Lucky se burla de mí cada vez que escribo sobre fumar. Se
ríe mientras me dice que los cigarrillos no tienen nada de admirable y que lo
único que consiguen es consumirle aún más el alma, si eso es posible, y que
además yo no fumo. Pero es que le queda tan bien hacerlo… Definitivamente me ve
como una niña pequeña, siempre me está haciendo rabiar, sabe que puede jugar
conmigo como quiera y no duda en aprovecharse de ello. ¡Como si eso me
molestara! Cree que rabio, pero lo único que consigue el muy imbécil es
volverme aún más loca.
Se pasea de un lado a otro por la habitación obviando el
hecho de que le estoy mirando. Odio cuando hace eso, se pasa la vida obviándolo
todo. ¿De verdad cree que a estas alturas puede dárselas de ingenuo? Venga, va,
si ya bebía whisky cuando yo ni sabía qué era el alcohol, y todas esas colillas
que han pasado por su boca han percibido el sabor de miles de labios femeninos,
más de los que cualquier hombre corriente podría soñar. Por eso sé que sabe que
me acelero sólo con notar su presencia y que envidio a todas las mujeres que
han pasado por su cama. Cuántas veces he deseado que fueran sus manos las que
deslizaran mis medias por mis piernas en vez de las mías... Pero le da igual,
yo sólo soy… la verdad es que no sé lo que soy, pero algo circunstancial,
seguro.
A veces, sin embargo, noto cómo sus ojos me escanean. Podría
pensar que me mira con deseo pero siento que no es así, es más, tengo la
certeza. Es como si intentara verme por dentro, o como si ya me hubiera visto y
analizara lo que sabe. Me hace sentir tan desnuda… Me pone colorada y él se
ríe, y yo le odio, claro. Le odio unas 100 veces al día, pero no importa,
porque en esos pequeños y efímeros momentos, cuando su mirada está posada en mí
siento que tenemos esa conexión, como si nuestras mentes estuvieran buscándose
para entrelazarse y ser sólo una, como si las hubieran separado previamente y no
vieran el momento de volver a reencontrarse, y esa sensación vale mi vida
entera. Debo estar loca.
Siempre estamos en la misma habitación. A veces estoy yo sola
pero la mayor parte del tiempo él también está. Es como si estuviéramos
constantemente a la espera de algo que ni sabemos lo que es ni cuándo llegará,
y lo que es más importante: por qué lo esperamos. De cualquier manera estamos
ahí, a veces sentados, a veces dando vueltas en círculos (y quizás ése es el
problema) pero siempre en ese habitáculo mental donde las luces de neón nos
acercan a una realidad ficticia híper lejana y poco probable.
Él fuma porque es Lucky Strike y bebe whisky porque le
encanta. A mí me encanta él. Le escribo
cada viernes porque es la noche en la que más cerca suya me siento, porque
aunque estemos en la misma habitación mental no puedo tocarle aunque muera por
hacerlo y me tengo que conformar con imaginarle. Él es Lucky Strike y me vuelve
luckymente loca.
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