- Llevas toda la tarde ausente.
- Perdona, Elena, te juro que estoy intentando prestarte
atención, pero mi mente no responde.
- No hace falta que lo jures. ¿Qué te pasa?
- Nada.
- Anaís, esto lo podemos hacer por la vía lenta, donde yo te
hago un sinfín de preguntas que nos lleven a lo que te preocupa, o por la vía
rápida, es decir, me lo cuentas y yo intento ayudarte.
- Es que no lo sé, Elena, te juro que no sé lo que me pasa,
simplemente no me estoy sintiendo como yo misma últimamente.
- ¿Es por el cabrón desalmado que te ronda la cabeza?
- No es un cabrón desalmado, es… gilipollas.
- ¿Qué ha hecho esta vez?
- Es más bien qué no hace. Es demasiado buen escritor, Elena,
convence a cualquiera con las palabras, pero luego es tan pobre en gestos… Es
imposible creerle una vez pasa el efecto hechizante de sus discursos
elocuentes.
- ¿Y no crees que aún así es mejor que no puedas creerle?
- ¿A qué te refieres?
- Si encima te diera motivos para creer sí que estarías
perdida, porque estarías planteando algo totalmente desorbitado y sin sentido,
que no estaría decidiendo tu cabeza elegante e inteligente, sino tu corazón
quinceañero.
- Pero me sentiría tranquila, podría disfrutar de la esperanza
y no me reconcomería la incertidumbre. Es como… ya sabes.
- Sí, y que te haga sentir como el otro hijo de puta no ayuda
a que me caiga mejor.
- Es la incertidumbre, pero sobre todo el remordimiento de
sentir que en el fondo sé que me la están jugando, que él lo está haciendo.
- Es que está jugando, querida.
- Y no me siento como yo misma. Me encanta el juego, pero
siempre, y sabes que cuando digo siempre significa siempre, lo controlo yo. No
me involucro sentimentalmente con nadie, eso lo mata todo, y sin embargo ahora
mismo parezco una estúpida desesperada por una prueba, cuando siempre busco
hechos que lo tiren todo por tierra. ¡Y ahora hago justo lo contrario! No sé
qué me está pasando.
- Pues lo mismo de siempre, que pasa de ti y te da juego.
- No, si al final Héctor tendría razón cuando me decía que
siempre echaba por tierra relaciones saludables y buenas y me perdía en los
turbios y complicados vínculos de siempre, vamos, al masoquismo puro y duro…
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- Es que era una masoquista en toda regla. Ha tenido
tropecientas relaciones en su vida y las únicas que tiene en un altar son
aquellas en las que la han apalizado mentalmente hasta la extenuación. ¿Cómo se
puede ser tan tonta?
- No sé, Héctor, ella ya te previno de sus lastres.
- ¿Y qué? Tampoco cerraba puertas, quería que estuviera ahí
pero no quería cerrarse a la posibilidad de encontrar al hombre de su vida,
cuando a lo mejor era yo. Siempre me trató como una persona en standby, y me
daba largas y más largas, que ahora no estaba disponible emocionalmente y que
sólo podía darme lo que me daba, pero claro, ahí estaba, y cuando yo me
comprometía demasiado ya se encargaba de abofetearme la cara para recordarme
que yo sólo era un pasatiempo para calmar su soledad.
- Ya te advirtió.
- ¡Claro, joder! Pero yo pensaba que estaba no disponible para
todos, no sólo para mí. Fijó tanto la idea de que yo no cumplía sus estúpidos
requisitos que aunque los hubiera cumplido nunca habría sido yo el protagonista
de sus sueños.
- ¿Requisitos?
- Sí, sus estúpidos requisitos, como saber idiomas, tener estudios
superiores (y no le valían todos porque la señorita despreciativa no se
contentaba con que tengas cualquier licenciatura), tener ciertas aspiraciones,
ciertas actitudes, ciertos valores… En fin, un montón de gilipolleces que tiene
súper internalizadas y que si no cumples te tacha de su lista.
- Ya te dije desde un principio que estaba un poco ida de la
olla.
- Y lo está, pero aún así, yo estoy, o estaba, enamoradísimo
de ella, y se dedicó a despreciar mis sentimientos porque yo no era el hombre
de su vida, porque me falta iniciativa, no tengo sus aspiraciones en la vida y
no le aportaba nada (en ésta última se quedó a gusto diciéndomela). Y ahora me
entero de que está pillada de un gilipollas que no la quiere ni un poco y además
que está a tomar por culo, que probablemente la use de pasatiempo y juega con
sus sentimientos.
- ¿Y por qué a éste sí le hace caso?
- Porque es inalcanzable para ella y eso le resultará
alentador, o simplemente porque está loca. Es del tipo de chicas a las que hay
que evitar a toda costa.
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- Tienes que evitar a los hombres así a toda costa, Anaís. Son
personas a las que les gusta jugar, y es probable que lo que te dice es cierto,
pero ya sabes que hablar es muy fácil, y yo no veo que este tipo tenga
intenciones de hacer algo más que soltar su verborrea.
- ¿Sabes lo peor? Que yo me dejo llevar por arranques
pasionales y alguna vez le he propuesto presentarme sin más. ¿Sabes cuál fue su
reacción?
- Sorpréndeme.
- “Avísame con tiempo, no vaya a ser que tenga a alguna de mis
fulanas en casa”, y luego se fue a dormir, sin más. ¿Cómo te quedas?
- No tiene interés, y ese comentario es de bocazas y
gilipollas a más no poder, pero no, no tiene interés. No sé si porque se lo das
fácil, porque vas al grano o porque como está jugando sin más su interés es
bajo, pero no deberías tener esos arranques emocionales.
- Es que cuando le mostré la posibilidad esperaba que
intentara persuadirme de que lo hiciera, o que mostrara algo de emoción o de
algo, yo qué coño sé, pero desde luego no esa mierda de contestación y un me
piro a dormir.
- La verdad, Anaís, es que teniendo a quienes tienes aquí
deberías intentar pasar de todo esto.
- Ya lo sé, pero los que tengo aquí no me despiertan ese
interés, pero es que, joder, no puedo exponerme tanto cuando su única
preocupación de que nos veamos es que no se le junten dos fulanas en casa. Sólo
juega, estoy segura.
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- Ella sólo juega, le gusta jugar con las palabras y con lo
que con ellas puede llegar a expresar, pero le importa una mierda si consigue
que me enamore de ella, y no es justo.
- No, no lo es, pero ya ha pasado un tiempo como para que
dejes esto atrás ya, tío.
- No me refiero a esa injusticia. Me refiero a que no es justo
que jueguen con ella cuando su corazón se muestra una de cada millón de veces.
- Eso es cosa suya, Héctor.
- Ya, pero a pesar de todo la quiero.
- A quien quieres es a la “ella” que tienes formada
mentalmente.
- La quiero a ella y punto.
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- Es que no le quiero, no quiero a alguien así en mi vida, no
quiero tener la sensación constante de que yo voy a más que él. Y odio tanto
que me engatuse con su mierda que le rompería la cabeza.
- Pues que le den por culo.
- Eso, que le den por culo a él por haberme hecho creer
importante cuando sólo era un felpudo.
Y una lágrima de rabia y pena cayó por la rosada
mejilla de Anaís, consciente de que tenía que parar todo esto como fuera y ya.