- Te dije que no me metieras en esta
puta habitación.
- ¿Qué? – dijo él, confuso.
- Calla y pasa.
Ella le empujó hacia el interior de la
estancia y cerró la puertas tras de sí. Odiaba con todo su ser estar en esa
habitación con aquella cama tentadora, botellas de alcohol medio vacías,
colillas muertas y decenas de papeles llenos de textos inacabados. No era su
casa, era su válvula de escape, pero no soportaba pasar demasiado tiempo en
ella porque acababa queriendo que ésa fuera su realidad.
- Te lo voy a decir una sola vez más: no
me vuelvas a traer aquí jamás.
- ¡Pero si eres tú la que nos has metido
aquí ahora!
- Sabes de lo que hablo perfectamente.
Ya te lo dije una vez. No me importa que nos veamos en el trabajo, no me
importa que quedemos a tomar algo y nos pongamos al día, no me importa que
formes parte de mi vida, pero te pedí explícitamente que no me trajeras aquí.
- No es mi intención confundirte, pero a
veces necesito escapar.
- ¿Escapar? Esto no es escapar, esto es
meterse en la boca del lobo. Puedo ser tu cordura o tu locura, pero no las dos.
Y si me metes en esta habitación no puedo pensar con claridad, me anulas. Jugar
está bien, pero cuando quieres que ese juego sea una realidad se te va de las
manos, y no estoy dispuesta a dejar que nada se me vaya de las manos.
- Pero sabes que si no fuera porque…
- Si no fuera porque tú eres tú y yo soy
yo todo sería muy distinto, pero ni tú vas a dejar de ser tú ni yo voy a dejar
de ser yo, y todo lo que dices siempre será relativo.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? ¿Qué pasa mañana?
- Ya lo sabes.
- Pues ya está, no tienes derecho a
meterme en esta jodida habitación mental a jugar con la idea de cosas realmente
dulces cuando mañana me pasarás la factura del amor de tu vida. O me tratas
como a una de tus putitas, o me tratas como si tomáramos batidos de chocolate,
o estás a la altura, pero no puedes quererlo todo. Y mañana todo esto se acaba.
- No se tiene que acabar.
- Se acaba porque mañana apago el
interruptor, porque no tengo tiempo de jugar a tener 17, así que te lo diré una
vez más: no me vuelvas a meter en esta habitación. Eres mi amigo, te aprecio y
te quiero en mi vida, te daría de hostias constantemente por el cariño que te
tengo, pero no me traigas aquí. Porque entonces no sólo te apreciaré como mi
amigo idiota, sino que querré besarte, querré dormir contigo, ver comedias
románticas mediocres, patalear como una niña pequeña, y seré un huracán 24/7.
No quiero eso en mi vida, así que ve con ella, vuélvela a enamorar, dile que es
la jodida mujer de tu vida, y si funciona seré enormemente feliz. Y si no
repasa la lista, y luego ven a pedirme consejo, lo pasaremos en grande, como
siempre. Pero cierra esta habitación ya, te lo suplico.
- Me gusta lo que esta habitación
significa para nosotros.
- Y a mí, pero no es real.
- No, no es real.
- No lo es.
Ella pareció calmarse, y de repente se
sintió culpable por el rapapolvo que acababa de darle a su amigo. Se acercó a
él y le sonrió tímidamente, casi con miedo. Él le apartó la cara, pero ella posó
la mano en su mejilla y le acarició la cara, obligándole a girarse de nuevo. Le
dio un beso dulce como regalo por todos los besos que nunca le daría, y abrió
la puerta de la habitación. Por un momento apoyó la cabeza sobre el marco,
mirando la estancia una última vez. Sonrió con pena, aquel sitio había sido lo
más parecido al nirvana en esos últimos meses, pero se recordó a sí misma que
no podían seguir jugando. A fin de cuentas ya no tenía 17 años.
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