El despertador sonó a las 7 como cada mañana. Adrienne
emitió un pequeño gruñido y antes de que pudiera plantearse la opción de
echarse las sábanas encima de la cabeza y olvidarse de que había un mundo que
se preparaba para el nuevo día y que la esperaba, se levantó.
Era pleno noviembre, el mes perfecto para salir de la cama y
sentir frío.
- Pero si ni siquiera es de día, por Dios – susurró
A continuación inició el aburrido y rutinario proceso que la
convertía en una mujer decente: vaqueros oscuros, zapatillas, camiseta de
tirantes negra y encima uno de sus habituales jerseys, siendo el elegido ese
día el marrón claro. No había mañana en que no se planteara cambiar esas
converse tan típicas por uno de su repertorio de botas, botines, manoletinas,
etc., pero siempre rechazaba la idea porque sabía que para estudiar literatura
clásica no necesitaba ser una diva, sino estar despierta, lo que le recordó que
no quedaba café.
- ¡Mierda!
Así pues, una vez estuvo lista con su uniforme de
estudiante, ordenó su cabellera medio castaña medio pelirroja en una coleta
bastante acertada a su parecer, le puso algo de color a sus pálidos labios
(rosa, siempre) y salió de casa un poco antes de lo usual debido a la necesidad
de encontrar cafeína donde fuera.
Salió de casa y como cada día se alegró de ver que aún era
de noche. Le encantaba la quietud tan efímera que separaba una hora de otra.
Estaba completamente oscuro y aunque había movimiento, estaba todo bastante
tranquilo. No necesitaba aumentar el volumen de su Ipod demasiado para escuchar
bien la música que llevaba, y eso le hacía sentirse inspirada. Además, cuando
cogía el bus tampoco estaba muy transitado, y aunque estuviera cansada de
aquella gran ciudad de luces, lo cierto es que por la noche todo era más
bonito.
Ir a clase le provocaba como siempre una sensación ambigua.
Por un lado le encantaban las clases, los profesores eran en su mayoría
eminencias y las infraestructuras eran preciosas, pero por otro lado
significaba sociabilizar. No es que a Adrienne no le gustara sociabilizar, al
contrario. El problema era con quién tenía oportunidad de hacerlo, ya que el
grupo con el que más había “encajado” estaba formado por 3 chicas que aún no
acababa de entender qué hacían en esa carrera, pues parecía que su único interés
fuera encontrar al amor de su vida (no con altas expectativas, por cierto) y
salir de fiesta y emborracharse cuanto más, mejor. Según el momento eran
bastante simpáticas, pero después de salir varias veces con ellas de fiesta,
más bien por compromiso, y que dieran de lado a Adrienne cuando no encontraban
en ella la diversión que buscaban (alcohol, desinhibición, y derivados) empezó
a verlas con otros ojos, porque lo más triste es que una vez veían que no era
la mejor compañera de fiesta la seguían invitando, pero porque Adrienne les
servía para contactar con algunos chicos en las discotecas, ya que no le daba
vergüenza acercarse a hablar con ellos. Total, ¿qué más daba? No le interesaba
ninguno y se aburría tanto en esos lugares construidos con falsedades y cutres
apariencias que no llegaban a esconder nunca lo que se intentaba ocultar, que
no le importaba hacerlo. Pero había llegado un punto en el que esta situación
se le hacía demasiado cansina, y el único chico del grupo tampoco ayudaba, pues
era gay y aunque a Adrienne no le gustara caer en el error de los tópicos, éste
era el más claro ejemplo de reinona maruja universitaria.
Por suerte no le llevó mucho tiempo encontrar cafeína, ya
sabía que al lado de la facultad había uno de los miles repetitivos Starbucks,
pero que a ella, por alguna extraña razón consumista, le encantaba. Pidió un
capuccino junto con una muffin y se fue hacia clase cual americana, solo que
era francesa y no estaba ni mucho menos en Estados Unidos.
Aquella mañana las horas pasaron rápido y en menos de un
suspiro estaba volviendo a casa para comer, descansar un rato y volver a su
segunda casa, aquel bar del barrio latino tan acogedor y tan estimulador para
la creatividad, como había descubierto hacía unas pocas semanas.
Christian (o Chris, como él le había sugerido que le llamara
una de aquellas tardes) se sentaba a diario en la misma mesa que Adrienne, y
las horas pasaban voladas entre líneas, unas ya escritas, y otras aún por
escribir. No se conocían en absoluto, es más, apenas hablaban, pero habían
encontrado una cierta comodidad y un compañerismo propio de dos personas que de
un modo u otro tienen el mismo objetivo: encontrar respuestas. Adrienne las
buscaba constantemente en las grandes obras de la literatura contemporánea, y
Christian confiaba en que éstas se hallaran en algún rincón de su desordenada
mente y que sólo estuvieran esperando a ser transcritas a papel.
- ¿Trabajas como escritor? – le preguntó Adrienne un día
- No. Acabé arquitectura hace 4 años, pero ahora no hay
demasiado trabajo y sinceramente yo tampoco me esfuerzo mucho por encontrarlo,
me llena más escribir ahora mismo.
- ¿Arquitecto y escritor? No es la mejor combinación, pero es
original.
- ¿Tú estudias?
- Sí, estudio Literatura clásica, no es muy difícil de
adivinar teniendo en cuenta lo que leo siempre.
- Pues no, no es demasiado complicado, y además te pega.
- ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?
- Quizás quede un poco artificial, pero espero que no me lo
tengas en cuenta, porque soy escritor, pero inspiras creatividad, o es que estoy
demasiado acostumbrado ya a verte de obra en obra. ¿No escribes, tú?
- Qué va, ¿escribir? Bastante tengo ya con entender ideas
ajenas como para intentar comprender las mías propias, sinceramente no creo que
fuera una manera acertada de emplear mi tiempo y el de los demás, probablemente
no podría pasar ni del primer párrafo.
- Eso es una soberana estupidez, señorita, una cosa no quita
la otra. Como escritor frustrado te animo a que escribas algo, lo que sea, y si
quieres yo le echo un vistazo, a ver si eres tan mala como parece, digo, como
crees – Christian sonrió pillamente
- Já, já… Estupendo, pero no te prometo nada, ni significa que
si acepto lo vaya a hacer ahora. Todavía me queda mucho por leer este semestre.
- De acuerdo. ¿Marché conclu, entonces?
- Ya veremos – finalizó Adrienne con una media sonrisa
A las 9 de la noche, la hora a la que solían marcharse del
bar, Christian preguntó:
- Adrienne, ¿vives muy lejos de aquí?
Adrienne no se lo esperaba.
- Mmm, no demasiado, relativamente. ¿Por qué?
- Porque siempre te veo caminando hacia el metro y empieza a
hacer bastante frío, además de que es bastante tarde, y yo tengo el coche aquí
al lado. No me cuesta nada.
- Te lo agradezco, pero creo que es mejor que coja el metro,
como siempre, no son más de 20 minutos. Pero gracias de todas formas. Nos vemos
mañana, ¿vale? Bonne nuit.
- Buenas noches, Adrienne.
Adrienne salió del bar ruborizada, pero por suerte el frío
lo disimulaba por completo. Se había sentido de lo más violenta ahí dentro.
¿Qué quería decir eso? ¿Que la acompañaba a casa? ¿Para qué? Ella vivía con sus
padres, y una de las cosas que le habían enseñado es que no podía fiarse ni
siquiera de la gente que va contigo cada día durante mucho tiempo. ¿Cómo
esperaba que se fuera a subir en su coche sólo por el hecho de que se vieran
cada tarde? Pero lo cierto fue que, aunque no quiso pararse a pensar mucho en
aquello, le había costado bastante decir que no… Pero lo había hecho, eso era
lo que contaba.
Aquella noche le costó dormir imaginando en qué hubiera
pasado si su respuesta hubiera sido afirmativa, y se indignaba con ella misma.
- ¡Pero si es un viejo! – se decía para sí misma- Además, con
lo que ha hecho hoy seguro que es un psicópata. No todos los escritores son
como los de tus novelas.
Pero… ¿y si hubiera dicho: sí?
¡Oh! me ha gustado mucho, seguiré a Adrienne :)
ResponderEliminarMuchísimas gracias por pasarte por mi blog y por comentar esas cosas! <3 :)
Miedo me da preguntar la edad de Christian!
ResponderEliminarHas vuelto!. Pues me alegro mucho. Te he extrañado, pequeña.
Le seguiremos la pista a Adrienne.
Un día deberías hacer un making off de todas tus historias :P
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