Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

sábado, 31 de diciembre de 2011

Goodbye, 2011. Hello, 2012.


Es el último atardecer del año, 2011 dice adiós. En los 3 años y pico que tiene el blog no me recuerdo escribiendo en Nochevieja. Supongo que es lo normal, en una noche como hoy se suele estar más por otras cosas, pero creo que este año merece una carta de despedida, así que I’ll do my best.
Llevo viviendo en Barcelona dos años y medio casi, ya. No fue nada fácil adaptarme a estar en una ciudad que tanto conocía pero que a la vez me resultaba por primera vez de lo más extraña. Los primeros meses tenía la sensación de que nunca más podría volver a casa como concepto temporal. Era cierto, nunca podría volver a aquella habitación de adolescente, llena de libros, apuntes, fotos ególatras, canciones raperas/rockeras, y conversaciones nocturnas. Todo eso quedaba por siempre en el pasado, y sabía que lo único que encontraría al volver al lugar de los hechos, serían, como siempre, mis recuerdos. Recuerdos de una época en la que todo tenía demasiado sentido. Mis días estaban llenos de hastío, de dolor y de frustración, pero toda esa negatividad tenía un motivo y un propósito, y era el llevarme a ese otro lado: el de la pasión, los imposibles, y el rojo. Todo encajaba mejor que un puzzle complejo, porque en mi mente la armonía era completa. Así pues, aunque no pudiera dormir por la noche y sintiera una pena constante, también volvía de camino a casa con mariposas en el estómago sin ser consciente siquiera ansiosa por encender mi ordenador y empezar a reír.
Así que al partir a la ciudad condal sin darme cuenta dije adiós para siempre a todo eso. Ingenua de mí soñando con un futuro mejor cuando sólo me esperaban más desgracias y sufrimiento, esta vez lejos de mi safe place. No fue fácil, no.
Y este 2011 no empezó desentonando, siguió con la melodía del año anterior, fue subiendo la intensidad cada vez más hasta que el dolor se hizo insoportable. Era tan fuerte que me aisló de todo lo demás, de quien yo era. Me arrebató la inspiración, los objetivos, la superación, mi Ashley interior, mi fiereza como mujer. Todo. Y ya no había ni pasión, ni uñas rojas, ni canciones que pudieran paliar los efectos, simplemente desaparecí, me quedé en stand-by.
En septiembre toqué tal fondo que en ese momento supe que sólo me quedaba volver a subir. Sin saber muy bien cómo, decidí por primera vez que lo que me pesaba tanto ya no importaba. Sólo me dolía porque siempre lo había hecho, no porque me doliera en sí, dándome cuenta así de que ya no tenía la carga que quería quitarme desde hace tiempo. Una vez tuve claro eso el ascenso a la superficie fue de lo más fácil.
Mi yo de 17 años y yo tenemos en común una base fija sobre lo que somos y sobre lo que queremos ser. La diferencia es que mi yo de 17 tenía cosas. Yo estoy en el punto de partida, preparada para lo que tenga que venir, y eso es bueno, sentirse preparada para todo da mucha confianza y seguridad y sobre todo, da tranquilidad.
Ha pasado mucha gente en mi vida, y por suerte sigue pasando. La gran mayoría se han ido sin apenas inmutarme. Otras personas – las menos- siguen a pie del cañón como el primer día (imposible olvidarme de Ángel guardián, siempre tan fiel a mí). Y otras se han ido dejando una huella demasiado grande como para pasarla por alto. Es ley de vida, supongo. Cada época tiene unas personas que en mayor o menor medida te guían por el camino que vas recorriendo, y cuando ese camino llega a un nuevo punto se van, aunque no quieras que lo hagan. Sólo me queda recordar indefinidamente esos recuerdos tan especiales que tengo hasta que tenga nuevos momentos –presentes- que pesen más que los viejos, y para eso sólo hay que esperar que el tiempo haga su trabajo.

 Llevo mucho recorrido, pero me queda mucho más aún por recorrer. A las personas que alguna vez me hayan leído y se hayan sentido identificados porque han vivido alguna situación que les ha evocado el mismo sentimiento que yo he plasmado en cada uno de mis textos a lo largo de estos tres años: gracias, me sentí mucho menos sola sabiendo que no era la única.
Y para las personas que estén pasando por una situación difícil y no vean el momento de que pase, no os preocupéis, porque no estáis solos. Hay mucha gente que se siente sola, impotente, traicionada, en todo el mundo. Y por mucho que suene a tópico: todo pasa. Puede tardar 1 mes, 6 meses, 1 año, 2 años, incluso 5, pero acaba pasando. La infelicidad tiene fecha de caducidad, sólo tenéis que tener algo de paciencia y sobre todo fuerza de voluntad, amor hacia vosotros mismos y un par de cojones, y se sale. Da igual que esa persona te haya dejado y que lo eches de menos, o que tu familia te haga la vida imposible, que en el instituto te hagan bullying o que seas la persona más incomprendida del mundo, porque vivir ese tipo de cosas hará que un futuro seas una persona fuerte y envidiable, con una claridad de ideas impresionante y con una sólida fortaleza, mientras que los que te joden ahora serán eso, simples personas con vidas tan poco interesantes que se fijan más en la tuya, o gente tan egoísta que será infeliz toda su vida porque no soporta ver brillar a la gente de su alrededor mientras no pueden hacer nada.
Todo pasa.
Después de este discurso presidencial, no está de más compartir con vosotros algunos deseos que tengo para 2012.

  • Ante todo, que la economía mejore y dé un poquito de ilusión a todo el país en general, nos lo merecemos. Además, la independencia es dura, y más cuando no tienes un duro!
  • Poder llevar mi carrera a otro nivel y que el rendimiento se vea mejor reflejado en los resultados, eso me haría tremendamente feliz.
  • Seguir con el buen rollo que tengo con mi clase. Con que se mantenga yo me conformo, porque hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan a gusto con unas personas con las que comparto algo tan bonito como es nuestra futura profesión.
  • Poder olvidar a las personas que ya no están y que la gente cercana a mí que también sufre pueda seguir adelante.
  • Acabar mi primera novela seria.
  • Avanzar musicalmente y hacer así más seria la vocación que tengo con la música.
  • Seguir conociendo a mucha gente que me aporte cosas y con quien construir nuevos recuerdos.

Y sobre todo, y quizás el más personal:

  • Que aparezca mi hombre del cigarrillo, con quien mantener conversaciones nocturnas trascendentales, para quien me pinte las uñas, los labios y el alma de color rojo, con quien perderme por Barcelona los viernes por la noche en secreto y poder escapar de la rutina con un beso. El hombre que me esperará fuera de un bar de los años 20 fumando un cigarrillo enfundado en su abrigo negro con su mirada fija en mí, con la seguridad de quien va a salvar el mundo en un abrir y cerrar de ojos si quiere, y que me llevará al cielo si quiero porque él, mi hombre, lo tendrá todo bajo control, y yo podré respirar al fin.

Feliz año nuevo a todos.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Desire

Qué no daría por tenerte aquí ahora mismo. Que mi pantalla se iluminara cual luciérnaga nocturna avisándome de tu llegada en forma de prosa. Unas cuantas palabras bonitas para endulzarme el alma, y alguna que otra promesa de amor eterno, aunque acabe esta noche.
Lo daría todo por unas cuantas horas vagando de web en web mientras te espero, y aún daría más por tenerte en frente de mí. Ponle una mesa, un par de copas por medio y poco más. Ni te pido que te acerques, ni que me abraces, mucho menos que me beses. Tan solo te quiero delante de mí, mirándome como si el mundo acabara en mis dos pupilas.
Que tú has despertado lo que creía muerto y ahora estoy muriendo de descontrol, es imposible lidiar con tanto sentimiento contrariado junto. Si tan solo estuvieras aquí para sellarme los labios con una pizca de amor, una milésima pequeñísima de cariño, todo sería diferente.
Pero la realidad es que no estás y yo me paso el día soñándote. Te busco en mi vida y ni por asomo te encuentro, porque eres mi utopía íntima y no me queda más que soñarte, porque estás muy, muy lejos de mí, aunque yo esté tan, tan cerca.
Si por un segundo tocara tu mano y a través del tacto te transmitiera un poco de lo que siento te aseguro que este mundo se salvaría del hundimiento y nosotros seríamos eternamente felices.
Porque te deseo tanto que muero.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Red essence

Me pierdo en la noche siguiendo el rastro de sus labios rojos. Tenues destellos de luz en la más fría oscuridad me indican el camino que debo seguir para llegar hasta ella. No está lejos, pero es esquiva, no se deja llegar fácilmente, y yo me vuelvo loco buscándola en cada rincón de la ciudad encantada, pero a ella le encanta cada paso que doy en su nombre, porque forma parte de su juego. Yo soy sólo una pieza más que da sentido a su puzzle y cada noche prueba a encajarme de una manera diferente. Podría parar con su juego de niña mimada, pero sólo puedo pensar en sus uñas carmín. Necesito llegar a ellas, besarlas, acariciarlas en mi cara y no dejarlas ir.
En la esquina de la calle de abajo veo una sombra. Ha de ser ella, no puede ser ninguna otra. Me dirijo impaciente, desde fuera un alma más que vaga por la inmensidad de la oscuridad, pero para mí no está oscuro, pues tengo bien iluminado el camino que tengo que seguir para alcanzarla, no podría tener más certeza en una sola idea como la que me mueve a seguir el sonido de sus tacones rojos.
Veo un pequeño rastro de su pelo y me siento frenético. Necesito enredar mis dedos en él y oler su sabor, perderme en su cuello y embriagarme con el calor que desprende, morderlo y besarlo como si de él se desprendiera el maná que da vida y muerte a simples mortales como yo.
Como si un ser divino fuera,  me ha leído el pensamiento. Lo sé porque escucho su risa juguetona al otro lado de la calle. No puedo aguantar más, tengo que llegar a ella, así que echo a correr hasta llegar a la paralela.
Y ahí está, con una sonrisa triunfal. Claro, ella sabe tan bien como yo que es la única ganadora de este juego, pero también sabe que me da igual, pues lo único que quiero es que sea mía. Sus ojos cristal al mirarme rompen el hielo que habita en mi hastiada alma y lo derriten. Me deja sin mecanismos de defensa, vulnerable y a su merced, pero no importa, porque la deseo.
Me acerco a ella, está sencillamente preciosa. Lleva un vestido negro como la noche y unos zapatos rojos como el diablo, y su pelo lacio acaricia sus hombros y su espalda descubierta. Está poseída por la perfección y yo me dejo caer a sus pies..
- Casi lo has conseguido – me dice

De repente me enseña una llave, probablemente la de su corazón.
- Haré lo que quieras. Moriré por ti, si así puedo arder contigo.

Ella sonríe, pero ya no hay malicia. Ya no le preocupa mostrar que me quiere, porque lo cierto es que no puede dejar de mirarme, y si no fuera por la noche podría intuir una tímida lágrima dejándose morir por su sonrosada mejilla.
-   - No dejes que el fuego se apague nunca. Esta ciudad ha de arder para siempre con nosotros en ella. De lo contrario sabes que ambos moriremos. 

Y yo, sin poder evitarlo, me río como a quien le acaban de contar la anécdota más graciosa del día. Lo que me pide es demasiado sencillo, pues a alguien que ha nacido en el infierno no puede de ninguna manera hacer cenizas del fuego, y más cuando éste nace de la pasión carmín concebida por el mismísimo diablo hecho mujer.
-   - No temas, no hay agua suficiente en este mundo ni en ningún otro para apagar esta llama.

Y nos fundimos en el más rojo de los besos, y ella supo que la amaría para siempre.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Carta olvidada

Esta carta pertenece a un mail del 7 de junio de 2008, a mis 16. Lo escribí y al acabarlo decidí posponer su envío. Lo pospuse tanto que nunca llegué a enviarlo realmente.

Hoy, volviéndolo a leer, me ha parecido tan inocente y bonito, con el miedo propio de las inseguridades de una adolescente, con tanto sentimiento contenido... que he decidido publicarlo para que alguien, cuando lo lea, sienta lo mismo que yo.

Te escribo porque supongo que es la única forma en la que puedo decirte cosas que no te comprometan directamente en una conversación. Aunque tampoco voy a agobiarte con tonterías mías de cosas más que obvias. Sólo quería decirte que te echo de menos, como amigo. Sé que ya no me quieres como otra cosa así que intento adaptarme. Pero incluso como amigos estamos raros. También es verdad que no hemos tenido tiempo de hablar tampoco, pero me da miedo que llegue ese momento sinceramente. Nada... quería decirte que te aprecio mucho como persona, que todos los días pienso y deseo que te esté yendo todo bien, que puedas ser un poquito más feliz y que puedas estar más tranquilo ahora que ya no ando dándote la lata (aunque espero que sea algo temporal, me gustaría seguir dándotela por mucho tiempo, en el buen sentido de todo ya me entiendes), pero aún así espero que aún te apetezca que hablemos y nos contemos cosas, y pasemos buenos ratos. Vale, sí, los tres e-mails se repiten, soy consciente. Pero bueno, a mí no me gusta no hablar contigo, y así me alivio porque aunque no me digas nada sabré que lo has leído, aunque no sé si eso es bueno, espero no hacerte daño con el e-mail, sólo quiero que no te olvides de que sigo pensando en ti y que tengo muchas ganas de que te pongan internet para que hablemos, aunque no sea de esto, pero que hablemos, porque se te echa mucho de menos por aquí. Nos echo de menos mucho por aquí. Espero no serte indiferente, es mi mayor miedo y la verdad lo paso mal cuando te conectas y apenas decimos nada, o decimos cosas tontas.
Nada más, que ojalá te esté yendo todo bien y que de verdad me alegro muchísimo de que hayas sacado tu curso y puedas presentarte a selectividad, sabía que podrías con lo que te propusieras. Y también me alegro mucho de que por fin te vayas a sacar el carnet, seguro que te sentirás bien, imagino que da independencia. Yo bueno, no van muy bien las cosas por aquí, pero me mantengo ocupada cuanto puedo, y por suerte mi ángel guardián se ha preocupado mucho por mí, y hay bastante más gente que aunque sea para hablar, está, es lo único que me saca una sonrisa ahora mismo. Lo otro sigue ahí, "gestionándose", como dicen, pero no se dan cuenta de que así es peor, y me está doliendo mucho la situación. Pero es lo que hay. Cuando pienso en todo lo malo que está pasándome ahora mismo siempre te imagino diciéndome alguna tontería que seguro me haría reír, o el típico ñé, no te preocupes ya verás que todo saldrá bien. O un abrazo. Lo imagino y por una milésima, me siento bien.
Ana.





jueves, 13 de octubre de 2011

Entre lineas: capítulo 3

El viernes no amaneció mucho mejor. Al principio Adrienne no recordaba nada de la noche anterior, pero cuando se acordó fue como si una losa de plomo le cayera encima. Sin embargo, esa sensación agridulce de miedo y atracción a partes iguales le hacía sonreír, aunque también gruñir y lamentarse por pensar en eso.

Por suerte el día pasó muy rápido, y para cuando Adrienne quiso darse cuenta ya estaba de camino a aquel místico lugar que se había convertido con el tiempo en su segundo casa, el bar. Iba más rápido de lo habitual porque sentía que tenía que equilibrar el karma por lo del día anterior hablando con él de forma que pareciera que no tenía ningún tipo de problema ni aversión hacia Christian.

Desafortunadamente, cuando llegó no había nadie. Miró el reloj por si con las prisas había llegado antes de lo habitual, pero no, era la misma hora de siempre, hora a la que él ya solía estar con su Mac escribiendo. Pero allí no había nadie, sólo el conocido camarero que le saludó amigablemente como cada tarde.
- Quizás hoy se ha retrasado por algún motivo, no pasa nada, seguiré con mi lectura y ya aparecerá – pensó Adrienne
Pero lo cierto es que no podía avanzar ni una sola página. Ahí estaba, estancada entre letras que no le decían absolutamente nada y pensando en la noche anterior y en si tenía algo que ver con el hecho de que hoy sólo ella hubiera acudido a su cita indirecta habitual en el bar. No, no podía ser, a menos que todo este largo mes a su lado hubiera sido una excusa para intentar llevársela a la cama. Pero, ¿un chico adulto, atractivo e interesante necesita estar un mes acechando a una presa de lo más normal para tener sexo con ella? No, a no ser que fuera un maníaco psicópata. ¿Qué probabilidades había de que lo fuera? Adrienne nunca había visto nada raro en él, pero sabía perfectamente que nunca te puedes fiar de las primeras apariencias (ni de las segundas, terceras…) y que el hablar con alguien no implica conocerle. Sin embargo, no había notado nada extraño en él, cuando una persona le parecía extraña en el mal sentido enseguida lo notaba y se alejaba, pero Christian le había parecido, cuanto menos, encantador. Así que nada de todo eso tenía sentido para ella, lo único que sabía era que casualmente la noche en la que rechazó subirse al coche con él había coincidido con su “desaparición”. Pero, ¿y si simplemente había ofrecido llevarla a casa por mera educación y bondad, sin ningún otro tipo de intención que ser generoso y amable? También podía ser, pero el neuroticismo de Adrienne le impedía seleccionar esta opción como la más válida.
De repente se enfadó consigo misma. ¿Por qué narices tenía que pararse a pensar en esto ahora precisamente? En el fondo le daba igual, ese chico no era más que una agradable compañía durante sus tardes de lectura, pero apenas se conocían y no valía la pena malgastar el tiempo pensando en un desconocido cuando tenía jugosas lecturas por descubrir. Pero la tarde fue pasando, y por mucho que levantara la mirada del libro inservible, allí no aparecía ninguna cara conocida, así que cuando se dio cuenta ya eran las 9 de la noche, y se tuvo que marchar.
Llegó a casa y se tiró en la cama momentáneamente con la intención de dejarse morir en aquella habitación. Había sido un día de mierda y sólo quería olvidarlo, pero sería difícil, porque el resto de la semana siguiente se sucedió exactamente igual: levantarse para ir a clase, volver a casa a comer, ir al bar a leer y no encontrar a Christian, un día tras otro. Había desaparecido de la faz de la tierra, y lo peor es que en el mes que habían compartido mesa y lugar no se le había ocurrido preguntarle ni siquiera su primer apellido, y no podía evitar pensar que si hubiera dejado que le llevara a casa en coche todo habría cambiado, absolutamente todo. Se sentía tan arrepentida… Por desconfiar de todos ahora probablemente había perdido a la única persona con la que se sentía suficientemente cómoda como para sentarse toda una tarde en una mesa perdida de un bar perdido sin mediar apenas una sola palabra pero poder estar leyendo como si estuviera sola. Había un vínculo latente que no significaba nada pero que para ella significaba mucho. No eran amigos, ni siquiera se podría decir que eran conocidos, pero ella sentía ese vínculo, y ahora lo había perdido, porque Christian había desaparecido y a saber si lo volvería a ver algún día de nuevo.
Ese viernes, cuando se cumplía una semana justa desde que no lo veía, Adrienne rompió a llorar al salir del bar. Se sentía muy triste, y muy sola, y tremendamente estúpida por echar de menos a alguien a quien no conocía, cuando de repente alguien gritó su nombre:
- ¡Adrienne!
Por un momento su corazón dio un vuelco, tenía que ser él. Pero cuando se giró no pudo evitar la cara de decepción que se le quedó al ver quien era.
- Damien, ¿qué haces por aquí? – le preguntó mientras se enjugaba las lágrimas
- Eso mismo podría preguntarte yo, Adri. ¿Estás llorando? ¿Qué te ocurre?
- No me llames Adri, no me gusta. Y no lloro, es el maldito frío que me deja los ojos hechos un asco. ¿Vas para el metro?
- No, tengo el coche. ¿Te llevo?
- Vale – joder, ya podría haberle contestado así de fácil a Christian – pensó para sí misma.
El viaje en el coche transcurrió en períodos largos de silencio y respuestas cortantes de Adrienne, que no tenía muchas ganas de conversar, y menos ese día.
Damien aminoró la marcha y puso el coche en doble fila en la puerta de la casa de Adrienne.
- ¿Es que no vamos a poder ser nunca amigos, Adri?
- ¿Para qué quieres que seamos amigos, Damien? Nosotros ya éramos amigos y traicionaste mi lealtad.
- ¡Pero eso es mentira, nosotros no éramos amigos, estábamos saliendo!
- Así sólo me demuestras más aún que ni siquiera sabes lo que significa la amistad, al menos no para mí. Estar con alguien no excluye la amistad, es más, es esencial, y tú la traicionaste, por no hablar de lo que sentía por ti, así que no, no quiero que seamos amigos, Damien, al menos no ahora.
- Ya te dije que mis padres discutieron, yo me enfurecí, bebí de más y se me fue de las manos…
- Lo sé, y lo entiendo, de verdad. Entiendo que tengas una familia de mierda y que te den ganas de mandarlo todo a tomar por culo la mayoría de veces, de verdad que lo comprendo, Damien, pero eso no es excusa para hacerme daño.
- Pero, Adri…
- ¡Que no me llames Adri, joder! Vienes a pedirme clemencia y ni siquiera me escuchas, ¿no te das cuenta? En fin, gracias por traerme a casa, pero la próxima vez no hace falta que me sigas para encontrarte por casualidad conmigo en la calle, ya no tiene sentido que hagas estas cosas, ya no.
Damien subió la música del coche y desapareció enfurecido de la calle. Adrienne, por el contrario, se encerró en su habitación y no salió en todo el fin de semana de casa. Quería olvidar la vida real, pero no lo consiguió, pues el nivel al cual sentía todo lo que le estaba pasando era demasiado grande como para hacer la vista gorda.
Si al menos Christian apareciera…

lunes, 10 de octubre de 2011

Entre líneas: capítulo 2


El despertador sonó a las 7 como cada mañana. Adrienne emitió un pequeño gruñido y antes de que pudiera plantearse la opción de echarse las sábanas encima de la cabeza y olvidarse de que había un mundo que se preparaba para el nuevo día y que la esperaba, se levantó.
Era pleno noviembre, el mes perfecto para salir de la cama y sentir frío.
- Pero si ni siquiera es de día, por Dios – susurró
A continuación inició el aburrido y rutinario proceso que la convertía en una mujer decente: vaqueros oscuros, zapatillas, camiseta de tirantes negra y encima uno de sus habituales jerseys, siendo el elegido ese día el marrón claro. No había mañana en que no se planteara cambiar esas converse tan típicas por uno de su repertorio de botas, botines, manoletinas, etc., pero siempre rechazaba la idea porque sabía que para estudiar literatura clásica no necesitaba ser una diva, sino estar despierta, lo que le recordó que no quedaba café.
- ¡Mierda!
Así pues, una vez estuvo lista con su uniforme de estudiante, ordenó su cabellera medio castaña medio pelirroja en una coleta bastante acertada a su parecer, le puso algo de color a sus pálidos labios (rosa, siempre) y salió de casa un poco antes de lo usual debido a la necesidad de encontrar cafeína donde fuera.
Salió de casa y como cada día se alegró de ver que aún era de noche. Le encantaba la quietud tan efímera que separaba una hora de otra. Estaba completamente oscuro y aunque había movimiento, estaba todo bastante tranquilo. No necesitaba aumentar el volumen de su Ipod demasiado para escuchar bien la música que llevaba, y eso le hacía sentirse inspirada. Además, cuando cogía el bus tampoco estaba muy transitado, y aunque estuviera cansada de aquella gran ciudad de luces, lo cierto es que por la noche todo era más bonito.
Ir a clase le provocaba como siempre una sensación ambigua. Por un lado le encantaban las clases, los profesores eran en su mayoría eminencias y las infraestructuras eran preciosas, pero por otro lado significaba sociabilizar. No es que a Adrienne no le gustara sociabilizar, al contrario. El problema era con quién tenía oportunidad de hacerlo, ya que el grupo con el que más había “encajado” estaba formado por 3 chicas que aún no acababa de entender qué hacían en esa carrera, pues parecía que su único interés fuera encontrar al amor de su vida (no con altas expectativas, por cierto) y salir de fiesta y emborracharse cuanto más, mejor. Según el momento eran bastante simpáticas, pero después de salir varias veces con ellas de fiesta, más bien por compromiso, y que dieran de lado a Adrienne cuando no encontraban en ella la diversión que buscaban (alcohol, desinhibición, y derivados) empezó a verlas con otros ojos, porque lo más triste es que una vez veían que no era la mejor compañera de fiesta la seguían invitando, pero porque Adrienne les servía para contactar con algunos chicos en las discotecas, ya que no le daba vergüenza acercarse a hablar con ellos. Total, ¿qué más daba? No le interesaba ninguno y se aburría tanto en esos lugares construidos con falsedades y cutres apariencias que no llegaban a esconder nunca lo que se intentaba ocultar, que no le importaba hacerlo. Pero había llegado un punto en el que esta situación se le hacía demasiado cansina, y el único chico del grupo tampoco ayudaba, pues era gay y aunque a Adrienne no le gustara caer en el error de los tópicos, éste era el más claro ejemplo de reinona maruja universitaria.
Por suerte no le llevó mucho tiempo encontrar cafeína, ya sabía que al lado de la facultad había uno de los miles repetitivos Starbucks, pero que a ella, por alguna extraña razón consumista, le encantaba. Pidió un capuccino junto con una muffin y se fue hacia clase cual americana, solo que era francesa y no estaba ni mucho menos en Estados Unidos.
Aquella mañana las horas pasaron rápido y en menos de un suspiro estaba volviendo a casa para comer, descansar un rato y volver a su segunda casa, aquel bar del barrio latino tan acogedor y tan estimulador para la creatividad, como había descubierto hacía unas pocas semanas.
Christian (o Chris, como él le había sugerido que le llamara una de aquellas tardes) se sentaba a diario en la misma mesa que Adrienne, y las horas pasaban voladas entre líneas, unas ya escritas, y otras aún por escribir. No se conocían en absoluto, es más, apenas hablaban, pero habían encontrado una cierta comodidad y un compañerismo propio de dos personas que de un modo u otro tienen el mismo objetivo: encontrar respuestas. Adrienne las buscaba constantemente en las grandes obras de la literatura contemporánea, y Christian confiaba en que éstas se hallaran en algún rincón de su desordenada mente y que sólo estuvieran esperando a ser transcritas a papel.
- ¿Trabajas como escritor? – le preguntó Adrienne un día
- No. Acabé arquitectura hace 4 años, pero ahora no hay demasiado trabajo y sinceramente yo tampoco me esfuerzo mucho por encontrarlo, me llena más escribir ahora mismo.
- ¿Arquitecto y escritor? No es la mejor combinación, pero es original.
- ¿Tú estudias?
- Sí, estudio Literatura clásica, no es muy difícil de adivinar teniendo en cuenta lo que leo siempre.
- Pues no, no es demasiado complicado, y además te pega.
- ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?
- Quizás quede un poco artificial, pero espero que no me lo tengas en cuenta, porque soy escritor, pero inspiras creatividad, o es que estoy demasiado acostumbrado ya a verte de obra en obra. ¿No escribes, tú?
- Qué va, ¿escribir? Bastante tengo ya con entender ideas ajenas como para intentar comprender las mías propias, sinceramente no creo que fuera una manera acertada de emplear mi tiempo y el de los demás, probablemente no podría pasar ni del primer párrafo.
- Eso es una soberana estupidez, señorita, una cosa no quita la otra. Como escritor frustrado te animo a que escribas algo, lo que sea, y si quieres yo le echo un vistazo, a ver si eres tan mala como parece, digo, como crees – Christian sonrió pillamente
- Já, já… Estupendo, pero no te prometo nada, ni significa que si acepto lo vaya a hacer ahora. Todavía me queda mucho por leer este semestre.
- De acuerdo. ¿Marché conclu, entonces?
- Ya veremos – finalizó Adrienne con una media sonrisa
A las 9 de la noche, la hora a la que solían marcharse del bar, Christian preguntó:
- Adrienne, ¿vives muy lejos de aquí?
Adrienne no se lo esperaba.
- Mmm, no demasiado, relativamente. ¿Por qué?
- Porque siempre te veo caminando hacia el metro y empieza a hacer bastante frío, además de que es bastante tarde, y yo tengo el coche aquí al lado. No me cuesta nada.
- Te lo agradezco, pero creo que es mejor que coja el metro, como siempre, no son más de 20 minutos. Pero gracias de todas formas. Nos vemos mañana, ¿vale? Bonne nuit.
- Buenas noches, Adrienne.
Adrienne salió del bar ruborizada, pero por suerte el frío lo disimulaba por completo. Se había sentido de lo más violenta ahí dentro. ¿Qué quería decir eso? ¿Que la acompañaba a casa? ¿Para qué? Ella vivía con sus padres, y una de las cosas que le habían enseñado es que no podía fiarse ni siquiera de la gente que va contigo cada día durante mucho tiempo. ¿Cómo esperaba que se fuera a subir en su coche sólo por el hecho de que se vieran cada tarde? Pero lo cierto fue que, aunque no quiso pararse a pensar mucho en aquello, le había costado bastante decir que no… Pero lo había hecho, eso era lo que contaba.
Aquella noche le costó dormir imaginando en qué hubiera pasado si su respuesta hubiera sido afirmativa, y se indignaba con ella misma.
- ¡Pero si es un viejo! – se decía para sí misma- Además, con lo que ha hecho hoy seguro que es un psicópata. No todos los escritores son como los de tus novelas.
Pero… ¿y si hubiera dicho: sí?

domingo, 9 de octubre de 2011

Capítulo 1



Adrienne estaba cansada de las calles de París. La elegancia y misticidad de su bella ciudad le aburrían ya, pues había llegado un punto en el que su capacidad de apreciación había quedado anulada. -¿De qué sirve tener ante tus ojos las cosas más únicas si sólo tú las disfrutas?- pensaba últimamente. Así que ahora lo único que seguía admirando era el cielo gris, siempre amenazante y encantador.

Harta ya de la ciudad pues, y de las falsedades propias de personas que se autoetiquetan como amigos pero que nada más son circunstancias interesadas en tiempos buenos y fantasmas en tiempos malos, pasaba mucho tiempo sola. La mayor parte del tiempo le gustaba. Es más, le encantaba. No tener que darle a nadie explicaciones de por qué le ponía azúcar a todo o por qué cogía la taza de esa manera al tomar café, o por qué prefería los días nublados antes que un sol gigante, le atraía demasiado. Sin embargo, había momentos –pequeños- en los que se sentía realmente vacía. Hay tantas y tantas parejas diariamente en París… Tomando un café en una terraza con vistas a los campos Elíseos, decidiendo qué película ver el viernes noche, haciendo fotos de paso, o simplemente sentados en un banco mirando a la nada. Era repugnante, sin lugar a dudas, pero una parte de ella envidiaba esa aparente complicidad entre aquellas personas, ese vínculo que parecía dar respuesta a las posibles diferencias entre dos almas que por algún motivo caminaban juntas en el día a día.

Así pues, ante el aborrecedor estancamiento que Adrienne estaba sufriendo, y el vacío que aletargaba todos sus sentidos, acababa por recluirse en el único lugar escondido del atropello constante de luces y ajetreo que era París: un tímido bar de los años 20 camuflado entre el esplendor del barrio latino. Con luces individuales y un ambiente tenue y relajado, Adrienne pasaba las tardes leyendo a Hemingway y Bukowski sin que el más leve ruido o actividad la interrumpiera. Por lo general el bar no estaba muy transitado. Algunas personas entraban a tomar un café rápido y seguían con sus vidas, pero la mayor parte de la clientela la proporcionaba ella y algunos bohemios demasiado adultos en busca de algo de concentración para plasmar ideas que tuvieran sentido en papel/ordenador, sin mucho éxito, por lo poco que Adrienne podía deducir. De vez en cuando entraba algún estudiante reunido con su panda habitual, pero a ella le daba más la sensación de que estaban allí por aparentar que porque realmente comprendieran la esencia de aquel sitio. Así que una vez se acostumbró a la dinámica del bar, se dejó perder entre páginas y páginas durante muchas tardes de ese otoño tan oportuno, alienada por completo de todo cuanto ocurría a su alrededor.

Una tarde de las muchas que pasaba allí, algo diferente a lo habitual sucedió. Un chico de unos veintitantos, bastante alto, moreno y de ojos intensamente verdes se acercó. Adrienne ni se había dado cuenta, por lo que sólo salió de su ensimismamiento cuando el chico habló:

- Perdona, ¿puedo coger la silla?

- Sí – contestó Adrianne, y después volvió a sumirse en las aguas profundas de su lectura.

A la semana siguiente volvió a suceder. El chico le volvió a pedir una silla. Adrienne estaba tan fuera del mundo que no era consciente de que el bar solía estar vacío y que por tanto, sobraban sillas por todas partes. Este hábito pasó de ocurrir cada semana a ocurrir cada día, y al final Adrienne acabó por darse cuenta.

- ¿Me prestas una silla? – dijo el chico, de nuevo

- No le comprendo, señor. Hay sillas por todas partes. ¿Por qué viene siempre a pedir las que están en mi mesa?

- El resto de mesas suelen estar vacías la mayor parte de la semana. La suya, sin embargo, rebosa vida. Cuando no se sienta en una pone las piernas encima; en otra deja siempre el bolso, y a veces incluso deja libros en la que suele quedarse libre. Quizás lo vea estúpido, pero sus sillas me llaman más.

- Es muy estúpido. Además, ¿cómo sabe todo eso? Ni que me espiara. Porque no lo hace, ¿no? Espero, vaya, sólo me faltaría tener problemas en el único sitio en todo París en el que estoy cómoda.

- No, no, mucho me temo que no la espío. Pero si algo he podido observar en todo este tiempo es que su interés o capacidad de observación es bastante nula. Lleva viniendo aquí unas 4 semanas, y creo que sólo me recuerda de las dos últimas, y por el simple hecho de que sistemáticamente vengo cada tarde a pedirle prestada una de sus sillas. No se ha dado cuenta de que estoy aquí siempre, ni de lo que hago.

- ¿Y qué hace?

- Escribo

- Ah… ¿y qué escribe?

- Novelas

- Me encantan las novelas. ¿Qué tipo de escritos hace?

- Aún no lo he decidido, señorita.

- Oh, de acuerdo. Bueno, pues llévese mi silla, entonces. Y por favor, tutéeme, sólo tengo 19 años y me queda demasiado grande ser tan formal.

- Lo tendré en cuenta, señorita...

- Adrienne. Mi nombre es Adrienne.

- Oh, un nombre de lo más acertado, señorita Adrienne. A mí puedes llamarme Christian. Un placer.

Cuando Christian se hubo sentado en su habitual –pero desconocido- sitio, a Adrienne por primera vez en semanas le costó concentrarse en su lectura. Levantó la cabeza del libro y miró disimuladamente en la dirección hacia la mesa de ese chico excesivamente formal, y raro. Su mesa estaba muy impecable (no como la suya). Tenía un café latte a la derecha del portátil (un Mac, buena elección)y lo que quedaba de mesa estaba ocupada por un Moleskine tamaño medio abierto por una página cualquiera, en la que se podían ver trazos de una letra algo enrevesada pero bella, sin poder distinguir mucho más.

Escribía fluidamente, como si las palabras estuvieran saliendo a borbotones de su cabeza. Era evidente que estaba inspirado. A veces miraba su libreta pero parecía mucho más concentrado en lo que le venía nuevo que en los textos antiguos que podía tener. ¿En serio llevaba ahí tanto tiempo? Jamás se había percatado de su presencia, pero ni de la de ningún otro, para qué engañarse. A veces paraba de escribir y se ponía a mirar al techo, como si buscara cómo expresar mejor una frase o un concepto. Otras veces la miraba y la encontraba mirándole, situación de la que ella salía airosa enviándole una sonrisa cortés y haciendo que volvía a centrarse en las letras de su libro, pero eso era lo único que veía, letras inconexas.

La tarde del viernes de esa misma semana, después de que se sucediera el protocolo habitual de pedir silla, etc, Adrienne decidió probar algo diferente con la intención de recuperar su concentración para leer, porque lo cierto era que desde que Christian se había presentado, sus tardes eran muy poco productivas y quería poner fin a eso.

- ¿Te apetecería, en vez de llevarte mi silla, moverte a mi mesa? Si no es un inconveniente, claro. Hoy me apetece compañía presencial.

- Me encantaría, Adrienne.

Y ya no hubo vuelta atrás.

sábado, 30 de julio de 2011

Bloqueo

Paso horas diarias en el portátil entre vicios y obligaciones, y nunca dejo de pensar. Y aun pensando, cada vez se me hace más difícil darle cuerpo a las ideas y transformarlas en elocuentes palabras que me hagan sentir un poco mejor. Escribo páginas y páginas mentales que nunca llegan a materializarse porque no encuentro cómo, salvo pequeños períodos de crisis en los que escribir se hace tan fácil como respirar. Y es que me pregunto si acaso tengo algo que contar, ahora que el motivo principal por el cual escribía ha dejado de ser un motivo para pasar a ser –por fin- un error sentenciado y olvidado (no sin dar problemas, claro). Pero al irse este gran leitmotiv que lleva aniquilando mi ser since 2006 se ha evidenciado un vacío muy grande de cosas varias, y al vacío le sucede el tan conocido desdén, que en consecuencia te deja en un estancamiento de lo más rutinario, que no monótono. No es monótono porque la desidia nunca te deja tranquila, y por tanto, no te puedes aburrir. Y es que siempre sentí hastío ante el sufrimiento, y ahora sufro, sí, pero por nada en particular. No hay un algo (nunca lo hubo) que destaque sobre lo demás, es todo un vacío difuso que a fin de cuentas sólo genera malestar.
En el fondo sé que este agujero negro que se ha abierto dentro de mí es porque la pasión me ha abandonado, y yo sin pasión olvido hasta caminar, así que aquí estoy, tumbada en la cama, obligándome a escribir, sabiendo que lo que estoy escribiendo no me llega ni a la suela de los zapatos, en un intento por ayudarme a encontrar consuelo entre mis letras.
Y no hay pasión porque hay culpables, la desconfianza ha hecho tal mella en mí que ha bloqueado cualquier indicio de posible bienestar. ¿Bienestar, para qué? Llevo media vida viviendo bajo el asco y realmente ya no sé vivir de otra manera. ¿Para qué voy a perder el tiempo entonces dejándome llevar con esos pequeños, infinitesimales instantes en los que ¡zas!, siento algo bonito, algo bueno, si en ese mismo momento lo echo todo a perder mentalmente? Vivo las historias de amor más preciosas, me rodeo de gente que siente auténtica devoción por mí, la pasión me rodea, y sin embargo yo sólo vomito mediocridad cada noche. Porque no siento nada especial, esas historias de amor preciosas no me pertenecen, no son mías, y si me creo que lo son, me pegarán puñaladas, quizás no de una forma tan cutre y penosa como ya me han pegado, pero no por ello serán menos dolorosas. ¿Es posible, pues, que partiendo de estas premisas mi capacidad para querer disminuya exponencialmente? ¿Que pudiera querer a una persona X y la quiera X/1000 porque no me dejo –consciente e incoscientemente- querer más? ¿O es que simplemente no ha llegado la persona adecuada? Pero es que, ¿y si ésta es la persona adecuada y por mi nulidad la voy a dejar pasar? Porque ni siquiera puedo dar seguridad de que mañana me despertaré en su cama, quizás haya desaparecido y no me vuelva a ver jamás, o quizás me quiera quedar para siempre. No lo sé, cada día, cada hora, cada minuto, puedo pensar ideas totalmente opuestas y todas me parecen coherentes en el momento. ¿Soy una desequilibrada, pues? Sí, lo soy, pero tiene un motivo, y si no estuviera tan estancada mi desequilibrio me aportaría muchos beneficios. No puedo querer, entonces, aunque quiera (porque quiero sin querer) porque el riesgo me parece tan sumamente innecesario y tan perjudicial, que ya estoy bien estando mal, no quiero estar peor (¡no a nivel inconsciente! Porque mi yo racional sí quiere vivir riesgos y tener la pasión tatuada en el alma de nuevo), pero, ¿y si así hago daño a la gente que quiero sin querer?

Y sí, ahora me podréis decir: “si no lo intentas nunca lo sabrás”, o, “te centras en lo negativo”, blablablá. Es que no es que tenga miedo, no es que tenga dudas, es que NO quiero intentarlo, me parece demasiado doloroso, y esa percepción a todos los niveles bloquea cualquier posible intento de desarrollo de emociones. Por eso a ratos estoy excesivamente racional y otras veces estoy insoportablemente emotiva aunque analizándolo ni siquiera esté de acuerdo conmigo misma. Mi cabeza es un jodido hervidero de respuestas sin pregunta, y no hay nadie que haga las preguntas adecuadas. Nadie que yo deje que las haga. Esto no es culpa de los demás, es culpa mía porque no dejo avanzar. No dejo que las cosas fluyan y que sigan su cauce porque no quiero aunque quiera.

Si miro hacia atrás, desde los 16 años recuerdo cosas buenas, sí, pero MUY puntuales. Casi todo lo que recuerdo son problemas, dolor, frustración, gente que jamás estuvo a la altura, más dolor, y sobre todo, mucha, mucha tristeza. Pero más es la que siento ahora al ver que ha sido tanto para mí que ya no concibo otra forma de vida y que además ni siquiera dejo una ventana pequeñita abierta al error.

Si estoy equivocada, ¿no es hora ya de que se note?

miércoles, 25 de mayo de 2011

Ahora que estás sin estar

I'd never trade it in 'cause I've always wanted this and it's not a dream anymore, no, oh, oh, oh…

Casi dos años hace desde que cantaba de felicidad por haber cumplido mi sueño en metro, bus, universidad, casa, por las calles de la Ciudad Condal… No podía tener mejor CD que escuchar en ese momento, con un montón de canciones de felicidad, de optimismo, de futuros esperanzadores. Qué fácilmente engañable soy a veces.
Y hoy, rescatando del olvido algunas melodías que me transportan a épocas mucho mejores o peores, pero a fin de cuentas, pasadas, escuché una canción que me llevó a la estación de tren donde en unos poco iniciados inicios intentaba enseñarle la letra a alguien: “Next time you point a finger, I’ll point you to the mirror”. Se me ha encogido el corazón, pues a veces olvidamos tanto algo que cuando aparece viene con más fuerza que cuando ocurrió. Recordé esa época tan recién empezada, tan inocente y carente de defectos, llena de risa y felicidad, tan ilusa y vomitivamente bonita, donde yo era lo más importante del universo, donde yo iba a ser amada eternamente. Había cumplido mi objetivo: estaba donde quería estar, con quien quería estar, y no necesitaba nada más. Pero los finales felices, y los parasiempres sólo existen en los cuentos infantiles.
Y ahora, casi dos años más tarde me pregunto: ¿cuál es mi objetivo ahora? ¿Hacia dónde se supone que debo mirar? Ante la inevitable tristeza y dolor que me produce sentirme olvidada, sentir que sólo soy una anécdota agridulce en la vida de alguien que ya no existe, que ya no es quien debería ser, ¿cómo he de actuar?
Nunca somos los mismos que ayer, pero siempre somos los mismos que ayer. Y yo, llena de vacío y de nostalgia por partes iguales le miro y en apariencia es él, pero en cuanto escucho su voz, en cuanto veo cómo sonríe, lo que hace y cómo lo hace, lo que piensa y cómo lo piensa, siento que no es él, que ha desaparecido, que se lo han cargado.
¿Y por qué eso debería ser malo? Se supone que los cambios son para bien. Y sí, es más que probable que le vaya mejor, que su vida sea más plena. ¿Pero plena de qué? Quizás ahora esté mejor porque ha encontrado la normalidad, ha conseguido por fin adaptarse a la sociedad y ha encontrado su sitio. Pero si hay algo que yo amaba en él era su imperfecta rareza, su esencia pura y característica. ¿Era una esencia real o era pura supervivencia? ¿Puede ser que una esencia pura llegue a olvidar su condición y decida formar parte de la mediocridad? ¿O sigue en su intento por encontrar un sitio en este mundo en el que pueda ser él? ¿Cómo te puede llenar la insustancialidad? Sólo sé que se me parte el corazón cada vez que me siento más pasado y menos presente, cuando me veo olvidada y siento que las prioridades cambian. Y quizás así es como deba de ser, pero sentirme un recuerdo olvidado es… no tengo palabras. ¿Se puede vivir un presente sin pasado? ¿Se vive mejor sin pasado? ¿Se puede hacer de un pasado infeliz un presente decente? Echo de menos su inseguridad, su amor incondicional hacia mi persona, su vulnerabilidad, su humor fuera de mecanismos de defensa, su complicidad. Y sobre todo me duele sentirme mediocre, insuficiente, pues no lo soy. Probablemente valga más que toda la población femenina manipulada. Pero cuando alguien importante te pasa por alto, te obvia, ¿qué significa? Así que le miro a los ojos y no le veo, escucho su voz y no le oigo, le toco el brazo y no es el mismo tacto. ¿Dónde estás? ¿Dónde me he quedado yo? ¿Por qué ha cambiado?
Sin embargo es mejor así, pues sólo de esta forma me aseguro no amar, y en realidad es un gran alivio no sentir nada, es demasiado tiempo viviendo entre desamor y hastío. Me gustaría pensar que fuiste tan puro que te has ido a vivir a Norealidad, pero sé muy bien que tu alma estaba llena de sombras y que no te hubieran dejado entrar. Sin embargo, aquí en mi corazón la pequeña Anaís siempre recordará los días en los que ella dominó el reino de tu pensamiento y no importaba nada más.

- ¿Me quieres?
- Mucho
- No, nadie me quiere. Estoy sola, porque aunque ahora estés aquí al final harás como él y ya no me querrás. Tan sólo seré un buen recuerdo, pero ya está. Todo el mundo lo hace. Soy Srta. Nostalgia porque nada más aspiro a ser un pequeño recuerdo en la existencia de las personas, porque no me quieren como presente, porque jodo sus vidas. Así que tú un día harás “apa”, y yo te echaré de menos para siempre. Intentaré robarte de vez en cuando cuatro frases bonitas para seguir teniendo la ilusión de que en el fondo de tu corazón aún quede un sitio pequeñito para mí, pero será mentira, ya que estaré en las cajas de aquellas cosas de tu vida que ya no son nada para ti. Dime que no, dime que me equivoco.

martes, 26 de abril de 2011

Srta. Olvido

Sucedió todo tan rápido que cuando desperté al día siguiente no sabía si había sido otra pesadilla rutinaria o había ocurrido realmente.
Como si hubieran apretado un botón, pasé de estar riendo a estallar en la primera crisis nerviosa que había padecido. Empecé a llorar a mares y cuando me di cuenta estaba mareada de respirar tan rápido, y lo peor era que no podía hacer nada por mí para calmarme. No había nadie, y como siempre, estaba sola. Así pues me quedé entre las lágrimas (que empezaban a ahogarme), mi respiración acelerada y mis mareos, hasta que al final supongo que me desmayé.
Cuando me desperté me dolía la cabeza, probablemente del golpe que me di al chocar contra el suelo, y al principio no lograba localizarme. Por suerte, estaba en la misma habitación, solo que parecía totalmente distinta, pues yacía en la más absoluta oscuridad. – Por fin este zulo se ha solidarizado contigo – pensó mi malgastada mente. Al principio el frío suelo me aliviaba el dolor de cabeza, pero poco tiempo después empecé a temblar, ya no sólo por mi nerviosismo, sino porque noté que la temperatura había bajado realmente.
Comencé a asustarme, pero por otro lado me daba todo tan igual, que en parte deseaba que algo malo me sucediera y acabara con todo el espectáculo de una vez por todas, más valdría muerta que penosa en vida.
Una vez me acostumbré a la oscuridad, pude distinguir los objetos de mi habitación, pero había algo distinto, un añadido que no conseguía dar nombre ni situación, pero que tenía forma humana. Ahí sí que me asusté, por instinto, y empecé a gimotear. Pocas veces estuve así de patética.
De repente, la luz de la habitación comenzó a mostrarse, y entonces la vi. La imagen más impactante y ambivalente, más terrorífica y atrayente que hasta el momento había visto. Una mujer de unos veintilargos (pero largos), con una tez pálida e impoluta, toda cubierta de negro. Su vestido: negro; su pelo, uñas, y ojos: negros. Sin embargo, sus labios llevaban el color de la pasión, de lo prohibido, MI color: el carmín. Me miraba con una mezcla de asco y satisfacción, como si le diera vergüenza ajena pero a la vez disfrutara con ello.
-Ashley, de verdad, cuando estás fuera de escena eres lo más patético que hay en el mundo – me dijo la mujer
-¿Cómo sabes quién soy? – repliqué yo, atónita, ya que donde estaba no me podía encontrar nadie
-Eso es lo de menos. Lo verdaderamente importante aquí, querida miserias, es lo que eres. En lo que te has convertido. En lo que te ha convertido.
-¿En lo que me ha convertido quién?
-¿Pues quién va a ser? La inútil de tu creadora, la estúpida Srta. Nostalgia. Por lo que veo, sigue sin aprender NADA de la vida, ya que plasma sus frustraciones en creaciones patéticas que no son más que un reflejo de lo que ella querría ser y no es. La intenté advertir, tanto por activa como por pasiva, de forma directa e indirecta, de forma cordial y hostil, y nada, todo en balde. Pero ya me he cansado, de verdad, estoy harta de ir recibiendo la mierda de la gran defensora de la nostalgia como forma de muerte para arreglarlo y que al día siguiente toda la basura que he reciclado se regenere y venga más mugrienta. Antes era un reto, algo desafiante. Ahora es ABURRIDO. Así que, si el resultado de tu querida “madre” es que seas una llorica que se esconde en las esquinas para expulsar su infelicidad en forma de lágrima porque tu autora lo ha decidido así, yo no pienso quedarme de brazos cruzados cuando podrías ser algo más de lo que eres. Que tampoco podrías ser mucho, no te hagas ilusiones, pobre mujer, el carmín es para quienes saben llevarlo, y tú, por muchos tacones que lleves, lo acabas destiñiendo, y queda corrido y falso en tus solitarios labios. Siendo producto de Srta. Nostalgia, ¿qué quieres? Pero aún se puede hacer algo por ti. Ahora bien, las cosas se van a poner muy, MUY serias ahora. Y no, no creas que mi seriedad es su seriedad. El lloriqueo, la nostalgia y el estancamiento que te gastas últimamente se quedan aquí, pues ahora es mi momento.
No entendía nada de nada, ya que la situación que esta extraña mujer había presenciado en mi habitación era algo que raramente se daba en mí. Por lo general solía estar a la altura de las circunstancias, pero es como si ella hubiera aprovechado mi momento de flaqueza para echarme en cara cosas de las cuales no tenía ni la más remota idea. Confundida pero cansada, no se me ocurrió otra cosa que preguntarle:
-¿Y tú quién narices eres?
Su respuesta se me antojó una broma de mal gusto, pero después de ver sus facciones oscuras y claramente manipuladoras me quedé de piedra, incapaz de articular palabra.
-Soy Srta. Olvido. Un placer conocerte por fin, Ashley.

sábado, 23 de abril de 2011

Brisa de aire fresco

Un malentendido puede cambiarlo todo. En una vida estable, con variables que permanecen constantes, puede aparecer algo que le dé la vuelta a las cosas y las deje tan encantadoramente desordenadas que parezcan hasta mejores. En una vida inestable, sin embargo, el resultado es totalmente impredecible. Puede joderte la existencia, como en algunos casos, o puede darle un sentido más sustancial a todo lo que rodea, en otros.
Esta historia es, pues, la historia de un malentendido que acabó en algo especial. Un malentendido propio de una post-adolescente subida de humos por autoimposición ante una eminencia al que aparentemente caía bien, cuando en realidad era todo lo contrario.
-Eeey, ¡gracias por los halagos!
-¿Qué halagos?
-Pues los que me has dicho
-Es imposible que haya dicho algo bueno sobre ti
-Jajaja, ¿y eso por qué?
-Pues porque me caes mal.
BOOM.
Casi 8 meses después, sigo perdiéndome por los rincones más especiales de mi ciudad, de mi despampanante y encantadora Ciudad Condal, siempre tan suya, con la brisa de aire fresco que siempre me coge de la mano para que no caiga, que enlaza los finales de mis frases para que no me sienta tan sola, para que no parezca que estoy tan sola; que me ríe, que me ondea el pelo con su suave aire, y sobre todo, que entiende. Lo entiende todo, hasta lo que no se puede entender. Y aunque voy sin rumbo fijo por la vida, un día aquí, otro día allí, mendigando ese algo que siempre busco y que nunca encuentro, sé que al parar en el rellano de su corazón ya me ha escuchado de lejos y está esperando impaciente en la puerta. Y sé que me abrirá tranquilo para sentirme yo tranquila, y me mirará con esos ojos de orden para yo sentir que puedo imaginar tener ese mismo orden. Que sin preguntar, me cogerá cual peso pluma y me sentará en el sillón que hay al límite entre aurículas mientras me hace algo calentito que me calme las penas, y de nuevo, como si yo fuera otra brisa, me volverá a elevar contra gravedad y me irá llevando – a veces, de forma un tanto brusca- de habitación en habitación, enseñándome libros, películas, pensamientos, pequeños asomos de un profesional que no se reconoce a sí mismo… Y yo me dejaré llevar. Porque es lo que quiero, es lo que necesito. Necesito dejarme llevar, y con una brisa tan dulce es imposible negarse. Porque todo es mucho más fácil cuando alguien se mueve al compás de tus movimientos, cuando alguien está en sintonía con tus pensamientos, con mi voz y mi música, con mis irracionalidades, con mis secretos, con mis lágrimas, y sobre todo, con mi corazón.
En esta perra vida que es la mía y que no parece tener intenciones de mejorar, si hay algo que es salvable, que me da algo de color a estos ojos grises, que me es necesario para no pensar en calibres, eres tú. Seas brisa, seas vendaval, necesito que seas. Ahora mismo no la puedo entender sin ti, ni quiero, porque eres el único motivo por el que hoy por hoy estoy aquí, así. Que yo seré tu 4.13, pero tú eres mi 10.0.
Gracias.
Lectores, hoy es un día demasiado triste hasta para mí como para recrearme en ello, así que mejor pensar en las pocas cosas buenas que todavía quedan para poder abrir los ojos mañana, si es que consigo cerrarlos hoy.

jueves, 21 de abril de 2011

Noches que no deberían existir

Y borracha de irracionalidad os digo: mejor no implicarse con nadie, ni dejar rienda suelta al corazón, ni ponerlo en manos de ningún ser, porque se cae. Se cae, de verdad. Lo tiran, o se les resbala de las manos. Y se rompe, y duele, hace daño. Y por mucho que luego recompongas las piezas y las unas, siempre estarán esas grietas que te recordarán por qué están ahí, quién descuidó tu corazón como para quebrarlo de esa manera, o quién lo hirió inconscientemente dejando esas marcas de dolor que siempre duelen. Pero nunca, nunca se van, nunca se curan.
Que la sincronía entre los latidos de dos corazones es ficticia, es pura utopía para que la gente tenga esperanza en que su vida en un futuro sea más plena. Pero nunca lo es, nunca. Siempre crees encontrar a esa persona que entienda las arritmias de tu corazón, a consecuencia de las caídas que ya lleva. Y después de otra caída más, te vuelves a convencer de que llegará alguien que no lo ponga en sus manos, sino en un sitio tan seguro que ni por todos los golpes del mundo pueda sufrir daño. Pero no, eso no pasa. Siempre querrás ver en esa persona lo que nunca tendrá, lo que un día creíste que era pero nunca fue. Por eso, imaginadme como un día creísteis que fui, porque probablemente no lo seré y quizás ése sea el motivo por el que mi corazón tenga tantas grietas, pero de verdad, os lo juro: intenté serlo de verdad, con todas mis fuerzas. Intenté ser todas y cada una de las cosas que queríais y esperabais encontrar en mí. Pero tan sólo puedo ofrecer mi media sonrisa desgastada, cuatro palabras mal escritas sobre un folio y un baúl lleno de inseguridades y contradicciones que me gustaría poder olvidar. Y está claro que eso nunca fue suficiente.
Así que, entre lágrimas, os digo, estúpidos lectores que perdéis vuestro tiempo leyéndome, bien porque me conocéis, bien porque lleváis en este mundo demasiado tiempo como pasarme por alto, o bien por interés, aquí no hay nada más que hacer. Esta es la grandiosa, maravillosa, espectacular y despampanante Srta. Nostalgia. Una post-adolescente frustrada ante la vida, con un arsenal de heridas mentales que NUNCA cicatrizan porque soy una retrasada que no avanza, sola y sin apenas nadie en quien pueda apoyar la cabeza y sentir tranquilidad por mucho más de medio año, con una carrera que me viene grande la mayor parte del tiempo y un sueño frustrado por el que nadie excepto yo presta atención más de dos segundos. Y sobre todo, con una enorme capacidad de joderlo siempre todo para pasarme la vida entera después escribiendo sobre la misma mierda decadente una y otra vez, sin sentido alguno, sin destino alguno.
¿Y quieren saber algo más? Ni siquiera aguanto una noche entera con tacones.
Ni Srta. Nostalgia, ni Nannoncé, ni mierdas. Tan sólo soy Ana, un nombre común y estúpido que lleva casi todo el mundo, y que probablemente no dirá nunca nada a nadie que valga la pena, porque cuando lo hace, ven lo que hay dentro, y salen huyendo. Y sólo me cabe esperar a que esta noche pase rápido. Me esconderé entre las sábanas y desearé, como cada noche, que al día siguiente la vida sea un poquito mejor, algo más plena, algo más tranquila, algo más alegre, algo más divertida, algo más pasional. Pero todos sabemos que eso no va a pasar. No a mí.
No tengo nada más que ofrecer.

miércoles, 20 de abril de 2011

Muerte y vida en sueño

Jamás olvidaré la brisa de aquel verano.
Durante el día no me atrevía a pisar la playa, debido al exceso e innecesario para mí gentío que se volvía loco por coger un buen sitio y disfrutar del sol y el calor como si no hubiera mañana.
No les podía entender, pues el calor aletarga la mente y me impide hacer cosas realmente sustanciales, como fotografiar. La luz estridente del verano mataba la poca inspiración que podía plasmar en mis pobres y nulamente reconocidas fotos, así que mi última esperanza del día siempre estaba al atardecer, cuando el sol rozaba el horizonte desdibujándose y daba paso a una luna mucho más reconfortante. Y fue una de aquellas tardes de verano, después de que la masa hubiera evacuado, cuando, mientras respiraba la brisa del mar y me dejaba llevar por la creatividad que mi objetivo me brindaba, la vi. Una esencia que caminaba por la orilla con las sandalias entre sus pequeñas y delgadas manos, mientras sus ojos se perdían entre las olas, como si deseara que se la llevaran con ellas. En sincronía estaba su pelo, que largo como era, ondeaba en dirección al agua, no sin causar molestia a la chica más perfecta que jamás había visto. No tendría más de 16 años, ya que a pesar de su cara triste también podía distinguir facciones de inocencia propias de alguien que no ha vivido lo suficiente como para ser consciente de la realidad de la vida.
Y no pude evitarlo. Cuando me di cuenta, mi dedo ya había pulsado el botón, y un momento después ya la tenía impactada en mi cámara. Intentando que no se diera cuenta, empecé a fotografiarla, preso de la pasión era incapaz de pensar con lógica, simplemente necesitaba hacerlo. Al final la pequeña de ojos tristes se dio cuenta y se giró. “¿Qué haces?”, me preguntó con una mezcla de enfado y curiosidad. Y así comenzó todo.
Fue el único verano en el que mi alma decadente y paralizada se sintió en paz. En paz de verdad. Esa jovencita me robó el corazón, y quedó constancia en cada granito de arena, en cada foto, en cada cálida noche que pasó en mi cama. Y ella estaba pletórica. Siempre me decía que yo lo había cambiado todo, que estaba enamorada de mí, aunque yo lo atribuía todo a sus 16 años y a la elevada concentración de hormonas que eso supone. Pero lo cierto es, que si la felicidad existe, nosotros la reinamos durante esos meses.
Así que cuando nos tuvimos que separar fue demasiado doloroso, pero nada cambió, pues yo la seguí amando con locura, y creo que ella a mí también. Y digo creo porque si separarme de ella fue doloroso, aún más lo fue despertarme y descubrir que eso nunca pasó de verdad, que sólo lo soñé. Que mi mente, en busca de echar por tierra mi desencanto hacia el falso amor disfrazado de real y perfecto, intenta confundirme haciéndome soñar que el amor pasional, eterno y perfecto existe. Y me hace imaginar a una pequeña preciosa mujer enamorada y dispuesta a amarme eternamente aunque se haya separado de mí, y me obliga a sentir que yo también la amaré para siempre, por lo que, no sólo tengo que superar el dolor que en el sueño me produce separarme de ella, sino que he de cargar cada día con la putada de que estos amores tan utópicos, tan incondicionales, tan arrasadores y pasionales, sólo pueden existir en mi mente.
Porque ya no hay final feliz para mí.

sábado, 2 de abril de 2011

El corazón de la razón

Estoy preparando una nueva huida, una metafórica, que me aleje de los sentimientos que nadie de mi ser quiere que formen parte de mí ya. Nunca me fue difícil vivir con aquellas emociones enfrentadas, las asimilé como si fueran parte de mí, y si digo que me resigné mentiría porque era totalmente ajena a la realidad de la situación.
Así que cuando esa realidad me sacudió y humilló a espuertas, tuve que salir arrastrándome, y por suerte todos los sentimientos enemigos de mi razón se quedaron allí. Afortunada y desgraciada, a la par que sola, me mudé. No fue algo instantáneo, no. Estuve vagando cual nómada por distintos hábitats de lo más variopintos. Un lugar en el que paré bastante tiempo fue el hastío de Odio y amigos. A pesar de lo que puedan pensar, lo cierto es que ese malparido autodestructor de Odio me ayudó bastante, porque me mantenía lejos del dolor, y bien es sabido que cuando lo escondes por debajo de un montón de excusas y sentimientos corruptos, no lo sientes tan cerca. Así que durante ese tiempo me dediqué a obviar el dolor y a alimentar sentimientos negativos, o simplemente a pasar de ellos. Pero es imposible vivir permanentemente con Odio, sobre todo para una persona como yo (¿cómo soy yo? Apuesten), así que tarde o temprano me tuve que marchar de ese pequeño infierno que ya no me satisfacía.
Me quedé vagando bastante tiempo en tierra de nadie, sin hallar el camino, ni la inspiración, ni nada que me indicara por dónde debía seguir ahora. Y entonces llegó mi vieja amiga –tan olvidada- Nostalgia, para, como siempre, hacerme recordar todo el camino, todos los finales, todos los procesos, todas las heridas, todos los tequieros, toda mi vida basada en la gristura. Y me dijo: ¿seguro que es odio lo que tu corazón siente justo? Y llegué a la conclusión de que más que odio, sentía frustración por la resolución fallida de conflictos interpersonales.
Ese vacío tan característico que provoca esa maldita frustración siempre me acompañó en mi período de nómada, pero desde la reaparición de Nostalgia, empezó a hacerse más y más grande, a hacerse notar de más. Pero, ¿qué podía hacer? Me decía a mí misma. No estoy en la posición de tomar decisiones, pues ya las han tomado por mí y sólo me cabe desear que se reescriban los guiones.
Pero un día la vida decide que es hora de girar la rueda del destino, y las cosas vuelven a cambiar bruscamente (demasiado), y vuelves a estar en el punto de partida, con la repetidísima responsabilidad de controlar a tu cuerpo y tu mente, que por pura mecánica, desean y se preparan, casi inconscientemente, para desenvolverse como de costumbre.
Sólo que esta vez hay una diferencia: la razón, por primera vez, ya no quiere lo de siempre. Y el corazón, sorprendido, se siente tremendamente raro y confuso, pues el sentimiento y la necesidad siguen estando latentes, pero la razón, nunca antes (tan) fuerte, con esa idea tan clara de NO, provoca en éste una bradicardia pseudoautoimpuesta que le aletarga, le paraliza, le impide latir con tanta pasión como para bloquear a la razón y tomar las decisiones en base a la sensación del momento. Sin embargo, que el corazón se encuentre supeditado a la razón no significa que sea tonto, y jamás aceptará la fuerza de la razón sin pruebas. Necesita hechos que justifiquen que tenga que reprimir su deseo de dejarse llevar para latir y bombear sangre con frenesí por culpa del amor y la pasión, hechos que sean de peso suficiente como para aceptar que debe seguir hibernando hasta que aparezca un algo (ese algo) anhelado que tenga la combinación secreta para establecer un vínculo entre dos corazones que hablen el mismo idioma, que sean capaces de entrelazar sus lenguas sin enredarlas y que consigan sincronizar el latido de ambos para encontrar esa armonía casi utópica en la que no creo, pero que el corazón sí.
Por tanto, la razón, coaccionada por el corazón, presenta El hecho. Un hecho que el corazón espera con toda su irracionalidad que lo eleve a soberano para así poder relevar a la razón a su tan habituado segundo plano y tener vía libre para latir hasta casi explotar. Aunque él mismo supiera que si estuviera en lo cierto después no se dejaría llevar, porque supeditado a la razón conseguía acercarse un poco más a la estabilidad tan bien recibida en este ser, la tranquilidad que le daría tener la certeza de que si se dejara llevar todo podría ser como antes era demasiado tentadora, aunque sólo fuera por ser consciente de la realidad.
Pero el hecho lo cambia todo, porque en cuanto lo observo un poco, caigo en la cuenta de que probablemente ni siquiera se trate del mismo hecho determinante de siempre. Al contrario, me hallo en una situación totalmente nueva, donde apenas hallo resquicios de la esencia que antes dominaba esa estructura física (que sigue siendo completamente la misma)
Mi pobre corazón, mientras tiene tiempo, busca inquieto esos restos de un pasado que le pueda dar experiencia para reconocer los rasgos característicos del hecho de siempre. ¡Pero no encuentra nada! La carcasa es la misma, pero la esencia es inteligible. Y el corazón, dominado parcialmente por la razón, no se complica ni se desespera de más por encontrar algo por más que quiera, porque aunque lo encontrara, lo tendría que rechazar por supervivencia.
Así que noto cómo deja de buscar y se dispone a aletargarse, cuando de repente: ¡ZAS! Pinchazo. Dolor. ¿Dolor? Y no lo comprendo en un principio, por lo que me mantengo alerta y observadora. Pasados unos minutos, ¡zas! Pinchazo de nuevo. Y, tonta de mí por no haberme dado cuenta antes, caigo en que, por mucho que la esencia sea totalmente distinta y ahora desconocida, la estructura física y sus esquemas son exactamente los mismos. Por tanto, los pinchazos que siento no son sino un reflejo de las bien conocidas patadas vomitivas en mi estómago, pero esta vez son peores, pues no hay una esencia que compense el dolor y que haga de bálsamo para las heridas.
Mi corazón, triste y abatido por la acuchillante realidad, respira, y se acurruca cual niño pequeño indefenso detrás de la razón. Se miran por un momento, y no hacen falta palabras, pues la razón ya sabe lo que ha de hacer. Abraza al corazón y le susurra: no te preocupes, a partir de ahora yo me encargo.

domingo, 27 de marzo de 2011

La historia de cómo uno, sin querer, echa de menos

Salí por enésima vez de aquel sitio que todo el mundo consideraba “chic”, necesitaba estar en la calle, y por más que intentara adaptarme allá dentro, me resultaba imposible concentrarme en dejarme llevar. Había demasiada gente desconocida que creía conocerme. Demasiadas miradas de falsa complicidad, como si supieran lo que se me pasa por mi mente a cada momento. Pues bien, ya les digo yo que si realmente lo supieran no sonreirían tanto, créanme.
Salía cada dos por tres a la calle porque no soportaba estar entre tanta gente. Nunca me ha gustado, pero en otras épocas me habría resultado incluso reconfortante poder sociabilizarme un poco. Pero ahora, ¿para qué? Conociera a quien conociera, me moviera por sitios de todo tipo, no había nadie que resaltara entre el montón, no para mí. Todos me parecían componentes homogéneos de la misma masa vomitiva. Y era una percepción del todo subjetiva, nada acorde con la realidad, pero, ¿qué más daba? Anaís ya no estaba.
Pero salir a la calle no era mucho mejor, sólo agradecía cómo el gélido frío de invierno me castigaba físicamente de una forma que era hasta casi placentera. Me holgué un poco la corbata, ya que apretaba demasiado, y en un rincón, lejos del gentío, encendí un cigarro. Ah, maldito vicio. Ni siquiera me gustaba, pero era mi forma de sentirme menos solo cuando me sentía tan solo, porque ese humo, esos cigarrillos, tenían la firma de Ashley por todas partes. Qué gran mujer, se lo aseguro. La echaba realmente de menos. Siempre tan segura, tan agridulcemente arrogante, ambiciosa, estúpida y sexy. Siempre tan benevolente conmigo, sin embargo. Su única e incomprensible excepción, yo. Jamás lo merecí, nunca la pude hacer feliz, pero nunca se marchó. Y ahora yo la había abandonado, a pesar de que no fuera a ella en sí a quién había dejado atrás, sino a toda mi vida anterior.
Mi vida anterior, tan diferente, tan lejana, que a veces me planteo si realmente existió. Me encantaba pasar las tardes solo paseando por aquel parque, o tomando un café en aquel sitio tan bueno mientras inventaba hipotéticas historias sobre las chicas guapas que entraban. Me encantaba encontrarme con Ashley, cuando aún no éramos nada, y admirar su belleza y su elegancia, y más aún cuando nos hicimos amigos, y veíamos películas en su preciosa casa, íbamos a cenar, y sobre todo cuando hablábamos de nuestra forma de ver el mundo. Ella era siempre tan realista, tan negativamente realista… pero su opinión era tan característica, tan propia, que era un placer escucharla defenderla. Y cuando hacíamos el amor… Antes no le daba tal consideración, para mí era más bien follar, pero ahora, desde la distancia sé que eso no podía ser simplemente sexo. Nunca estuve enamorado de ella, pero la forma en que llenó un vacío que ni siquiera sabía que tenía fue demasiado impactante para mí. Ashley hizo mi vida un poco más llevadera, le dio un giro y dejó de ser gris para pasar a ser gris con manchas de pintauñas rojo.
La echaba verdaderamente de menos.
Pero esa vida pertenecía al pasado, y no podía volver. Ni quería la mayor parte del tiempo, porque era mejor así, porque yo no era feliz. Sólo ella… mi querida, mi pequeña Anaís consiguió hacerme creer que había esperanza para mí, que sí podía sentir todos esos sentimientos tan escépticamente vistos por mí. Pero ella vino para mostrarme lo que nunca tendría y se fue. Mi dulce Anaís se fue. No me abandonó, pero tenía que sobrevivir. Yo hice que sobreviviera, por eso ahora sé que está en alguna parte, aunque no la pueda ver, ni la pueda tocar, ni le pueda hablar, sé que está latiendo metafóricamente gracias a mí, y este pensamiento es lo único que me hace querer seguir viviendo, porque cuando yo no esté, ella desaparecerá conmigo.
Casi todo el tiempo me parecía genial estar ocupado. Tenía todos los días llenos de cosas concienzudamente, me daba el tiempo libre justo para descansar, y luego: reuniones, proyectos, trabajos por aquí, copas por allá, amigos de paso a montones, etc. Era estresante, pero de esta manera me evitaba poder plantearme nada, y era justo lo que quería: no pensar. No recordar por qué estaba tan lejos de mi hogar, de mis cosas de siempre. No recordar que ella ya no estaba (que ellas ya no estaban), y que nunca más la podría recuperar. No darme cuenta de que el pasado estaba atrás y que jamás lo podría revivir, lo que me llevaba a la conclusión de que Anaís jamás volvería. No quería pensar en nada de ello porque entonces no podía siquiera intentar vivir, así que no paraba. Pero nada de mujeres. No quería saber absolutamente nada de ellas. No quería que ninguna furcia manchara mis sábanas de mediocridad. Ni siquiera alguna de estas chicas inteligentes que se paraba a charlar conmigo aquellas noches de hastío hacía que se despertara en mí algún sentimiento. Al contrario, como mucho sentía puro aburrimiento.
La última vez que salí del local, con la excusa de que era ya casi de día, cogí la americana, me despedí de las ovejas y volví en un bus nocturno prácticamente vacío, cosa que me encantaba.
No podía dejar de pensar en cómo habían cambiado las cosas, y cómo en parte lo agradecía porque podía (podíamos) seguir viviendo, tenía una nueva vida y era muy entretenida. Pero… ¡joder! Era una vida vacía. No ocurría nada. Los días eran monótonos y no me dirigía hacia ninguna parte, estaba estancado. Sin embargo, si por un momento pensaba en aquellos entonces… la vida era al límite, cada acción que hacía, cada pensamiento que tenía determinaba el rumbo de las cosas. La pasión me seguía por todas partes, y el amor/odio era mi vitamina. En estos pequeños momentos era dolorosamente consciente de cuánto echaba de menos mi vida anterior, y cuánto daño me hacía tener la certeza de que no había vuelta atrás, ni siquiera un poco. Aunque…
Quizás un poco sí. Quizás podía darme el placer de revivir por una noche ese sentimiento. Quizás podía olvidar que las cosas ya no eran como antes y disfrutar del recuerdo hecho presente, para así a la vez volver a sentir ese dolor tan característico cuando volviera a mi vida normal. Era muy arriesgado, era jodidamente doloroso, pero realmente necesitaba encontrarme a mí mismo en algo del pasado. Necesitaba ese algo. Y sabía cómo hacerlo.


Cuando llegué a la puerta de Ashley la noche siguente, me sentía extrañamente tranquilo. No lo estaba para nada, pero era así como me sentía. Sabía que le haría daño, pero también sabía que la iba a hacer muy feliz por un momento. Era consciente de que no estaba bien presentarme una madrugada para irme de nuevo para siempre al amanecer, pero de verdad, jamás necesité tanto como en ese momento sentir que una vez fui sustancial en el mundo, y que todo a mi alrededor lo era.
En cuanto abrió la puerta y me vio, se echó a llorar. Ni siquiera vino a abrazarme, supongo que se cuestionó si yo era real o estaba soñando. Yo me alegré enormemente de verla. Estaba igual que siempre, desde luego, esta mujer jamás dejaría que sus debilidades de vieran desde el exterior. Su pelo estaba más largo, la notaba más delgada, y sus ojos estaban más cansados de lo normal.

-¿Puedo abrazarte? – le pregunté
Pero no contestó.Y la entendía. ¿Qué iba a decir? No me iba a tratar como un viejo amigo, como si nada hubiera pasado, pero tampoco me dejaría tirado. Así que finalmente la abracé, y ella, se dejó caer entre mis brazos mientras temblaba fuertemente. La llevé hasta el sofá de su casa, y nos quedamos en silencio un buen rato. Ella lo pasaba mal, pero yo estaba fascinado por lo que estaba sintiendo, por esa angustiosa pero a la vez placentera sensación de nostalgia.
-¿Por qué me haces esto? – dijo, por fin
-Necesitaba volver por un momento a mi vida de antes.
-Tu vida de antes está muerta.
-Lo sé
[...]

Estuvimos toda la noche hablando, y al final consiguió calmarse.

-Podríamos vernos un poco más, Richard. Para que vuelvas a sentir esto, ya sabes. A mí me haría bien. Pero no creas, no tengo apenas tiempo, sólo digo que estaría bien.
-No, Ashley. En general no necesito ni quiero verte. No te lo tomes a mal, pero es mejor así. Si te veo, pensaré en ella, como ahora, y tú misma has dicho que lo que tuvimos hace tanto tiempo nunca volverá, forma parte del pasado, y tenemos que procurar que sea así. De verdad, no quiero verte. No quiero venir a tu casa, ni pasear por las calles que frecuentábamos, ni oler tu pelo, ni comer contigo, ni llevarte al trabajo. Todo eso está fuera de contexto ya. De verdad, no quiero. No quiero.
Ashley no dijo nada. ¿Y qué iba a decir? Probablemente sabía que tenía razón, pero no pude evitar fijarme en la expresión de rechazo en su cara, y me sentí realmente mal. Ashley siempre salía mal parada conmigo, pero espero que entendiera el porqué de mis actos.
Me dio un beso en la mejilla y me pidió que al menos le enviara algún correo de vez en cuando para saber que estaba bien, sólo un pequeño gesto que me pedía como favor personal. No pude negárselo, pero no estaba seguro de poder cumplirlo. Se despidió y cerró la puerta tras de sí.
Y volví a quedarme solo.