Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

miércoles, 27 de agosto de 2008

¿Realidad o fantasía?

Despierto. Miro a mi alrededor. Todo parece extrañamente calmado. Mi ordenador, en su mesa. Mi ropa, colocada en la silla. Oigo un ruido procedente de la cocina. Alguien está silbando. De repente, alguien tremendamente familiar entra en mi habitación y me da los buenos días cariño. Cariño. Me levanto y doy un rodeo por la casa. Todas sus cosas están allí, donde siempre. Nada parece haber cambiado. Todo sigue… igual. Decido dejarme llevar y comprendo que todos los recuerdos anteriores habían sido una mala pesadilla. Me sonríe, más que nunca, con la sonrisa más espléndida que jamás podría darme, y es entonces cuando pasa. Me inclino a besarle, me corresponde. Nos fundimos en un pasional beso. Cuando me separo, ya totalmente convencida de que todo era real, le regalo uno de mis te quieros. Entonces, todo cambia. Él desaparece, la casa queda oscura. Le busco, pero no hay rastro de él, ni de sus cosas. Vuelvo a mi habitación, y es un caos. Semanas de descuido se acentúan. No dejo de oír una risa burlona. Alguien se está riendo de mí, sin duda. Salgo a la calle y me dejo pasear. Me siento en un banco, y de repente, vuelve a estar ahí, como si nada hubiera pasado. “Qué tardona eres” me dice. Le cuento lo ocurrido y no me escucha. Algo le impide oírme. Sigue hablando de otros temas. Me promete un regalo sorpresa. Vamos caminando, y me quedo absorta en mis pensamientos. Le miro, y está, pero no parece de verdad. Le estoy hablando cuando al girarme, veo que la gente me está mirando. Estoy hablando sola. Huyo. Corro. Corro tanto que llego a un sitio que no conozco. ¿Qué está pasando? ¿Qué es real? No estoy loca. No lo estoy. Doy marcha atrás y vuelvo hacia donde estaba. Tantas personas y ninguna se asemeja a mi efímero compañero. Pongo en orden todos mis pensamientos lógicos, de los cuales dudo y vuelvo a casa. Me doy una ducha, me despejo, y salgo de casa otra vez. Se va haciendo de noche, y no quiero pasar esta noche sola. Una vez más, él aparece. Más guapo que nunca, y cómo no, acompañado de su sonrisa. Intento estar alerta, pero es difícil teniéndole al lado. No puedo evitarlo, y me dejo llevar. Cenamos, y salimos fuera. Me mira, parece que es de verdad, no puede ser mentira! Esto es real. Me acaricia la mejilla. Parece que de verdad me quiere. Entonces le abrazo, y le digo que no me deje nunca más. No puede ser. Es como que se escurrió de mis brazos. Estoy abrazando al AIRE. Llueve, y yo no puedo sino gritar, gritar con toda mi alma, porque estoy en la calle SOLA.

Es como un fantasma que merodea cerca de las almas débiles para alimentarse. Como un vampiro sediento. Sediento de mi alma. Me doy cuenta de todo lo que está pasando, y ya no caeré más en el engaño. Puede que tenga que evitarle, puede que tenga que no mirarle a los ojos por miedo a que me cace. Puede que tenga que poner mil excusas para no saber demasiado de él. No quiero un fantasma como compañía. Algún día vendrá alguien, quizá no con el Volvo plateado y el alma sedienta de sangre como Edward en Crepúsculo, pero vendrá alguien que Realmente esté. Y que no sea un mero sueño, o un mero fruto de mi imaginación dramaturga. Que bien es cierto que yo nací para ser personaje, de hecho creo que me escapé de algún libro, pero debe de haber mucha más gente como yo que sueñe con tener un sueño que sea de verdad. Así que, esperaré a que la puerta de algún coche se abra para mí, y Él, me salve.

sábado, 23 de agosto de 2008

Nos encontraremos bajo la lluvia

Llovía el día en que cruzaron palabra por primera vez. Pero había pasado mucho tiempo desde aquel intercambio de miradas.

Por entonces, Hugo trabajaba allí por las tardes para ganar algo de dinero mientras estudiaba periodismo por las mañanas en la universidad. Su trabajo consistía en hacer todo lo que el resto de empleados –incluido el jefe, por supuesto-, de manera despótica, le mandaran hacer.

Un día, después de estar 20 minutos fotocopiando contratos de publicidad, la vio entrar. No debía tener más de 15 años, y se escondía tras la sombra de un hombre cuyo semblante mostraba la fuerza de alguien que carga el peso del mandato, el cual debía de ser su padre. Iban acompañados de su jefe, que, con la sonrisa de alguien que está haciendo buen negocio, les invitó a tomar asiento en una de las mesas de reunión principales de la radio.

Hugo seguía haciendo fotocopias mientras observaba y escuchaba todo lo disimuladamente que podía. Hablaban de renovar. Al parecer, el hombre que acompañaba a la niña era un arquitecto madrileño de renombre que tenía una empresa constructora. El jefe le había estado mostrando la estructura de la radio y pretendía echarlo todo abajo para construir de nuevo un lugar de trabajo más moderno y adecuado para la época, ya que el edificio sobre en el que se encontraban llevaba más de 200 años en pie.

Entre palabra y palabra, ella se perdió en los diferentes pasillos que había por allí. Observaba a cada una de las personas que pasaban y se detenía en cada objeto que formaba el trabajo. Él no dejaba de mirarla a pesar de parecerle demasiado pequeña, y ella acabó por percibirlo. Le miró fijamente e hizo una mueca de cortesía, la cual él correspondió. Acto seguido ella siguió su recorrido, ocasión que Hugo aprovechó para seguir mirándola. Había algo en esos ojos inquietos y curiosos que le producían interés. Ella se volvió a percatar de sus miradas y esta vez no le sonrió, sino que, con la despreocupación de una niña que no teme, le encaró y se quedó mirándolo un buen rato, cosa que le incomodó. Apartó la vista rápidamente y se dijo que no la volvería a mirar hasta que no saliera. Pero no puedo evitarlo y lo volvió a hacer. Ella, impasible, seguía mirándola con aquellos ojos que se clavaban como estacas. Ella observaba sus gestos, olía su miedo, y cuando estaba a punto de irse como si hubiera acabado de fotocopiar, la miró, y ella se rió. Sonrisa inocente y natural, que no hizo sino enternecerle y ver que sólo se trataba de un juego. Le sonrió y se fue de la fotocopiadora.

Rato después, mientras la veía irse, ella se giró y le sacó la lengua.

- Laia, vamos – dijo su padre.

- Sí, ya voy – y salió de la radio riendo.

Muchos meses pasaron mientras Hugo se preguntaba quién era aquélla chica de ojos azules y pelo castaño salvaje. Ahora trabajaba en las oficinas que sustituían temporalmente nuestro lugar de trabajo, mientras estaba siendo remodelado.

Varias veces vio a su padre, pero jamás a ella. Alguna que otra vez, como haciéndose el tonto, preguntó a alguno de sus compañeros si sabían algo sobre ella, pero apenas recordaban su visita. Algunos incluso bromeaban:

- ¿Con 20 años y andas preguntando por una cría de 15? No sabía que te gustaban jovencitas.

Al final la incertidumbre fue desapareciendo y poco a poco fue apartándose el misterio sobre aquella chica.

Pasaron los años y por fin acabó periodismo. Dejó su puesto de becario en al radio y se puso a hacer prácticas en un periódico local. Su trabajo consistía en ir hacia los lugares en los que había ocurrido algún suceso y obtener toda la información útil posible.

Con el dinerillo que había ido ahorrando se alquiló un piso pequeño en una calle escondida por Urquinaona, y allí pasaba las horas que le quedaban después de trabajar o callejear por Barcelona. No tenía muchos amigos, no creía en las amistades múltiples. Tan solo podía contar con dos: David, amigo desde la infancia con el que se veía de cuando en cuando, pero no importaba porque seguían teniendo la misma confianza de siempre; y Sara, una compañera de facultad con la que alguna que otra vez había confundido el término amistad, pero a pesar de eso se veían con frecuencia y estaban al tanto de sus respectivas vidas.

Dos años más habían de pasar hasta que todo cambió, años en los que Hugo escaló puestos y consiguió ser redactor del periódico.

Un día salió tarde del trabajo, y llovía. Por suerte, no era el primer día que había llovido en la semana y ya iba provisto de paraguas. No era partidario de metro o bus, así que fue caminando. Llovía bastante pero se podía estar, aunque no había una sola alma en la calle. Medio guarecido entre callejuelas salió a plaza Urquinaona.

De repente, extrañado, vio la figura de una mujer, desorientada y algo asustada.

martes, 19 de agosto de 2008

Nada

La palabra es: nada

Nada por aquí, nada por allá. Como los magos.

A veces me pregunto para qué tanta palabrería, si a la hora de los hechos, nada de nada.


Desde muy lejos, más que nunca, para los cuatro gatos que me leen.



Giró la cabeza ante la incapacidad de ver en qué se habían convertido. La gente pasaba, ajena a lo que estaba sucediendo, y él no podía sino envidiar su ignorancia. Al final, con la poca fuerza que encontró en él, la miró directamente a los ojos y le dijó:

- Si es eso lo que quieres, te lo pondré muy fácil.

jueves, 14 de agosto de 2008

Espejito que (casi) todo lo ve

Me tomas, me dejas, me callas, me besas, me miras, te observas, te piras, me alejas.


No te preocupes, Anaís. Cuando el disco de tu pensamiento parezca estar acabando, volverá a repetirse, y tú, ya estarás volviendo a pensar en él.


Pero no olvides que un día, al levantarte y mirarte en el espejo, tendrás que verte sin verle. Así que no te ilusiones mucho.

martes, 12 de agosto de 2008

Después del lapsus

Cuando creí que la realidad superaba al sueño, estaba equivocada. Se trataba de la misma pesadilla. El mismo miedo que Ilusión se procuró llevar, volvió a aparecer. El reloj se paró por milésima vez, y vi como la ligera esperanza que días atrás me había acompañado, se burlaba de mí. Yo, cansada, apenas tenía fuerzas para abrir los ojos.
Esto no podía durar mucho, Anaís. Era muy parecido a los entonces. Y esos, ya no volverán. ¿Página 3? Ja, qué optimista.

domingo, 3 de agosto de 2008

Una de cursilada

Tan sólo un latido de tu corazón para hacerme vivir con la intensidad del corredor que ansía llegar a la meta. Mi meta, tu amor. No quiero dedicar ya tantas palabras en torno a lo mismo. Prefiero que una tarde, cuando solo estés, te dejes llevar por las sensaciones de los recuerdos que he creado sólo para ti, de todas esas sonrisas que te regalé, todas esas miradas que nunca encontraron otro paradero que tú, todas esas lágrimas que guardé en tu ausencia. Siéntate amor y piensa. Piensa en mí, piensa en todo el camino que ya llevamos andado, y el que nos queda. Piensa en ti, y en todo lo que has madurado, así como viste mi esfuerzo por hacerlo. Pero sobretodo, piérdete en las notas de mis tequieros, todos los que te dije, y todos los que aún callo. Piérdete en el sabor de los besos que me diste, en esos y en los que aún no me has dado. Piérdete en el mar de mis ojos y sueña conmigo todo lo que veo a través de ellos. Que quererte, te quiero, pero más allá de eso, te amo. En todos los sentidos, en todas las formas y significados posibles. Y sólo con saber que si te miro, me mirarás, que si te canto, me escucharás, y que si te beso, me corresponderás, tengo bastante.