― No debes estar aquí.
El viento desvía las débiles gotas de lluvia que se dejan
golpear contra el suelo, como si intentara evitar desesperadamente el impacto
letal. Su destino es estrellarse, la gravedad es inamovible y por mucho que el recorrido
cambie el final siempre es el mismo: el sucio asfalto. Yo miro la lluvia
escondida tras los ventanales de la casa, y aún así me siento allá fuera, en
medio del vendaval, con los huesos calados de arriba abajo. Quiero apartarme,
quiero refugiarme, pero no hay nada que hacer, el agua inundará cada poro de mi
ser hasta ahogarme.
― No debes estar aquí.
Una leve caricia estremece mi espalda. És el. Apoya su
barbilla en mi hombro y suma su silencio al mío mientras me acompaña en la
lluvia. Sabe que estoy empapada aunque esté aparentemente resguarecida. Quiere
hacer algo por mí pero sabe que no lo hará, así que simplemente me abraza e
intenta que el contacto corporal sea suficiente.
― No debes estar aquí.
Me despierto en mitad de la noche. El reloj marca las 4AM.
Me giro y lo veo durmiendo plácidamente, sin soltarse por completo de mí.
Sonrío. Podría acostumbrarme a esto. Podría estar así toda mi vida. No
necesitamos estar el uno encima del otro a todas horas, cada uno tiene sus
propios asuntos, pero nos complementamos. Encajamos. Hacemos click.
Podríamos estar todo el día separados, que cuando llegara la noche siempre
tendríamos algo que contarnos, algo que hacer, algo que vivir. La rutina a su
lado sería el mejor de los escapes.
―No debes estar aquí.
Vuelvo a despertar pero él ya no está. Vacío en el pecho, me
oprime y me hace llorar. Me gustaba la rutina. Otra cintura, otro cabello,
otros labios. Pero no los míos. Me va a estallar la cabeza. Otra vida, otros
amigos, otros gustos, otras poses. Pero ni rastro de mí. Sé que me piensa, pero
a ratos no tengo muy buena cobertura en mi cabeza y sólo me llega su ausencia.
Dolor. Siento ponérselo tan difícil, lo siento de verdad, a fin de cuentas
cuando se vaya dolerá igual. ¿Y si no se va? Sé que en realidad no quiere
hacerlo, pero la opción más sencilla es quedarse quieto y ocultarme del mundo
para poder seguir viviendo. A mí eso me da igual, y ya casi me olvido cuando de
repente vuelvo a recordar que cada noche no me besará a mí, no me abrazará a
mí, no me despertará a mí, no se tomará el café del desayuno conmigo, no saldrá
a cenar conmigo y en definitiva no vivirá a mi lado. Porque es más sencillo
echarme de menos. Pero mis sábanas están demasiado frías y no sé cuánto
aguantaré antes de congelarme.
― No debes estar aquí.
― No soy suficiente para ti.
― Me iré.
― Te irás.
― Siempre recordaré cuando todo parecía posible contigo.
― No soy suficiente para ti.
― Es más fácil así.
― Nunca soy suficiente.
― A la larga le verás sentido, no teníamos futuro.
― Nunca seré suficiente.
Que alguien traiga el hielo ya.
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