El viernes no amaneció mucho mejor. Al principio Adrienne no
recordaba nada de la noche anterior, pero cuando se acordó fue como si una losa
de plomo le cayera encima. Sin embargo, esa sensación agridulce de miedo y
atracción a partes iguales le hacía sonreír, aunque también gruñir y lamentarse
por pensar en eso.
Por suerte el día pasó muy rápido, y para cuando Adrienne quiso darse cuenta ya estaba de camino a aquel místico lugar que se había convertido con el tiempo en su segundo casa, el bar. Iba más rápido de lo habitual porque sentía que tenía que equilibrar el karma por lo del día anterior hablando con él de forma que pareciera que no tenía ningún tipo de problema ni aversión hacia Christian.
Desafortunadamente, cuando llegó no había nadie. Miró el reloj por si con las prisas había llegado antes de lo habitual, pero no, era la misma hora de siempre, hora a la que él ya solía estar con su Mac escribiendo. Pero allí no había nadie, sólo el conocido camarero que le saludó amigablemente como cada tarde.
- Quizás hoy se ha retrasado por algún motivo, no pasa nada,
seguiré con mi lectura y ya aparecerá – pensó Adrienne
Pero lo cierto es que no podía avanzar ni una sola página.
Ahí estaba, estancada entre letras que no le decían absolutamente nada y
pensando en la noche anterior y en si tenía algo que ver con el hecho de que
hoy sólo ella hubiera acudido a su cita indirecta habitual en el bar. No, no
podía ser, a menos que todo este largo mes a su lado hubiera sido una excusa
para intentar llevársela a la cama. Pero, ¿un chico adulto, atractivo e
interesante necesita estar un mes acechando a una presa de lo más normal para
tener sexo con ella? No, a no ser que fuera un maníaco psicópata. ¿Qué
probabilidades había de que lo fuera? Adrienne nunca había visto nada raro en
él, pero sabía perfectamente que nunca te puedes fiar de las primeras
apariencias (ni de las segundas, terceras…) y que el hablar con alguien no
implica conocerle. Sin embargo, no había notado nada extraño en él, cuando una
persona le parecía extraña en el mal sentido enseguida lo notaba y se alejaba,
pero Christian le había parecido, cuanto menos, encantador. Así que nada de
todo eso tenía sentido para ella, lo único que sabía era que casualmente la
noche en la que rechazó subirse al coche con él había coincidido con su “desaparición”.
Pero, ¿y si simplemente había ofrecido llevarla a casa por mera educación y
bondad, sin ningún otro tipo de intención que ser generoso y amable? También
podía ser, pero el neuroticismo de Adrienne le impedía seleccionar esta opción
como la más válida.
De repente se enfadó consigo misma. ¿Por qué narices tenía
que pararse a pensar en esto ahora precisamente? En el fondo le daba igual, ese
chico no era más que una agradable compañía durante sus tardes de lectura, pero
apenas se conocían y no valía la pena malgastar el tiempo pensando en un
desconocido cuando tenía jugosas lecturas por descubrir. Pero la tarde fue
pasando, y por mucho que levantara la mirada del libro inservible, allí no
aparecía ninguna cara conocida, así que cuando se dio cuenta ya eran las 9 de
la noche, y se tuvo que marchar.
Llegó a casa y se tiró en la cama momentáneamente con la
intención de dejarse morir en aquella habitación. Había sido un día de mierda y
sólo quería olvidarlo, pero sería difícil, porque el resto de la semana
siguiente se sucedió exactamente igual: levantarse para ir a clase, volver a
casa a comer, ir al bar a leer y no encontrar a Christian, un día tras otro.
Había desaparecido de la faz de la tierra, y lo peor es que en el mes que
habían compartido mesa y lugar no se le había ocurrido preguntarle ni siquiera
su primer apellido, y no podía evitar pensar que si hubiera dejado que le
llevara a casa en coche todo habría cambiado, absolutamente todo. Se sentía tan
arrepentida… Por desconfiar de todos ahora probablemente había perdido a la
única persona con la que se sentía suficientemente cómoda como para sentarse
toda una tarde en una mesa perdida de un bar perdido sin mediar apenas una sola
palabra pero poder estar leyendo como si estuviera sola. Había un vínculo
latente que no significaba nada pero que para ella significaba mucho. No eran
amigos, ni siquiera se podría decir que eran conocidos, pero ella sentía ese
vínculo, y ahora lo había perdido, porque Christian había desaparecido y a
saber si lo volvería a ver algún día de nuevo.
Ese viernes, cuando se cumplía una semana justa desde que no
lo veía, Adrienne rompió a llorar al salir del bar. Se sentía muy triste, y muy
sola, y tremendamente estúpida por echar de menos a alguien a quien no conocía,
cuando de repente alguien gritó su nombre:
- ¡Adrienne!
Por un momento su corazón dio un vuelco, tenía que ser él.
Pero cuando se giró no pudo evitar la cara de decepción que se le quedó al ver
quien era.
- Damien, ¿qué haces por aquí? – le preguntó mientras se
enjugaba las lágrimas
- Eso mismo podría preguntarte yo, Adri. ¿Estás llorando? ¿Qué
te ocurre?
- No me llames Adri, no me gusta. Y no lloro, es el maldito
frío que me deja los ojos hechos un asco. ¿Vas para el metro?
- No, tengo el coche. ¿Te llevo?
- Vale – joder, ya podría haberle contestado así de fácil a
Christian – pensó para sí misma.
El viaje en el coche transcurrió en períodos largos de
silencio y respuestas cortantes de Adrienne, que no tenía muchas ganas de
conversar, y menos ese día.
Damien aminoró la marcha y puso el coche en doble fila en la
puerta de la casa de Adrienne.
- ¿Es que no vamos a poder ser nunca amigos, Adri?
- ¿Para qué quieres que seamos amigos, Damien? Nosotros ya
éramos amigos y traicionaste mi lealtad.
- ¡Pero eso es mentira, nosotros no éramos amigos, estábamos
saliendo!
- Así sólo me demuestras más aún que ni siquiera sabes lo que
significa la amistad, al menos no para mí. Estar con alguien no excluye la
amistad, es más, es esencial, y tú la traicionaste, por no hablar de lo que
sentía por ti, así que no, no quiero que seamos amigos, Damien, al menos no
ahora.
- Ya te dije que mis padres discutieron, yo me enfurecí, bebí
de más y se me fue de las manos…
- Lo sé, y lo entiendo, de verdad. Entiendo que tengas una familia
de mierda y que te den ganas de mandarlo todo a tomar por culo la mayoría de
veces, de verdad que lo comprendo, Damien, pero eso no es excusa para hacerme
daño.
- Pero, Adri…
- ¡Que no me llames Adri, joder! Vienes a pedirme clemencia y
ni siquiera me escuchas, ¿no te das cuenta? En fin, gracias por traerme a casa,
pero la próxima vez no hace falta que me sigas para encontrarte por casualidad
conmigo en la calle, ya no tiene sentido que hagas estas cosas, ya no.
Damien subió la música del coche y desapareció enfurecido de
la calle. Adrienne, por el contrario, se encerró en su habitación y no salió en
todo el fin de semana de casa. Quería olvidar la vida real, pero no lo
consiguió, pues el nivel al cual sentía todo lo que le estaba pasando era
demasiado grande como para hacer la vista gorda.
Si al menos Christian apareciera…
Vengo necesitando el 4... por favor....
ResponderEliminarYo también. Esta historia promete. Tiene un mood elegante y nostálgico.
ResponderEliminarHe tardado un poco en contestarte porque queria tener tiempo para ponerme al día y esas cosas.
ResponderEliminarYa he cumplido con este cometido y estoy deseando leer el siguiente capítulo.
Gustóme la senténcia de que hablar con alguien no implica conocerle.
:)