Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

domingo, 28 de marzo de 2010

Crisis de los 50 a los 18

No te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes. Eso era lo que me habían dicho siempre, y yo creía que conocía el significado de esas palabras. Así era, pero no en todos los aspectos, como pude comprobar recientemente. A veces se puede experimentar pérdida de algo que no depende de ti, ni de nadie, sino que es parte del ciclo de la vida. Y así de repente me encontré un día, hundida e impotente, al ver que había cumplido un año más, y que con él se iban 365 días que jamás volverían. En parte nunca deseé que volvieran, pero me sentí vacía porque la situación no estaba en mis manos. Comencé a plantearme el hecho de que nunca más viviría en la que un día fue mi casa, que ya no estaría permanentemente viendo a los que habían sido mi familia. Y que mientras yo pasaba los días a 500 km, ellos iban envejeciendo a cada paso que yo daba. Sentí que todo se iba rápidamente sin poder hacer nada por evitarlo, y comencé a ver el tiempo salir disparado de los relojes, como si, harto de tanto control, se rebelara ante nosotros y nos castigara por querer someterlo a nuestros deseos. Era inevitable que me hiciera mayor, y aunque me angustiara, no podía negar que mi vida, como la de cualquier otra persona, era perecedera. Mientras yo estaba allí, la vida de la gente de mi alrededor pasaba y poco a poco se acercaba a su fin.

Lloré mucho intentando parar el tiempo para que todo se mantuviera como estaba. De repente todo iba más rápido, los días pasaban antes, los meses se acababan en un abrir y cerrar de ojos, y todo se hacía más viejo. Fue como si la crisis de los 50 hubiera saltado 32 escalones en dirección contraria y se hubiera acomodado en mis tempranos 18 para darme un puñalazo en mi vulnerable corazón. Vi que un día estaría un poco más sola, ya que no podría tener a mi lado por siempre a todos aquellos que me habían visto crecer, que un día no podría reír con mi madre sobre sus expresiones, ni disfrutar de sus deliciosas comidas, ni tampoco discutir con mi peculiar padre o bromear sobre sus manías. Todo ello me volvía loca a la par que causaba en mí sentimientos varios, entre ellos la culpa.

Por suerte, mi dolor se calmó en cuanto me rescataron esos brazos llenos de amor para mí. Cómo no olvidarse de todo lo malo cuando tienes a un ser tan lleno de bondad en su interior dispuesto a entregártela por completo. Él también crecía, pero lo hacía conmigo, y eso me daba tranquilidad, aunque no dejé de soportar la rapidez con que la vida pasaba ante mis ojos.

La vida es efímera, es imposible escapar de la naturaleza. La muerte… Ojalá no existiera la muerte.


Anaís no entendía por qué con el paso de los años Richard había cambiado su aspecto físico y su carácter. Andaba un poco más curvado y no tan rápido, y donde antes había sido un chico activo y emprendedor, ahora sólo quedaba un hombre con ganas de tranquilidad.
- No entiendo la forma tan rápida en la que cambiáis en Realidad- decía Anaís.
- Forma parte de la vida. Nacemos para morir – contestaba siempre Richard.
- Ya, pero si es todo tan efímero nunca conoceréis la evolución de las cosas.
- Ahí está la gracia de todo. Lo que empezamos nosotros hoy lo acabarán las futuras generaciones mañana. Y así será siempre.
- No quiero verte morir, Rick. No quiero verte perecer…
- Anaís, mi alma siempre estará intacta. Es como tú, sólo que no tiene representación física.
- En Realidad sin cuerpo no hay alma, sabes que no puedes engañarme.
- Lo sé, pero no quiero que un alma tan pura como tú se envenene con preocupaciones banales.
- Nada es banal si estás tú en medio.
- ¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti, Anaís?
- ¿El qué? – dijo ilusionada.
- Que eres como un personaje salido de un cuento fantasioso.
- Já, já. Encima con bromas.
- En serio, Anaís, eres como un hada. Aunque este cuerpo deje de funcionar algún día, mi alma siempre irá vinculada a ti. Te lo prometo.
Y, aunque fuera un poquito, el alma pura de Anaís se sintió más aliviada, porque dentro de ella sabía que ese vínculo estaba sellado desde hacía mucho tiempo.