Vale – joder, ya podría haberle contestado así de fácil a Christian – pensó para sí misma.
El viaje en el coche transcurrió en períodos largos de silencio y respuestas cortantes de Adrienne, que no tenía muchas ganas de conversar, y menos ese día.
Damien aminoró la marcha y puso el coche en doble fila en la puerta de la casa de Adrienne.
- ¿Es que no vamos a poder ser nunca amigos, Adri?
- ¿Para qué quieres que seamos amigos, Damien? Nosotros ya éramos amigos y traicionaste mi lealtad.
- ¡Pero eso es mentira, nosotros no éramos amigos, estábamos saliendo!
- Así sólo me demuestras más aún que ni siquiera sabes lo que significa la amistad, al menos no para mí. Estar con alguien no excluye la amistad, es más, es esencial, y tú la traicionaste, por no hablar de lo que sentía por ti, así que no, no quiero que seamos amigos, Damien, al menos no ahora.
- Ya te dije que mis padres discutieron, yo me enfurecí, bebí de más y se me fue de las manos…
- Lo sé, y lo entiendo, de verdad. Entiendo que tengas una familia de mierda y que te den ganas de mandarlo todo a tomar por culo la mayoría de veces, de verdad que lo comprendo, Damien, pero eso no es excusa para hacerme daño.
- Pero, Adri…
- ¡Que no me llames Adri, joder! Vienes a pedirme clemencia y ni siquiera me escuchas, ¿no te das cuenta? En fin, gracias por traerme a casa, pero la próxima vez no hace falta que me sigas para encontrarte por casualidad conmigo en la calle, ya no tiene sentido que hagas estas cosas, ya no.
Damien subió la música del coche y desapareció enfurecido de la calle. Adrienne, por el contrario, se encerró en su habitación y no salió en todo el fin de semana de casa. Quería olvidar la vida real, pero no lo consiguió, pues el nivel al cual sentía todo lo que le estaba pasando era demasiado grande como para hacer la vista gorda.
Si al menos Christian apareciera…

lunes, 10 de octubre de 2011

Entre líneas: capítulo 2


El despertador sonó a las 7 como cada mañana. Adrienne emitió un pequeño gruñido y antes de que pudiera plantearse la opción de echarse las sábanas encima de la cabeza y olvidarse de que había un mundo que se preparaba para el nuevo día y que la esperaba, se levantó.
Era pleno noviembre, el mes perfecto para salir de la cama y sentir frío.
- Pero si ni siquiera es de día, por Dios – susurró
A continuación inició el aburrido y rutinario proceso que la convertía en una mujer decente: vaqueros oscuros, zapatillas, camiseta de tirantes negra y encima uno de sus habituales jerseys, siendo el elegido ese día el marrón claro. No había mañana en que no se planteara cambiar esas converse tan típicas por uno de su repertorio de botas, botines, manoletinas, etc., pero siempre rechazaba la idea porque sabía que para estudiar literatura clásica no necesitaba ser una diva, sino estar despierta, lo que le recordó que no quedaba café.
- ¡Mierda!
Así pues, una vez estuvo lista con su uniforme de estudiante, ordenó su cabellera medio castaña medio pelirroja en una coleta bastante acertada a su parecer, le puso algo de color a sus pálidos labios (rosa, siempre) y salió de casa un poco antes de lo usual debido a la necesidad de encontrar cafeína donde fuera.
Salió de casa y como cada día se alegró de ver que aún era de noche. Le encantaba la quietud tan efímera que separaba una hora de otra. Estaba completamente oscuro y aunque había movimiento, estaba todo bastante tranquilo. No necesitaba aumentar el volumen de su Ipod demasiado para escuchar bien la música que llevaba, y eso le hacía sentirse inspirada. Además, cuando cogía el bus tampoco estaba muy transitado, y aunque estuviera cansada de aquella gran ciudad de luces, lo cierto es que por la noche todo era más bonito.
Ir a clase le provocaba como siempre una sensación ambigua. Por un lado le encantaban las clases, los profesores eran en su mayoría eminencias y las infraestructuras eran preciosas, pero por otro lado significaba sociabilizar. No es que a Adrienne no le gustara sociabilizar, al contrario. El problema era con quién tenía oportunidad de hacerlo, ya que el grupo con el que más había “encajado” estaba formado por 3 chicas que aún no acababa de entender qué hacían en esa carrera, pues parecía que su único interés fuera encontrar al amor de su vida (no con altas expectativas, por cierto) y salir de fiesta y emborracharse cuanto más, mejor. Según el momento eran bastante simpáticas, pero después de salir varias veces con ellas de fiesta, más bien por compromiso, y que dieran de lado a Adrienne cuando no encontraban en ella la diversión que buscaban (alcohol, desinhibición, y derivados) empezó a verlas con otros ojos, porque lo más triste es que una vez veían que no era la mejor compañera de fiesta la seguían invitando, pero porque Adrienne les servía para contactar con algunos chicos en las discotecas, ya que no le daba vergüenza acercarse a hablar con ellos. Total, ¿qué más daba? No le interesaba ninguno y se aburría tanto en esos lugares construidos con falsedades y cutres apariencias que no llegaban a esconder nunca lo que se intentaba ocultar, que no le importaba hacerlo. Pero había llegado un punto en el que esta situación se le hacía demasiado cansina, y el único chico del grupo tampoco ayudaba, pues era gay y aunque a Adrienne no le gustara caer en el error de los tópicos, éste era el más claro ejemplo de reinona maruja universitaria.
Por suerte no le llevó mucho tiempo encontrar cafeína, ya sabía que al lado de la facultad había uno de los miles repetitivos Starbucks, pero que a ella, por alguna extraña razón consumista, le encantaba. Pidió un capuccino junto con una muffin y se fue hacia clase cual americana, solo que era francesa y no estaba ni mucho menos en Estados Unidos.
Aquella mañana las horas pasaron rápido y en menos de un suspiro estaba volviendo a casa para comer, descansar un rato y volver a su segunda casa, aquel bar del barrio latino tan acogedor y tan estimulador para la creatividad, como había descubierto hacía unas pocas semanas.
Christian (o Chris, como él le había sugerido que le llamara una de aquellas tardes) se sentaba a diario en la misma mesa que Adrienne, y las horas pasaban voladas entre líneas, unas ya escritas, y otras aún por escribir. No se conocían en absoluto, es más, apenas hablaban, pero habían encontrado una cierta comodidad y un compañerismo propio de dos personas que de un modo u otro tienen el mismo objetivo: encontrar respuestas. Adrienne las buscaba constantemente en las grandes obras de la literatura contemporánea, y Christian confiaba en que éstas se hallaran en algún rincón de su desordenada mente y que sólo estuvieran esperando a ser transcritas a papel.
- ¿Trabajas como escritor? – le preguntó Adrienne un día
- No. Acabé arquitectura hace 4 años, pero ahora no hay demasiado trabajo y sinceramente yo tampoco me esfuerzo mucho por encontrarlo, me llena más escribir ahora mismo.
- ¿Arquitecto y escritor? No es la mejor combinación, pero es original.
- ¿Tú estudias?
- Sí, estudio Literatura clásica, no es muy difícil de adivinar teniendo en cuenta lo que leo siempre.
- Pues no, no es demasiado complicado, y además te pega.
- ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?
- Quizás quede un poco artificial, pero espero que no me lo tengas en cuenta, porque soy escritor, pero inspiras creatividad, o es que estoy demasiado acostumbrado ya a verte de obra en obra. ¿No escribes, tú?
- Qué va, ¿escribir? Bastante tengo ya con entender ideas ajenas como para intentar comprender las mías propias, sinceramente no creo que fuera una manera acertada de emplear mi tiempo y el de los demás, probablemente no podría pasar ni del primer párrafo.
- Eso es una soberana estupidez, señorita, una cosa no quita la otra. Como escritor frustrado te animo a que escribas algo, lo que sea, y si quieres yo le echo un vistazo, a ver si eres tan mala como parece, digo, como crees – Christian sonrió pillamente
- Já, já… Estupendo, pero no te prometo nada, ni significa que si acepto lo vaya a hacer ahora. Todavía me queda mucho por leer este semestre.
- De acuerdo. ¿Marché conclu, entonces?
- Ya veremos – finalizó Adrienne con una media sonrisa
A las 9 de la noche, la hora a la que solían marcharse del bar, Christian preguntó:
- Adrienne, ¿vives muy lejos de aquí?
Adrienne no se lo esperaba.
- Mmm, no demasiado, relativamente. ¿Por qué?
- Porque siempre te veo caminando hacia el metro y empieza a hacer bastante frío, además de que es bastante tarde, y yo tengo el coche aquí al lado. No me cuesta nada.
- Te lo agradezco, pero creo que es mejor que coja el metro, como siempre, no son más de 20 minutos. Pero gracias de todas formas. Nos vemos mañana, ¿vale? Bonne nuit.
- Buenas noches, Adrienne.
Adrienne salió del bar ruborizada, pero por suerte el frío lo disimulaba por completo. Se había sentido de lo más violenta ahí dentro. ¿Qué quería decir eso? ¿Que la acompañaba a casa? ¿Para qué? Ella vivía con sus padres, y una de las cosas que le habían enseñado es que no podía fiarse ni siquiera de la gente que va contigo cada día durante mucho tiempo. ¿Cómo esperaba que se fuera a subir en su coche sólo por el hecho de que se vieran cada tarde? Pero lo cierto fue que, aunque no quiso pararse a pensar mucho en aquello, le había costado bastante decir que no… Pero lo había hecho, eso era lo que contaba.
Aquella noche le costó dormir imaginando en qué hubiera pasado si su respuesta hubiera sido afirmativa, y se indignaba con ella misma.
- ¡Pero si es un viejo! – se decía para sí misma- Además, con lo que ha hecho hoy seguro que es un psicópata. No todos los escritores son como los de tus novelas.
Pero… ¿y si hubiera dicho: sí?

domingo, 9 de octubre de 2011

Capítulo 1



Adrienne estaba cansada de las calles de París. La elegancia y misticidad de su bella ciudad le aburrían ya, pues había llegado un punto en el que su capacidad de apreciación había quedado anulada. -¿De qué sirve tener ante tus ojos las cosas más únicas si sólo tú las disfrutas?- pensaba últimamente. Así que ahora lo único que seguía admirando era el cielo gris, siempre amenazante y encantador.

Harta ya de la ciudad pues, y de las falsedades propias de personas que se autoetiquetan como amigos pero que nada más son circunstancias interesadas en tiempos buenos y fantasmas en tiempos malos, pasaba mucho tiempo sola. La mayor parte del tiempo le gustaba. Es más, le encantaba. No tener que darle a nadie explicaciones de por qué le ponía azúcar a todo o por qué cogía la taza de esa manera al tomar café, o por qué prefería los días nublados antes que un sol gigante, le atraía demasiado. Sin embargo, había momentos –pequeños- en los que se sentía realmente vacía. Hay tantas y tantas parejas diariamente en París… Tomando un café en una terraza con vistas a los campos Elíseos, decidiendo qué película ver el viernes noche, haciendo fotos de paso, o simplemente sentados en un banco mirando a la nada. Era repugnante, sin lugar a dudas, pero una parte de ella envidiaba esa aparente complicidad entre aquellas personas, ese vínculo que parecía dar respuesta a las posibles diferencias entre dos almas que por algún motivo caminaban juntas en el día a día.

Así pues, ante el aborrecedor estancamiento que Adrienne estaba sufriendo, y el vacío que aletargaba todos sus sentidos, acababa por recluirse en el único lugar escondido del atropello constante de luces y ajetreo que era París: un tímido bar de los años 20 camuflado entre el esplendor del barrio latino. Con luces individuales y un ambiente tenue y relajado, Adrienne pasaba las tardes leyendo a Hemingway y Bukowski sin que el más leve ruido o actividad la interrumpiera. Por lo general el bar no estaba muy transitado. Algunas personas entraban a tomar un café rápido y seguían con sus vidas, pero la mayor parte de la clientela la proporcionaba ella y algunos bohemios demasiado adultos en busca de algo de concentración para plasmar ideas que tuvieran sentido en papel/ordenador, sin mucho éxito, por lo poco que Adrienne podía deducir. De vez en cuando entraba algún estudiante reunido con su panda habitual, pero a ella le daba más la sensación de que estaban allí por aparentar que porque realmente comprendieran la esencia de aquel sitio. Así que una vez se acostumbró a la dinámica del bar, se dejó perder entre páginas y páginas durante muchas tardes de ese otoño tan oportuno, alienada por completo de todo cuanto ocurría a su alrededor.

Una tarde de las muchas que pasaba allí, algo diferente a lo habitual sucedió. Un chico de unos veintitantos, bastante alto, moreno y de ojos intensamente verdes se acercó. Adrienne ni se había dado cuenta, por lo que sólo salió de su ensimismamiento cuando el chico habló:

- Perdona, ¿puedo coger la silla?

- Sí – contestó Adrianne, y después volvió a sumirse en las aguas profundas de su lectura.

A la semana siguiente volvió a suceder. El chico le volvió a pedir una silla. Adrienne estaba tan fuera del mundo que no era consciente de que el bar solía estar vacío y que por tanto, sobraban sillas por todas partes. Este hábito pasó de ocurrir cada semana a ocurrir cada día, y al final Adrienne acabó por darse cuenta.

- ¿Me prestas una silla? – dijo el chico, de nuevo

- No le comprendo, señor. Hay sillas por todas partes. ¿Por qué viene siempre a pedir las que están en mi mesa?

- El resto de mesas suelen estar vacías la mayor parte de la semana. La suya, sin embargo, rebosa vida. Cuando no se sienta en una pone las piernas encima; en otra deja siempre el bolso, y a veces incluso deja libros en la que suele quedarse libre. Quizás lo vea estúpido, pero sus sillas me llaman más.

- Es muy estúpido. Además, ¿cómo sabe todo eso? Ni que me espiara. Porque no lo hace, ¿no? Espero, vaya, sólo me faltaría tener problemas en el único sitio en todo París en el que estoy cómoda.

- No, no, mucho me temo que no la espío. Pero si algo he podido observar en todo este tiempo es que su interés o capacidad de observación es bastante nula. Lleva viniendo aquí unas 4 semanas, y creo que sólo me recuerda de las dos últimas, y por el simple hecho de que sistemáticamente vengo cada tarde a pedirle prestada una de sus sillas. No se ha dado cuenta de que estoy aquí siempre, ni de lo que hago.

- ¿Y qué hace?

- Escribo

- Ah… ¿y qué escribe?

- Novelas

- Me encantan las novelas. ¿Qué tipo de escritos hace?

- Aún no lo he decidido, señorita.

- Oh, de acuerdo. Bueno, pues llévese mi silla, entonces. Y por favor, tutéeme, sólo tengo 19 años y me queda demasiado grande ser tan formal.

- Lo tendré en cuenta, señorita...

- Adrienne. Mi nombre es Adrienne.

- Oh, un nombre de lo más acertado, señorita Adrienne. A mí puedes llamarme Christian. Un placer.

Cuando Christian se hubo sentado en su habitual –pero desconocido- sitio, a Adrienne por primera vez en semanas le costó concentrarse en su lectura. Levantó la cabeza del libro y miró disimuladamente en la dirección hacia la mesa de ese chico excesivamente formal, y raro. Su mesa estaba muy impecable (no como la suya). Tenía un café latte a la derecha del portátil (un Mac, buena elección)y lo que quedaba de mesa estaba ocupada por un Moleskine tamaño medio abierto por una página cualquiera, en la que se podían ver trazos de una letra algo enrevesada pero bella, sin poder distinguir mucho más.

Escribía fluidamente, como si las palabras estuvieran saliendo a borbotones de su cabeza. Era evidente que estaba inspirado. A veces miraba su libreta pero parecía mucho más concentrado en lo que le venía nuevo que en los textos antiguos que podía tener. ¿En serio llevaba ahí tanto tiempo? Jamás se había percatado de su presencia, pero ni de la de ningún otro, para qué engañarse. A veces paraba de escribir y se ponía a mirar al techo, como si buscara cómo expresar mejor una frase o un concepto. Otras veces la miraba y la encontraba mirándole, situación de la que ella salía airosa enviándole una sonrisa cortés y haciendo que volvía a centrarse en las letras de su libro, pero eso era lo único que veía, letras inconexas.

La tarde del viernes de esa misma semana, después de que se sucediera el protocolo habitual de pedir silla, etc, Adrienne decidió probar algo diferente con la intención de recuperar su concentración para leer, porque lo cierto era que desde que Christian se había presentado, sus tardes eran muy poco productivas y quería poner fin a eso.

- ¿Te apetecería, en vez de llevarte mi silla, moverte a mi mesa? Si no es un inconveniente, claro. Hoy me apetece compañía presencial.

- Me encantaría, Adrienne.

Y ya no hubo vuelta atrás.