Agosto salió de escena sin pena ni gloria para dar paso a un
septiembre no mucho más esperanzador. Hacía más de un mes que Christian había
abandonado París para meterse de lleno en un Londres lleno de misterios y
enigmas sin resolver para Adrienne.
Los primeros días fueron horribles. Es cierto que Chris
llamó relativamente pronto – nada más llegar a su “casa”- y eso la tranquilizó,
pues tenía miedo de que con su partida lo que había entre ellos quedara en
meras palabras, pero eso no quitaba que a cada momento echara de menos su
presencia, y su sonrisa, y su forma de hablar… Pero con las semanas se fue
acostumbrando, relativamente. Aunque lo que vivió con él fue muy intenso no
podía obviar el hecho de que duró muy poco, así que aunque en su interior le
extrañaba y lo pasaba mal cada día, el estar ocupada con el trabajo y ahora que
empezaba septiembre con la universidad, lo volvía todo un poquito más
llevadero.
En lo que quedó de verano Adrienne aprovechó su tiempo libre
y angustioso para distraerse con su amiga Chloé. Decidió que con todo lo que
estaba pasando en su vida necesitaba a alguien de confianza, alguien a quien
aunque no pudiera contar absolutamente todo pudiera apoyarla y comprenderla, o
al menos escucharla. Poco a poco Chloé se fue convirtiendo en una amiga de a
diario, y los ratos que estaba fuera del café los pasaba con ella haciendo
cualquier cosa, desde ver una película en casa a quedarse en un banco a las
tantas de la madrugada sentadas bebiendo alcohol y ahogando sus penas.
Chloé era muy reservada. A pesar de que habían estrechado
lazos no se dejaba conocer demasiado bien, por eso encajaba con Adrienne,
porque eran bastante similares. Chloé estudiaba Arte con ella, no coincidían en
demasiadas clases y por eso no se habían fijado la una en la otra hasta que
pasó bastante tiempo. En la universidad no pasaba desapercibida, causaba
sensación tanto para bien como para mal por donde se moviera, y es que era
innegable su belleza. Tenía el pelo de un color moreno tostado que destacaba aún
más por sus rizos salvajes. Tenía facciones sureñas y unos ojos que encandilaban
a más de uno (y a más de dos), pero ella solía ser bastante borde, y nadie la
vería relacionándose con gente que no fuera de su grupo habitual. Adrienne se
extrañaba pues de que Chloé se quejara de problemas amorosos, aunque no contara
cuáles específicamente no entendía cómo una chica tan bella y con tantas
opciones sentimentales las rechazara todas y aún así se quejara.
El domingo antes de empezar las clases quedaron para tomar
un helado, y entre risa y risa Adrienne le dijo:
- Gracias por haberme dado tiempo a abrirme a una nueva
amistad y por haber salvado mi verano. Me habría vuelto loca si no hubiese
podido hablar de mi situación con Christian con nadie.
- Sería peor si no pudiéramos compartir la soledad, chèrie,
así que no me des las gracias.
Y así pasó septiembre, entre Chloé, la universidad y las llamadas furtivas de Christian, en las
que él se interesaba exclusivamente en Adrienne, pasando totalmente por alto su vida en
Londres.
- Te echo de menos, ¿cuándo piensas volver? – decía Adrienne.
- No lo sé, Enne, no lo sé… En cuanto pueda, ya lo sabes –
contestaba Christian.
A veces no todo era tan idílico y discutían por culpa de
tanta frustración:
- ¿Cómo quieres que esté tranquila si no sé NADA de lo que
haces en Londres? Es como si no te conociera, porque no te conozco tanto, y es
muy agotador mantener un compromiso con alguien tan hermético.
- Enne, no tienes ningún compromiso conmigo, puedes hacer lo
que quieras con quien quieras, no podría pedirte ningún tipo de lealtad, sabes
que…
- ¡No me refiero a eso, joder! Necesito saber de ti, qué
haces, con quién vas, en qué trabajas, dónde vives… Lo normal. Necesito de ti.
Adrienne se ponía de los nervios muchas veces, pero en el
fondo sabía que discutir era mucho mejor que no saber nada, que al menos él
hacía el esfuerzo por, sea cual fuere su problema o situación extraña, llamarla
y estar al día con ella.
Sin embargo, a principios
de octubre algo cambió: Christian dejó de llamar. Lo máximo que había tardado
entre llamada y llamada era una semana, pero siempre dejaba unos 3 días de
margen por lo general. A la segunda semana consecutiva sin tener noticias de
Christian Adrienne decidió tomar la iniciativa y ser ella quien lo llamara. Era
algo que no le hacía gracia porque con tanto secretismo y números ocultos
prefería dejar la elección a él para que llamara cuando su momento fuera el
adecuado, pero la situación estaba llegando a un punto preocupante.
Llamó una vez. Nada. Llamó otra. Nada. Envió un mail a una
de sus direcciones, y nada. Adrienne empezó a desesperarse. ¿Y si le había
pasado algo?
Por la noche volvió a llamar, y cuando ya estaba a punto de
cortarse la llamada, alguien contestó, pero no era Christian:
- ¿Christian? ¿Eres tú? ¿Estás bien? – dijo Adrienne a la
desesperada.
- Christian está bien, pero te aconsejo, my dear, que no
vuelvas a llamar a este número ni a ningún otro que tenga que ver con él.
La llamada acabó con esa frase que aquel hombre de voz ronca
le había dicho. No podía más, Adrienne estaba al borde del colapso y tenía que
hacer algo, porque tenía claro que Christian no estaba bien.
No esperó un minuto más y fue hacia la casa de Chloé,
necesitaba un plan de acción y la necesitaba a ella. Una vez en su casa la puso
al día y después comenzó a explicarle:
- Creo que no me queda otra que ir a Londres por mí misma y
comprobar que esté bien.
- No creo que sea una buena idea, Adrienne, ¿estás loca? No
sabes a lo que te estás enfrentando, y todo lo que me cuentas no suena para
nada amistoso. No debes meterte en problemas.
- ¿Y si es él quien está metido en ellos?
- Entonces tú no puedes hacer nada, ya es bastante mayorcito y
sabe dónde está metido, eso está claro.
- No puedo quedarme de brazos cruzados a la espera de que él
me llame, me voy a morir. Tengo que ir, definitivamente.
- Te acompaño entonces.
- No, no. Debo ir sola, no podemos hacer de esto algo
sumamente importante, no va a pasar nada, de verdad.
- No me haces un pelo de gracia cuando te pones en modo
heroína.
- Saldrá bien, te lo prometo. Ahora ayúdame a reservar un
billete para este viernes.
Su vuelo salió a los 3 días, y ella no sabía muy bien qué
hacer, pero decidió improvisar una vez estuviera tranquila en su hotel de
Londres.
Bajó del avión y una vez se orientó por el aeropuerto buscó
la salida para coger el metro que la llevara al centro de la ciudad.
Sorprendentemente alguien la esperaba con un cartel con su nombre. Ella,
extrañada, se acercó:
- Disculpe, ¿es a mí a quien busca?
- Sí, es a usted, señorita. Acompáñeme.
- ¿Por qué está esperándome si nadie sabe que vengo?
- Acompáñeme, insisto.
Adrienne acompañó a ese hombre serio hasta lo que parecía un
coche privado. Negro. Comenzó a desconfiar y quiso dar marcha atrás, pero el
hombre se lo impidió.
- Será mejor que no monte escándalos, Srta.
Adrienne, si no lo va a hacer todo mucho más difícil de lo que ya es.
Y la empujó hacia dentro del coche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu huella para la eternidad