Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

domingo, 29 de enero de 2012

Lucky Strike

Sólo tengo que cerrar los ojos para notar el humo en mi cara otra vez. En cuanto pauso la realidad se aparece ante mí un nuevo escenario en lazo rojo, y yo quiero ser esa curva que lo adorna y le da sentido, capaz de hacer descarrilar hasta a la mente más sensata, porque yo no entiendo de razones.

Él no está en escena pero sé que ha encendido su cigarrillo, y lo sé porque le siento. Siento cómo la llama de su encendedor ilumina mi alma como si me estuviera llamando, porque en el fondo es justo lo que está haciendo. Por eso de repente veo que está ahí, justo en frente de mí, me mira desafiante y con una sonrisa que me deja claro que ha venido a ganar. Lo más sorprendente es que ni siquiera le he explicado cuál es mi juego ni cuáles son mis reglas , pero no hace falta porque el hombre del cigarrillo huele mi alma de la misma manera que yo huelo en mi pelo el humo que expulsa de su boca, como si fuera él quien estuviera besando mis rizos.

En esos momentos sólo quiero formar parte de él, quiero ser él. Si tuviera que convertirme en nicotina para que me inspirara y así estar más cerca de su alma, o en boquilla para probar el roce de sus labios, sin duda alguna lo haría. Hasta sería capaz de sustituir a alguna de sus putas particulares por una noche sólo para que fuera mío y poder morderle el cuello, arañarle la cordura  y dejarle mi esencia carmín en cada poro de su piel, y no harían falta ni mis tacones, ni mis vestidos de femme fatale ni mi pelo rebelde, pues llevaría los labios rojos y el alma sucia, y con eso sería suficiente.

Pero aquí estoy delante de él, viendo cómo poco a poco consume su cigarrillo y siendo consciente de que mi hombre me ganó desde que me miró con aquellos ojos, cambiando todas las reglas del juego habidas y por haber, si es que se trataba de un juego. Y a pesar de que le dejaría acariciar mis secretos y caminar por mis senderos de pasión, y aun volviéndome casi loca por querer conectar su decadencia con la mía, sabía que por el momento tendría que seguir conservando mis propios Lucky Strike. Just in case.

lunes, 23 de enero de 2012

Entre líneas: capítulo 5

Adrienne sintió como si alguien estuviera sentado encima de su cabeza, la presión era insoportable. Intentó abrir los ojos pero una luz cegadora la disuadió de morir de forma tan estúpida. Al moverse sintió como las sábanas retenían todo el calor y la hacían sentir pegajosa. Cuando consiguió abrir los ojos al principio se asustó:

-    ¿Dónde estoy? – se dijo

Una estancia totalmente acristalada en medio de la nada, porque sólo veía árboles. Una mesa de escritorio a la izquierda, a la derecha una estantería con algunos libros... Estaba en una habitación, y tenía claro que no era la suya, pero no alcanzaba a recordar cómo había llegado ahí.

Se levantó de la cama y se estiró, y descalza empezó a recorrer toda la estancia, aunque estaba demasiado espesa como para fijarse en nada en particular. Cerca de ella vio un espejo y se acercó, y cuando vio sus pintas se puso de los nervios. Su pelo liso estaba enmarañado y el rímel se había corrido dejando alrededor de sus ojos manchas negras como si de una vagabunda se tratara. Y fue cuando de repente recordó.

-    ¡Christian! – pensó

Recordaba haberle encontrado en el bar de casualidad y de lo feliz que se sintió por dentro al verle y saber que al menos seguía vivo. Recordó cómo empezaron a beber, y a partir de ahí varias imágenes inconexas y con muchas lagunas de por medio poblaron su mente. Ni siquiera recordaba cómo había llegado a lo que probablemente sería la casa del desconocido Christian.

-    Ya hay que ser tonta, te has lucido, chata, – pensaba para sí misma – la primera vez te invitó a acompañarte a casa, le dices que no despavorida y la siguiente vez que lo ves dejas que te lleve a una casa de no sé sabe dónde sin tener ni idea de cómo apañártela.

Supuso que Christian estaría por algún rincón de la casa, o igual ni siquiera estaría, pero en cualquier caso eso le daba algo de tiempo para no parecer tan patética con su aspecto. Buscó con la mirada alguna puerta que indicara un baño y por suerte lo encontró a la primera, porque estaba dentro de la propia habitación.

No tuvo palabras para lo que vio al entrar. Era simplemente precioso. Más grande que la propia habitación casi, acristalado todo también. El suelo era de mármol y estaba fresquito, cosa que Adrienne agradeció porque con el calor de la luz solar se había agobiado un poco. Las paredes eran marrones de un material que no supo adivinar pero que le daba un toque rústico sin dejar de ser moderno, y el lavabo se tendía como un gran rectángulo de madera que se suspendía en el aire. La ducha, de cristal por completo, era una maravilla. Se sintió tentada de ducharse y de usar cada cosa que había en el baño, pero teniendo en cuenta toda la incertidumbre que llevaba encima optó por el plan inicial. Se lavó bien la cara y después de volver a salir para buscar su bolso y entrar de nuevo, sacó un peine de él y se peinó. No es que hubiera ganado mucha presencia, pero al menos estaba presentable y lista para afrontar lo que fuera que tuviera que descubrir, porque lo cierto era que se había despertado en una cama en la que no sabía ni cómo había llegado.
 
Salió de la habitación y apareció ante ella un pasillo en ambas direcciones. Escogió la izquierda y afortunadamente dio con el salón. No entendía cómo podía haber tanto lujo en la casa de un chico de 27 o 28 años. Se trataba de una estancia amplia, con dos sofás grandes en perpendicular, de piel y de color beige, una chimenea en la pared, una tele de plasma considerablemente grande, y muchas más cosas que no veía porque estaba más pendiente de buscar a Christian. ¿Dónde se habría metido?
 
De repente escuchó un ruido procedente de una de las habitaciones contiguas al salón. La puerta estaba entrecerrada, pero al asomarse por la rendija vio que dentro había alguien. Abrió la puerta y efectivamente, ahí estaba Christian, como si la noche no le hubiera pasado factura, pues estaba tremendamente guapo. Su pelo moreno le hacía mucha justicia y la luz natural que entraba por las inmensas ventanas hacía que sus ojos verdes brillaran más que nunca. Llevaba una camiseta roja de algodón y lisa, y unos vaqueros, aunque no estaba segura porque la mesa le tapaba.
Christian levantó la vista en cuanto ella entró y con una sonrisa divertida le dijo:

-    Buenos días, Adrienne. ¿Qué tal has pasado la noche?

Adrienne enrojeció, porque no tenía ni idea de cómo la había pasado, pero estaba claro por su sonrisa que él sí lo sabía, lo que hacia las cosas aún más difíciles.

-    No lo sé, dímelo tú – le contestó desafiante, pero le duró poco la fachada – En realidad no tengo ni idea, – dijo sumida en la preocupación – no recuerdo nada…

-    Lo suponía, no ibas muy fina ayer cuando llegamos

-    ¿Hice alguna tontería?- dijo Adrienne mientras se autoinvitaba a sentarse en una de las sillas que había en frente de la mesa en la que él estaba.


-    Bue… las justas y propias de una post-adolescente borracha y con ganas de pasarlo bien – Christian notó que Adrienne se ponía rojísima y estalló en risas

-    ¡No te rías! – le recriminó Adrienne - ¿Hemos…?

-    ¿Pasado la noche juntos? – acabó Christian

-    Sí – dijo Adrienne

-    Bueno, teniendo en cuenta que llegamos a las 4 de la mañana aproximadamente, ya es como para decir que pasamos casi toda la noche juntos…

Adrienne rabiaba como nunca.

-    … pero no, - continuó Christian – caíste redonda en el sofá y el único acercamiento que tuvimos fue el mío al llevarte cual saco de patatas hasta mi cama para que durmieras cómoda.

-    ¿Y dónde has dormido tú?

-    En esta casa hay habitaciones de sobra, como ya habrás podido comprobar por ti misma

-    La verdad es que es una casa preciosa – dijo Adrienne mientras volvía la vista hacia el estudio en el que estaban y se volvía a maravillar con la cantidad de libros, cuadros y estilo que ocupaban todo el lugar – Tienes buen gusto.

-    Gracias

-    ¿De dónde sacas el dinero? Es una casa carísima

-    Bueno, pues…

-    Y por cierto, ¿dónde estamos? Sólo veo árboles  y más árboles, como si estuviéramos en el bosque.

-    Es donde estamos, querida, pero no te preocupes, tu querido París está más cerca de lo que crees.

Christian se levantó de la mesa y fue hacia el cristal de atrás, cubierto con una ligera cortina, y la apartó. Al principio Adrienne no se acordó de que él le pretendía enseñar algo, pues lo único en lo que podía fijarse en ese momento era en lo bien que iba vestido, lo increíblemente atractivo que le resultaba y lo lejos que probablemente estaba de ella.

-    ¿Adrienne?

-    Sí ¡Anda, es París!

Adrienne miró por primera vez a la ventana y vio al fondo la Torre Eiffel y toda su ciudad encantada, llena de arterias que entraban hasta los rincones más profundos de La ciudad de las luces.

-    Parece que esté muy lejos, es… liberador.

-    Sí, es como si lo malo que dejamos allí se quede allí – dijo Christian – menos si lo malo te acompaña a cada sitio.

Ambos estaban mirando embelesados París desde aquella ventana de la lejana casa ubicada a las afueras, donde al parecer nadie podía llegar a ellos. De repente, Adrienne miró a Christian y se ruborizó. Christian la miró e hizo ver como si no se hubiera dado cuenta, pero lo cierto es que su sonrisa era capaz de revelar casi todos sus secretos, pero para cuando iba a enfadarse caía prendida de la curva que sus labios le regalaban, sus dientes perfectos ordenados y sus ojos verde esmeralda, todo en conjunto era indescriptible para ella. En medio de su enajenación mental notó como Christian miraba a su pelo, primero con el ceño fruncido y luego con otra sonrisa. Sin ser capaz de reaccionar vio como él acercaba la mano a su pelo y lo tocaba. Adrienne estaba extasiada, el corazón le latía a mil por hora y estaba a punto de hiperventilar, pero la adrenalina duró poco, pues en menos de un segundo vio frente a ella una pluma sujeta entre los dedos de Christian, y una risa amable salió de su boca:

-    No sabía que te habías peleado con mis almohadas esta noche, Adrienne – dijo divertido.

-    Oh, vaya… Una pluma – dijo y dejó soltar un suspiro de alivio y pesar.

Adrienne volvió a la silla en la que había estado sentada un buen rato ya, dispuesta a seguir con la conversación cuando el teléfono de Christian sonó.

-    ¿Sí? – dijo con una mirada desconfiada al número que aparecía en su pantalla

De un momento a otro Christian pasó de estar tranquilo y simpático a quedarse blanco, y empezó a ponerse bastante nervioso.

-    No, te dije que no… ¡No! ¿Queréis dejarme tranquilo? Ya os dije lo que había, y no he cambiado de parecer… ¡Cállate! No voy a volver, ¿me oyes? […] ¡Mierda!

Christian colgó el teléfono y se quedó quieto, con la mirada fija a la ventana, como si estuviera procesando nueva información, y acto seguido comenzó a dar vueltas por la habitación. Parecía que estuviera yendo a contrarreloj.

-    ¿Christian…? ¿Va todo bien? – preguntó Adrienne, temerosa

-    No, no va nada bien. Escucha, Adrienne, necesito que te vayas.

-    ¿Qué? ¿Cómo? ¡Ni siquiera sé dónde estoy! – Adrienne empezó a hiperventilar

-    ¡Relájate! ¿Sabes conducir?

-    ¡NO!

-    Vale, bien. Dame 1 minuto.

Christian marcó un número de teléfono y tuvo una conversación rápida:

-    Necesito un coche en la casa Saunière para ya. No, para ya es YA. Es urgente. Sí. Subirá una señorita y le indicará dónde tiene que llevarla. Gracias.

Christian colgó.

-    Muy bien, Adrienne, necesito que salgas de la casa ya. En breves habrá un coche en la puerta de atrás esperándote. No te preocupes, es de confianza, te llevará a tu casa o donde tú quieras. Escúchame bien, necesito que no le cuentes esto a nadie.

-    ¿No me vas a contar qué está pasando? – inquirió Adrienne

-    Ahora no tengo tiempo, necesito que salgas ya.

-    Pero, ¿cómo…?

-    Lo siento, Adrienne, sal – y la llevó hasta la puerta, la abrió y la dejó en el rellano – Te recomiendo que me hagas caso, en cuanto pueda me pondré en contacto contigo.

Y cerró la puerta. Adrienne estaba perpleja. Se sentía estúpida, humillada y ultrajada, tratada como si fuera peor que un objeto. Bajó en el ascensor y salió por la puerta principal, pero dio la vuelta al edificio y llegó a la parte de atrás, donde había una carretera que a simple vista pasaba desapercibida y en ella un coche negro esperándola. Estaba muy asustada pero intentó conservar la calma porque Christian no parecía una mala persona, probablemente se trataría de un asunto familiar o quizás simplemente estaba loco, pero era malo.

Saludó tímidamente a quien parecía ser el chofer y subió al coche.

-    A la Rue due Rocher, por favor.

El coche arrancó y Adrienne deseó que el trayecto no durara mucho, porque en esos momentos todo estaba sembrado de una duda de lo más inquietante.





¡Hola! En primer lugar: ¡gracias a los nuevos lectores! Me alegráis sabiendo que seguís la historia, y a los de siempre ya sabéis que estoy enormemente en deuda con vosotros por acompañarme desde hace ya tanto tiempo.

Intento avanzar con la historia cuanto puedo, ahora es bastante difícil porque estoy en medio de exámenes, pero os escribo para deciros que de momento tengo intenciones de continuarla un tiempo más. Por eso mismo os quiero pedir a todos que cuando leáis un capítulo, si os gusta, votad positivamente y lo que es más importante, ¡dadle la mayor difusión que podáis a través de las redes sociales! Para mí es muy importante llegar a cuantas más personas mejor, y no cuesta nada! Es tan sencillo como dirigirte al final de la entrada y ver los distintos recuadritos que por orden son: Gmail/blogger/twitter/facebook/Google+, y darle click a la red social o medio que más utilices. Automáticamente te saldrá una ventanita y sólo tendrás que darle a compartir, ¡para mí es un mundo! Os estaré muy, muy agradecida.

¡Hasta el capítulo 6!
Srta. Nostalgia




sábado, 21 de enero de 2012

Entre líneas: capítulo 4

El frío y el mal tiempo habían vencido y dado paso a un clima mucho más agradable y cálido: se acercaba el verano. Los abrigos y jerseys habían sido recluidos de nuevo en sus jaulas invernales y los vestidos con estampados, la manga corta y las cardigans estaban conquistando en cada rincón de París.

En menos de un suspiro junio había llegado y con él la promesa de un calor abrasador y mucho, mucho tiempo por delante. Adrienne había terminado ya sus exámenes y dicho adiós a un curso de todo menos bueno. Daba gracias por poder dejarlo en el pasado y simplemente mirar al futuro, pues no había sido un buen año. Como de costumbre estaba bastante sola, pero no le importaba, llegados a este punto se sentía lo suficientemente cómoda con su soledad como para echar de menos a las personas, pero lo cierto es que siempre que pensaba en ello se le venía a la mente la imagen –ya borrosa- de aquel chico misterioso con el que compartió un mes de letras y sonrisas, y la punzada molesta volvía a aparecerle cual espina, pero se había resignado a aceptar que no volvería a verle y no le suponía más problema que unos minutos de tristeza. Sin embargo, nunca dejó de ir a aquel bar para aumentar la cantidad de recuerdos que él de por sí ya tenía, y se hizo tan habitual que al final acabó haciendo amistad con el propietario. Se trataba de un hombre bastante mayor que lidiaba con el negocio por amor al arte. Sus beneficios eran escasos y apenas pasaban clientes, pero amaba ese bar con todo su corazón, y por ello cada mañana abría sus puertas a los pocos curiosos que quisieran adentrarse en aquel mundo de historias secretas y melodías encerradas que escondían sus paredes.

Cuando la primavera comenzó a hacer mella, Adrienne propuso al dueño ayudarle con algo de publicidad, después de todo el bar estaba bien situado y tenía mucho encanto, lo único que le faltaba es que la gente supiera que existía, por lo que se dedicó una semana entera a poner anuncios en los alrededores invitando a la gente a acercarse, con ofertas en café y repostería suculentas y buen ambiente. Incluso consiguió que alguna noche viniera alguien a tocar con la guitarra, lo que atrajo a más clientes. Con todos estos buenos resultados, el dueño – Pierre- decidió que Adrienne era justo lo que necesitaba para el verano, y dado que él cada vez se encontraba en peores condiciones, poco a poco fue dejando caer el peso del negocio en ella, cosa que no le importaba en absoluto, pues amaba aquel lugar como si fuera suyo y quería que la gente pudiera conocerlo también y dejarse llevar por sus encantos.

Un día de julio que Adrienne tuvo libre fue a cenar con una amiga con la intención de sociabilizarse e intentar cuidar las pocas amistades que tenía. Aquella noche su pelo estaba más pelirrojo de lo normal, debido al fuerte sol de aquel mes. Le caía por los hombros en ondulaciones casi perfectas, y sus labios rojos eran un destello en la nocturnidad parisina. Sus pies calzados con unas sencillas sandalias marrones con piedras incrustadas y un vestido beige de lino perfecto para una noche veraniega.

Cuando se despidió de su amiga siguió paseando un rato, dejándose enamorar por cada luz, por cada sonido, por cada olor de aquella ciudad maldita. La falta de sueño, o el aburrimiento, o el cariño que sentía hacia el bar o su segunda casa, hizo que decidiera pasarse por allí para comprobar que todo estuviera bien y charlar un rato con el dueño y su mujer si estaba por allí.

Desde lejos vio que las luces seguían encendidas, pero la calle en sí estaba poco transitada, por lo que no debería de haber mucha gente tomando algo ya. Entró y se dirgió rutinariamente a la barra, donde se encontraba Pierre con su mujer. La noche había sido ajetreada pero llevable, y ahora estaban haciendo caja y a punto de cerrar. En un acto de altruismo y bondad desinteresada invitó a ambos a irse a casa, ofreciéndose a cerrar ella misma. Todos sabían que acabaría mucho antes ella si lo hacía todo, así que no opusieron mucha resistencia.

Al verlos salir, Adrienne cogió un taburete, lo entró en la barra y se puso a hacer caja desde el principio. Periféricamente veía dos mesas que aún estaban ocupadas, una de ellas se levantaba para irse. Era una pareja, probablemente un matrimonio, a los que ya había visto alguna vez esporádica. Les dio las buenas noches sabiendo que ya habían pagado, posó la vista en la otra mesa y siguió haciendo cuentas. Pero de repente paró. No podía ser, algo había pasado. Posó de nuevo la vista en la última mesa que quedaba y sus ojos no podían dar crédito a lo que estaba viendo en ese preciso momento. Un chico solo bebiendo un vodka solo, con la mirada fija en ella, sonriendo divertido. Era él.

- No sabía cuánto tiempo iba a pasar hasta que te dieras cuenta de que estaba aquí. O si te acordarías siquiera de mí – dijo desde el otro lado del bar, donde se situaba.

- ¿Christian? – preguntó Adrienne temerosa, mientras se acercaba a su mesa- ¡Eres tú! – dijo cuando ya estaba lo suficientemente cerca de él - ¡No me lo puedo creer! – se sentó en la silla libre y dio un golpe en la mesa que sonó demasiado en todo el bar – Uy, perdón…

- Hola, Adrienne, cuánto tiempo. Te veo muy… morena

Adrienne se quedó confusa. ¿Morena? ¿En serio? ¿Eso era lo más ingenioso que se le ocurría después de medio año desaparecido?

- Mmm, bueno, es que es verano, ya sabes… El sol, y esas cosas… - Adrienne no podía sentirse más estúpida en esos momentos – Bueno, ¿qué ha pasado con tu vida? Te creía muerto.

- En cierto modo lo he estado, han sido unos meses horribles, sólo quiero olvidarme de ellos con este vodka, o con lo que queda de él

Adrienne percibió una ligera embriaguez en sus palabras, y no pudo evitar reírse

- ¿De qué te ríes?

- Estás borracho, ¿verdad?

- No, mucho… JAJAJAJA. Bueno, vale, un poco sí. ¿Te molesta?

- En absoluto, es de lo más divertido.

- Lo será más cuando seamos dos borrachos. Te invito a una copa, aunque el dueño ya se ha ido. ¿Por qué se ha ido sin cerrar el bar? Es tonto.

- Ahora trabajo aquí, Christian, soy yo quien cierra el bar.

- Ah, qué bien. Entonces cóbrate tu copa de aquí y ponme otra a mí – dijo a Adrienne sacando un billete de cincuenta de un fajo de billetes de cincuenta que llevaba consigo.

- No te preocupes, a ésta invita la casa.

Adrienne apartó la mano con el billete de Christian y se fue hacia la barra. Christian observaba detenidamente las curvas que dibujaban su silueta en el vestido de lino y se quedaba literalmente embobado.

- Vas muy guapa, Adrienne.

- Oh, gracias, supongo – dijo mientras servía dos vodkas (uno puro, otro con lima, para ella)

- El verano te sienta bien, no como a mí.

- Tienes que salir más a la calle, parece que hayas estado encerrado sin ver la luz del sol durante meses – dijo Adrienne dándole su vaso a Christian

- Lo importante es que ahora ya estoy en la calle y tengo la suerte de estar celebrándolo con una pelirroja a la luz de París con dos vodkas como Dios manda. ¡Brindemos!

Una hora más tarde Adrienne estaba que se subía por las paredes, a pesar de que había bebido infinitamente menos que Christian, el cual iba bastante pasado también.

- Y es como, ¿hola? ¿Es necesario que todos seáis tan increíblemente subnormales y superficiales? Ya te lo digo yo: NO.

- Cuánta ira, mujer, no es para tanto, no están a tu altura. ¿Quién puede estarlo? ¿Eh?

- Cualquier persona que sepa calzar unos buenos tacones

- ¿Siempre has de tener salida para todo?

- Sólo cuando estoy borracha. Y tengo que cerrar el local, ¡es muy tarde! Me van a matar mañana y mis padres lo harán esta noche. Soy un desecho humano y una desgracia de persona

- No eres nada de eso

- ¡Lo soooy! Y tú cállate porque no me conoces – le dijo sonriendo burlonamente (y muy borracha)

Adrienne se levantó para cerrar el local y por poco se come el suelo, suerte tuvo de que pudiera apoyarse antes en uno de los pilares del bar.

- JAJAJA, todo me da vueeeltas.

- Adrienne, creo que vas más borracha que yo, vámonos a casa.

- ¿A qué casa?

- A la mía, mi parte sobria me impide abandonarte en la noche parisina en ese estado, y si te tengo que acompañar y luego volver puedo morir en el intento.

- ¿Qué? – dijo Adrienne, que no había entendido una sola palabra.

- Nada, compartamos taxi.

- Yujuu, ¡aventuras en París!

Christian llamó como pudo a un taxi mientras Adrienne cerraba el bar. Esperaron no se sabe cuánto porque ninguno de los dos era realmente consciente del paso del tiempo en esas condiciones, y ella tampoco supo calcular cuánto tardaron en llegar a casa de Christian, pero no estaban cerca del centro.

Era un ático gigante, y no hizo falta que Christian invitara a Adrienne a pasar y a sentarse en el sofá, ella sola tuvo que hacerlo por cuestiones de vida o muerte.

- Todo me da vueltas, Christian...

- Cuando se me pase un poco mi estado de embriaguez haré café o agua o lo que sea.

- El agua no se hace, tonto.

- N’importe quoi

Adrienne se quedó apoyada en el respaldo del sofá. Todo estaba apagado, la única luz venía de la luna de París, y así era mejor, porque ninguno de los dos hubiese soportado claridad lumínica en ese momento. Miró a Christian y vio el reflejo de sus ojos perdidos en a saber dónde. Quería poder meterse en su cabeza y saber qué estaba pensando, quería saberlo todo de él.

- Ojalá no hubieras desaparecido.