Son sueños de un futuro tan cercano como –quizás- factible. Imagino jugosas rutinas que incitan hasta al más vago a salir de la cama y hacer frente a los días. En ellas nos convertimos en seres con circunstancias sorprendentemente normales y somos capaces de mezclarnos entre el resto de personas sin perder esa luz que nos caracteriza.
En mis sueños nos vemos siempre a la salida de mi facultad, y como saludo me das un beso en la frente. Quizás cualquier persona me diría que un beso en los labios sería más romántico y pasional, pero para mí su boca en mi frente significa mucho más que en cualquier otro sitio, pues me siento tan protegida, tan especial y única… Y lo mejor de todo es que este gesto lo realiza delante de todos por primera vez, queriendo que vean lo importante que yo soy para él, que todo carece de sentido sin mi presencia.
En mis sueños pasamos la semana encargándonos de nuestras obligaciones, pero a veces comemos juntos, y los días se van sucediendo con mis ataques de histeria y tus toques de humor a la vida. En ellos me clasificas por primera vez como lo que siempre quise ser pero no se pudo, y me paseas como un bonito regalo en tus círculos.
En mis sueños me coges de la mano y la acaricias mientras hablas con un conocido por la calle. También me besas la mejilla en la biblioteca mientas subrayo los apuntes, y pasas tu brazo a mi alrededor mientras tomamos una copa con los amigos. En ellos es obvio que me adoras y que nada es lo mismo sin mí.
Pero sobretodo, en mis sueños sé que me quieres, porque lo siento, y no existen ni dudas, ni temores, ni muros entre nosotros que me impidan llegar a ti, ni malos momentos que recordar, porque la plenitud y la seguridad es máxima. Porque confío en ti.
Sólo faltan los polvos mágicos para convertir este sueño en realidad. ¿Será hora de usarlos ya?
Eternidad
*Recuérdame como un día imaginaste que fui
martes, 18 de agosto de 2009
domingo, 9 de agosto de 2009
Éxtasis
Aburrimiento. Horas que arrastran los pies perezosamente, muertos los minutos. Cada día es una copia barata del anterior, y ni los libros, ni la tele ni el ordenador consiguen parar este dolor de cabeza provocado por la ausencia de actividad social, de mi actividad social. El cerebro se me retuerce, angustiado, estirando cada músculo con el fin de alcanzar algo entre el aire que llene este vacío, pero sabe que ahí no está lo que yo necesito, que, como habitualmente suele suceder, me es imposible conseguir (por una vez en meses no por ninguna desgracia, afortunadamente).
Y aquí estoy, pasando los días como una muerta en la cama, pensando en la veracidad del universo en general y de mis extrañas circunstancias en particular. Y es que esta ausencia de droga me trae a la memoria otros meses mucho más fríos en los que, a pesar de mi mono, aceptaba el fin de las dosis, y preparaba un plan de acción, ya que sabía que irremediablemente el éxtasis se había terminado para mí.
¿Cómo debo sentirme cuando medio año más tarde despierto y encuentro en la mesita mi vieja bolsita de droga, más atrayente y apetecible que nunca? Intento resistir, pero al final me digo que por tomar un poco hoy no pasará nada.
Diez días más tarde vuelvo a ser adicta. ¿Seré yo o es que el éxtasis sabe ahora mejor? Como diferente, renovado… adaptado a mí. ¿Y qué se supone que tengo que hacer: creer que esta droga no me matara esta vez porque parece más sana para mi salud, o debo alejarme y evitar otra posible muerte, mucho peor sin duda que la anterior?
Sin embargo, también pienso: ¿y si esto no es más que una ilusión de mi cruel mente por apaliar los efectos del todavía latente mono que habita en cada célula de mi cuerpo, y cuando menos me lo espere, el éxtasis habrá salido de nuevo de mi vida haciéndome comprender que realmente nunca estuvo?
Ah… demasiadas preguntas. Demasiados sentimientos.
Y aquí estoy, pasando los días como una muerta en la cama, pensando en la veracidad del universo en general y de mis extrañas circunstancias en particular. Y es que esta ausencia de droga me trae a la memoria otros meses mucho más fríos en los que, a pesar de mi mono, aceptaba el fin de las dosis, y preparaba un plan de acción, ya que sabía que irremediablemente el éxtasis se había terminado para mí.
¿Cómo debo sentirme cuando medio año más tarde despierto y encuentro en la mesita mi vieja bolsita de droga, más atrayente y apetecible que nunca? Intento resistir, pero al final me digo que por tomar un poco hoy no pasará nada.
Diez días más tarde vuelvo a ser adicta. ¿Seré yo o es que el éxtasis sabe ahora mejor? Como diferente, renovado… adaptado a mí. ¿Y qué se supone que tengo que hacer: creer que esta droga no me matara esta vez porque parece más sana para mi salud, o debo alejarme y evitar otra posible muerte, mucho peor sin duda que la anterior?
Sin embargo, también pienso: ¿y si esto no es más que una ilusión de mi cruel mente por apaliar los efectos del todavía latente mono que habita en cada célula de mi cuerpo, y cuando menos me lo espere, el éxtasis habrá salido de nuevo de mi vida haciéndome comprender que realmente nunca estuvo?
Ah… demasiadas preguntas. Demasiados sentimientos.
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