Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

martes, 30 de abril de 2013

Hielo

― No debes estar aquí.
El viento desvía las débiles gotas de lluvia que se dejan golpear contra el suelo, como si intentara evitar desesperadamente el impacto letal. Su destino es estrellarse, la gravedad es inamovible y por mucho que el recorrido cambie el final siempre es el mismo: el sucio asfalto. Yo miro la lluvia escondida tras los ventanales de la casa, y aún así me siento allá fuera, en medio del vendaval, con los huesos calados de arriba abajo. Quiero apartarme, quiero refugiarme, pero no hay nada que hacer, el agua inundará cada poro de mi ser hasta ahogarme.
― No debes estar aquí.
Una leve caricia estremece mi espalda. És el. Apoya su barbilla en mi hombro y suma su silencio al mío mientras me acompaña en la lluvia. Sabe que estoy empapada aunque esté aparentemente resguarecida. Quiere hacer algo por mí pero sabe que no lo hará, así que simplemente me abraza e intenta que el contacto corporal sea suficiente.
― No debes estar aquí.
Me despierto en mitad de la noche. El reloj marca las 4AM. Me giro y lo veo durmiendo plácidamente, sin soltarse por completo de mí. Sonrío. Podría acostumbrarme a esto. Podría estar así toda mi vida. No necesitamos estar el uno encima del otro a todas horas, cada uno tiene sus propios asuntos, pero nos complementamos. Encajamos. Hacemos click. Podríamos estar todo el día separados, que cuando llegara la noche siempre tendríamos algo que contarnos, algo que hacer, algo que vivir. La rutina a su lado sería el mejor de los escapes.
―No debes estar aquí.
Vuelvo a despertar pero él ya no está. Vacío en el pecho, me oprime y me hace llorar. Me gustaba la rutina. Otra cintura, otro cabello, otros labios. Pero no los míos. Me va a estallar la cabeza. Otra vida, otros amigos, otros gustos, otras poses. Pero ni rastro de mí. Sé que me piensa, pero a ratos no tengo muy buena cobertura en mi cabeza y sólo me llega su ausencia. Dolor. Siento ponérselo tan difícil, lo siento de verdad, a fin de cuentas cuando se vaya dolerá igual. ¿Y si no se va? Sé que en realidad no quiere hacerlo, pero la opción más sencilla es quedarse quieto y ocultarme del mundo para poder seguir viviendo. A mí eso me da igual, y ya casi me olvido cuando de repente vuelvo a recordar que cada noche no me besará a mí, no me abrazará a mí, no me despertará a mí, no se tomará el café del desayuno conmigo, no saldrá a cenar conmigo y en definitiva no vivirá a mi lado. Porque es más sencillo echarme de menos. Pero mis sábanas están demasiado frías y no sé cuánto aguantaré antes de congelarme.
― No debes estar aquí.
― No soy suficiente para ti.
― Me iré.
― Te irás.
― Siempre recordaré cuando todo parecía posible contigo.
― No soy suficiente para ti.
― Es más fácil así.
― Nunca soy suficiente.
― A la larga le verás sentido, no teníamos futuro.
― Nunca seré suficiente.
Que alguien traiga el hielo ya.

jueves, 14 de febrero de 2013

Los imposibles

En el mundo de los sueños no existen los imposibles. 

Sería tan fácil como verle en aquella esquina inventada y comérmelo a besos contra la pared como si hiciera siglos que no lo veía. Iríamos a su preciosa casa y se nos pasarían las horas entre caricias y mordiscos bañados de química. Comeríamos pizza y chocolate y veríamos (seríamos) Sin City una y otra vez. Yo le cantaría bajito al oído y él escribiría textos describiendo mis rizos. Nos gritaríamos a todas horas, y luego nos partiríamos de risa. Me estamparía contra la pared y luego me estamparía yo contra él. 

Trabajaría con él y haría lo imposible por ser la niña de sus ojos cada vez que tuviera que explicarme algo. Le encanta explicarme cosas. Yo dormiría por las noches como si fuera una persona normal y su calor sería mil veces mejor que cualquier benzodiacepina. Me obligaría a escuchar grupos que no conoce nadie día tras día, y yo me quejaría como si fuera molestia alguna sólo para ver su cara de fingida indignación y poder tener una excusa para comerle la boca. Aunque no la necesitaría. Escucharía todas y cada una de las canciones para encontrarme en las letras y adivinar si piensa en mí al escucharlas (aunque eso ya lo hago).

Tomaríamos café en Londres, en un Starbucks, claro, y haríamos fotos hipsters que subiríamos a Instagram. Daríamos asco, como esas parejas que dan asco, pues igual. La lluvia nos mojaría y mi pelo se estropearía haciendo que me preocupara excesivamente por mi imagen, pero él callaría todas mis dudas diciéndome que, como siempre, estoy preciosa. Nos besaríamos en el metro como en Monster, y cuando fuéramos a tomar algo y me emborrachara tras el primer sorbo me apartaría la copa de mis manos como si fuera mi salvador, a pesar de que le encanta verme fuera de sí. Le invitaría a bailar conmigo y contonearía mis caderas sólo para poder sentir cómo se pone nervioso y me secuestra a donde sea para tenerme. 

Le podría decir te quiero cada vez que se me pasara por la cabeza decírselo. Me podría bajar en la parada de tren que quisiera. Podría guardarle el último trozo de pizza, o podría invitarme a cenar. Podría robarle chocolate y cubrirle entero con él, y podría descubrirle luego. Podría quererle tanto que dolería. 

Pero mi mundo nunca ha sido el de los sueños. En mi mundo tengo que olvidar a la persona que me provoca taquicardias y que me encoge el estómago cada vez que me dice algo bonito, porque está fuera de lugar. Tengo que obviar que con una caricia sepa llegar a lo más profundo de mí, que me llegue, que me conozca y que aún así se quede sin salir corriendo. Tengo que pasar por alto cada vez que me mira, cada vez que me desea y me quiere besar o tocar, porque ni yo soy su chica ni él es mi idiota.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Jazz


El saxo me estaba hipnotizando. Sus matices resonaban por mis oídos y me ponían los pelos de punta, su llanto ahogado en forma de melodía decadente me hacía sentir como en casa. Alguien que es capaz de transmitir arañazos dolorosos a través de su espiración tenía que saber de qué iba el asunto de la vida, y mirando al hombre que acariciaba el saxofón mientras vertía en él sus lágrimas mentales vi en él a un hermano, a un compañero de desesperanzas.
La banda paró durante un instante y retomó su monólogo musical con una pieza melancólica, incluso nostálgica, con el piano dando el toque gris que inundaba la sala entera. Me giré discretamente para observar algunas de las mesas que poblaban la estancia, en su mayoría cuarentones solitarios fugitivos de la realidad, pero también alguna que otra pareja enamoradiza y apreciante del arte del buen jazz. Les envidiaba, pero ese saxo nublaba cualquier otra cosa que se me pasara por la mente en esos instantes, y por eso me había convertido en una habitué del local. Al principio me sentía muy pequeña y vulnerable en un sitio tan oscuro, pero la atracción morbosa que a la vez sentía había conseguido que fueran varias ya las veces en las que me había escapado de mis “necesidades sociales” para refugiarme en aquella, mi guarida, mi pequeño secreto, el sitio en el que no pintaba nada y a la vez lo pintaba todo.
Aquella noche había comenzado bien. Tenía una cita con un fotógrafo que sabía usar de forma bastante ingeniosa su prosa. Parecía de esos chicos que te conquistan con su cabeza pensante, y yo siempre les tuve bastante debilidad. Vestido negro, stilettos a juego y pelo suelto pero lo suficientemente apartado para mostrar aquellos pendientes con falsos diamantes que quedaban tan bien en mis lóbulos. Me gustaba ponérmelos porque en mi retorcida mente me sentía cómoda llevando algo que me recordara lo falso de todo aquéllo, de mis outfit, de mis poses y de mis sonrisas de convención social.
La cena transcurrió sin pena ni gloria. Era un chico bastante mono, interesante cuanto menos y muy agradable conmigo. Una siempre nota cuando él está realmente interesado. Quizás ése era el problema, que estaba interesado. Es tan aburrido cuando ya está todo hecho, cuando no tienes que devanarte los sesos intentando hallar la manera de encender la bombilla del chico imposible, que no me motiva nada. Pero no, el fotógrafo no era uno de esos desesperados, simplemente estaba apostando por mí. Mala decisión, querido. Por más que intenté verle el punto bueno, en mi cabeza no dejaba de repetirse la frase: “quiero más”. ¿Más? Esto estaba bien, y sin embargo no era suficiente. Lo más gracioso es que yo no sabía lo que sí sería suficiente, sólo podía pensar en que quería más, así que cuando me acompañó hasta mi portal y esperó a intuir si sería uno de esos viernes de amantes sin tregua le di las gracias por la agradable velada y le dije que mañana madrugada. “Te llamaré” – le susurré mientras le daba un beso en la mejilla. Él sabía que no lo haría, era más inteligente que cualquier convención social de mierda.
Cuando el fotógrafo se alejó me senté en las escaleras de mi portal. Mientras me quitaba los tacones y me quedaba descalza pensé lo mucho que me gustaría saber fumar, era uno de esos momentos tristes en los que el humo de un cigarrillo elevaría toda mi farsa a la categoría de tragicomedia pasional y decadente. Me reí yo sola, era tan dramática para todo.
Subí a casa descalza y cuando iba a quitarme el vestido me entró ese antojo irresistible de jazz. Podría haberlo puesto en el ordenador, pero no era lo mismo, así que me calzé planos esta vez (bailarinas negras) y me volví a colocar el abrigo. Necesitaba encontrar el sentido de todo y sólo el sexo en forma de saxo parecía tener las respuestas a mis preguntas.
Así que ahí estaba, envuelta entre almas desoladas y músicos sin nombre, en un local subterráneo en los suburbios, escuchando jazz a las 2 de la mañana con el maquillaje corrido y la sonrisa tocando el suelo. Tenía 21 años y no sabía qué era ese “más” que faltaba en mi ecuación. Tenía 21 años y ni siquiera sabía si había ecuación.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Karma


Cuando entramos en el club, los primeros minutos, como de costumbre, no pude concentrarme en nada más que en la música que hacía temblar desde las paredes hasta los músculos de mi cuerpo. Nunca dejaría de tener ese efecto en mí. Me subí al pódium y mi cuerpo se dejó llevar, sin más. Ni pensamientos, ni preocupaciones, ni personas existían ya, éramos sólo ella y yo.
Cuando ya sacié mi sed rítmica volví con mis amigos y seguimos bailando como locos un buen rato más. Mi noche transcurrió entre idas y venidas hacia la pista de baile y ellos, cada vez más perjudicados. Me gusta mucho salir con gente de mi clase, suelen tener tan poco sentido del ridículo como yo y eso es sublime, vernos bailar es la cosa más divertida que pueda pasar en la vida de alguien.
Pero poco me duró la diversión porque tenía un objetivo y por desgracia el efecto del alcohol me estaba abandonando. Me propuse no ser una borde estrecha sin corazón, y no rechazar a alguien de buenas a primeras con mi sonrisa de “vale, bien, ¿te largas?”
Se supone que en un club para homosexuales los chicos acosadores a chicas no deberían de ser un problema, pero nada más lejos de la realidad. Es como si todos los tíos sebosos cerders a muerte se pusieran de acuerdo para venir a la discoteca a triunfar bajo el prejuicio más establecido que hay: “los chicos gays traen a sus amigas hetero y son vulnerables”.  Irónico es que tanto los tíos gays como los hetero tengan una cosa en común: les gusta restregarse en culos como si no hubiera mañana.
Cuando me di cuenta, había rechazado a tantos tíos que había perdido la cuenta. Os aseguro que no perdí la cuenta porque sea una Diosa del ébano, sino porque hay tal cantidad de babosos heterosexuales en estos sitios gay que os sorprenderíais. Desde el que su forma de bailar era darme golpes en el culo con su pelvis hasta el que me metió la lengua en la boca sin más (os lo juro, sin más). A pesar de que me había prometido intentar no soltar la mentira de “mi novia es celosa y se enfadará si nos ve”, recuerdo haberla dicho tres veces. Es una excusa que no siempre me beneficia, la verdad.
En un momento de la noche alguien se acercó por detrás y empezó a seguir mis movimientos no demasiado mal. Decidí dejarme llevar y creo que fue uno de mis highlights de la noche. No es fácil que un chico baile bien, y yo quería creer que no sería otro cerder seboso, pero cuando me giré lo era, y aunque intenté no tacharle enseguida, al final el instinto me pudo.
Y aquí vino la catástrofe natural que desembocó en una misantrosociopatía universal en la que me odié por ser así. ¿Por qué tengo que rechazar a alguien sólo porque me parezca rematadamente ordinario? Con lo fácil que sería si sólo me importara el físico. Y claro, al hacerme esta pregunta enseguida me respondo que a mí no me dice absolutamente nada un tío así si es más que evidente que va a lo que va, que no juega, que no lo pone difícil, que no es capaz de retarme Si alguien no supone un reto para mí me aburre, y si me aburre mi cerebro desconecta, no me interesa.
Decidí sentarme y empecé a mirar a todo el mundo cuando se acercó una chica bonita que me preguntó qué me pasaba. Le mentí y le dije que había perdido a mis amigos, y tras una conversación un tanto desinteresada por mi parte me dijo que siempre se fijaba en la gente a la que le hacía falta un bastón (entiéndase bastón como soporte para estabilizarse de forma metafórica). Vamos, que según esta muchacha yo iba mareada perdida por el mundo sin encontrar el equilibrio. Totalmente cierto.
Pensé: ¿y si soy yo la que me hago creer que todos estos son una panda de mediocres básicos y evidentes que no despiertan en mí ni un ápice de curiosidad para evitar problemas? ¿Por qué sólo atraigo a la mierda? ¿Por qué no se puede acercar un chico normal con ganas de tener una guerra verbal? Quiero guerra, quiero pelearme hasta morir, quiero morder a alguien que sea capaz de morderme a mí. Alguien que me vea sentada con ganas de exterminar a la humanidad y me rete, que sea capaz de vacilarme y jugar sin tener miedo, y que realmente tenga algo que aportar. ¿Dónde están metidos los chicos así? Hablo de los de verdad, no de los fantasma, o de los intentos de, a esos se les ve venir de lejos. Y mejor no hablar de los que te usan como medio para mejorar algún aspecto de su vida, pero no porque aporten nada o quieran que tú aportes nada.
Lo mejor de la noche fue encontrarme con  Sr. Mordedor, alguien a quien conozco demasiado bien, y sus movimientos extasiantes. Sólo por eso toda la noche valió la pena, un lapsus ilegal que daría para otra historia.
Concluí que mi karma estaba bien jodido. Por eso sólo atraía a la mierda más grande del universo o a chicos casados (metafóricamente) o a emocionalmente inaccesibles, narcisistas, egomanipuladores, y un sinfín de tíos disfuncionales o carentes totalmente de interés, y era obvio que la culpa era del karma. Del karma o de Darwin, que me odiaba y no quería que sobreviviera en este mundo. Y mientras, los chicos de verdad están escondidos en sus casas viendo cine de culto y leyendo obras maestras, o viciándose a la PS3, o escribiendo textos que hablan de tías mediocres y ordinarias a las cuales no pueden tener.
Desde luego estamos en caminos totalmente equivocados.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Le rompería la cabeza


- Llevas toda la tarde ausente.
- Perdona, Elena, te juro que estoy intentando prestarte atención, pero mi mente no responde.
- No hace falta que lo jures. ¿Qué te pasa?
- Nada.
- Anaís, esto lo podemos hacer por la vía lenta, donde yo te hago un sinfín de preguntas que nos lleven a lo que te preocupa, o por la vía rápida, es decir, me lo cuentas y yo intento ayudarte.
- Es que no lo sé, Elena, te juro que no sé lo que me pasa, simplemente no me estoy sintiendo como yo misma últimamente.
- ¿Es por el cabrón desalmado que te ronda la cabeza?
- No es un cabrón desalmado, es… gilipollas.
- ¿Qué ha hecho esta vez?
- Es más bien qué no hace. Es demasiado buen escritor, Elena, convence a cualquiera con las palabras, pero luego es tan pobre en gestos… Es imposible creerle una vez pasa el efecto hechizante de sus discursos elocuentes.
- ¿Y no crees que aún así es mejor que no puedas creerle?
- ¿A qué te refieres?
- Si encima te diera motivos para creer sí que estarías perdida, porque estarías planteando algo totalmente desorbitado y sin sentido, que no estaría decidiendo tu cabeza elegante e inteligente, sino tu corazón quinceañero.
- Pero me sentiría tranquila, podría disfrutar de la esperanza y no me reconcomería la incertidumbre. Es como… ya sabes.
- Sí, y que te haga sentir como el otro hijo de puta no ayuda a que me caiga mejor.
- Es la incertidumbre, pero sobre todo el remordimiento de sentir que en el fondo sé que me la están jugando, que él lo está haciendo.
- Es que está jugando, querida.
- Y no me siento como yo misma. Me encanta el juego, pero siempre, y sabes que cuando digo siempre significa siempre, lo controlo yo. No me involucro sentimentalmente con nadie, eso lo mata todo, y sin embargo ahora mismo parezco una estúpida desesperada por una prueba, cuando siempre busco hechos que lo tiren todo por tierra. ¡Y ahora hago justo lo contrario! No sé qué me está pasando.
- Pues lo mismo de siempre, que pasa de ti y te da juego.
- No, si al final Héctor tendría razón cuando me decía que siempre echaba por tierra relaciones saludables y buenas y me perdía en los turbios y complicados vínculos de siempre, vamos, al masoquismo puro y duro…
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- Es que era una masoquista en toda regla. Ha tenido tropecientas relaciones en su vida y las únicas que tiene en un altar son aquellas en las que la han apalizado mentalmente hasta la extenuación. ¿Cómo se puede ser tan tonta?
- No sé, Héctor, ella ya te previno de sus lastres.
- ¿Y qué? Tampoco cerraba puertas, quería que estuviera ahí pero no quería cerrarse a la posibilidad de encontrar al hombre de su vida, cuando a lo mejor era yo. Siempre me trató como una persona en standby, y me daba largas y más largas, que ahora no estaba disponible emocionalmente y que sólo podía darme lo que me daba, pero claro, ahí estaba, y cuando yo me comprometía demasiado ya se encargaba de abofetearme la cara para recordarme que yo sólo era un pasatiempo para calmar su soledad.
- Ya te advirtió.
- ¡Claro, joder! Pero yo pensaba que estaba no disponible para todos, no sólo para mí. Fijó tanto la idea de que yo no cumplía sus estúpidos requisitos que aunque los hubiera cumplido nunca habría sido yo el protagonista de sus sueños.
- ¿Requisitos?
- Sí, sus estúpidos requisitos, como saber idiomas, tener estudios superiores (y no le valían todos porque la señorita despreciativa no se contentaba con que tengas cualquier licenciatura), tener ciertas aspiraciones, ciertas actitudes, ciertos valores… En fin, un montón de gilipolleces que tiene súper internalizadas y que si no cumples te tacha de su lista.
- Ya te dije desde un principio que estaba un poco ida de la olla.
- Y lo está, pero aún así, yo estoy, o estaba, enamoradísimo de ella, y se dedicó a despreciar mis sentimientos porque yo no era el hombre de su vida, porque me falta iniciativa, no tengo sus aspiraciones en la vida y no le aportaba nada (en ésta última se quedó a gusto diciéndomela). Y ahora me entero de que está pillada de un gilipollas que no la quiere ni un poco y además que está a tomar por culo, que probablemente la use de pasatiempo y juega con sus sentimientos.
- ¿Y por qué a éste sí le hace caso?
- Porque es inalcanzable para ella y eso le resultará alentador, o simplemente porque está loca. Es del tipo de chicas a las que hay que evitar a toda costa.
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- Tienes que evitar a los hombres así a toda costa, Anaís. Son personas a las que les gusta jugar, y es probable que lo que te dice es cierto, pero ya sabes que hablar es muy fácil, y yo no veo que este tipo tenga intenciones de hacer algo más que soltar su verborrea.
- ¿Sabes lo peor? Que yo me dejo llevar por arranques pasionales y alguna vez le he propuesto presentarme sin más. ¿Sabes cuál fue su reacción?
- Sorpréndeme.
- “Avísame con tiempo, no vaya a ser que tenga a alguna de mis fulanas en casa”, y luego se fue a dormir, sin más. ¿Cómo te quedas?
- No tiene interés, y ese comentario es de bocazas y gilipollas a más no poder, pero no, no tiene interés. No sé si porque se lo das fácil, porque vas al grano o porque como está jugando sin más su interés es bajo, pero no deberías tener esos arranques emocionales.
- Es que cuando le mostré la posibilidad esperaba que intentara persuadirme de que lo hiciera, o que mostrara algo de emoción o de algo, yo qué coño sé, pero desde luego no esa mierda de contestación y un me piro a dormir.
- La verdad, Anaís, es que teniendo a quienes tienes aquí deberías intentar pasar de todo esto.
- Ya lo sé, pero los que tengo aquí no me despiertan ese interés, pero es que, joder, no puedo exponerme tanto cuando su única preocupación de que nos veamos es que no se le junten dos fulanas en casa. Sólo juega, estoy segura.
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- Ella sólo juega, le gusta jugar con las palabras y con lo que con ellas puede llegar a expresar, pero le importa una mierda si consigue que me enamore de ella, y no es justo.
- No, no lo es, pero ya ha pasado un tiempo como para que dejes esto atrás ya, tío.
- No me refiero a esa injusticia. Me refiero a que no es justo que jueguen con ella cuando su corazón se muestra una de cada millón de veces.
- Eso es cosa suya, Héctor.
- Ya, pero a pesar de todo la quiero.
- A quien quieres es a la “ella” que tienes formada mentalmente.
- La quiero a ella y punto.
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- Es que no le quiero, no quiero a alguien así en mi vida, no quiero tener la sensación constante de que yo voy a más que él. Y odio tanto que me engatuse con su mierda que le rompería la cabeza.
- Pues que le den por culo.
- Eso, que le den por culo a él por haberme hecho creer importante cuando sólo era un felpudo.

Y una lágrima de rabia y pena cayó por la rosada mejilla de Anaís, consciente de que tenía que parar todo esto como fuera y ya.