Hacía semanas que no le veía, pero parecían siglos. Desde
que me envenenó el alma con el humo de sus cigarrillos no podía pensar en otra
cosa que en él. Le buscaba por todas partes, como si mi idealización le
convirtiera en omnipresente, pero no estaba. Yo ya no sabía si pensar que todo
había sido fruto de mi imaginación, que en realidad todos esos momentos a su
lado no habían sido otra cosa que fantasías demasiado ambiguas como para
pasarlas por alto. Pero me resistía a creer que no era real porque lo sentía
tan intensamente como el roce de una pluma en la piel.
Poco me importaba haberlo visto sólo una vez, pues él
llevaba mucho tiempo en mi mente, como cuando un personaje de ficción aparece
en la realidad, enseguida lo reconoces. Sin lugar a dudas sabía que era mi
hombre, quien haría justicia a los viernes de amantes a mi lado, con quien
hasta los domingos dejarían de ser domingos. Sabía que me haría cosquillas
cuando me enfadara y que me trataría como a una niña pequeña porque entendería
la pureza de mi alma, pero también sabía que nunca dejaría de sorprenderse
cuando me calzara el uniforme de femme fatale y le sedujera una y otra vez.
Por eso él disfrutaba cuando le decía que muchas noches las
pasaba leyendo a Bukowski, y que prefería quedarme escuchando Sex on fire una y
otra vez a sociabilizar con mis compañeros, al igual que sabía que en secreto
se reía cuando le explicaba las formas, las posiciones y las situaciones
imposibles en las que escribía, porque
realmente entendía lo que la pasión significaba para mí, y lo entendía porque
él la vivía de la misma manera. Estábamos hechos el uno para el otro y yo lo
sabía.
Sin embargo, las semanas habían pasado y con ellas su
presencia. Necesitaba verle, necesitaba electrocutarme cuando él me rozara el
brazo al saludarme. Le echaba tanto de menos que compré un paquete de Lucky
Strike, a pesar de que ni siquiera fumaba, sólo por volver a sentirle, por
engañarme pensando que al inhalar ese humo lo estaría acercando a mi alma.
¿Pero qué iba a hacer si no cuando me acordaba de sus ojos? Necesitaba tenerlos
en frente de mí, porque cuando me miraba mi vida por fin tenía sentido durante
unos segundos, como si al hacerlo me transmitiera la certeza de que ya me
habían mirado cientos de veces. Eran como un océano en el que ansiaba
sumergirme para llegar a su mente y desvelar sus pensamientos.
Era otoño y el frío se iba acentuando cada vez más. Era
viernes y yo me sentía muy sola. Miré por la ventana y vi cómo el cielo estaba
nublado, dándole la bienvenida a una noche fresca de puro otoño. Tenía frío por
fuera, pero mucho más por dentro, y mientras fumaba sus cigarrillos me
preguntaba dónde estaría él, qué estaría haciendo en esos momentos, si se
acordaría de mí. Si él tendría tanto frío como yo.
Pero no, era imposible. Un chico como él tendría cientos de
chicas ofreciéndole un encendedor, y aunque yo sabía que probablemente fuera
mejor que todas las demás, si él, mi hombre, no miraba con los ojos del
corazón, no se daría cuenta.
Di una última calada al último cigarrillo de Lucky Strike,
confiando en que mis sentimientos por él se apagaran al acabarlo. Hacía
demasiado frío y hacía demasiado tiempo que estaba sola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu huella para la eternidad