Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

domingo, 27 de marzo de 2011

La historia de cómo uno, sin querer, echa de menos

Salí por enésima vez de aquel sitio que todo el mundo consideraba “chic”, necesitaba estar en la calle, y por más que intentara adaptarme allá dentro, me resultaba imposible concentrarme en dejarme llevar. Había demasiada gente desconocida que creía conocerme. Demasiadas miradas de falsa complicidad, como si supieran lo que se me pasa por mi mente a cada momento. Pues bien, ya les digo yo que si realmente lo supieran no sonreirían tanto, créanme.
Salía cada dos por tres a la calle porque no soportaba estar entre tanta gente. Nunca me ha gustado, pero en otras épocas me habría resultado incluso reconfortante poder sociabilizarme un poco. Pero ahora, ¿para qué? Conociera a quien conociera, me moviera por sitios de todo tipo, no había nadie que resaltara entre el montón, no para mí. Todos me parecían componentes homogéneos de la misma masa vomitiva. Y era una percepción del todo subjetiva, nada acorde con la realidad, pero, ¿qué más daba? Anaís ya no estaba.
Pero salir a la calle no era mucho mejor, sólo agradecía cómo el gélido frío de invierno me castigaba físicamente de una forma que era hasta casi placentera. Me holgué un poco la corbata, ya que apretaba demasiado, y en un rincón, lejos del gentío, encendí un cigarro. Ah, maldito vicio. Ni siquiera me gustaba, pero era mi forma de sentirme menos solo cuando me sentía tan solo, porque ese humo, esos cigarrillos, tenían la firma de Ashley por todas partes. Qué gran mujer, se lo aseguro. La echaba realmente de menos. Siempre tan segura, tan agridulcemente arrogante, ambiciosa, estúpida y sexy. Siempre tan benevolente conmigo, sin embargo. Su única e incomprensible excepción, yo. Jamás lo merecí, nunca la pude hacer feliz, pero nunca se marchó. Y ahora yo la había abandonado, a pesar de que no fuera a ella en sí a quién había dejado atrás, sino a toda mi vida anterior.
Mi vida anterior, tan diferente, tan lejana, que a veces me planteo si realmente existió. Me encantaba pasar las tardes solo paseando por aquel parque, o tomando un café en aquel sitio tan bueno mientras inventaba hipotéticas historias sobre las chicas guapas que entraban. Me encantaba encontrarme con Ashley, cuando aún no éramos nada, y admirar su belleza y su elegancia, y más aún cuando nos hicimos amigos, y veíamos películas en su preciosa casa, íbamos a cenar, y sobre todo cuando hablábamos de nuestra forma de ver el mundo. Ella era siempre tan realista, tan negativamente realista… pero su opinión era tan característica, tan propia, que era un placer escucharla defenderla. Y cuando hacíamos el amor… Antes no le daba tal consideración, para mí era más bien follar, pero ahora, desde la distancia sé que eso no podía ser simplemente sexo. Nunca estuve enamorado de ella, pero la forma en que llenó un vacío que ni siquiera sabía que tenía fue demasiado impactante para mí. Ashley hizo mi vida un poco más llevadera, le dio un giro y dejó de ser gris para pasar a ser gris con manchas de pintauñas rojo.
La echaba verdaderamente de menos.
Pero esa vida pertenecía al pasado, y no podía volver. Ni quería la mayor parte del tiempo, porque era mejor así, porque yo no era feliz. Sólo ella… mi querida, mi pequeña Anaís consiguió hacerme creer que había esperanza para mí, que sí podía sentir todos esos sentimientos tan escépticamente vistos por mí. Pero ella vino para mostrarme lo que nunca tendría y se fue. Mi dulce Anaís se fue. No me abandonó, pero tenía que sobrevivir. Yo hice que sobreviviera, por eso ahora sé que está en alguna parte, aunque no la pueda ver, ni la pueda tocar, ni le pueda hablar, sé que está latiendo metafóricamente gracias a mí, y este pensamiento es lo único que me hace querer seguir viviendo, porque cuando yo no esté, ella desaparecerá conmigo.
Casi todo el tiempo me parecía genial estar ocupado. Tenía todos los días llenos de cosas concienzudamente, me daba el tiempo libre justo para descansar, y luego: reuniones, proyectos, trabajos por aquí, copas por allá, amigos de paso a montones, etc. Era estresante, pero de esta manera me evitaba poder plantearme nada, y era justo lo que quería: no pensar. No recordar por qué estaba tan lejos de mi hogar, de mis cosas de siempre. No recordar que ella ya no estaba (que ellas ya no estaban), y que nunca más la podría recuperar. No darme cuenta de que el pasado estaba atrás y que jamás lo podría revivir, lo que me llevaba a la conclusión de que Anaís jamás volvería. No quería pensar en nada de ello porque entonces no podía siquiera intentar vivir, así que no paraba. Pero nada de mujeres. No quería saber absolutamente nada de ellas. No quería que ninguna furcia manchara mis sábanas de mediocridad. Ni siquiera alguna de estas chicas inteligentes que se paraba a charlar conmigo aquellas noches de hastío hacía que se despertara en mí algún sentimiento. Al contrario, como mucho sentía puro aburrimiento.
La última vez que salí del local, con la excusa de que era ya casi de día, cogí la americana, me despedí de las ovejas y volví en un bus nocturno prácticamente vacío, cosa que me encantaba.
No podía dejar de pensar en cómo habían cambiado las cosas, y cómo en parte lo agradecía porque podía (podíamos) seguir viviendo, tenía una nueva vida y era muy entretenida. Pero… ¡joder! Era una vida vacía. No ocurría nada. Los días eran monótonos y no me dirigía hacia ninguna parte, estaba estancado. Sin embargo, si por un momento pensaba en aquellos entonces… la vida era al límite, cada acción que hacía, cada pensamiento que tenía determinaba el rumbo de las cosas. La pasión me seguía por todas partes, y el amor/odio era mi vitamina. En estos pequeños momentos era dolorosamente consciente de cuánto echaba de menos mi vida anterior, y cuánto daño me hacía tener la certeza de que no había vuelta atrás, ni siquiera un poco. Aunque…
Quizás un poco sí. Quizás podía darme el placer de revivir por una noche ese sentimiento. Quizás podía olvidar que las cosas ya no eran como antes y disfrutar del recuerdo hecho presente, para así a la vez volver a sentir ese dolor tan característico cuando volviera a mi vida normal. Era muy arriesgado, era jodidamente doloroso, pero realmente necesitaba encontrarme a mí mismo en algo del pasado. Necesitaba ese algo. Y sabía cómo hacerlo.


Cuando llegué a la puerta de Ashley la noche siguente, me sentía extrañamente tranquilo. No lo estaba para nada, pero era así como me sentía. Sabía que le haría daño, pero también sabía que la iba a hacer muy feliz por un momento. Era consciente de que no estaba bien presentarme una madrugada para irme de nuevo para siempre al amanecer, pero de verdad, jamás necesité tanto como en ese momento sentir que una vez fui sustancial en el mundo, y que todo a mi alrededor lo era.
En cuanto abrió la puerta y me vio, se echó a llorar. Ni siquiera vino a abrazarme, supongo que se cuestionó si yo era real o estaba soñando. Yo me alegré enormemente de verla. Estaba igual que siempre, desde luego, esta mujer jamás dejaría que sus debilidades de vieran desde el exterior. Su pelo estaba más largo, la notaba más delgada, y sus ojos estaban más cansados de lo normal.

-¿Puedo abrazarte? – le pregunté
Pero no contestó.Y la entendía. ¿Qué iba a decir? No me iba a tratar como un viejo amigo, como si nada hubiera pasado, pero tampoco me dejaría tirado. Así que finalmente la abracé, y ella, se dejó caer entre mis brazos mientras temblaba fuertemente. La llevé hasta el sofá de su casa, y nos quedamos en silencio un buen rato. Ella lo pasaba mal, pero yo estaba fascinado por lo que estaba sintiendo, por esa angustiosa pero a la vez placentera sensación de nostalgia.
-¿Por qué me haces esto? – dijo, por fin
-Necesitaba volver por un momento a mi vida de antes.
-Tu vida de antes está muerta.
-Lo sé
[...]

Estuvimos toda la noche hablando, y al final consiguió calmarse.

-Podríamos vernos un poco más, Richard. Para que vuelvas a sentir esto, ya sabes. A mí me haría bien. Pero no creas, no tengo apenas tiempo, sólo digo que estaría bien.
-No, Ashley. En general no necesito ni quiero verte. No te lo tomes a mal, pero es mejor así. Si te veo, pensaré en ella, como ahora, y tú misma has dicho que lo que tuvimos hace tanto tiempo nunca volverá, forma parte del pasado, y tenemos que procurar que sea así. De verdad, no quiero verte. No quiero venir a tu casa, ni pasear por las calles que frecuentábamos, ni oler tu pelo, ni comer contigo, ni llevarte al trabajo. Todo eso está fuera de contexto ya. De verdad, no quiero. No quiero.
Ashley no dijo nada. ¿Y qué iba a decir? Probablemente sabía que tenía razón, pero no pude evitar fijarme en la expresión de rechazo en su cara, y me sentí realmente mal. Ashley siempre salía mal parada conmigo, pero espero que entendiera el porqué de mis actos.
Me dio un beso en la mejilla y me pidió que al menos le enviara algún correo de vez en cuando para saber que estaba bien, sólo un pequeño gesto que me pedía como favor personal. No pude negárselo, pero no estaba seguro de poder cumplirlo. Se despidió y cerró la puerta tras de sí.
Y volví a quedarme solo.