Querido Lucky,
últimamente me siento especialmente sola, y lo peor es que
ni siquiera tengo ganas de escribirlo. Nunca he tenido problemas con la
soledad, es más, cuando la puedo elegir me encanta (que es casi siempre), pero
no sé, ahora me está pesando. ¿Sabes? Siempre odié que fueras a tu bola sin
depender de nadie, pero si me paro a pensar me doy cuenta de que nunca
mostraste desinterés por mí. Siempre pedías mi opinión, o buscabas la
explicación a cada frase que soltaba por soltar. Si te decía que odiaba los
martes querías saber el motivo, y echo de menos eso.
Sé que sabes que no estoy hecha para las relaciones, que yo
no vine a este mundo para eso, pero a veces deseo con todas mis fuerzas ser una
chica normal, sin problemas ni obstáculos que me impidan relacionarme con las personas
como si de respirar se tratara. Me encantaría ser normal, Lucky, aunque
probablemente no te querría de ser así, porque eres exasperante.
Me pregunto cuándo fue la última vez que alguien se paró a
conocerme, o me habló simplemente porque le interesaba lo que decía, y no
porque necesiten una consejera emocional que les diga lo que quieren oír aunque
sea una gran mentira. Es a lo que me dedico, a fin de cuentas, pero miro hacia
el futuro y pienso: ¿va a ser siempre así? ¿Destinada a evadirme de mi propia
vida intentando mejorar las ajenas hasta el punto de que sólo haya vacío?
¿Quién me curará las heridas a mí? ¿Quién salva al héroe?
Ni caso, Lucky, sólo escribo por escribir porque sé que me
leerás y eso me hace sentir un poco menos sola. Una vez tuve esa plenitud de
saber que alguien estaba ahí por mí, leyéndome y sintiéndome a cada palabra, y
era sublime.
Recuerdo aquella noche, hace ya varios años, cuando soñé con
S. Aún estaba en mi vida, claro, pero ya no de la misma manera que meses atrás.
Recuerdo estar en la habitación donde sabía que él había estado, y su amigo
intentaba cortejarme de una manera estúpida, porque yo ya le tenía prejuzgado.
Recuerdo pensar: necesito verle. Y cuando en mi sueño aparecía, como salvador
de aquel momento incómodo con su amigo, recuerdo la sensación de plenitud que
sentí. Era sólo un sueño y sin embargo yo corrí a abrazarle como si en
cualquier momento se me fuera a escapar entre los dedos. Dios, qué sensación
tan bonita. Es que le decía: joder, qué ganas tenía de verte. ¡Y sólo era un
sueño! Al día siguiente le escribí corriendo para intentar transmitirle la
intensidad de lo que sentí al “verle”, y sonrió. Qué bonito era.
La semana pasada soñé con el apocalipsis zombie. Ya, nada
nuevo. Me metía junto con más personas en un edificio hermético que resultaba
ser una universidad, y en ella había más gente refugiada. Nos pegábamos todos
contra la pared mientras nos explicaban alguna historia ficticia, y de repente
sentí cómo alguien me acariciaba la mano. Yo, desde el sueño, flipé y me giré,
y era alguien desconocido. Le pregunté: “¿qué haces?” Y me dijo: “estamos solos”.
Estamos solos, Lucky. Mis personajes ficticios me revelan jodidas verdades. La
sensación, sin embargo, fue súper reconfortante, alguien que se preocupaba por
mí, que no era otra que yo pero fue bálsamo.
Ya no me anclo en el pasado porque perdió valor, pero sí que
te echo de menos. Tú podrías haber sido algo así de bonito para mí, Lucky. Pero
no eres como yo, y así está bien.
Te escribo porque sé que si estuvieras aquí serías quien
acariciara mi mano y quien se preocupara por mí. Hace demasiado tiempo que sólo
somos mis recuerdos y yo.
Un beso, donde quiera que estés.
De: ya sabes quién soy.
Cuanto tiempo! Que cómodo es leerte, me gusta!
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