Afortunadamente, en mucho menos de lo que Adrienne esperaba
empezó a avistar los indicios de ajetreo propios de la ciudad, aunque fuera
sábado. Los edificios comenzaron a sucederse y su tranquilidad incrementó
cuando finalmente llegó a su calle y el conductor paró sin más, a la espera de
que ella bajara. Al principio no sabía si bajar directamente, si tenía que pagarle o
si tenía que decirle algo, pero optó por despedirse educadamente y bajar para
alejarse de la locura de la última media hora cuanto antes.
Se dirigió hacia su portal apresuradamente y subió las
escaleras de dos en dos hasta que por fin vio la puerta de su casa, la abrió,
entró y con su espalda la cerró. Se quedó apoyada en ella y entonces sintió
cómo volvía a recuperar la respiración, pues el suspiro de alivio que soltó
compensaba el mal trago que había pasado.
No sabía cómo estaba, pero no era exactamente enfadada. Quizás
sentía rabia, o vergüenza, pero sobre todo estupidez por haberse dejado
llevar tanto cuando Christian la había tratado así, como si fuera una bolsa de
basura a la que despachar rápidamente.
Entró en su habitación no sin antes comprobar que estaba
sola. Al parecer sus padres habían salido y su hermana con ellos, suponía. Se
tiró un poco en la cama para intentar analizar lo que había ocurrido, pero
viendo que se estaba volviendo a poner de los nervios decidió ir a la ducha.
Abrió el grifo y desde su cuarto puso un cd de jazz con el fin de relajarse
mientras se duchaba.
Ya con la toalla y el pelo mojado, cuando iba a ponerse algo
cómodo vio el reloj y se dio cuenta de que en media hora entraba a trabajar. Lo
había olvidado por completo, así que se peinó y se vistió todo lo rápido que
pudo, aun sabiendo que su jefe era muy flexible con ella. Se puso algo de rímel,
se coloreó los labios levemente de rosa y en 10 minutos ya tenía los pies en la
calle de nuevo.
Eran casi las 4PM y con las prisas no había atinado en
elegir una camiseta adecuada, pues a pesar de que era de tirantes era de color
negro y se estaba asando de calor. Por lo demás se había colocado sus shorts
preferidos y como siempre, sus sandalias.
Por suerte no tardó más de 10 minutos en llegar, así que se
recogió el pelo y se puso su mini delantal para comenzar su trabajo.
La tarde transcurrió algo ajetreada, pues al ser sábado y
estar en pleno verano hasta los sitios más escondidos como aquél se llenaban de
gente. Los clientes –en su mayoría turistas por la zona en la que estaban- eran
muy agradecidos con ella y siempre le dedicaban palabras bonitas e incluso
algunas propinas (sobre todo los hombres). Por las noches alguna vez cuando se
quedaba en la barra se atrevería a decir que más de uno había intentado
filtrear con ella, pero lo cierto es que a Adrienne todo le sabía a lo mismo, ya que
ella tenía una idea muy definida de lo que un hombre debería hacerle sentir, y
en secreto siempre la misma imagen se descubría en su mente, la de Christian.
Cuando tenía algo de tiempo comprobaba el móvil y con pesar
comprobaba una y otra vez que no tenía ni una sola llamada ni mensaje de él.
Por la noche todo se volvió más tranquilo, la gente poco a
poco fue abandonando el bar para ir a cenar, y como eran pocos los clientes que
quedaban su jefe la invitó a tomarse lo que quedaba de noche libre.
- Ayer cerraste tú, puedes marcharte antes hoy. Además, es
sábado y tú eres joven, has de aprovecharlo – le dijo amablemente.
- Muchas gracias… pero poco aprovecharé hoy, me temo. Creo que
me quedaré en casa y veré alguna película de poca monta para no pensar. ¡Buenas
noches!
Adrienne se quitó el delantal, se soltó el pelo y se lo
adecentó. Después cogió sus cosas y salió por la puerta, chocándose con alguien
inevitablemente: Christian.
- ¿Qué haces aquí? – le dijo escandalizada – espera, no quiero
ni saberlo. ¡Adiós!
Adrienne emprendió rumbo rápidamente pero Christian la frenó
cogiéndole la mano.
- ¡Espera! – le dijo – Siento lo de esta mañana, de veras que
lo siento. Déjame explicarte por qué.
- ¡No quiero que me expliques nada! Eso me pasa por fiarme del
primer extraño que parece que tenga algo más que serrín en la cabeza. ¡Pero no,
eres como todos! ¡O incluso peor! Seguro que has visto que hablábamos más en
vez de hacer a saber qué y has decidido deshacerte de mí. ¡Increíble! – dijo Adrienne
totalmente fuera de sí.
- Cálmate, por Dios, estás dando un espectáculo.
- No me da la gana – espetó Adrienne.
- Muy bien, lo haremos a mi manera.
Christian cogió a Adrienne por las piernas y se la subió al
hombro. Empezó a caminar en dirección a un coche mientras soportaba sus
pataleos y gritos, como si la estuvieran matando.
- ¡Me estás secuestrando! – le decía ella.
- Hasta que no seas razonable, Enne, tendré que hacerlo así.
Abrió la puerta trasera del coche y la tiró delicada pero
rápidamente dentro, porque la gente empezaba a mirar de forma extraña. Se sentó
con ella detrás e indicó al conductor (el mismo de aquella mañana) un nombre.
Pasaron los minutos y Adrienne no decía nada, pero al menos
estaba más calmada. Decidió que fuera lo que fuera lo que Christian quisiera
contarle, no iba a suponer un peligro para su integridad como persona, y además
una parte de ella se moría por estar con él aunque estuviera enfadada (o se lo medio hiciera).
- ¿A dónde me llevas? – dijo Adrienne finalmente.
- A cenar.
- No tengo hambre.
- Tranquila, ya comerás – dijo Christian divertido, para
variar.
Cuando el coche paró Christian salió del coche y dio la mano
a Adrienne para invitarla a salir, pero en vez de eso ella se deslizó por los
asientos de cuero y salió por sí misma.
- ¿Vas a estar enfadada por mucho tiempo?
- El que me dé la gana, secuestrador – dijo ella mientras
Christian se reía a carcajadas, lo que provocó una leve sonrisa en ella que por
suerte pasó desapercibida.
Entraron a lo que se suponía que era el restaurante y
Adrienne se quedó prendada de la esencia del lugar. Parecía como si hubieran
retrocedido a los años 50. Grandes lámparas colgaban del techo, sillas que parecían
carísimas, un suelo precioso y al fondo un piano que estaba siendo tocado en
directo. Christian habló con el mâitre y éste los condujo a una mesa que estaba
más apartada de las otras, como una zona pseudo-vip.
Ya sentados, Adrienne se puso roja.
- ¿Qué te ocurre? – dijo Christian.
- Voy súper poco apropiada para un sitio así – y señaló sus
shorts y su simple camiseta de tirantes
- Vas perfecta. Además, aquí lo que importa es el dinero que
tengas en los bolsillos.
- Y por lo que veo tú tienes mucho, ¿no?
- Algo así. ¿Pedimos?
Después de que se hubieran puesto de acuerdo y Christian
hubiera sugerido a Adrienne que pidiera según qué cosas se sumieron en el
silencio.
- Adrienne – dijo Christian por fin – siento mucho lo que ha
pasado esta mañana. Me gustaría explicártelo de una forma que pareciera
convincente, pero de hacerlo sé que no me creerás, porque el verdadero motivo
es una locura.
- Prueba – retó a Christian.
- Aunque quiera no puedo. Hay secretos que no nos pertenecen y
eso hace que no podamos desvelarlos. Yo guardo un secreto que no es mío y no
tengo derecho a contártelo, pero sí puedo decirte que no me deshice de ti
porque me hubiera cansado o por lo que sea que se te haya pasado por la cabeza.
Estaba disfrutando mucho dd tu compañía, eres como un ángel en mi vida ahora mismo.
Adrienne se puso rojísima pero intentó mantener la
compostura aun mirando a Christian y viendo cómo se le ponía otra vez esa
sonrisa en la cara, como si la viera como una niña pequeña. Tenía que quitarse todos
esos sentimientos contradictorios que tenía por él si quería hacerse valer como mujer.
- ¿Por qué tienes un chófer disponible las 24h? ¿Por qué
tienes tanto dinero? ¿De dónde lo sacas? ¿Eres un mafioso/traficante? ¿Traficas
con jóvenes?
- JAJAJAJA, de verdad, tu mente no tiene límites, Enne – dijo Christian
divirtiéndose.
- ¿Por qué me llamas Enne? – dijo Adrienne sorprendida porque
era la segunda vez en la noche que lo hacía – Nadie me ha llamado nunca así. ¿Por
qué no has optado por Adri? Es lo más común.
- Y lo más obvio, también. No me gusta Adri, pero Enne queda
muy bonito, y te pega más cuando das pataletas como una niña mimada.
- Es lo que pasa cuando un desconocido te secuestra. En fin,
contéstame – dijo Adrienne.
- Está bien, veamos… Yo no soy de París. Mi madre sí lo era y
por eso sé francés, pero he vivido la mayor parte de mi vida en Londres. No te
puedo contar demasiado, pero… mi madre murió hace años, después de casarse con
un hombre… peculiar. Mi vida en Londres estaba siendo demasiado dura y falsa,
porque por una serie de… compromisos tengo que hacer cosas que no forman parte
de mi forma de ser como persona, que no quiero hacer, así que desaparecí, vine a París a dedicarme a lo
que verdaderamente me gusta: escribir, por eso me veías por el bar. Lo elegí
porque sabía que nadie me encontraría ahí, y luego, bueno… digamos que tuve un
aliciente – dijo Christian al tiempo que guiñaba un ojo de forma cómplice a
Adrienne – El caso es que tarde o temprano acabaron por encontrarme y tuve que
volver a Londres, por eso has estado medio año sin verme. Ahora lo he vuelto a
intentar, pero por lo que veo siguen mis huellas con detalle.
- Vaya… - dijo Adrienne, en parte avergonzada porque lo que le
estaba contando Christian no era cualquier cosa.
- Esta mañana ha llamado una persona relacionada con todo ese
problema, está aquí y quiere convencerme para que vuelva. Allí las apariencias
son muy importantes y el hecho de que yo esté aquí contigo ahora mismo les jode
todos los planes. Por no hablar de las pérdidas económicas que supone para
ellos.
- No entiendo nada. ¿Eres importante en Londres? ¿Eres famoso?
- No del tipo de famoso que crees, pero sí, de alguna manera
se me conoce.
- ¿Y qué es lo que te hace tan infeliz de estar allí?
- Que todo lo que me rodea no tiene nada que ver conmigo. Antes estaba mi madre y ella era el punto de apoyo, quien me hacía recordar
que yo era quien soy y no la farsa en la que vivíamos. Pero ahora ella no está
y la echo mucho de menos, es imposible soportar todo el teatro que montó yo solo, principalmente porque no creo en él, y ese entorno es de todo menos bueno, créeme. Me rodeo de gente
que no mira por mí, sino por lo que pueden obtener a través de mí, y sobre todo
porque hago cosas que no haría si dependieran de mí... Es todo demasiado
complicado. Lo que quiero que sepas con todo esto es que lo que hice esta
mañana tuvo como único objetivo protegerte a ti, evitarte la posibilidad de
verte envuelta en un asunto que no tiene nada que ver contigo, y que una de las
peores cosas de volver a Londres durante este tiempo fue que ya no podía verte
leer en el bar en el que ahora trabajas.
Se quedaron en silencio, en parte porque Adrienne no tenía
muy claro qué decir. ¿Era una especie de declaración o simplemente era una excusa para justificar su lamentable comportamiento durante la mañana? En cualquier caso se sentía hasta
agradecida, y de repente empezó a valorar lo importante que era para ella que
él estuviera aquí. Hablar de aquellos meses era recordar la de días que había
pasado yendo al bar sólo para ver si encontraba a Christian enfrascado en su
Mac escribiendo con esa sonrisa de quien posee el conocimiento absoluto sobre
las cosas.
Poco a poco fueron retomando la conversación hacia cosas más
banales. Recordaron la noche anterior e intentaron cronificar los hechos. Tal y
como se temía Adrienne, ella había salido mucho peor parada que él, pues
Christian recordaba casi todo mientras que ella tenía un lío mental bastante importante.
Al final de la velada Christian pagó e invitó a Adrienne a
levantarse de la silla y salir con él. Mientras ella se levantaba él le cogió
la mano momentáneamente, y parecía que no la iba a soltar, pero las
circunstancias y el surrealismo de todo el asunto hizo que finalmente ambas manos quedaran separadas.
Caminaron hasta el coche y esta vez fue Christian quien
condujo. Adrienne le preguntó dónde estaba su chófer, y él le contestó que le había dado el resto de noche libre, alegando que prefería ser él quien condujera porque le daba más
libertad y se sentía más cómodo. Adrienne también lo prefería porque le daba más intimidad para
hablar.
Christian puso algo de jazz mientras la llevaba a casa. Tuvieron una agradable conversación mientras se perdían entre las luces y
los turistas de París.
- Hoy parece viernes, no sábado – dijo Adrienne.
- ¿Por qué lo dices? – dijo Christian mientras conducía.
- No sé, los sábados es un día más de salir de fiesta, de estar
con los amigos, de hacer locuras… Esta noche ha parecido más una noche de viernes,
por lo de la cena, el paseo, las conversaciones profundas…
- Dicho así parece una noche de amantes – dijo Christian
empezando la broma de nuevo.
- Ah, ya, bueno, no me refería a eso, yo… - y se calló porque
se estaba empezando a avergonzar de nuevo – Eres odioso – terminó por decir,
pero acabó riéndose, contagiada por su risa risueña tan hechizante.
Cuando llegaron a su calle, Christian dejó el coche en doble
fila y se acercó hasta la puerta del copiloto para invitar a salir a Adrienne.
La acompañó hasta su portal, y una vez ahí, le preguntó:
- ¿Me has perdonado ya?
- No lo sé, la verdad. Hay algunas cosas en tu historia que
parecen demasiado irreales, así que aún no he decidido si creerte o no.
- ¿Nada de lo que te he dicho te parece sincero? Hay
cosas que te he contado que no tienen que ver con lo de esta mañana, que son parte de mi vida.
- Bueno, puedo creer que este tiempo que has estado
desaparecido era porque no estabas en París.
- ¿Y me crees cuando te digo que te eché de menos y que esta
mañana estaba encantado teniéndote en mi casa?
- No lo sé – dijo ella secamente.
- Enne, no me dejas otra opción.
- ¿De qué hablas?
- Te diría que lo siento, pero creo que no va a ser el caso.
En ese momento Christian cogió por la cintura a Adrienne para
tenerla más cerca, acercó su cara a sus labios rosados y la besó. Fue un beso
lento, tierno y húmedo. Al principio Adrienne se quedó demasiado sorprendida y
no supo qué hacer, y Christian estuvo un poco a la espera por miedo a estar
haciendo lo incorrecto, pero las ganas de volver a sentir sus labios le superaban y si su reacción era mala ella se lo haría saber enseguida, así que la volvió a besar. Esta vez fue con más pasión, le cogió la cabeza
y la acercó más a él, mientras Adrienne sentía cómo se quedaba sin aire.
Christian se dijo que estaba siendo demasiado, y a pesar de
que el beso había durado sólo unos segundos, decidió parar.
- Creo que es el momento de poner stop o al final puede que te
arrepientas de no haberme parado.
Adrienne se veía incapaz de articular palabra
- ¿Por qué lo has hecho? – preguntó al final
- Para que al menos creas que te eché de menos y que pienso en ti.
Adrienne miró al cielo, viendo imposible poder procesar
nada de lo que estaba pasando, y suspiró.
- Está bien, Enne, calma – dijo mientras le apartaba un mechón
de la cara poniéndoselo detrás de la oreja – Voy a estar por aquí y espero no
tener que irme a Londres aún. Llámame cuando quieras hablar, de esto o de lo
que sea.
- Ni siquiera tengo tu número – le dijo.
- En realidad sí que lo tienes. Cuando te caíste en redondo en
el sofá, antes de llevarte a mi cama, te lo guardé en tu móvil, simplemente no
has tenido tiempo de darte cuenta.
- V-vale – dijo, aún más perpleja. Demasiada información.
- Sube a casa, Adrienne – le dijo mientras le daba un beso en
la frente – Llámame.
Adrienne se quedó en el portal hasta que vio cómo Christian
subía al coche y se alejaba, difuminándose con las luces parisina, sintiendo que se llevaba un trozo de su corazón con él. Y de su respiración.
Sólo cuando subió por las escaleras hacia su casa se dio
cuenta de que el corazón le iba a mil por hora.
¡Qué ganas del próximo capítulo! ¡Me encanta! <3
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