Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

martes, 27 de octubre de 2009

Ángel

Siempre supe que nunca abandonaría mi vida. Aunque el concepto se redujera a un rinconcito de mi cabeza, él siempre estaría presente. Jamás lo dudé.

En los meses más duros, donde su esencia era ceniza en mi piel y su ausencia gritos silenciosos a través de ella, incluso entonces, en las pocas veces que me permitía mirar hacia atrás, me reconfortaba dibujar su sonrisa en mi mente, o imaginar sus reprimendas si supiera de mis actos misántropos, o tan sólo recordar sus ojos penetrantes en mi alma. Era otra forma de felicidad, una lastimosa, cruel y desgarradora, pero era mi felicidad después de todo. Siempre me preocuparía, intentaría estar al día, aunque fuera en silencioso lejano secreto.

Al final mi historia tuvo un final feliz, y la amargura fue barnizada con dulce miel. No intenté negar nunca mis sentimientos, porque, ¿para qué? Era más que obvio que yo siempre sería yo y conmigo iría lo importante, pero tampoco era tonta, y prefería amarle en silencio antes que sufrir por no obtener lo que quería.

Pero cuando se trata de ángeles, el miedo es innecesario. Y él es un ángel.

Me iluminó con su luz y me envolvió en calidez desde el momento en que abrí los ojos, y comenzó a cantarme nanas encantadoras hasta que el insomnio, harto, me dejó libre después de meses y meses de convivencia. Seguía temerosa, me gustaba todo demasiado, pero él continuó apareciendo en los momentos en los que me hallaba sin rumbo y no sabía qué camino escoger. Qué estúpida, pues él posee la certeza en sus manos. Y así, volví a sonreír y por vez primera tuve la seguridad de que yo había hechizado a un ángel, y de que estaría a mi lado para siempre. Ya no había cabida para el miedo, las incertidumbres y los inquietantes futuros próximos, todo estaba muy claro, tanto como su cara angelical al sonreírme cada mañana.

Así que gracias, pequeño susurro, porque contigo recordé cómo respirar y reír se conviertió en necesidad. Te quiero.