Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

martes, 31 de julio de 2012

Carta a Lucky Strike


Querido Lucky,
últimamente me siento especialmente sola, y lo peor es que ni siquiera tengo ganas de escribirlo. Nunca he tenido problemas con la soledad, es más, cuando la puedo elegir me encanta (que es casi siempre), pero no sé, ahora me está pesando. ¿Sabes? Siempre odié que fueras a tu bola sin depender de nadie, pero si me paro a pensar me doy cuenta de que nunca mostraste desinterés por mí. Siempre pedías mi opinión, o buscabas la explicación a cada frase que soltaba por soltar. Si te decía que odiaba los martes querías saber el motivo, y echo de menos eso.
Sé que sabes que no estoy hecha para las relaciones, que yo no vine a este mundo para eso, pero a veces deseo con todas mis fuerzas ser una chica normal, sin problemas ni obstáculos que me impidan relacionarme con las personas como si de respirar se tratara. Me encantaría ser normal, Lucky, aunque probablemente no te querría de ser así, porque eres exasperante.
Me pregunto cuándo fue la última vez que alguien se paró a conocerme, o me habló simplemente porque le interesaba lo que decía, y no porque necesiten una consejera emocional que les diga lo que quieren oír aunque sea una gran mentira. Es a lo que me dedico, a fin de cuentas, pero miro hacia el futuro y pienso: ¿va a ser siempre así? ¿Destinada a evadirme de mi propia vida intentando mejorar las ajenas hasta el punto de que sólo haya vacío? ¿Quién me curará las heridas a mí? ¿Quién salva al héroe?
Ni caso, Lucky, sólo escribo por escribir porque sé que me leerás y eso me hace sentir un poco menos sola. Una vez tuve esa plenitud de saber que alguien estaba ahí por mí, leyéndome y sintiéndome a cada palabra, y era sublime.
Recuerdo aquella noche, hace ya varios años, cuando soñé con S. Aún estaba en mi vida, claro, pero ya no de la misma manera que meses atrás. Recuerdo estar en la habitación donde sabía que él había estado, y su amigo intentaba cortejarme de una manera estúpida, porque yo ya le tenía prejuzgado. Recuerdo pensar: necesito verle. Y cuando en mi sueño aparecía, como salvador de aquel momento incómodo con su amigo, recuerdo la sensación de plenitud que sentí. Era sólo un sueño y sin embargo yo corrí a abrazarle como si en cualquier momento se me fuera a escapar entre los dedos. Dios, qué sensación tan bonita. Es que le decía: joder, qué ganas tenía de verte. ¡Y sólo era un sueño! Al día siguiente le escribí corriendo para intentar transmitirle la intensidad de lo que sentí al “verle”, y sonrió. Qué bonito era.
La semana pasada soñé con el apocalipsis zombie. Ya, nada nuevo. Me metía junto con más personas en un edificio hermético que resultaba ser una universidad, y en ella había más gente refugiada. Nos pegábamos todos contra la pared mientras nos explicaban alguna historia ficticia, y de repente sentí cómo alguien me acariciaba la mano. Yo, desde el sueño, flipé y me giré, y era alguien desconocido. Le pregunté: “¿qué haces?” Y me dijo: “estamos solos”. Estamos solos, Lucky. Mis personajes ficticios me revelan jodidas verdades. La sensación, sin embargo, fue súper reconfortante, alguien que se preocupaba por mí, que no era otra que yo pero fue bálsamo.
Ya no me anclo en el pasado porque perdió valor, pero sí que te echo de menos. Tú podrías haber sido algo así de bonito para mí, Lucky. Pero no eres como yo, y así está bien.
Te escribo porque sé que si estuvieras aquí serías quien acariciara mi mano y quien se preocupara por mí. Hace demasiado tiempo que sólo somos mis recuerdos y yo.
Un beso, donde quiera que estés.
De: ya sabes quién soy.

miércoles, 11 de julio de 2012

Entre líneas: capítulo 10


- ¿Quién mierdas eres? – dijo Adrienne al chico que la había casi obligado a meterse en el coche y había arrancado a toda velocidad, haciendo que el aeropuerto quedara como un dibujo borroso en la lejanía.
- ¿Puedes hacer el favor de estarte quieta? Lo estás complicando todo mucho más – contestó el chico con una voz ronca que hubiera intimidado a Adrienne de no ser porque era bastante jovial.
- ¿¿Que me esté quieta?? ¡Me has secuestrado, gilipollas! Va a estarse quieta tu madre, déjame bajar del puto coche YA.
- Vaya, no sabía que en París fuerais tan malhabladas – dijo el chico con una sonrisa burlona.
 Adrienne se quedó un momento pensativa, valorando la situación. Lo cierto era que el chico en cuestión no daba miedo, y no parecía que fuera a hacerle daño, pero no cabía duda de que él sabía mucho más de ella que al revés, lo que la inquietaba bastante.
- ¿Quién eres? – volvió a preguntar Adrienne.
- Mmm, un chico.
- ¿En serio? – Adrienne miró al techo y suspiró. - ¿Dónde está Christian?
- ¿Quién?
- No me trates como a una tonta. ¿Dónde me llevas?
- A un lugar seguro.
- ¿Con Christian?
- No, con Christian no.
- ¿Dónde está?
- Él está bien, no te preocupes. Quien ahora mismo no lo está eres tú.
- Eso es evidente, ¿no crees? Me has secuestrado.
- ¿Quieres no preocuparte?
- ¿Me vas a matar?
- No.
- ¿Y a violar?
El chico echó la vista atrás, como cavilando mientras la miraba de arriba abajo para finalmente decir que no burlonamente.
- Eres gilipollas.
- Cállate y cuando lleguemos donde tenemos que llegar te explico todo.
Adrienne quería pensar que no pasaba nada, que todo estaba en orden, pero no pudo dejar de temblar durante todo el trayecto.
Finalmente llegaron a una calle random de Londres. Adrienne no tenía ni idea de dónde estaba, pero el chico bajó y la sacó del coche con más educación que cuando la metió en él, aunque no la soltó hasta que se metieron en el portal, no sin antes ver cómo un hombre trajeado tomaba las riendas del auto y se lo llevaba.
Cogieron el ascensor y el chico apretó la decimotercera planta. Adrienne lo tenía muy cerca y ahora que se había quitado las gafas podía apreciar el color miel oscuro de sus ojos y la barba rebelde que llevaba.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó Adrienne.
- Puedes llamarme Alex.
- ¿De qué otra forma podría llamarte?
- Cállate.
Llegaron a la planta en cuestión y Alex abrió la puerta de un piso de lo más común, sin nada fuera de lo normal. Pidió a Adrienne que se sentara en uno de los sofás y desapareció para volver a los pocos minutos con una tila.
- Esto es para que dejes de temblar, ya te he dicho que no voy a hacerte daño, ni soy un secuestrador.
Adrienne bebió temerosa la tila, pensando que quizás llevaba veneno y que en pocos minutos se dormiría para despertar en un futuro lleno de sangre e intestinos fuera, o quizás sin riñones.
- Gracias… ¿Podrías explicarme qué está pasando?
- Sí. Christian te pidió expresamente que fueras cautelosa a la hora de comunicarte con él.
- Y lo he sido.
- No lo debes de haber sido demasiado si te han descubierto.
- Chris llevaba dos semanas sin dar señales de vida y teniendo en cuenta el jaleo que tiene montado aquí y que no me cuenta, me preocupé, como es lógico. Además, ¿quién me ha descubierto? O lo que es mejor: ¿quién no tenía que descubrirme?
- Básicamente su familia, pero no te puedo contar más, eso es cosa suya.
- Quiero verle.
- Lamentablemente ahora mismo no va a poder ser. Su familia cree que yo he ido al aeropuerto para meterte en el siguiente avión hacia París.
- ¿Christian también lo cree?
- No, él sabía lo que iba a hacer.
- ¿Sois amigos, entonces?
- Aaalgo así, se podría decir.
- Uf, eso me deja mucho más tranquila.
- Me alegro.
- ¿Y si no puedo verle por qué ha dejado que me traigas hasta aquí?
- Porque sabía que no te quedarías tranquila y que pensarías que lo tienen en un sótano torturándole o algo por el estilo, y que querrías explicaciones.  Como él no te las puede dar, me ha pedido que te las dé yo.
La conversación no fue mucho más trascendente después. Adrienne se encontraba cansada, pero a pesar de que sabía que ellos eran amigos no conseguía tranquilizarse. ¿Y si todo era mentira? Alex se dio cuenta y cogió el teléfono.
- Sí. Todo bien. Está bastante nerviosa, creo que no se fía de mí. Tampoco soy tan mala persona – iba diciendo Alex por el teléfono.
De repente llamó a Adrienne, y entre susurros le dijo:
- No te alteres, no te alargues ni esperes de él respuestas recíprocas, le tienen vigilado.
Adrienne cogió el teléfono con la respiración acelerada.
- Christian, ¿eres tú?
- Hola, Alex, ¿cómo fue? ¿Todo bien?
- Oh, gracias a Dios que escucho tu voz, me estaba volviendo loca. Tu amigo me ha secuestrado y no me fío, y necesito verte, y…
- Me alegro, lo mismo te digo. No te preocupes, está todo en orden, todo irá bien.
- Te quiero, Christian.
- Y yo también. Cuídate, Alex.
- Hasta luego, Chris. Te quiero.
Alex miraba desde la otra punta de la habitación, observando la desesperación palpable de la chica e intentaba acordarse de la última vez que había vivido algo así de intenso. Ya no lo recordaba.
- Precioso. ¿Tranquila ya?
- Sí… Más o menos. ¿Por qué hablaba en clave?
- Ya te lo he dicho, le están escuchando.
- ¿Pero quién le escucha?
- Su familia.
- ¿Acaso son una mafia o algo? ¿Asesinos, terroristas?
- No, mucho peor: son personas influyentes.
- ¿Eso qué significa?
- Nada. ¿Quieres darte una ducha?
- ¿Me lo dices porque huelo mal o para que me calle?
- Te lo digo porque sigues temblando y una ducha con agua caliente te vendrá bien.
- Ah, pues sí… Gracias.
- Si quieres me meto contigo.
- Eres gilipollas. ¿Dónde está el baño?
- Al fondo a la izquierda, malhablada.
Adrienne se metió en la ducha y durante unos minutos se concentró en las gotas de agua caliente cayendo sobre su cuerpo, esa sensación agradable era lo único que quería sentir. No duró mucho, pues enseguida recordó la voz de Christian, fría pero cercana, al otro lado del teléfono, la aparición repentina de Alex y su pseudosecuestro para acabar siendo un amigo de Chris, todo lo relacionado con su familia y lo que parecía ser una mafia extraña, y demás acontecimientos fuera de lo normal a lo largo del día. Estuvo como media hora bajo el agua, y cuando salió de la ducha agradeció tener su maleta con sus pertenencias para poder adecentarse bien el pelo y ponerse decente. Si había algo que no gustaba a Adrienne era estar en casas ajenas sin sus propias cosas.
Se puso un pantalón de chándal negro que hacía de pijama y una camiseta ancha. Cuando salió vio que Alex había preparado la cena, cosa que agradeció porque se había dado cuenta de que no había comido nada desde primera hora de la mañana, antes de coger el vuelo, y se moría de hambre.
- Ten, toma esta sudadera, te abrigará más que esa cutre-camiseta.
- Gracias, de nuevo.
Se sentaron en el sofá mientras cenaban, y Adrienne estaba tímida, como si ahora le supiera mal haberse comportado tan ariscamente durante todo el día (a pesar de que fuera la reacción más normal).
- ¿Qué dan por las noches en la tele inglesa? – preguntó Adrienne, sintiéndose estúpida ipsofactamente.
-  Telebasura y deportes. He optado por lo primero a pesar de que hoy juega el Chelsea, mi equipo preferido, porque supuse que el fútbol te la sopla, Ariednne.
- No me importa demasiado, no. Y es Adrienne, no Ariednne.
- Oh, perdona. Es que tu nombre es demasiado largo y complicado, no me gusta nada.
- Pues no le puedes hacer nada.
- Ya… Aunque en realidad sí, puedo cambiar tu nombre.
- No, no puedes, soy Adrienne y siempre lo seré.
- No, tengo que buscarte otro nombre, Adrinoséqué es demasiado complicado. ¿Cómo te puedo llamar? Mmm…
- Adrienne, me puedes llamar Adrienne, porque así es cómo me llamo.
- Mmm, tiene que ser un nombre corto, sencillo pero impactante, que siempre vaya a recordar…
- Adrienne.
- ¡Ya lo tengo! ¡Chelsea! Te llamaré así, en honor a mi equipo de fútbol. No te podrás quejar, ¿eh?
- ¿Chelsea? Por el amor de Dios, ¡me llamo Adrienne!
- Cállate y come patatas, Chelsea.
Después de cenar, mientras miraban la tele, Adrienne notaba cómo los ojos se le cerraban irremediablemente. Estaba agotadísima, tanto, que se quedó dormida en el sofá sin darse cuenta. Los volvió a abrir cuando Alex la despertó, avisándola de que era muy tarde y que debería irse a la cama a descansar.
- Puedes ir a aquella habitación – dijo, señalándole con el dedo su ubicación -, es donde Christian duerme cuando se queda aquí.
- Vale… ¿Cuándo me voy a ir? – dijo adormilada.
- Ya hablaremos de eso mañana. Buenas noches, Chelsea.
- Buenas noches…
Adrienne se tiró en la cama y a pesar de que le habría encantado comprobar si era cierto que ahí dormía Christian a veces, el sueño pudo con ella y se quedó sumida en él.
Hasta el día siguiente.

martes, 10 de julio de 2012

Ensoñaciones


Lo más fácil sería apagar el pc y acostarme en la cama a la espera de que Insomnio me dé algo de tregua, pero de vez en cuando tengo que escribir porque es la única forma de sacarte fuera de mí. Siempre me hago prometer que ésta será la última vez que te dedique tristes palabras de postadolescente nostálgica, y siempre sé que en algún momento de las noches que se van sucediendo romperé la promesa.
Pero ahí estás, acechante a cada pensamiento que vaga por las calles solitarias de mi mente, y yo me pregunto: ¿por qué lo haces? Me acorralas en callejones sin salida que yo misma creé, y no es justo. No es justo porque no es el momento, ambos soñamos con los mismos caminos pero en tiempos totalmente diferentes, lo que significa que cuando tú llegues donde yo estoy hoy, ya estaré muy lejos. Sin embargo tus ojos están ahí, me miran fijamente, observando cada vaivén de mi cuerpo tímido e inseguro, incapaz de mantener la compostura cuando tú te hallas cerca. ¿Para qué me miras si no vas a verme?
Te he imaginado en tantísimas situaciones… Como aquella vez en la que me invitaste al cine por sorpresa, o cuando viniste a recogerme a la facultad sin más con la excusa de que pasabas por allí. Y cómo olvidar las veces que me has llevado a la playa al atardecer o que hemos acabado en ella al amanecer… No sé si tu imán por el mar es más fuerte que el mío, pero cuando estamos en él es como si todo fuera nítido como la luz del sol. Mis amigas dirían: “oh, le gustas seguro”, pero yo sabría que no, porque no sería capaz de acceder a ti, no lo permitirías porque no sería el momento.
Sólo a veces quieres. Y sé que quieres porque quieres que lo sepa y entonces me lo haces saber con gestos, nunca con palabras, que a fin de cuentas es como mejor se demuestran las cosas. Si algo no nos sobra son las palabras. Y quieres que sepa que quieres porque te sientes culpable, porque te gustaría que éste fuera nuestro momento aun sabiendo que no lo es y que no lo será. Y cada vez que lo pienso o me haces pensarlo no puedo sino sonreír, aunque sea tristemente, por todo lo que fuimos en mi mente y nunca seremos en la vida real. Fue la historia más bonita jamás vivida.

Y sólo me arrepiento de no haberte besado nunca.

jueves, 5 de julio de 2012

Cerrando ciclos (o intentándolo)

Hoy ha sido bonito. Sin darme cuenta me he pasado el día paseando por Barcelona, como si inconscientemente supiera que es mi último día hasta dentro de dos meses.
Fue una tarde perfecta. Estuve en casa de alguien riéndome de banalidades, salí a cenar, e incluso fui al cine. Vi la peli más comercial que están echando con toda probabilidad, pero era trágica. Muy trágica. Tengo un problema con los dramas tan trágicos, y es que pueden conmigo. Los argumentos en los que el final sea infeliz, o desastroso, o inoportuno, me pierden, y más cuando son de amor. Así que al final, muy a mi pesar, he acabado llorando como una adolescente en celo. Y la verdad es que tengo que reconocer que lo que en un principio eran lágrimas de empatía hacia el protagonista han acabado siendo sentimientos propios encontrados. De felicidad, de angustia, de incertidumbre, de satisfacción… Todo en uno (demasiado para haber ido a ver una película mediocre).
El caso es que salí del cine pensando que mañana me voy de Barcelona. Por suerte tengo encantadoras personas a mi alrededor que me han paseado en coche por toda la ciudad. Para los que no me conozcáis soy una chica que ama viajar en todo tipo de transportes en los que pueda ver el paisaje. Amo ir en bus, en tren, en coche… si puedo ver la ciudad a mi alrededor, y mucho más si es de noche. Paseé por todo el centro, perdiéndome entre las luces mágicas de mi amante, Barcelona. Estaba tan tranquila, tan apaciguada… Y me di cuenta de que aunque hayan pasado casi 6 años ya desde que pisé por primera vez la Diagonal y me enamoré perdidamente de todo aquel ajetreo cosmopolita mi relación con la ciudad no ha cambiado nada.
Antes de vivir en Barcelona me pasé años escribiendo sobre ella, lo mucho que la echaba de menos cuando no la tenía, los planes que tenía para ambas cuando viviera en ella… Y recuerdo cómo con 16 años me senté una mañana en las Ramblas a escribir sobre Ciudad Condal y fui incapaz. Lo único que pude decirle fue que sólo me salían palabras bonitas cuando no la tenía, porque era cuando verdaderamente sabía apreciarla. Y a día de hoy sigo igual, con esta relación amor-odio que no deja de hacerme sentir ni un minuto.
Así que ahí estaba yo, apoyada en la ventana mientras pasaba por toda mi vida catalana en un trayecto de coche. Pasé por mi primera casa en el barrio de Sant Martí y todo lo que ello supuso en aquel momento. Me he vuelto a ver caminando de la mano de alguien que no tenía absolutamente nada que ver conmigo y que yo me daba de hostias por intentar que no fuera así. Me he visto pero no era yo, porque yo ya no soy esa chica.
He pasado por Passeig de Gràcia y he recordado la primera vez que entré en la Casa Batlló o en La Pedrera, y en la cantidad de ilusiones que tenía cuando poco a poco descubría un rincón nuevo de Barcelona, allá por mis 16 y 17 años. Y evidentemente he llegado a mi querida Plaza Catalunya, donde empezó todo, quién sabe si por fortuna o por desgracia, pero que hizo que hoy esté aquí, en un barrio de Barcelona a las puertas de mi tercer año viviendo en una relación amor-odio absorbente y consumidora.
Siempre que acabo un curso y vuelvo a casa es como si un ciclo se cerrara. Acaba el año académico y yo vuelvo a mis orígenes para retomar mi presente, que es pasado allí. Sin embargo, este año parece diferente. No siento que haya cerrado ningún círculo, es más, siento como si ahora estuviera dejando cosas a medio hacer. Quién sabe, igual es trabajo adelantado, pero no lo puedo saber.
Mi carrera se va encauzando poco a poco y gracias a Dios voy viendo cada vez más lejanos aquellos años en los que todo me quedaba grande y no tenía fuerzas ni para abrir los ojos. He conocido a mucha gente desde que estoy aquí y voy viendo quiénes se quedan y quiénes se van, y algo que se queda en mitad de proceso es eso, nuevas amistades, o personas que ya estaban ahí pero no habías reparado en ellas antes y que ahora forman parte de tu vida. Eso lo dejo pausado, que no inacabado (espero).
Y por último está esa persona. Si pienso, mi inspiración va mucho más allá de lo sano y en menos de 1 minuto tengo miles de historias trágicas amorosas en torno a los dos, y no lo puedo controlar, es un sentimiento perturbador, que si le das rienda suelta te consume y te deja exhausta y vulnerable. Sigo en una fase de: “no te impliques y no saldrás puteada”, así que lo mejor por ahora será poner distancia geográfica de por medio y esperar a que la situación deje de inspirarme.
Cuando alguien me inspira, estoy perdida. Y es tan bonito estar inspirado que es una pena.