Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

viernes, 29 de mayo de 2009

Las cuatro palabras

Paso tardes y tardes negociando con el viento, intentando que dance con algunas de las palabras que salen de mi boca hasta llegar a las puertas de tu entendimiento. Escribo mensajes y mensajes en botellas y los envío desde distintos puntos, a ver si alguno roza tus pies, y me lees. Cocino los proyectos de sonrisas e intento seleccionar los que mejor pueden convencerte de que todo va bien, de que el malestar se disipa y de que tranquilidad toc-toquea mi vida. Dibujo distracciones en el aire para regalarte fragmentos de mi mente que sólo quiero que conozcas tú. Bailo horas seguidas de forma que alguno de mis movimientos se transforme en presencia y me sientas cerca. Río y río, a carcajadas, y escojo la sonrisa más verdadera y natural para entregártela y que puedas reír tú también, pues no hay nada bueno para mí que no quiera para ti. Canto melodías capaces de recorrer km en segundos para que te sientas envuelto por mi esencia y puedas elevarte como lo hago yo. Destapo la tuya a tus ojos para que veas tan bien como yo el brillo que desprendes. Pero sobretodo, divago, horas, días, con el objetivo de que alguna de mis divagaciones se rebele contra mí, cobre vida, y se mude a tu cabecita, de manera que me traicione y te demuestre cuánto me importas – cuánto te adoro, y cuánto te… aprecio-.



Sólo si me das las cuatro palabras adecuadas, puedo hacer castillos:

Era un día de sol, pero de lluvia en mi corazón, en el que ni tan siquiera el lápiz apaciguaba la desolación. Sentí la nostalgia en mi mirada al alejarse tus ojos, pues se acababan de ahogar todas las sonrisas en amargos pozos. Ya no habría arcoíris, ya no habría felicidad, tampoco flores que oler tumbados en la hierba, ni colores en tu vida que pintar. El azul de mi iris cada día se volvía más gris, y mi pelo se retorcía de dolor ante la ausencia de tus dedos traviesos, pero ni las pistolas, ni el Vodka, ni el Anís me consiguieron calmar y pasé a ser un andante saco de huesos. Daba paseos, con el fin de distraerme y olvidarte, pero cuando menos lo esperaba, ¡zas!, ahí estabas, para quedarte. También desenvenenaba mi alma con tinta y papel, ideando teorías para conseguir derrumbar esa odiosa pared. Pero cuando ya me daba por vencida y me tumbaba en la cama, dormir no podía, y las horas pasaban. Observaba el lento reloj, escuchaba los susurros del viento, y a cada minuto que pasaba, mi vulnerabilidad iba en aumento. Al final con pastillas simulé un artificial estado de relajación, pero detrás del telón, siempre estuvo presente tu esencia en acción.

(Disculpen el resto de lectores mi pésima capacidad de versificar, siempre se me dio mejor la prosa)

lunes, 25 de mayo de 2009

Huída

- ¿Cuántos meses, días, horas, minutos, segundos, son necesarios? – pensé mientras el sonido de mis tacones se adhería a las paredes de aquel sucio parking, modificando por completo su esencia.

Salí de allí y me alegré de ver que seguía siendo de noche. Odiaba la luz del sol, me hacía parecer angelical, y mi único interés era dar miedo a la marabunta para que me dejara respirar. Encendí un cigarrillo y anduve varias manzanas, sin destino fijo, pero inconscientemente sabía hacia dónde me dirigía. – Aah, soy una idiota incapaz de olvidar durante más de dos días. Necesito algo, algo que borre su esencia de mi esencia, porque estoy jodidamente envenenada –

Como una de esas tantas noches meses atrás, me paré en frente de su casa. Luces encendidas, latiendo vida. Cómo me hubiera gustado ser yo la que compartiera paredes y puertas y ventanas y sofás y corazones… Apagué el cigarrillo, enrabietada y entristecida, mientras intentaba usar la táctica de “Corazón, coraza”, y me hice creer que ésa ya no era mi vida, que yo no tenía absolutamente nada que ver. Nada.

Huí de aquel jodidamente feliz lugar y fui a salvarme. A los 5 minutos me hallaba en otro sitio. Esta vez, luces apagadas – propio de él, seguro que estaba escribiendo únicamente iluminado por una lámpara de 5 $ y por la botella (medio vacía) de Vodka-, y el hastío respirable desde antes de doblar la esquina. Su hastío me incitaba a la decadencia, pero a una decadencia loca, exhaustiva y pasional. Toqué la puerta con toques secos y rápidos. Por supuesto, él ya había intuido que se trataba de mí, podía oler mi soledad y mi desesperación desde aquella misma esquina en la que yo olía su hastío. Abrió y se apoyó en la puerta, esperando a que hablara.
- Esta noche deberías secuestrarme.

Me mostró una sonrisa de ternura y de complicidad, me agarró la mano, y me arrastró hacia su guarida, y yo me sentí a salvo. Salvada por el escritor.

viernes, 22 de mayo de 2009

El reflejo de tus ojos

Me hallaba sentado en el césped con la chica más dulce que jamás había conocido. Ella me sonreía de una forma tierna y siempre era muy agradable conmigo, pero yo no era feliz. Y todo por sus ojos, por sus jodidos ojos en los que no me veía para nada reflejados. No era yo a quien ella veía. Nunca un caramelo fue tan difícil de saborear.

Quedábamos a menudo, ella me contaba cosas, y se interesaba por todo lo que yo hacía. Incluso a veces me daba por pensar que buscaba mi protección, algo que no me costaba ningún esfuerzo. Se la veía tan vulnerable...

Pero a veces él pasaba y se acercaba a saludarla. Ella ya lo había visto a km, como si notara su presencia, como si supiera que él estaba cerca. Y, para mi desgracia, sí que veía su reflejo en sus ojos, y le sonreía liberada, sin ocultar nada – imagino que nada podría ocultarle ya-, y ah, yo moría 890 veces. Luego ese cabrón se iba y ella se quedaba en un mundo totalmente ajeno al mío – y quizás ajeno al resto de la humanidad-.

- ¿Es tu amigo?

- Ajá.

- ¿Fuisteis novios?

- No.

- Le miras diferente.

- Así es.

- ¿Le quieres?

- Sí.


Y ahí me quedaba yo, solo, intentando andar por el impenetrable camino que comenzaba en sus ojos y acababa en los de él.

jueves, 14 de mayo de 2009

Otra voz

Y pasaban los días, y diferentes llamaban a mi puerta. Yo intentaba no darle más vueltas al asunto y abrirles o darles de narices. Solía hacer lo segundo, pero a veces, dada la desesperación por huir de mi mente, les permitía entrar al rellano. Nos sentábamos, conversábamos… Me aburría la mayor parte del tiempo, pero era preferible a estar conmigo y mis pensamientos. Y así un cúmulo de personas “emergencia” pasaban por mi vida día sí día no. Intentaba quererlos, amarlos con todas mis fuerzas, pero sólo conseguía expresar indiferencia y aborrecimiento. Qué difícil era amar cuando no había sustancia (más bien estaba guardada bajo llave) Ah… llegaban las noches y mientras veía consumirse mi cigarrillo, encontraba todo el amor que me faltaba durante el resto del día. Tan sólo una foto bastaba para reencontrar al esqueleto de la persona que fui un día. Ah… qué difícil cambiar los ojos, la piel, el pelo, y la voz… la pequeña voz...

martes, 12 de mayo de 2009

Patada vomitiva en estómago reseco

En días en los que falta tiempo para absolutamente todo, no me explico por qué estoy escribiendo. Quizás sea esa llamada interior que siento cada X que me obliga a vomitar palabras de todo tipo. Esto de estar en camino a la “estabilidad” en medio de un sprint académicamente hablando es todo un peligro. Sí, lo es porque empiezas a acostumbrarte a dormir más de 4 horas al día, te despiertas con buen humor, con ganas de hacer cosas, de vivir, sonríes a la gente, incluso dejas de escribir porque estás sorprendentemente “estable” y no en una montaña rusa de sensaciones. Y aquí es cuando no aprendo nunca. No aprendo que las calmas no son sino el prefacio de una tormenta. No aprendo que tengo que estar alerta ante los momentos estables, porque probablemente sean una mentira creada por mí misma, para disfrutar la patada vomitiva en mi estómago reseco (el cual parecía ir llenándose). Que todo esto es un circo, y yo soy el payaso y a la vez la espectadora. Bien, pues, sabiendo que yo misma busco la autodestrucción, no consigo aprender.

Los vacíos parecían rellenarse, pero no veía que era hastío disfrazado. ¿Y qué hastío? Ya no hay un relleno específico para ese vacío, pues desapareció hace muchos miles de palabras, cuando yo era más ingenua de lo que ahora soy. Y yo aún peleándome con este puto no sé qué que, latente, va reapareciendo para recordarme que las cosas no son tan sencillas. Que o me engaño, o me autodestruyo de la forma más cruel para ser muy consciente –demasiado- de que las cosas aquí son como son, que ya no hay dos por ningún lado.

sábado, 2 de mayo de 2009

Factura del viernes

Es una de esas noches en la que mi alma corrompida se lamenta. Araña mis pensamientos y descose las tan mal cosidas heridas. Entonces sangro, y he de poner palabras que hagan de tiritas para calmarme y volver a la estabilidad que con mucho esfuerzo a veces consigo tener.
Éramos doce personas en la mesa, cuatro parejas, un enamorado y tres solteros. Dos de ellas manifestaban el prototipo de relación estancada y no-gratificante. La primera, acostumbrada a la monotonía, y la segunda, en una montaña rusa cuya caída en picado era inevitable, por muchas veces que se montaran en ella. La tercera pareja se componía de tres personas. El chico, la chica, y alguien que ocupaba la mente de ella. Ojos brillantes, media sonrisa esbozada, y pensamientos que retumbaban desde su cabeza hasta mi oído. La última pareja, sin embargo, me hacía sonreír. Recién iniciada, sonrisas en ambas caras, acompañados de mil caricias, abrazos, miradas cómplices… las mariposas en el estómago, las insaciables ganas de pasar más y más tiempo, el clímax de la felicidad. El enamorado tenía el amor muy lejos, triste y apartado del resto del grupo, divagaba y soñaba con que en el futuro la distancia que le separaba de ella fuera diminuta. Por el momento, según él me decía, se conformaba con verla cada ciertos meses. Yo, pobre de mí, le entendía hasta doler, pero no pretendía en ningún momento quitarle protagonismo, así que escuchaba y escuchaba, mientras las heridas de los recuerdos sangraban a borbotones. Algún soltero de los de la mesa miraba el culo de las chicas fugaces que pasaba alrededor, otros echaban miradas furtivas a la única soltera de la mesa, mientras ésta se iba muy lejos de allí.
No me iba lejos de allí. Lo cierto es que nunca había estado cerca. Me hallaba dándole patadas a piedras invisibles y jugando al pilla-pilla con mis sentimientos, pero siempre perdía. Podría decirse que había estado contenta días atrás. No sabía por qué, pero empezaba a ver mi camino dibujándose, y eso me motivaba de una manera increíble. A pesar de las recientes realidades aplastantes descubiertas, con terapias intensivas por parte de mi ángel guardián y mi sobrehumana fuerza de aguante, empecé a sonreír, incluso reír a carcajadas, disfrutar un poco de la sensación de tranquilidad que gozan las personas normales. Volví a sentir pasión por hombres, y los pelos se me erizaban al sentir elegantes provocaciones de fascinantes personajes de historias reales. Pero hoy es viernes, y el peso de toda la semana me puede, y me aplasta. Todos los dolores de navaja vuelven a rajarme, todos los recuerdos vuelven a estremecerme, comienzo a marearme y la ilusión se me queda pálida.

Me dejo caer hasta que alguien vea mi electricidad.