Pienso mirarte desde el momento en el que entres en esta
sala, porque llevo esperándote demasiado tiempo como para pasarte por alto. Vas
a sonreír porque te voy a encantar, y es muy probable que la primera noche
salgas del trabajo pensando en mí. Yo llenaré mi libreta de apuntes vacíos con corazones
adolescentes dibujados en tu nombre y esperaré con impaciencia el día en el que
casualmente nuestras miradas eléctricas capten nuestra atención de nuevo.
Entonces será una tarde de octubre, lloverá y yo me daré
cuenta de que llevo un mes buscando tus ojos miel por todas partes, que mi
sonrisa quiere desesperadamente tu compañía, que mi cuerpo busca sentir el
calor que desprendes cuando explicas algo como si de oxígeno se tratara. Y
cuando me dé cuenta estaré completamente perdida porque sabré que bebo los ríos
por ti, que quiero cantar mirando el paisaje mientras tú conduces y te enamoras
de mi pelo, que baila rítmicamente con el viento y todo es sencillamente
perfecto. No hay complicaciones, no hay dilemas, no hay dudas, es todo fácil y
dado porque eres tú y soy yo.
Es probable que cuando me dé cuenta me convenza de que no
tiene el mínimo sentido, que tú estás ahí arriba y yo sólo soy un proyecto a
largo plazo, y que esas miradas de refilón que me echas mientras relleno
historias son pura coincidencia, que hasta es mucho más factible que estés
mirando a la de al lado. ¿Pero sabes qué? Entonces te sientas conmigo justamente
en la mañana más horrible de la semana. No en una mañana cualquiera, no, sino
en la peor. Te sientas en mi mañana de derrota, con tu dolorosa sonrisa y tu
optimismo, y me tocas el hombro. Yo levanto mi cabeza, que está hundida entre
mis brazos, y eso hace que me pique la nariz. Genial, te sientas conmigo y a mí
me pica la nariz. Y me rasco, y tú, sin más, te ríes. Una carcajada única
acompañada de tu maldita sonrisa bonita. En algún momento de esta cadena de
sucesos increíblemente estúpidos decides que me vas a invitar a desayunar, o
quizás ya lo habías decidido antes, pero ahí estás, con un café con leche
calentito y con un donuts. ¿Cuánto hace que no me como un donuts? Me tengo que
enamorar de ti a la fuerza. Pero no olvido que es mi día horrible y que seas
tan encantador me cabrea aún más, así que te doy las gracias y en cuanto me
tomo tu irresistible desayuno me largo.
Me meteré en el ascensor para huir de ti, pero claro, ¿acaso
me vas a dejar escapar? No puedes, de alguna manera te vuelves adicto a mis
sonrisas escépticas, hasta el punto de entrar en una competición contigo mismo
por conseguir que crea algo de lo que me dices o de lo que me enseñas. Me
acaricias la mejilla y me dices que te gusta cómo huele mi pelo. El ascensor se
abre y tú sales, dejándome mareada perdida y aún más enamorada.
Y al llegar la noche decides esperarme a la salida del
trabajo. No me dices nada, simplemente ahí estás, y yo creo saber por qué, pero
no quiero saberlo porque es probable que no lo quiera creer. Pero estás ahí y
yo estoy loca por ti, y quieres que te cante en el coche mientras mi pelo baila
con el viento, quieres llevarme contigo. Y yo me dejo, porque desde el primer
momento en el que te miré al entrar en la sala supe que ibas a ser tú, y que
iba a ser yo.