Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

domingo, 16 de septiembre de 2012

Orgasmos


Cada vez que tengo un orgasmo te quiero.  No quiero quererte, pero lo hago. De hecho, por no querer no quiero ni que te cruces en mis fantasías, pero, boy, cada vez que lo haces veo fuegos artificiales, y te he de querer.
Puedo estar imaginando cualquier cosa, desde un simple baile sensual hasta una borrachera con consecuencias, pero cada vez que irrumpes en la escena me vuelvo completamente loca. Y es por tu mirada acechante, que no deja de repetir: “eres mía”, por la seguridad con la que observas todo, sabiendo de antemano que ya has ganado. Me pierdo completamente en el momento en el que demuestras que me deseas casi más que yo a ti y que te da igual que sepa que vienes a por mí, porque no te andas con rodeos. Juegas, sí, y mucho, pero eres directo, y es por eso que cuando entras vienes directamente a por mí.
Así que por mucho, por mucho esfuerzo que haga por no querer saber nada de ti durante mis fantasías, en el momento en el que se produce una sinapsis con tu nombre apareces, pierdo el sentido y tengo uno de esos orgasmos sublimes y extasiantes en los que al final te he de querer.
Evidentemente sé que en ese momento te quiero porque he liberado endorfinas chachiguays a mansalva y otras cosas que no recuerdo que incrementan la sensación de bienestar, pero es tan oportuno quererte después de un orgasmo, me siento tan increíblemente bien sintiéndolo.
Así que, tú, deja de interrumpir mis fantasías y desaparece. Pero si no estás muy por la labor, en secreto te diré: sigue volviéndome loca.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Tú me llevas


Pienso mirarte desde el momento en el que entres en esta sala, porque llevo esperándote demasiado tiempo como para pasarte por alto. Vas a sonreír porque te voy a encantar, y es muy probable que la primera noche salgas del trabajo pensando en mí. Yo llenaré mi libreta de apuntes vacíos con corazones adolescentes dibujados en tu nombre y esperaré con impaciencia el día en el que casualmente nuestras miradas eléctricas capten nuestra atención de nuevo.
Entonces será una tarde de octubre, lloverá y yo me daré cuenta de que llevo un mes buscando tus ojos miel por todas partes, que mi sonrisa quiere desesperadamente tu compañía, que mi cuerpo busca sentir el calor que desprendes cuando explicas algo como si de oxígeno se tratara. Y cuando me dé cuenta estaré completamente perdida porque sabré que bebo los ríos por ti, que quiero cantar mirando el paisaje mientras tú conduces y te enamoras de mi pelo, que baila rítmicamente con el viento y todo es sencillamente perfecto. No hay complicaciones, no hay dilemas, no hay dudas, es todo fácil y dado porque eres tú y soy yo.
Es probable que cuando me dé cuenta me convenza de que no tiene el mínimo sentido, que tú estás ahí arriba y yo sólo soy un proyecto a largo plazo, y que esas miradas de refilón que me echas mientras relleno historias son pura coincidencia, que hasta es mucho más factible que estés mirando a la de al lado. ¿Pero sabes qué? Entonces te sientas conmigo justamente en la mañana más horrible de la semana. No en una mañana cualquiera, no, sino en la peor. Te sientas en mi mañana de derrota, con tu dolorosa sonrisa y tu optimismo, y me tocas el hombro. Yo levanto mi cabeza, que está hundida entre mis brazos, y eso hace que me pique la nariz. Genial, te sientas conmigo y a mí me pica la nariz. Y me rasco, y tú, sin más, te ríes. Una carcajada única acompañada de tu maldita sonrisa bonita. En algún momento de esta cadena de sucesos increíblemente estúpidos decides que me vas a invitar a desayunar, o quizás ya lo habías decidido antes, pero ahí estás, con un café con leche calentito y con un donuts. ¿Cuánto hace que no me como un donuts? Me tengo que enamorar de ti a la fuerza. Pero no olvido que es mi día horrible y que seas tan encantador me cabrea aún más, así que te doy las gracias y en cuanto me tomo tu irresistible desayuno me largo.
Me meteré en el ascensor para huir de ti, pero claro, ¿acaso me vas a dejar escapar? No puedes, de alguna manera te vuelves adicto a mis sonrisas escépticas, hasta el punto de entrar en una competición contigo mismo por conseguir que crea algo de lo que me dices o de lo que me enseñas. Me acaricias la mejilla y me dices que te gusta cómo huele mi pelo. El ascensor se abre y tú sales, dejándome mareada perdida y aún más enamorada.
Y al llegar la noche decides esperarme a la salida del trabajo. No me dices nada, simplemente ahí estás, y yo creo saber por qué, pero no quiero saberlo porque es probable que no lo quiera creer. Pero estás ahí y yo estoy loca por ti, y quieres que te cante en el coche mientras mi pelo baila con el viento, quieres llevarme contigo. Y yo me dejo, porque desde el primer momento en el que te miré al entrar en la sala supe que ibas a ser tú, y que iba a ser yo.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Desear satisface


Ashley y su indiferencia. Se acostumbró tanto a fingir que nada le importaba que acabó por ser así. Mujer fatal, de vicios: alcohol, tabaco y manipulación. En la cama, quien ella escogiera: mujer, hombre… daba igual mientras la hiciese gritar. Eso cuando la lujuria superaba sus ganas de jugar a las marionetas.
¿Amor? Eso para las adolescentes con baja autoestima de la generación Crepúsculo, ella sabía que era pura pantomima literaria, una idea fácil de vender y fácil de creer pero que era lo más lejano a la realidad posible. El único amor que sentía era el de cuando tenía cabezas entre sus piernas.
Ashley se levantó de aquella cama en la madrugada del sábado, y ella se sintió contrariada.
- ¿No te quedas? – le preguntó la chica cualquiera.
- Prefiero mi cama.
- ¿Te volveré a ver?
Lo dudo. Pero tranquila, me has dejado muy satisfecha.
Se colocó las medias, se subió la cremallera de la falda y calzó sus zapatos rojos. Acto seguido cogió la chaqueta que había dejado posada en la silla y se despidió mientras salía por la puerta de una casa desconocida, la que con toda seguridad jamás volvería a pisar.
A veces Ashley odiaba tener esa personalidad fría que le impedía desarrollar cualquier tipo de sentimiento que no fuera interesado hacia alguien, sobre todo cuando veía a las parejas atontadas por la calle, pero sabía perfectamente que esas burbujas de enamoramiento eran más transitorias que sus roturas de medias. El problema de la idealización es que, una vez desenmascarada, la decepción es irremediablemente grave e irreversible. Cuando conoces a una persona haces un boceto de lo que quieres y crees que sea, pero en cuanto se abre el telón y ves lo que te va a aportar (que suele ser nada) sólo desearías no haberte metido en ese lío en el que no podrás salir sin mancharte la falda. Así que Ashley no quería, sólo deseaba. 
Pues desear satisface, pero querer no.