Llegó un punto en que me enfadé con Lucky, concretamente la
última vez que nos vimos. Aún hacía frío y yo ya me estaba cansando de congelarme
a su lado. No es que él no me derritiera con la mirada, es que al parecer sólo
podía (o quería) hacer eso. Albergaba y albergaba en mí torbellinos de
sentimientos que nunca encontraban su centro de equilibrio, hasta el punto de
volverme completamente loca.
Al principio pensaba que no querría verme, y dejé de
buscarle en un intento infernal de darle libertad o lo que sea que necesitara,
pero no sirvió de nada, él venía a mí. No sabía cómo pero siempre acababa
viniendo a mí, como si el Universo ejerciera una atracción imperceptible para
ambos que nos impulsaba a cruzarnos en el camino de nuevo.
¡Pero es que era un calvario! Pasábamos horas y horas
mirando a la nada mientras yo me moría de ganas por conocerle y que me
conociera. Deseaba abrirle mi corazón, enseñarle cada cicatriz sabia que me
convertían en la estúpida chica que era en la actualidad, contarle alguno de
mis secretos para hacer que me amara, o simplemente explicarle lo que la música,
o la brisa, o la luna llena, significaban para mí. Y aún más deseaba bucear en
su interior, conocer sus distintas risas, lo que le iluminaba los ojos, lo que
le revolvía el alma entera. Hasta me hubiera conformado con saber quién era su
escritor preferido, o de qué sabor prefería los helados. Tenía 19 malditos años
y sólo quería saber si Lucky Strike prefería el chocolate o la vainilla, pero
lo único que sabía era que esos odiosos cigarrillos eran los que más cerca
estaban de él siempre. Los odiaba tanto que sobre mi mesita de noche tenía unos
siempre. A veces leía la etiqueta, otras veces sacaba un cigarrillo y frente al
espejo me ponía a practicar distintas poses de femme fatale con la única
intención de ser más mujer para él. Patético.
Así que llegó el día en el que me cansé de tanto silencio,
de tanto frío y de tanta incertidumbre. No le pude decir adiós porque sentía a
la muerte sobre mí sólo de pensarlo, pero cambié de aires y él lo entendió.
Seguí con mi vida y me di cuenta de lo niña que había sido,
y guardé la esencia de Lucky como un recuerdo muy especial enterrado en mi
mente de niña, pues ahora me había convertido en una mujer. Aunque le había
olvidado, lo cierto es que desde que me marché cogí el vicio de fumar, tal vez
por la increíble sensación del humo envenenándome o porque me recordaba a él,
pero no quería pensar. Y sin darme cuenta, me convertí en toda una femme
fatale. Lo pasaba de lujo. Sexo, alcohol, humo y pasión. Pasaba más tiempo
desmaquillada que maquillada, y no me importaba una mierda porque aunque no me
saliera a cuenta ponerme medias yo disfrutaba como nunca lo había hecho antes. Los
hombres me adoraban, tenía éxito en lo que me propusiera y sólo mis ojos
delataban que en otra época había sido la más inocente del mundo. Sólo cuando
pensaba en él… pero no, eso era agua pasada.
Hasta que llegó aquella noche. LA noche. Era finales de
julio, un viernes, claro. Todas las cosas buenas pasan los viernes, pero aquel
no era un buen día. Había tenido una cita desastrosa, un tipo de lo más
asqueroso que me había tratado como si realmente fuera una prostituta, ni
siquiera estaba interesado en un poco de charla interesante, así que en cuanto
pude escapé, y a riesgo de que mi autoestima se viera dañada por ese cretino
decidí llamar a mi amiga de confianza.
- Yo estoy con las chicas en Red.
- ¿No es eso demasiado pijo para vosotras?
- Nos apetecía cambiar, vente.
Era idóneo que estuvieran en Red, porque mi outfit de
aquella noche era la de un viernes de amantes en el que sabes que vas a
triunfar, solo que me había equivocado. Llevaba un vestido negro ceñido con los
hombros morenos al descubierto, mi pelo salvaje caía acertadamente sobre mi
espalda desnuda, y me movía sobre unos stilettos rojos carmín, a juego con mis
labios, con mi bolso y con mi alma.
El caso es que llegué y allí estaban ellas, con sus cócteles
hablando de estupideces mundanas que, sinceramente, me encantaban. Me reía como
loca y me olvidaba de todo, eran increíbles. Pero algo había en mí, una
vibración extraña. Antes siempre hacía caso a ese tipo de percepciones pero con
el tiempo las había pasado por alto porque ya no las solía sentir.
- ¿Estás bien? Te noto como agitada – dijo una de mis amigas.
- Sí, tranquila, es el calor, estas luces me van a matar.
- Pero sin son tenues.
Intenté distraerme, y lo conseguí. Más tarde, ya con
bastante alcohol bailando como loco por mi cuerpo, y riéndome con mis amigas de
distintas chorradas, volví a sentir esa sensación, pero esta vez mi embriaguez
me hizo ser más instintiva, y se lo dije a mis amigas:
- Está a punto de pasar algo, chicas. Algo importante.
- JAJAJAJA, vas muuy borracha.
- Lo sé, pero va a pasar algo.
Fue cuando pasó. Mientras ellas se reían noté cómo al otro
lado del local, en la barra, había unos ojos esmeralda completamente fijos en
mí. Sin mirar sabía perfectamente quién me estaba mirando.
- Lucky – susurré sin apenas voz.
Y sentí cómo mi cuerpo quiso desvanecerse.
Y sentí cómo mi cuerpo quiso desvanecerse.
Volver es una agradable sensación. Que te den la bienvenida mas.
ResponderEliminarTus textos rebosan algo que no se puede entrenar y que con el tiempo se pierde irremediablemente. Frescura. Ventilas las oscuras estancias de lo reconcentrado.