Adrienne se paró a pensar por un momento. Por fin tenía la
oportunidad de conocer a Christian, de saber en qué andaba metido y por qué tenía tantos problemas. Sin
embargo, en lo único que podía pensar era en que estaba frente a ella, con una
belleza propia de alguien que sabes que se va a marchar y no verás en no se
sabe cuánto, y no podía concentrarse. Sus ojos profundos, su boca insinuante y
hasta aquellos resquicios de barba la hechizaban por completo. Intentaba
concentrarse para comenzar a formular las preguntas, pero sin darse cuenta
Christian le preguntó si estaba bien porque estaba hiperventilando.
- Sí, estoy bien – dijo Adrienne- No, no lo estoy. No quiero
que te vayas. Eres la única persona valiosa en mi vida, no se me da bien la
gente y mi vida es aburrida. No soporté que desaparecieras durante medio año y
no puedo soportar que te vuelvas a ir. – Sentía que las lágrimas comenzaban a
poblar la cara y en ese instante supo que no podría mantener la postura por
mucho más tiempo – Tienes que quedarte, por favor. Me iré contigo si hace
falta, pero por favor, no te vayas. Por favor…
A Christian le partía el corazón ver a Adrienne, que siempre
era tan fría con él, deshaciéndose en lágrimas y suplicándole que no se fuera.
Sus ojos cristalinos provocaban en él una profunda tristeza.
- Vas a estar bien, Enne, te lo prometo. No te voy a
abandonar, ni voy a dejar de preocuparme por ti. Estarás bien.
- No estaré bien, ¡no lo estaré! No estarás aquí…
- ¿Y por qué te importa tanto eso, de repente? Hace un rato no
querías ni verme.
- Porque te quiero.
Adrienne lo vio todo claro entonces. Aun sabiendo que en el
futuro próximo se arrepentiría, decidió que esa noche no necesitaba saber la
verdad sobre Christian, no necesitaba conocerle. Lo único que necesitaba era
que él la amara, y que mientras la luna los mirara pudieran olvidar que en unas
cuantas horas se separarían hasta no sabían cuándo.
Antes de que Christian pudiera reaccionar a sus palabras
decidió dejarse llevar, obviando el miedo al rechazo que sentía en esos
momentos. Se sentó encima de él y comenzó a besarle pasionalmente. Llevaba
milenios esperando el momento en el que dejara de controlarse y por fin
transmitiera a Christian todo lo que ella sentía en forma de amor. Porque por
mucho que quisiera engañarse una cosa estaba clara: estaba enamorada de él, y
negarlo sólo empeoraba las cosas. Él se iría mañana, así que ya se preocuparía
entonces, pero ahora necesitaba ser suya.
Christian la abrazó con fuerza pegándola aún más a él y le
apartó el pelo, llegando a su cuello. Al principio a Adrienne le hacía
cosquillas pero cuando Christian pasó de los besos a los mordiscos dejó de
reírse para dar paso a otro tipo de sensaciones. Sin pensarlo dos veces comenzó
a quitarle la camiseta porque necesitaba sentir el tacto de su piel contra la
suya, y él no opuso ninguna resistencia. Ahora era Adrienne quien le besaba por
todas partes: la boca, las mejillas, el cuello, y se estaba empezando a volver
muy loca. Christian estaba empezando a perder el control también:
- ¿Estás segura?
- Sí.
- ¿Segura, segura?
- Cállate.
En ese momento Christian le quitó en un solo gesto la
camiseta, dejando al descubierto el sujetador negro semitransparente que
Adrienne llevaba. En otras circunstancias ella estaría avergonzada, pero no
estaba pensando en otra cosa que en ella y Christian, en lo que estaba pasando.
En lo que quería que pasara.
Christian la puso de pie por un momento, Adrienne no sabía
muy bien por qué. Christian desabrochó el botón de sus shorts con un ligero
movimiento, y en menos de un segundo la dejó con un culotte negro. Durante un
segundo se quedó contemplándola. La luz tenue del salón junto con el reflejo de
la luna, más su pelo liso revuelto y aquella figura tan jovial y bonita le
dejaron absorto.
- Estás preciosa, Adrienne.
Acto seguido se levantó también del sofá y agarrándola de la
cintura la subió encima de él. Comenzó a caminar, Adrienne suponiendo que la
llevaría a su habitación, pero sin embargo la pasó de largo y siguió andando
por la casa.
- ¿A dónde me llevas?
- Espera y verás.
Christian subió escaleras que Adrienne desconocía que
existían, y cuando quiso darse cuenta estaba contemplando el cielo estrellado
en el exterior. La bajó de sus brazos y ella se quedó anonadada con lo que
estaba viendo: una terraza con luces a nivel del suelo que la alumbraban, en
contraste con la casi absoluta oscuridad del bosque que les rodeaba. En un lado
había una piscina acogedora, con las luces encendidas también y que invitaba a
meterse cuanto antes. Al otro lado había muchas cosas, entre ellas una cama de
exterior que también hacía las veces de sofá y de hamaca para tomar el sol
durante el día. El suelo era de madera y toda la terraza en sí era preciosa.
- Estoy viviendo un sueño – dijo Adrienne.
- Tú estás haciendo realidad el mío – contestó Christian.
Después de un intercambio de miradas, Adrienne cogió su mano
y ambos fueron a aquella cama donde durante un tiempo olvidaron el dolor que
unas horas después les vendría a ambos, cuando tuvieran que decirse hasta
luego, y se amaron plenamente. Después, cuando ambos, sudorosos y felices
miraban al cielo, Christian se volvió hacia ella, y mientras pasaba un dedo por
la curva de su cintura le dijo:
- Antes me has dicho que me querías.
- Sí, lo sé, lo siento, me dejé llevar y…
- Dijiste lo que yo estaba pensando y no me atrevía a decir.
Te quiero, Adrienne.
Adrienne, a pesar de todo, no podía ser más feliz en esos
momentos.
- ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo he llegado a
quererte y a necesitarte tanto cuando te he tenido tan poco?
- No controlamos lo que sentimos, sólo cómo lo sentimos. Supe
que eras especial desde el momento en que te vi comiéndote aquellos libros la
primera vez. Tenías un mundo a tu alrededor que consistía en tú, tu café y tu
novela. Estabas tan entregada que ni te fijabas en lo que pasaba a tu
alrededor, era increíble.
- Estuve yendo cada día durante meses, a la espera de que
volvieras, Chris. Llegué a ir tanto que acabaron ofreciéndome trabajar ahí y
fue como un regalo caído del cielo, porque sabía que si volvías yo te vería. No
me reconocía a mí misma. Me arrepentí tanto de haberte rechazado aquella noche,
cuando querías acompañarme a casa. Durante todo este tiempo pensé que te habías
largado por eso… Y ahora míranos, aquí, amándonos hasta que mañana me digas
adiós y yo…
- No pienses aún en eso, y en ningún caso pienses en adioses.
Nos veremos antes de lo que crees.
Christian se levantó de la cama, desnudo, y de nuevo cogió a
Adrienne en brazos. La acercó a la piscina y le susurró al oído:
- Lo que voy a hacer ahora te lo debo por las borderías que me
has ido diciendo todo este tiempo.
- ¿Qué? Espera, ¿no pensarás…?
Tarde. Christian tiró a Adrienne a la piscina y no pasaron
más de dos segundos hasta que ella empezó a gritar y blasfemar.
- ¡Te odio, Christian! ¡Ven aquí ahora mismo si de verdad eres
un hombre!
- ¿No has tenido suficiente o qué? – dijo riendo.
Y se tiró a la piscina cual niño pequeño, disfrutando de
cada minuto a su lado y dejando en stand-by todo lo que tendría que afrontar
cuando llegara a Londres.
A pocas horas de que amaneciera, ambos se tumbaron en la
cama y estuvieron hablando de muchas cosas, pero ningún tema que salió tenía
que ver con el presente. Y así, poco a poco, el día llegó, y con ella, el fin
de aquella noche perfecta.
Ambos se ducharon y cuando ya estaban preparados, Christian
cogió el coche para llevarla a casa antes de ir al aeropuerto.
- Bien, Adrienne, ahora quiero que me escuches con atención.
Abre la guantera y coge el papel que hay. Ahí encontrarás un móvil y unos
números y direcciones de e-mail. El móvil servirá para que podamos ponernos en
contacto, y en la hoja tienes el número al que me puedes llamar y la dirección
de correo que usarás por si me tengo que poner en contacto contigo de esa
manera.
Adrienne empezó a arrepentirse de no haber preguntado nada
la noche anterior.
- No te preocupes, sé que parece raro, pero estás a salvo y
eso es lo que importa. No temas por mí porque yo también lo estoy. Intentaré
que esto dure lo menos posible y volveré cuanto antes a por ti. Si no estoy muy
disponible no significará que no esté pensando en mí. ¿Me has entendido? Quiero
que tengas muy claro esto: te quiero, Enne. Por encima de todo. Necesito que tengas
claro esto porque dudarás. Grábatelo con fuego si hace falta. Te quiero. Te
amo.
Christian paró el coche y la miró.
- De verdad. Ahora sube a casa y duerme. Te llamaré lo antes
posible para que sepas que estoy bien. Ten mucho cuidado, y cuídate, por favor.
Y otra cosa: intenta no comentarle esto a nadie, será más difícil si alguien
más se entera. Algún día entenderás por qué.
Christian besó a Adrienne en los labios y le acarició por
última vez la cara.
Adrienne bajó del coche mareada y agobiada por el exceso de
información repentina, pero lo que no podía aguantar en esos momentos era el
dolor de dejarle marchar. Un dolor demasiado grande como para no desear la
muerte.
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