Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

sábado, 8 de diciembre de 2012

Jazz


El saxo me estaba hipnotizando. Sus matices resonaban por mis oídos y me ponían los pelos de punta, su llanto ahogado en forma de melodía decadente me hacía sentir como en casa. Alguien que es capaz de transmitir arañazos dolorosos a través de su espiración tenía que saber de qué iba el asunto de la vida, y mirando al hombre que acariciaba el saxofón mientras vertía en él sus lágrimas mentales vi en él a un hermano, a un compañero de desesperanzas.
La banda paró durante un instante y retomó su monólogo musical con una pieza melancólica, incluso nostálgica, con el piano dando el toque gris que inundaba la sala entera. Me giré discretamente para observar algunas de las mesas que poblaban la estancia, en su mayoría cuarentones solitarios fugitivos de la realidad, pero también alguna que otra pareja enamoradiza y apreciante del arte del buen jazz. Les envidiaba, pero ese saxo nublaba cualquier otra cosa que se me pasara por la mente en esos instantes, y por eso me había convertido en una habitué del local. Al principio me sentía muy pequeña y vulnerable en un sitio tan oscuro, pero la atracción morbosa que a la vez sentía había conseguido que fueran varias ya las veces en las que me había escapado de mis “necesidades sociales” para refugiarme en aquella, mi guarida, mi pequeño secreto, el sitio en el que no pintaba nada y a la vez lo pintaba todo.
Aquella noche había comenzado bien. Tenía una cita con un fotógrafo que sabía usar de forma bastante ingeniosa su prosa. Parecía de esos chicos que te conquistan con su cabeza pensante, y yo siempre les tuve bastante debilidad. Vestido negro, stilettos a juego y pelo suelto pero lo suficientemente apartado para mostrar aquellos pendientes con falsos diamantes que quedaban tan bien en mis lóbulos. Me gustaba ponérmelos porque en mi retorcida mente me sentía cómoda llevando algo que me recordara lo falso de todo aquéllo, de mis outfit, de mis poses y de mis sonrisas de convención social.
La cena transcurrió sin pena ni gloria. Era un chico bastante mono, interesante cuanto menos y muy agradable conmigo. Una siempre nota cuando él está realmente interesado. Quizás ése era el problema, que estaba interesado. Es tan aburrido cuando ya está todo hecho, cuando no tienes que devanarte los sesos intentando hallar la manera de encender la bombilla del chico imposible, que no me motiva nada. Pero no, el fotógrafo no era uno de esos desesperados, simplemente estaba apostando por mí. Mala decisión, querido. Por más que intenté verle el punto bueno, en mi cabeza no dejaba de repetirse la frase: “quiero más”. ¿Más? Esto estaba bien, y sin embargo no era suficiente. Lo más gracioso es que yo no sabía lo que sí sería suficiente, sólo podía pensar en que quería más, así que cuando me acompañó hasta mi portal y esperó a intuir si sería uno de esos viernes de amantes sin tregua le di las gracias por la agradable velada y le dije que mañana madrugada. “Te llamaré” – le susurré mientras le daba un beso en la mejilla. Él sabía que no lo haría, era más inteligente que cualquier convención social de mierda.
Cuando el fotógrafo se alejó me senté en las escaleras de mi portal. Mientras me quitaba los tacones y me quedaba descalza pensé lo mucho que me gustaría saber fumar, era uno de esos momentos tristes en los que el humo de un cigarrillo elevaría toda mi farsa a la categoría de tragicomedia pasional y decadente. Me reí yo sola, era tan dramática para todo.
Subí a casa descalza y cuando iba a quitarme el vestido me entró ese antojo irresistible de jazz. Podría haberlo puesto en el ordenador, pero no era lo mismo, así que me calzé planos esta vez (bailarinas negras) y me volví a colocar el abrigo. Necesitaba encontrar el sentido de todo y sólo el sexo en forma de saxo parecía tener las respuestas a mis preguntas.
Así que ahí estaba, envuelta entre almas desoladas y músicos sin nombre, en un local subterráneo en los suburbios, escuchando jazz a las 2 de la mañana con el maquillaje corrido y la sonrisa tocando el suelo. Tenía 21 años y no sabía qué era ese “más” que faltaba en mi ecuación. Tenía 21 años y ni siquiera sabía si había ecuación.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Karma


Cuando entramos en el club, los primeros minutos, como de costumbre, no pude concentrarme en nada más que en la música que hacía temblar desde las paredes hasta los músculos de mi cuerpo. Nunca dejaría de tener ese efecto en mí. Me subí al pódium y mi cuerpo se dejó llevar, sin más. Ni pensamientos, ni preocupaciones, ni personas existían ya, éramos sólo ella y yo.
Cuando ya sacié mi sed rítmica volví con mis amigos y seguimos bailando como locos un buen rato más. Mi noche transcurrió entre idas y venidas hacia la pista de baile y ellos, cada vez más perjudicados. Me gusta mucho salir con gente de mi clase, suelen tener tan poco sentido del ridículo como yo y eso es sublime, vernos bailar es la cosa más divertida que pueda pasar en la vida de alguien.
Pero poco me duró la diversión porque tenía un objetivo y por desgracia el efecto del alcohol me estaba abandonando. Me propuse no ser una borde estrecha sin corazón, y no rechazar a alguien de buenas a primeras con mi sonrisa de “vale, bien, ¿te largas?”
Se supone que en un club para homosexuales los chicos acosadores a chicas no deberían de ser un problema, pero nada más lejos de la realidad. Es como si todos los tíos sebosos cerders a muerte se pusieran de acuerdo para venir a la discoteca a triunfar bajo el prejuicio más establecido que hay: “los chicos gays traen a sus amigas hetero y son vulnerables”.  Irónico es que tanto los tíos gays como los hetero tengan una cosa en común: les gusta restregarse en culos como si no hubiera mañana.
Cuando me di cuenta, había rechazado a tantos tíos que había perdido la cuenta. Os aseguro que no perdí la cuenta porque sea una Diosa del ébano, sino porque hay tal cantidad de babosos heterosexuales en estos sitios gay que os sorprenderíais. Desde el que su forma de bailar era darme golpes en el culo con su pelvis hasta el que me metió la lengua en la boca sin más (os lo juro, sin más). A pesar de que me había prometido intentar no soltar la mentira de “mi novia es celosa y se enfadará si nos ve”, recuerdo haberla dicho tres veces. Es una excusa que no siempre me beneficia, la verdad.
En un momento de la noche alguien se acercó por detrás y empezó a seguir mis movimientos no demasiado mal. Decidí dejarme llevar y creo que fue uno de mis highlights de la noche. No es fácil que un chico baile bien, y yo quería creer que no sería otro cerder seboso, pero cuando me giré lo era, y aunque intenté no tacharle enseguida, al final el instinto me pudo.
Y aquí vino la catástrofe natural que desembocó en una misantrosociopatía universal en la que me odié por ser así. ¿Por qué tengo que rechazar a alguien sólo porque me parezca rematadamente ordinario? Con lo fácil que sería si sólo me importara el físico. Y claro, al hacerme esta pregunta enseguida me respondo que a mí no me dice absolutamente nada un tío así si es más que evidente que va a lo que va, que no juega, que no lo pone difícil, que no es capaz de retarme Si alguien no supone un reto para mí me aburre, y si me aburre mi cerebro desconecta, no me interesa.
Decidí sentarme y empecé a mirar a todo el mundo cuando se acercó una chica bonita que me preguntó qué me pasaba. Le mentí y le dije que había perdido a mis amigos, y tras una conversación un tanto desinteresada por mi parte me dijo que siempre se fijaba en la gente a la que le hacía falta un bastón (entiéndase bastón como soporte para estabilizarse de forma metafórica). Vamos, que según esta muchacha yo iba mareada perdida por el mundo sin encontrar el equilibrio. Totalmente cierto.
Pensé: ¿y si soy yo la que me hago creer que todos estos son una panda de mediocres básicos y evidentes que no despiertan en mí ni un ápice de curiosidad para evitar problemas? ¿Por qué sólo atraigo a la mierda? ¿Por qué no se puede acercar un chico normal con ganas de tener una guerra verbal? Quiero guerra, quiero pelearme hasta morir, quiero morder a alguien que sea capaz de morderme a mí. Alguien que me vea sentada con ganas de exterminar a la humanidad y me rete, que sea capaz de vacilarme y jugar sin tener miedo, y que realmente tenga algo que aportar. ¿Dónde están metidos los chicos así? Hablo de los de verdad, no de los fantasma, o de los intentos de, a esos se les ve venir de lejos. Y mejor no hablar de los que te usan como medio para mejorar algún aspecto de su vida, pero no porque aporten nada o quieran que tú aportes nada.
Lo mejor de la noche fue encontrarme con  Sr. Mordedor, alguien a quien conozco demasiado bien, y sus movimientos extasiantes. Sólo por eso toda la noche valió la pena, un lapsus ilegal que daría para otra historia.
Concluí que mi karma estaba bien jodido. Por eso sólo atraía a la mierda más grande del universo o a chicos casados (metafóricamente) o a emocionalmente inaccesibles, narcisistas, egomanipuladores, y un sinfín de tíos disfuncionales o carentes totalmente de interés, y era obvio que la culpa era del karma. Del karma o de Darwin, que me odiaba y no quería que sobreviviera en este mundo. Y mientras, los chicos de verdad están escondidos en sus casas viendo cine de culto y leyendo obras maestras, o viciándose a la PS3, o escribiendo textos que hablan de tías mediocres y ordinarias a las cuales no pueden tener.
Desde luego estamos en caminos totalmente equivocados.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Le rompería la cabeza


- Llevas toda la tarde ausente.
- Perdona, Elena, te juro que estoy intentando prestarte atención, pero mi mente no responde.
- No hace falta que lo jures. ¿Qué te pasa?
- Nada.
- Anaís, esto lo podemos hacer por la vía lenta, donde yo te hago un sinfín de preguntas que nos lleven a lo que te preocupa, o por la vía rápida, es decir, me lo cuentas y yo intento ayudarte.
- Es que no lo sé, Elena, te juro que no sé lo que me pasa, simplemente no me estoy sintiendo como yo misma últimamente.
- ¿Es por el cabrón desalmado que te ronda la cabeza?
- No es un cabrón desalmado, es… gilipollas.
- ¿Qué ha hecho esta vez?
- Es más bien qué no hace. Es demasiado buen escritor, Elena, convence a cualquiera con las palabras, pero luego es tan pobre en gestos… Es imposible creerle una vez pasa el efecto hechizante de sus discursos elocuentes.
- ¿Y no crees que aún así es mejor que no puedas creerle?
- ¿A qué te refieres?
- Si encima te diera motivos para creer sí que estarías perdida, porque estarías planteando algo totalmente desorbitado y sin sentido, que no estaría decidiendo tu cabeza elegante e inteligente, sino tu corazón quinceañero.
- Pero me sentiría tranquila, podría disfrutar de la esperanza y no me reconcomería la incertidumbre. Es como… ya sabes.
- Sí, y que te haga sentir como el otro hijo de puta no ayuda a que me caiga mejor.
- Es la incertidumbre, pero sobre todo el remordimiento de sentir que en el fondo sé que me la están jugando, que él lo está haciendo.
- Es que está jugando, querida.
- Y no me siento como yo misma. Me encanta el juego, pero siempre, y sabes que cuando digo siempre significa siempre, lo controlo yo. No me involucro sentimentalmente con nadie, eso lo mata todo, y sin embargo ahora mismo parezco una estúpida desesperada por una prueba, cuando siempre busco hechos que lo tiren todo por tierra. ¡Y ahora hago justo lo contrario! No sé qué me está pasando.
- Pues lo mismo de siempre, que pasa de ti y te da juego.
- No, si al final Héctor tendría razón cuando me decía que siempre echaba por tierra relaciones saludables y buenas y me perdía en los turbios y complicados vínculos de siempre, vamos, al masoquismo puro y duro…
______________________________________________________________________________
- Es que era una masoquista en toda regla. Ha tenido tropecientas relaciones en su vida y las únicas que tiene en un altar son aquellas en las que la han apalizado mentalmente hasta la extenuación. ¿Cómo se puede ser tan tonta?
- No sé, Héctor, ella ya te previno de sus lastres.
- ¿Y qué? Tampoco cerraba puertas, quería que estuviera ahí pero no quería cerrarse a la posibilidad de encontrar al hombre de su vida, cuando a lo mejor era yo. Siempre me trató como una persona en standby, y me daba largas y más largas, que ahora no estaba disponible emocionalmente y que sólo podía darme lo que me daba, pero claro, ahí estaba, y cuando yo me comprometía demasiado ya se encargaba de abofetearme la cara para recordarme que yo sólo era un pasatiempo para calmar su soledad.
- Ya te advirtió.
- ¡Claro, joder! Pero yo pensaba que estaba no disponible para todos, no sólo para mí. Fijó tanto la idea de que yo no cumplía sus estúpidos requisitos que aunque los hubiera cumplido nunca habría sido yo el protagonista de sus sueños.
- ¿Requisitos?
- Sí, sus estúpidos requisitos, como saber idiomas, tener estudios superiores (y no le valían todos porque la señorita despreciativa no se contentaba con que tengas cualquier licenciatura), tener ciertas aspiraciones, ciertas actitudes, ciertos valores… En fin, un montón de gilipolleces que tiene súper internalizadas y que si no cumples te tacha de su lista.
- Ya te dije desde un principio que estaba un poco ida de la olla.
- Y lo está, pero aún así, yo estoy, o estaba, enamoradísimo de ella, y se dedicó a despreciar mis sentimientos porque yo no era el hombre de su vida, porque me falta iniciativa, no tengo sus aspiraciones en la vida y no le aportaba nada (en ésta última se quedó a gusto diciéndomela). Y ahora me entero de que está pillada de un gilipollas que no la quiere ni un poco y además que está a tomar por culo, que probablemente la use de pasatiempo y juega con sus sentimientos.
- ¿Y por qué a éste sí le hace caso?
- Porque es inalcanzable para ella y eso le resultará alentador, o simplemente porque está loca. Es del tipo de chicas a las que hay que evitar a toda costa.
______________________________________________________________________________
- Tienes que evitar a los hombres así a toda costa, Anaís. Son personas a las que les gusta jugar, y es probable que lo que te dice es cierto, pero ya sabes que hablar es muy fácil, y yo no veo que este tipo tenga intenciones de hacer algo más que soltar su verborrea.
- ¿Sabes lo peor? Que yo me dejo llevar por arranques pasionales y alguna vez le he propuesto presentarme sin más. ¿Sabes cuál fue su reacción?
- Sorpréndeme.
- “Avísame con tiempo, no vaya a ser que tenga a alguna de mis fulanas en casa”, y luego se fue a dormir, sin más. ¿Cómo te quedas?
- No tiene interés, y ese comentario es de bocazas y gilipollas a más no poder, pero no, no tiene interés. No sé si porque se lo das fácil, porque vas al grano o porque como está jugando sin más su interés es bajo, pero no deberías tener esos arranques emocionales.
- Es que cuando le mostré la posibilidad esperaba que intentara persuadirme de que lo hiciera, o que mostrara algo de emoción o de algo, yo qué coño sé, pero desde luego no esa mierda de contestación y un me piro a dormir.
- La verdad, Anaís, es que teniendo a quienes tienes aquí deberías intentar pasar de todo esto.
- Ya lo sé, pero los que tengo aquí no me despiertan ese interés, pero es que, joder, no puedo exponerme tanto cuando su única preocupación de que nos veamos es que no se le junten dos fulanas en casa. Sólo juega, estoy segura.
______________________________________________________________________________
- Ella sólo juega, le gusta jugar con las palabras y con lo que con ellas puede llegar a expresar, pero le importa una mierda si consigue que me enamore de ella, y no es justo.
- No, no lo es, pero ya ha pasado un tiempo como para que dejes esto atrás ya, tío.
- No me refiero a esa injusticia. Me refiero a que no es justo que jueguen con ella cuando su corazón se muestra una de cada millón de veces.
- Eso es cosa suya, Héctor.
- Ya, pero a pesar de todo la quiero.
- A quien quieres es a la “ella” que tienes formada mentalmente.
- La quiero a ella y punto.
______________________________________________________________________________
- Es que no le quiero, no quiero a alguien así en mi vida, no quiero tener la sensación constante de que yo voy a más que él. Y odio tanto que me engatuse con su mierda que le rompería la cabeza.
- Pues que le den por culo.
- Eso, que le den por culo a él por haberme hecho creer importante cuando sólo era un felpudo.

Y una lágrima de rabia y pena cayó por la rosada mejilla de Anaís, consciente de que tenía que parar todo esto como fuera y ya.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Rojo cereza


Ashley sabía dónde tenía que ir para conseguir su objetivo. Estaba cansada del pesimismo que había cargado durante la semana, no era algo propio de ella y no estaba dispuesta a dejar que el placer se alejara por culpa de nimiedades.
Abrió el armario y sin dudar fue hacia el final de la larga barra llena de diferentes prendas, donde se encontraba su vestido preferido: de color rojo cereza, acabando sutilmente por encima de sus rodillas, atado al cuello, con un bonito escote y la espalda al descubierto. Era un vestido sanador, cuando se lo ponía su mentalidad cambiaba por completo y ya nada le importaba más que sus curvas, la lencería de encaje que llevaba debajo, los tacones que la elevaban por encima de cualquier mortal, y sus labios que homenajeaban la fruta prohibida con su intenso carmín.
El taxi la dejó en la puerta de aquel sitio aparentemente sin nada a destacar pero que ella ansiaba como agua de mayo. Iba como de gala y sin embargo el sitio era de lo más normal, pero daba igual porque no había –casi- en el mundo otro lugar en el que Ashley quisiera estar en ese momento. Plantó sus tacones sobre el asfalto y comenzó a caminar hacia dentro.
En cuanto sus manos abrazaron la copa de Martini y su garganta sintió el calor propio del alcohol, decidió que ya estaba lista para ir a por él. Sin embargo, mientras cruzaba la pista empezó a sonar una canción que le producía taquicardias tanto por la letra pasional como por el ritmo sensual y decidió que Lucky podía esperar, quería bailar. Se introdujo entre la multitud y dirigió su cabeza hacia el techo, cerrando los ojos y embebiéndose de cada golpe de ritmo. Sus caderas comenzaron a moverse automáticamente en sincronía con la canción, y sus manos, al principio tímidas, acabaron arrastrándose por todo su cuerpo, con una necesidad ardiente de expresar lo que con palabras ella no había podido hacer hasta ahora. Su pelo era fiero, no podía parar de mover la cabeza ni ninguna parte del cuerpo. Estaba extasiada, y en poco tiempo varias personas quisieron contagiarse de aquel éxtasis que Ashley emanaba. Un chico que seguía muy bien el ritmo de la canción se enganchó a su cintura y empezó a moverse con ella. Ashley se dio la vuelta y se quedó cara a cara con su desconocido justo en el momento en que la canción acabó. Por suerte, la siguiente la volvió aún más loca y a pesar de llevar un vestido rojo y unos tacones de infarto no pudo evitar saltar. Esta canción era muy bailable, siguió con el chico y había tanta sincronía que hasta se había olvidado de Lucky totalmente. Cuando acabó la canción besó al desconocido en señal de agradecimiento, sabiendo que él era gay, y siguió su rumbo, ahora más decidida que nunca.
Ashley subió a la planta de arriba, donde se hallaban los sofás y  otra pista de baile. No tardó demasiado en visualizar a Lucky, estaba con una morena despampanante restregándose a más no poder, pero ella sabía que está noche él iba a ser completamente suyo. Se colocó en la barra y pidió otro Martini, haciendo tiempo hasta que Lucky rompiera el contacto visual con la morena y su instinto depredador prestara atención a la chica del rojo cereza que tenía a dos metros enfrente de él.
Lucky vio aquellos ojos de hielo y por un momento dudó de su mente traicionera a causa del alcohol, pero esa pose no podía ser de otra chica que no fuera ella. Se olvidó por completo de la morena y caminó sorprendido hacia Ashley.
- Wow, cielo, estás… Wow.
- ¿Qué tal, Luck?
- No tan bien como tú, desde luego. ¿Qué haces aquí?
- He venido a bailar, y luego vas a follarme – dio un trago largo de su Martini para no perder la valentía que había tenido hasta ahora.
- ¿Y has bailado ya? – dijo Lucky en tono burlón pero con el deseo en la mirada.
- Sí, pero quiero más – contestó Ashley mordiéndose el labio deliberadamente para crear expectativas a Lucky. En ellos todo se basaba en el arte del juego y en quién daba más. En este caso estaba claro que Ashley estaba ganando con creces.
- Eso tiene fácil solución – Lucky cogió de la mano a Ashley y la acercó de golpe hacia él. Mientras pasaba sus manos por su curvosa cintura cogió con sus dientes el labio que ella seguía mordiéndose y se lo chupó, llevándose un poco de carmín con él. – Espero que acabes sin pintalabios esta noche.
Lucky era muy fácil cuando jugabas a su juego. Ashley se pegó delante de él y comenzó a descender sensualmente al ritmo del tema, mientras él acariciaba todo su cuerpo. Esto no iba a durar mucho más. Ashley se agarró a su cuello y mientras le miraba fijamente eran todo caderas contoneándose todo lo cerca de él que podía, y lo cierto es que Lucky estaba comenzando a pasarlo realmente mal. Intentó besarla pero ella se hacía la esquiva a propósito. Era justo lo que quería, tener el control, jugar con el deseo y hacerlo llegar al límite hasta que no hubiera más escapatoria que huir a su casa. Dio una vuelta sobre él y cuando se volvió a colocar le mordió el cuello.
- Veo que hoy vienes fuerte, cielo – le dijo Lucky cuando consiguió controlar su respiración.
- Yo siempre vengo fuerte, ya lo sabes.
Cuando pasó un buen rato Lucky pensó que ya era suficiente, y engañándola poco a poco la fue llevando hacia un pasillo poco transitado y poco iluminado, para acorralarla contra la pared.
- Ahora te voy a devolver todo este jueguecito.
- Aquí no, llévame a tu casa.
Estaban ya en la puerta de su casa. Lucky la invitó a pasar y tras ella cerró la puerta.
- Antes de que todo esto empiece y no haya vuelta atrás, contéstame a una pregunta - dijo Lucky.
- Dime.
- ¿A quién estás intentando olvidar?
Lucky no podía obviar el hecho de que Ashley hubiera aparecido sin más después de meses de ausencia a darlo todo con él, no sin un motivo subyacente. Ella lamentó en ese momento que Lucky no fuera más fácil, pero si por algo no había funcionado la parte real de sus vidas era porque ninguno de ellos tenía nada de simple. Sin embargo, ahí estaba, sexy con su barba y sus ojos increíblemente atrayentes, y no quería pensar en nadie más que en Lucky y su pelo, Lucky y su espalda, Lucky y su pecho, Lucky y su cuello. Todo lo demás sobraba, tenía que sobrar, así que se limitó a decir una mentira que él aceptaría como tal:
- A nadie.
Y la cordura acabó por esa noche.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Overbooking de fulanas


Esta noche te estoy odiando mucho. Se trata de creer tus palabras vs. lidiar con el hecho evidente de que cojean en veracidad. Adicta no reconocida a efímeros momentos de esperanza que por un momento me hacen creer que el drama ha vuelto en tromba a mi vida, pero es que serías tan buen político. Sí, hay drama, pero éste no me vale. Por lo que parece últimamente estoy batiendo todos los récords en estupidez adolescente.
Y es tan sencillo como que alguien encienda el interruptor que lleva jodido eones, obviamente vas a prestar atención porque es un hito en la historia de la humanidad, aunque siempre con el característico escepticismo que se encarga de joder vidas a mansalva, porque sabes perfectamente que esto no se acerca ni un poco a lo que tienes en mente. Pero, a veces, las palabras bien conectadas y en un contexto sugerente pueden ser irresistibles si las juntas con una química innata de lo más acertada, y cuando olvidas que las palabras son sólo palabras y que no tienen por qué tener trascendencia alguna igual te estás metiendo en un lío.
Toda verdad es relativa. Puede que la verdad sea momentánea, en este instante yo estoy constatando lo que creo que es una verdad, pero probablemente mañana, cuando mi humor sea mejor o me vuelvan a nublar la mente, mi verdad será otra. Todas correctas, pero circunstanciales. Él vive del momento, solo que su vida es otra cosa. Yo soy una especial, de las mejores de su cosecha del año. Él me siente como un huracán y yo le creo, pero estoy segura de que esta noche cuando se folle a una de sus serviciales fulanas pensará lo mismo de ella, porque el oxígeno atmosférico parece ser que aturde un poquito a mi polifacético chico. Y me daba igual por lo general, no era nadie trascendente después de la obnubilación conversacional habitual.  Después de todo, ¿cómo negarse a una buena conversación en una noche calurosa de verano? Él era un buen helado de chocolate.
Lo más triste de todo este drama es saber que las palabras están vacías de contenido, que son gratuitas pero que no se corresponden con la realidad, con los nulos hechos que puede haber, y que todo es producto de una distorsión de la realidad propia de personas disfuncionales como lo podemos ser él y yo, y eso no es interés, eso es hablarme cuando no hay nadie a quien follar esta noche.
Si fuera por mí ahora mismo te estaría mirando cara a cara, pero probablemente habría habido overbooking de fulanas.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Las calles de mi vida


Me encanta pasear por las calles de mi ciudad de vuelta a casa a altas horas de la madrugada. Cualquier persona de fuera que pase por ellas podrá verlas como unas calles normales sin nada a destacar, pero para mí son especiales. En cada una de ellas están las pisadas de toda mi vida, desde que nací hasta el día de hoy. Me han visto crecer, enamorarme, llorar, reírme, compartir momentos… En definitiva, han sido mi escenario.
Es tranquilo caminar de noche, no hay nadie y parece que tu mente adquiere algo de claridad, aunque no es mi caso ahora que el vodka aka colonia barata que mi hígado está intentando metabolizar me nubla los sentidos. Pero es bonito.
No entiendo por qué acabo huyendo y escondiéndome de todo siempre aquí. No entiendo qué cojones hago contigo si sé que estoy perdiendo el tiempo. 

viernes, 26 de octubre de 2012

Qué bonitas son las mentiras siempre


Lo primero que le dije cuando le conocí fue: “me recuerdas a alguien que ya no está”. Entró en mi vida silenciosamente, pasando desapercibido, siendo nadie, pero estando, y cuando su ego maltrecho se mezcló con mi creciente soledad creamos un monstruo encantador. Yo me hallaba sorprendida por el hecho de que alguien fuera capaz de encenderme la luz, de que me interesara más que por la conversación fácil como remedio contra el aburrimiento. Me encantaba fantasear y aspirar a él. Como con Sam, me dejaba sin respiración a menudo y en un mismo día podía odiarle y amarle al mismo tiempo, porque era un jodido encanto insoportable.
Las mentiras son siempre bonitas, hasta para brujas malvadas de caparazón duro, y las irrealidades pueden ser tan tentadoras que, en estados de vulnerabilidad, pueden ser muy engañosas. Era tan irreal que acabé por creérmelo.
Así que la opción más factible después del gran hinchazón que tengo en mi trasero como consecuencia de la elegante patada desprevenida que me llevé por estar en las putas nubes dibujando corazones en el aire es joderme el orgullo, sea o no sea así la realidad, porque real o no estoy hasta los cojones de Sams, Luckys, Hanks, y la madre que les parió a todos, y prefiero creer que he estado dando vueltas sobre mí misma hasta que no he podido mantenerme en pie que pensar en un final trágico consecuencia de un amor imposible, porque más bien ha sido inexistente. Y no duele, porque algo irreal no puede doler, pero, joder, cómo escuece.


martes, 16 de octubre de 2012

La habitación

- Te dije que no me metieras en esta puta habitación.

- ¿Qué? – dijo él, confuso.
- Calla y pasa.
Ella le empujó hacia el interior de la estancia y cerró la puertas tras de sí. Odiaba con todo su ser estar en esa habitación con aquella cama tentadora, botellas de alcohol medio vacías, colillas muertas y decenas de papeles llenos de textos inacabados. No era su casa, era su válvula de escape, pero no soportaba pasar demasiado tiempo en ella porque acababa queriendo que ésa fuera su realidad.
- Te lo voy a decir una sola vez más: no me vuelvas a traer aquí jamás.
- ¡Pero si eres tú la que nos has metido aquí ahora!
- Sabes de lo que hablo perfectamente. Ya te lo dije una vez. No me importa que nos veamos en el trabajo, no me importa que quedemos a tomar algo y nos pongamos al día, no me importa que formes parte de mi vida, pero te pedí explícitamente que no me trajeras aquí.
- No es mi intención confundirte, pero a veces necesito escapar.
- ¿Escapar? Esto no es escapar, esto es meterse en la boca del lobo. Puedo ser tu cordura o tu locura, pero no las dos. Y si me metes en esta habitación no puedo pensar con claridad, me anulas. Jugar está bien, pero cuando quieres que ese juego sea una realidad se te va de las manos, y no estoy dispuesta a dejar que nada se me vaya de las manos.
- Pero sabes que si no fuera porque…
- Si no fuera porque tú eres tú y yo soy yo todo sería muy distinto, pero ni tú vas a dejar de ser tú ni yo voy a dejar de ser yo, y todo lo que dices siempre será relativo.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? ¿Qué pasa mañana?
- Ya lo sabes.
- Pues ya está, no tienes derecho a meterme en esta jodida habitación mental a jugar con la idea de cosas realmente dulces cuando mañana me pasarás la factura del amor de tu vida. O me tratas como a una de tus putitas, o me tratas como si tomáramos batidos de chocolate, o estás a la altura, pero no puedes quererlo todo. Y mañana todo esto se acaba.
- No se tiene que acabar.
- Se acaba porque mañana apago el interruptor, porque no tengo tiempo de jugar a tener 17, así que te lo diré una vez más: no me vuelvas a meter en esta habitación. Eres mi amigo, te aprecio y te quiero en mi vida, te daría de hostias constantemente por el cariño que te tengo, pero no me traigas aquí. Porque entonces no sólo te apreciaré como mi amigo idiota, sino que querré besarte, querré dormir contigo, ver comedias románticas mediocres, patalear como una niña pequeña, y seré un huracán 24/7. No quiero eso en mi vida, así que ve con ella, vuélvela a enamorar, dile que es la jodida mujer de tu vida, y si funciona seré enormemente feliz. Y si no repasa la lista, y luego ven a pedirme consejo, lo pasaremos en grande, como siempre. Pero cierra esta habitación ya, te lo suplico.
- Me gusta lo que esta habitación significa para nosotros.
- Y a mí, pero no es real.
- No, no es real.
- No lo es.
Ella pareció calmarse, y de repente se sintió culpable por el rapapolvo que acababa de darle a su amigo. Se acercó a él y le sonrió tímidamente, casi con miedo. Él le apartó la cara, pero ella posó la mano en su mejilla y le acarició la cara, obligándole a girarse de nuevo. Le dio un beso dulce como regalo por todos los besos que nunca le daría, y abrió la puerta de la habitación. Por un momento apoyó la cabeza sobre el marco, mirando la estancia una última vez. Sonrió con pena, aquel sitio había sido lo más parecido al nirvana en esos últimos meses, pero se recordó a sí misma que no podían seguir jugando. A fin de cuentas ya no tenía 17 años.

domingo, 14 de octubre de 2012

Bebiendo sola


- Te invito a una copa.
- Lo siento, esta noche no me apetecen caballeros andantes que no saben ni llevar armadura.
- ¿Perdona?
- Te he visto venir desde lejos, vienes con unos andares de seguridad prefabricada, tienes en mente las frases que me vas a decir, las has estudiado bien, e ibas a dártelas de tío alternativo, maduro pero misterioso, incluso bohemio. Pretendes hacerme sentir única y especial para que automáticamente crea que la suerte ha llamado a mi puerta y que a partir de ahora todo será flores y arcoíris. Pero, ¿sabes? No creo en la suerte, ni en los niñatos camuflados en cuerpos de hombre.
- Ni siquiera me has dado la oportunidad.
- Es que verás, no hace falta.
- ¿No te gusta jugar? No sabes lo que te pierdes.
- ¿Me hablas tú de jugar, guapo? Yo invento el juego cada día, el juego de verdad, el de mirarte desde el otro lado del bar y aumentar tu temperatura corporal con sólo una mueca en mis labios. El juego de vacilarte elegantemente y que estés a mi altura, que me dejes sin palabras. El juego de dejarte con la miel en los labios cuando crees que ya me tienes. Ése es el juego de verdad, querido, no el de pseudo-hombre fanfarrón con la copa en la mano como signo de autenticidad.
- Ya sé lo que es eso.
- No, no lo sabes. No sabes nada. Por no saber, no sabes ni lo que quieres.
- Sí que lo sé, quiero una mujer en mi vida.
- Jajaja, una mujer, dice. No sabes ni lo que es una mujer, mucho menos sabes tratarla o comprenderla. Quieres sexo fácil pero intentas disimulártelo hasta a ti mismo. Te convences de que quieres la complicidad de tener a una chica a tu lado que te entienda y te mime, pero eres como cualquiera de los hombres del montón que plagan el mundo, buscáis a una mujer que os recuerde lo grandes que sois, lo perfectos, inteligentes y guapos que sois, aunque no lo seáis. Ni siquiera pensáis en si podéis estar a la altura, si podéis aportar algo que realmente valga la pena, porque os la suda por completo, lo único importante es conseguir que alguien os ponga en el altar para que vuestra seguridad no se tambalee tanto como lo hace habitualmente.
- No es verdad.
- Queréis una chica guapa, delgadita pero no un palillo, que tenga una buena delantera y un culo bien puesto, que sea inteligente pero no pedante (para eso ya estáis vosotros), que sea mona e ingenua y que su carácter sea regulable, porque no podéis lidiar con el hecho de que una mujer os plante cara, porque como os la plante os cagáis en los pantalones y salís corriendo buscando a vuestra mami. En definitiva, una mujer lo suficientemente tonta como para que os haga creer que lo valéis aunque no lo valgáis ni un poco.
- …
- ¿Ves? Ya estás acojonado. Cuando ya habéis usado a la chica en cuestión vuestra autoestima es tan frágil que necesitáis renovarla, y es cuando buscáis a otra. Así hasta el final de vuestra existencia, sin plantearos el grave problema que tenéis, prefiriendo depender de otro ser humano al que implícitamente despreciáis por no asumir el riesgo y el esfuerzo que conlleva levantarse cada mañana sin que nadie te dé un empujón.
- Me largo, amargada. Normal que estés en este bar bebiendo sola.
- Estoy bebiendo sola porque sois tan egocéntricos que aún no os habéis dado cuenta de que las que estamos acojonadas somos nosotras – pensó para sí misma.

Ana ya no tiene 17 años


Ana tiene 17 años y escucha música a todas horas. Se imagina cómo las notas de cada canción estiran de las líneas del pentagrama y las enredan por su cuerpo.
Ana pasa todo el día en el instituto y es la mejor, pero acostumbra a sentirse muy vacía por dentro. Coge el autobús a las 8:25h y vuelve a casa a las 17:45h, momento en el que enciende el ordenador y deja a la música llenar su habitación.
Ana se tumba en la cama y como cada tarde intenta descubrir nuevos significados a las letras. Escucha mucho rap. No es un género que le guste especialmente, pero en esta época de su vida le salva.
Ana tiene 17 años y piensa en por qué se siente tan sola, en por qué no puede ser como sus amigas, parece que no tengan problemas. ¿Por qué tiene problemas Ana, si sólo tiene 17 años?
Ana escribe mucho. En las libretas de clase, en la agenda, en su ordenador, en post-its. Escribe a todas horas, y a veces dibuja. Hace dibujos de caras largas y sierras, y de corazones deformes con florituras alrededor.
Ana es rara. Hace muchas bromas y siempre sonríe a las personas que aprecia. Le gusta sonreír a la otra Ana, y a Víctor, el futuro arquitecto/gigoló. Pero Ana es rara, tiene 17 años y se pregunta por qué tiene problemas.
Ana mira hacia la pantalla brillante del ordenador y ve que Oscar le está hablando. Otra vez. Sonríe pero enseguida siente la patada de siempre en el estómago. Se gira hacia el otro lado de la cama e intenta perderse de nuevo en su rap. Entonces le llega un mensaje de texto al móvil: “te tengo en la cabeza y te prefiero en mi almohada”. A Ana se le acelera el pulso, David siempre le pone nerviosa. Busca la canción donde sale esa frase y se recrea en el exquisito placer de saber que alguien piensa en ti cuando escucha esa letra. Ana se ríe tímidamente.
David escribe verdades como puños, deja a Ana anonadada. ¿Cómo puede un chico de 17 años escribir así? ¿Cómo puede tener esas ideas? Ana y David escriben historias en sus conversaciones, a estas alturas tendrían 10 novelas ya. David le envía muchas frases de canciones, pero nunca escribe sobre ella, aunque la piense a menudo.
Ana cree que David no le quiere lo suficiente porque nunca escribe sobre ella.
Ana tiene 17 años, es rara, sueña mucho y vive poco, lleva un abrigo negro donde esconde su cara para huir del mundo, y cuando sale a las 8:15h cada mañana sólo piensa en que sean las 17:45h para olvidar que está vacía y que tiene problemas, pues David está muy lejos pero es lo más cercano a la comprensión que tiene en esos momentos.
Ana ya no tiene 17 años, ya no llega a las 17:45h del instituto ni recibe mensajes de texto que dicen: “sólo con mirarte ya te intuyo, es de estar sin ti de lo que huyo”.
Ana ya no tiene 17 años y se pregunta por qué tiene problemas.

lunes, 1 de octubre de 2012

Me encantaría


Me encantaría ser de las que llama para quedar contigo. 
Me encantaría ser de las que no escanea antes de conocerte, que no pone etiquetas injustificadas antes de que abras la boca.
Me encantaría no tener que descartarte porque falles en alguno de mis requisitos.
Me encantaría que el que tus zapatos no combinen con tu camisa no fuera una excusa para pasar de ti.
Me encantaría pasar más tiempo viviendo momentos contigo que escribiéndolos.
Me encantaría que las ganas de dormirme abrazada a tu lado fueran mayores que el miedo a ser vulnerable.
Me encantaría no tener que hacerte estar a la altura de una idealización inexistente.
Me encantaría no ser una borde malhumorada que te asusta con la mirada.
Pero lo cierto es que aunque me gustes es probable que no te llame, y que saque mil y un argumentos en tu contra para descartarte. Es muy probable que prefiera quedarme un viernes por la noche escribiendo sobre nuestra noche perfecta que pasándola contigo en un bar, y que duerma sola porque en realidad no soporte el bienestar del contacto con tu cuerpo. Es muy probable que siendo estupendo no seas el hombre de mi vida porque no existe, por lo que es muy probable que sea una estúpida contigo para que te alejes.
¿Y sabes por qué? Porque no te darás cuenta de que aunque no te llame me gustas, ni sabrás ver que cada argumento que construyo en tu contra es una razón de lo mucho que me vuelves loca. No comprenderás lo que significa que yo te haga protagonista de alguna de mis historias, ni que prefiera dormir sin ti aun prefiriendo dormir contigo, porque no sabes lo muchísimo que me cuesta exponerme a que me hagas daño. Y sobre todo, no serás capaz de ver que detrás de mi estupidez sobrehumana estoy bebiendo los ríos por ti.
Podrás pensar que soy una cobarde, y es muy probable que tengas razón. Pero quiero creer que quien tenga que darme los “buenos días, cariño” sea capaz de ver lo increíblemente estúpida que soy. Y me quiera a pesar de ello.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Orgasmos


Cada vez que tengo un orgasmo te quiero.  No quiero quererte, pero lo hago. De hecho, por no querer no quiero ni que te cruces en mis fantasías, pero, boy, cada vez que lo haces veo fuegos artificiales, y te he de querer.
Puedo estar imaginando cualquier cosa, desde un simple baile sensual hasta una borrachera con consecuencias, pero cada vez que irrumpes en la escena me vuelvo completamente loca. Y es por tu mirada acechante, que no deja de repetir: “eres mía”, por la seguridad con la que observas todo, sabiendo de antemano que ya has ganado. Me pierdo completamente en el momento en el que demuestras que me deseas casi más que yo a ti y que te da igual que sepa que vienes a por mí, porque no te andas con rodeos. Juegas, sí, y mucho, pero eres directo, y es por eso que cuando entras vienes directamente a por mí.
Así que por mucho, por mucho esfuerzo que haga por no querer saber nada de ti durante mis fantasías, en el momento en el que se produce una sinapsis con tu nombre apareces, pierdo el sentido y tengo uno de esos orgasmos sublimes y extasiantes en los que al final te he de querer.
Evidentemente sé que en ese momento te quiero porque he liberado endorfinas chachiguays a mansalva y otras cosas que no recuerdo que incrementan la sensación de bienestar, pero es tan oportuno quererte después de un orgasmo, me siento tan increíblemente bien sintiéndolo.
Así que, tú, deja de interrumpir mis fantasías y desaparece. Pero si no estás muy por la labor, en secreto te diré: sigue volviéndome loca.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Tú me llevas


Pienso mirarte desde el momento en el que entres en esta sala, porque llevo esperándote demasiado tiempo como para pasarte por alto. Vas a sonreír porque te voy a encantar, y es muy probable que la primera noche salgas del trabajo pensando en mí. Yo llenaré mi libreta de apuntes vacíos con corazones adolescentes dibujados en tu nombre y esperaré con impaciencia el día en el que casualmente nuestras miradas eléctricas capten nuestra atención de nuevo.
Entonces será una tarde de octubre, lloverá y yo me daré cuenta de que llevo un mes buscando tus ojos miel por todas partes, que mi sonrisa quiere desesperadamente tu compañía, que mi cuerpo busca sentir el calor que desprendes cuando explicas algo como si de oxígeno se tratara. Y cuando me dé cuenta estaré completamente perdida porque sabré que bebo los ríos por ti, que quiero cantar mirando el paisaje mientras tú conduces y te enamoras de mi pelo, que baila rítmicamente con el viento y todo es sencillamente perfecto. No hay complicaciones, no hay dilemas, no hay dudas, es todo fácil y dado porque eres tú y soy yo.
Es probable que cuando me dé cuenta me convenza de que no tiene el mínimo sentido, que tú estás ahí arriba y yo sólo soy un proyecto a largo plazo, y que esas miradas de refilón que me echas mientras relleno historias son pura coincidencia, que hasta es mucho más factible que estés mirando a la de al lado. ¿Pero sabes qué? Entonces te sientas conmigo justamente en la mañana más horrible de la semana. No en una mañana cualquiera, no, sino en la peor. Te sientas en mi mañana de derrota, con tu dolorosa sonrisa y tu optimismo, y me tocas el hombro. Yo levanto mi cabeza, que está hundida entre mis brazos, y eso hace que me pique la nariz. Genial, te sientas conmigo y a mí me pica la nariz. Y me rasco, y tú, sin más, te ríes. Una carcajada única acompañada de tu maldita sonrisa bonita. En algún momento de esta cadena de sucesos increíblemente estúpidos decides que me vas a invitar a desayunar, o quizás ya lo habías decidido antes, pero ahí estás, con un café con leche calentito y con un donuts. ¿Cuánto hace que no me como un donuts? Me tengo que enamorar de ti a la fuerza. Pero no olvido que es mi día horrible y que seas tan encantador me cabrea aún más, así que te doy las gracias y en cuanto me tomo tu irresistible desayuno me largo.
Me meteré en el ascensor para huir de ti, pero claro, ¿acaso me vas a dejar escapar? No puedes, de alguna manera te vuelves adicto a mis sonrisas escépticas, hasta el punto de entrar en una competición contigo mismo por conseguir que crea algo de lo que me dices o de lo que me enseñas. Me acaricias la mejilla y me dices que te gusta cómo huele mi pelo. El ascensor se abre y tú sales, dejándome mareada perdida y aún más enamorada.
Y al llegar la noche decides esperarme a la salida del trabajo. No me dices nada, simplemente ahí estás, y yo creo saber por qué, pero no quiero saberlo porque es probable que no lo quiera creer. Pero estás ahí y yo estoy loca por ti, y quieres que te cante en el coche mientras mi pelo baila con el viento, quieres llevarme contigo. Y yo me dejo, porque desde el primer momento en el que te miré al entrar en la sala supe que ibas a ser tú, y que iba a ser yo.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Desear satisface


Ashley y su indiferencia. Se acostumbró tanto a fingir que nada le importaba que acabó por ser así. Mujer fatal, de vicios: alcohol, tabaco y manipulación. En la cama, quien ella escogiera: mujer, hombre… daba igual mientras la hiciese gritar. Eso cuando la lujuria superaba sus ganas de jugar a las marionetas.
¿Amor? Eso para las adolescentes con baja autoestima de la generación Crepúsculo, ella sabía que era pura pantomima literaria, una idea fácil de vender y fácil de creer pero que era lo más lejano a la realidad posible. El único amor que sentía era el de cuando tenía cabezas entre sus piernas.
Ashley se levantó de aquella cama en la madrugada del sábado, y ella se sintió contrariada.
- ¿No te quedas? – le preguntó la chica cualquiera.
- Prefiero mi cama.
- ¿Te volveré a ver?
Lo dudo. Pero tranquila, me has dejado muy satisfecha.
Se colocó las medias, se subió la cremallera de la falda y calzó sus zapatos rojos. Acto seguido cogió la chaqueta que había dejado posada en la silla y se despidió mientras salía por la puerta de una casa desconocida, la que con toda seguridad jamás volvería a pisar.
A veces Ashley odiaba tener esa personalidad fría que le impedía desarrollar cualquier tipo de sentimiento que no fuera interesado hacia alguien, sobre todo cuando veía a las parejas atontadas por la calle, pero sabía perfectamente que esas burbujas de enamoramiento eran más transitorias que sus roturas de medias. El problema de la idealización es que, una vez desenmascarada, la decepción es irremediablemente grave e irreversible. Cuando conoces a una persona haces un boceto de lo que quieres y crees que sea, pero en cuanto se abre el telón y ves lo que te va a aportar (que suele ser nada) sólo desearías no haberte metido en ese lío en el que no podrás salir sin mancharte la falda. Así que Ashley no quería, sólo deseaba. 
Pues desear satisface, pero querer no.

sábado, 25 de agosto de 2012

Hank


De eso que tienes un día de mierda y es viernes. Estás asqueada de estar en casa pero no tienes ni maldita idea de dónde están tus amigas, las intentas localizar pero han desaparecido de la faz de la tierra. Pues digamos que yo me hallaba en esa situación. En realidad suponía que ellas estarían en aquel bar pseudohipster intentando beber más de lo que pueden, como siempre. Si hubiera sido cualquier otro día me habría quedado en casa evadiéndome con alguna serie llena de hombres trajeados y frases ingeniosas, pero esa noche no podía quedarme de brazos cruzados, tenía que salir, moverme, lo que fuera.
En el momento en el que decidí la ropa que me pondría para salir supe que no tenía ganas de jugar, así que adiós zapatos de tacón y pintalabios rojo. No, la loba se quedaba en casa, estaba hasta los cojones de fingir seducción con personas que no sabían ni de lo que estaba hablando. Así que cogí mis sencillas sandalias negras  y las combiné con los vaqueros cortos de siempre y una camiseta de tirantes morado satinado. Elegir esa camiseta fue al azar, era la que me apetecía ponerme. El pelo suelto, como siempre, pero con algún coletero por si me asaba de calor por el camino, en verano era una guerra constante la que tenía con él, tan exageradamente voluminoso y rizado, no apto para el calor. Toque de rímel, ligero rastro de sombra de ojos, y mis labios de un tono frambuesa que combinaba con la camiseta. Lista.
Mi mal humor no disminuía mientras caminaba, pero tenía la esperanza de que al encontrarme con mis amigas la risa y el payaseo sin sentido me curaran todos los males. Bien, pues llego al bar en cuestión y no hay rastro de ellas. Claro que suponer que iban a estar ahí por amor al arte fue un poco retrasado por mi parte, pero, ¿qué sé yo? ¿Dónde iban a estar sino? Me acabé de poner de muy mala leche.
En esto que estaba ya dando media vuelta para volver a casa y destruir a la humanidad vía texto satánico, cuando se me ocurre la idea lógica de: “ya que estoy aquí, me tomo algo”. En el fondo mis amigas me la sudaban, era una simple excusa para beber en “sociedad” y no sentirme una de esas mujeres cincuentonas que van a un bar solas para intentar reafirmar que aún están en el mercado y a muy buen precio (a veces, gratis incluso). Pero esa noche me la sudaba absolutamente todo, yo sólo quería beber, y fumar, aunque para eso tendría que esperarme a salir a la calle.
Así que voy yo en plan malota y con cara de pocos amigos y me siento en la barra, sola. Tengo 20 años y aunque no los aparento no dejo de ser joven ni de llamar la atención que una rubia de ojos azules esté a punto de perder la dignidad en un vaso demasiado grande para ella. Pero como digo, me la sudaba todo en ese instante.
El camarero llega, joven y sugerente. Yo le miro pero estoy demasiado seria como para que él piense por un segundo que en mi cabeza le estoy violando por momentos. Me pregunta que qué quiero. “No lo sé, ¿qué me recomiendas?”. Soy pésima para beber alcohol. Soy lo peor, porque no tengo ni idea. He llegado a llevarme bien con el vodka pero ahora me vienen con que eso es de nenazas y es mierda, y eso me pone de mal humor, así que estaba dispuesta a aceptar lo que el camarero sugerente tuviera que ofrecerme. “Vodka con Blue Tropic haría juego con tus ojos azules, y tiene un sabor muy dulce”. “Bien, pues una copa de eso”. Era vodka, pero me daba igual, era bebida.  Pero, ¿hola? ¿Haría juego con tus ojos azules? ¿Por qué de repente la humanidad estaba plagada de homosexuales? Y eso que los amo un montón, tengo muchos amigos gays, pero, joder, esa noche no quería ver cómo un hombre se fijaba más en el tipo de tela de mi blusa que en lo que escondía tras ella. De mal en peor.
Cogí mi copa y la probé, y lo cierto es que estaba increíblemente dulce y deliciosa. Tanto, que me la bebí enseguida. “Ponme otra de lo mismo”, le dije. El camarero guapo y gay se rió y me dijo: “Hoy vas a por todas, ¿no?”, a lo que le contesté: “Hoy vamos a morir todos”.
Ahí estaba yo, sola, en la barra, emborrachándome a base de cocktails azules “como mis ojos”, mientras de vez en cuando algún hombre se acercaba a hablar conmigo, si es que se le puede llamar hablar. En otras circunstancias hubiera intentado exprimir lo mejor de cada conversación, pero esa noche no quería esforzarme nada. Y como siempre, la mayoría de tíos eran chulos de barrio con más pendientes que yo que alardeaban de su trabajo como fontanero o cajero de supermercado. “¿Y tú, qué haces?”, me decían. “Beber, ¿no lo ves?”. “Jajaja, qué chispa tienes”. Chispa la que yo provocaría para prenderles fuego a todos. “¿Pero estudias o trabajas?”, “Hago medicina”. “Oooh, ¿y has abierto ya cadáveres”, “Déjame en paz”. Y seguía bebiendo. Luego otros eran más ocurrentes y me iluminaban con fantasías en las que yo aparecía con la bata del hospital como alternativa a la viagra y en fin, un sinfín de gilipolleces innecesarias en mi vida. ¿Por qué los hombres de verdad no existen?
Cuando ya empezaba a sentirme algo mareadilla con mi tercer Blue Tropic, alguien se sienta a mi lado. Por inercia, me giro, pero sigo a lo mío. Pero, un momento… Yo conozco a ese chico.
- ¿Hank?
- ¡Nann!
- ¿Qué cojones haces tú aquí? – le dije mareada y de mala leche.
- Eso te lo debería preguntar yo a ti, no es propio de una señorita como tú estar sentada sola en la barra de un bar borracha perdida.
- Yo no estoy borracha, y éste es mi bar, así que lárgate o te romperé la cara.
- Con esas manos con suerte alcanzas a hacerme una caricia, pequeña.
Empecé a reírme como una condenada, porque mis manos eran pequeñísimas y en ese momento me hacía mucha gracia. Hank sonrió y llamó al camarero para pedir, cómo no, su whisky de siempre.
- ¿Por qué estás aquí? – me preguntó.
- Porque me sentía sola y necesitaba beber. ¿Por qué estás tú aquí?
- Porque estoy solo y he de beber. Ése de atrás te está mirando ferozmente.
Me giré. Era el mismo al que había rechazado dos veces ya.
- Si se vuelve a acercar peguémosle una paliza hasta matarle, por favor. Si quieres empezamos ya.
Me levanté pero todo daba demasiadas vueltas. Por suerte, Hank, con los reflejos aún conservados, fue previsor y me estabilizó, volviéndome a dejar sentada en el taburete.
- Tranquila, loba, que la noche es muy joven.
- ¿No vas a ser el mâitre de ninguna mujerzuela de pacotilla esta noche?
- ¿Cómo quieres que me fije en otras mujeres si estás que te caes por los suelos con dos cocktails de nenaza?
- TRES. Y no son de nenaza. Y no estoy que me caigo por los suelos, llevo dos horas aquí aguantando muy bien mi dignidad y no ha habido ningún problema. Además, sabes que me caes fatal y que no te soporto, me harías un favor si te fueras a buscar carnaza ya.
- Muy bien, si insistes
Hank se levantó del taburete y con la sonrisa maliciosa de quien está a punto de comenzar un juego del que va a salir ganando más que nadie se detuvo para contemplar el terreno. Yo le observaba, despreciándole, porque siempre tenía esa necesidad de llevarse un coño a la boca como si fuera lo único que le importara en la vida, pero por otro lado esa camisa le quedaba jodidamente bien y me estaba nublando la mente más que el alcohol que mi hígado estaba intentando hacer desaparecer.
Por fin se decidió y se dirigió hacia la primera mesa. Pero… ¿hola? No podía ser. Se acababa de sentar a hablar con una mujer de unos treintaylargos, súper gorda y súper hortera. Ni de coña le gustaba, imposible. Y claro, cayó enseguida, en menos de 5 minutos vi cómo la mujer gorda le pasaba el número de teléfono para que la llamara luego. Hank me miró de reojo, con esa sonrisa maliciosa, mientras intentaba contener la risa que le provocaba ver mi cara de asco-indignación.
Se levantó, y cuando pensé que ya iba a venir a sentarse conmigo se fue hacia otra mesa. Así con tres más. Lo peor es que cada cual era más fea, horrenda o sorprendentemente estúpida, y además estaba haciendo que hubiera confrontaciones de miradas entre todas ellas.
Hank, con su tercer whisky en la mano, estaba perfectamente sobrio y jugando conmigo al juego privado de jugar con el juego. Yo estaba en la barra partiéndome de risa e intentando no tambalearme demasiado.
Por fin vino y me susurró al oído: “creo que tenemos que irnos o pronto empezarán a volar sillas entre las mujeres con las que he hablado esta noche”. Yo me reí y me levanté, pero cuando lo hice casi me caigo, no sin partirme de risa exageradamente (como lo hago siempre), así que para ahorrarnos el paripé y las miradas de odio de todas esas feas retrasadas hacia mí, Hank me cogió y me cargó a los hombros como si fuera un saco de patatas.
- Hank, bájame, eres imbécil, ¡bájame! – le decía mientras le pegaba patadas en el estómago que no le hacían absolutamente nada porque no tengo nada de fuerza.
Ya fuera me bajó, no sin antes quedarme frente él y darle un lametón en toda su cara de snob hamburgués.
- ¿Sabes que los lametones los dan los perros en señal de amor? – me dijo.
- Yo no soy un perro, en todo caso una perra, y te lo he dado porque me das asco y quería que me soltaras.
- No te lo crees ni tú.
Hank sacó un cigarro y yo le quité otro. Estaba demasiado hiperactiva, pero era el alcohol, lo juro.
- ¿Dónde vamos? – le dije.
- Tú a tu casa, y yo a la mía.
- Pero es que me aburro en mi casa.
- ¿Me estás diciendo que quieres estar conmigo?
- Ni loca, me caes fatal, me das asco y te odio. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo, Hank?
- Pero te aburres en tu casa.
- Sí.
- ¿Quieres venir a la mía?
- Ni de coña.
- ¿Entonces?
- Simplemente fumemos en tu portal.
Hank y yo nos sentamos a fumar en su portal. La verdad es que yo era bastante ridícula, tosía cada dos por tres y él se reía (con razón) de lo inútil que era. Yo no era fumadora, pero veía el fumar como un arte, me inspiraba y me encantaba contemplar a alguien haciéndolo. Hank fumaba como si estuviera haciendo el amor, aspiraba el humo y lo dejaba fluir por él armónicamente hasta que volvía a liberarse por su bonita boca. Entrecerraba sus ojos porque disfrutaba, y yo me quedaba atontada perdida. 
- Te gusta verme fumar.
- Para nada, pareces un viejo.
- Te encanta.
- Un viejo de geriátrico.
- No.
- Además, salido porque no paras de marearte entre mis piernas y mi escote.
- Pues no lo pongas todo tan a la vista.
- No lo mires.
- Quieres que lo haga.
- ¿Tú? Nunca.
- Me estás poniendo a prueba y sabes perfectamente que en cualquier momento puedo provocarte una taquipnea sin hacer prácticamente nada, pequeña.
- Eso es lo que querrías tú, siempre pensando qu…
Hank se acercó muchísimo a mí con su sonrisa burlona, tanto, que sin darme cuenta di varios pasos hacia atrás, tropezándome con la estúpida pared. Él, no contento, se acercó totalmente hacia donde yo estaba y posó su frente en mi frente, quedando nuestros ojos a escasos centímetros y su boca en el sitio perfecto para ser comida ya. No sabía qué hacer con mi vida en esos momentos, no podía apartar la vista de sus ojos que me estaban escaneando como si de Rayos X se trataran, pero podía intuir el contorno de su boca y el alcohol me estaba pidiendo a gritos que le mordiera. 
- ¿Ves? Hiperventilas.
Y yo soy tan tonta que ni me había dado cuenta.
- No.
- Sí.
- Apártate, te odio, me das asco, no te tocaría ni con un palo.
- Ya lo estás haciendo.
Y otra vez más, era cierto, porque él me estaba atrapando en la pared con sus brazos y yo tenía la mano agarrada a su camisa, atrayéndole hacia mí sin darme cuenta.
- Te odio mucho – le dije.
- Y yo a ti.
Nos besamos. Fue un beso dulce en un principio muy corto, pero no tardamos en encendernos y sin darme cuenta le estaba desabrochando la camisa en su casa. Le quería comer entero y ni siquiera comerle calmaba mis ganas de hacerlo. Era una completa locura la pasión que había en su habitación en esos momentos. Así que pasó. Una. Luego otra, y otra.
Cuando creí que ya habíamos tenido bastante por esa noche (error) me puse su camisa y me fui al baño para adecentarme antes de irme a casa. La verdad es que no quería irme, pero Hank no querría que me quedara porque es de esos chicos.
- Te queda muy bien mi camisa, te hace un escote precioso – me dijo cuando volví.
- Gracias, pero te sigo odiando y lo sabes. Esto no cambia nada.
- O lo cambia todo.
- No cambia nada.
Me puse a recoger las distintas piezas de mi ropa como si estuvieran jugando al escondite, y al verme me preguntó.
- ¿Te vas?
- Em, sí, ¿no?
- Sí, supongo que sí. 
- Bueno, soy afortunada, son las 5AM, así que he superado a quien tú ya sabes.
- Qué graciosa es la niña, mírala.
Me quité la camisa para empezar a ponerme mi ropa y de repente lo noté detrás de mí, besándome el cuello.
- Hank, ¿no has tenido suficiente?
- Si te desnudas de esa manera tan sugerente, no.
- No puedes más y lo sabes.
- Ya, pero aún así no me importaría que te quedaras.
- ¿Aunque no hagamos nada?
- ¿Te parece poco lo que hemos hecho ya?
- No, pero me lo pides porque te digo que no, eres peor que una mujer.
- Búscale el motivo que quieras, pero te lo estoy pidiendo. ¿Te quedas?
Eran las 5 de la mañana y no tenía ninguna gana de volverme sola a casa y dormir aún más sola. Odiaba a Hank pero me había regalado demasiado placer en demasiado poco tiempo como para negarle un abrazo de buenas noches.
- Está bien, pero no cambia nada y te sigo odiando, ¿de acuerdo?
- De acuerdo, pero quítate la ropa y acurrúcate aquí, conmigo.
En cuanto me metí en su cama, de nuevo, me envolvió con sus bonitos brazos y yo me sentí genial, para qué negarlo.
- Suerte que esto no va a pasar en la realidad.
- Cállate y duerme.
- Buenas noches, Hank.
- Buenas noches, pequeña.