Hoy ha sido bonito. Sin darme cuenta me he pasado el día paseando
por Barcelona, como si inconscientemente supiera que es mi último día hasta
dentro de dos meses.
Fue una tarde perfecta. Estuve en casa de alguien riéndome
de banalidades, salí a cenar, e incluso fui al cine. Vi la peli más comercial
que están echando con toda probabilidad, pero era trágica. Muy trágica. Tengo
un problema con los dramas tan trágicos, y es que pueden conmigo. Los
argumentos en los que el final sea infeliz, o desastroso, o inoportuno, me
pierden, y más cuando son de amor. Así que al final, muy a mi pesar, he acabado
llorando como una adolescente en celo. Y la verdad es que tengo que reconocer
que lo que en un principio eran lágrimas de empatía hacia el protagonista han
acabado siendo sentimientos propios encontrados. De felicidad, de angustia, de
incertidumbre, de satisfacción… Todo en uno (demasiado para haber ido a ver una
película mediocre).
El caso es que salí del cine pensando que mañana me voy de
Barcelona. Por suerte tengo encantadoras personas a mi alrededor que me han
paseado en coche por toda la ciudad. Para los que no me conozcáis soy una chica
que ama viajar en todo tipo de transportes en los que pueda ver el paisaje. Amo
ir en bus, en tren, en coche… si puedo ver la ciudad a mi alrededor, y mucho
más si es de noche. Paseé por todo el centro, perdiéndome entre las luces
mágicas de mi amante, Barcelona. Estaba tan tranquila, tan apaciguada… Y me di
cuenta de que aunque hayan pasado casi 6 años ya desde que pisé por primera vez
la Diagonal y me enamoré perdidamente de todo aquel ajetreo cosmopolita mi relación
con la ciudad no ha cambiado nada.
Antes de vivir en Barcelona me pasé años escribiendo sobre
ella, lo mucho que la echaba de menos cuando no la tenía, los planes que tenía
para ambas cuando viviera en ella… Y recuerdo cómo con 16 años me senté una
mañana en las Ramblas a escribir sobre Ciudad Condal y fui incapaz. Lo único
que pude decirle fue que sólo me salían palabras bonitas cuando no la tenía,
porque era cuando verdaderamente sabía apreciarla. Y a día de hoy sigo igual,
con esta relación amor-odio que no deja de hacerme sentir ni un minuto.
Así que ahí estaba yo, apoyada en la ventana mientras pasaba
por toda mi vida catalana en un trayecto de coche. Pasé por mi primera casa en
el barrio de Sant Martí y todo lo que ello supuso en aquel momento. Me he
vuelto a ver caminando de la mano de alguien que no tenía absolutamente nada
que ver conmigo y que yo me daba de hostias por intentar que no fuera así. Me
he visto pero no era yo, porque yo ya no soy esa chica.
He pasado por Passeig de Gràcia y he recordado la primera
vez que entré en la Casa Batlló o en La Pedrera, y en la cantidad de ilusiones
que tenía cuando poco a poco descubría un rincón nuevo de Barcelona, allá por
mis 16 y 17 años. Y evidentemente he llegado a mi querida Plaza Catalunya,
donde empezó todo, quién sabe si por fortuna o por desgracia, pero que hizo que
hoy esté aquí, en un barrio de Barcelona a las puertas de mi tercer año
viviendo en una relación amor-odio absorbente y consumidora.
Siempre que acabo un curso y vuelvo a casa es como si un
ciclo se cerrara. Acaba el año académico y yo vuelvo a mis orígenes para retomar
mi presente, que es pasado allí. Sin embargo, este año parece diferente. No
siento que haya cerrado ningún círculo, es más, siento como si ahora estuviera
dejando cosas a medio hacer. Quién sabe, igual es trabajo adelantado, pero no
lo puedo saber.
Mi carrera se va encauzando poco a poco y gracias a Dios voy
viendo cada vez más lejanos aquellos años en los que todo me quedaba grande y
no tenía fuerzas ni para abrir los ojos. He conocido a mucha gente desde que
estoy aquí y voy viendo quiénes se quedan y quiénes se van, y algo que se queda
en mitad de proceso es eso, nuevas amistades, o personas que ya estaban ahí
pero no habías reparado en ellas antes y que ahora forman parte de tu vida. Eso
lo dejo pausado, que no inacabado (espero).
Y por último está esa persona. Si pienso, mi inspiración va
mucho más allá de lo sano y en menos de 1 minuto tengo miles de historias trágicas
amorosas en torno a los dos, y no lo puedo controlar, es un sentimiento
perturbador, que si le das rienda suelta te consume y te deja exhausta y
vulnerable. Sigo en una fase de: “no te impliques y no saldrás puteada”, así
que lo mejor por ahora será poner distancia geográfica de por medio y esperar a
que la situación deje de inspirarme.
Cuando alguien me inspira, estoy perdida. Y es tan bonito
estar inspirado que es una pena.
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