Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

sábado, 7 de abril de 2012

Entre líneas: capítulo 9


Agosto salió de escena sin pena ni gloria para dar paso a un septiembre no mucho más esperanzador. Hacía más de un mes que Christian había abandonado París para meterse de lleno en un Londres lleno de misterios y enigmas sin resolver para Adrienne.
Los primeros días fueron horribles. Es cierto que Chris llamó relativamente pronto – nada más llegar a su “casa”- y eso la tranquilizó, pues tenía miedo de que con su partida lo que había entre ellos quedara en meras palabras, pero eso no quitaba que a cada momento echara de menos su presencia, y su sonrisa, y su forma de hablar… Pero con las semanas se fue acostumbrando, relativamente. Aunque lo que vivió con él fue muy intenso no podía obviar el hecho de que duró muy poco, así que aunque en su interior le extrañaba y lo pasaba mal cada día, el estar ocupada con el trabajo y ahora que empezaba septiembre con la universidad, lo volvía todo un poquito más llevadero.
En lo que quedó de verano Adrienne aprovechó su tiempo libre y angustioso para distraerse con su amiga Chloé. Decidió que con todo lo que estaba pasando en su vida necesitaba a alguien de confianza, alguien a quien aunque no pudiera contar absolutamente todo pudiera apoyarla y comprenderla, o al menos escucharla. Poco a poco Chloé se fue convirtiendo en una amiga de a diario, y los ratos que estaba fuera del café los pasaba con ella haciendo cualquier cosa, desde ver una película en casa a quedarse en un banco a las tantas de la madrugada sentadas bebiendo alcohol y ahogando sus penas.
Chloé era muy reservada. A pesar de que habían estrechado lazos no se dejaba conocer demasiado bien, por eso encajaba con Adrienne, porque eran bastante similares. Chloé estudiaba Arte con ella, no coincidían en demasiadas clases y por eso no se habían fijado la una en la otra hasta que pasó bastante tiempo. En la universidad no pasaba desapercibida, causaba sensación tanto para bien como para mal por donde se moviera, y es que era innegable su belleza. Tenía el pelo de un color moreno tostado que destacaba aún más por sus rizos salvajes. Tenía facciones sureñas y unos ojos que encandilaban a más de uno (y a más de dos), pero ella solía ser bastante borde, y nadie la vería relacionándose con gente que no fuera de su grupo habitual. Adrienne se extrañaba pues de que Chloé se quejara de problemas amorosos, aunque no contara cuáles específicamente no entendía cómo una chica tan bella y con tantas opciones sentimentales las rechazara todas y aún así se quejara.
El domingo antes de empezar las clases quedaron para tomar un helado, y entre risa y risa Adrienne le dijo:
- Gracias por haberme dado tiempo a abrirme a una nueva amistad y por haber salvado mi verano. Me habría vuelto loca si no hubiese podido hablar de mi situación con Christian con nadie.
- Sería peor si no pudiéramos compartir la soledad, chèrie, así que no me des las gracias.
Y así pasó septiembre, entre Chloé, la universidad  y las llamadas furtivas de Christian, en las que él se interesaba exclusivamente en Adrienne, pasando totalmente por alto su vida en Londres.
- Te echo de menos, ¿cuándo piensas volver? – decía Adrienne.
- No lo sé, Enne, no lo sé… En cuanto pueda, ya lo sabes – contestaba Christian.
A veces no todo era tan idílico y discutían por culpa de tanta frustración:
- ¿Cómo quieres que esté tranquila si no sé NADA de lo que haces en Londres? Es como si no te conociera, porque no te conozco tanto, y es muy agotador mantener un compromiso con alguien tan hermético.
- Enne, no tienes ningún compromiso conmigo, puedes hacer lo que quieras con quien quieras, no podría pedirte ningún tipo de lealtad, sabes que…
- ¡No me refiero a eso, joder! Necesito saber de ti, qué haces, con quién vas, en qué trabajas, dónde vives… Lo normal. Necesito de ti.
Adrienne se ponía de los nervios muchas veces, pero en el fondo sabía que discutir era mucho mejor que no saber nada, que al menos él hacía el esfuerzo por, sea cual fuere su problema o situación extraña, llamarla y estar al día con ella.
Sin embargo,  a principios de octubre algo cambió: Christian dejó de llamar. Lo máximo que había tardado entre llamada y llamada era una semana, pero siempre dejaba unos 3 días de margen por lo general. A la segunda semana consecutiva sin tener noticias de Christian Adrienne decidió tomar la iniciativa y ser ella quien lo llamara. Era algo que no le hacía gracia porque con tanto secretismo y números ocultos prefería dejar la elección a él para que llamara cuando su momento fuera el adecuado, pero la situación estaba llegando a un punto preocupante.
Llamó una vez. Nada. Llamó otra. Nada. Envió un mail a una de sus direcciones, y nada. Adrienne empezó a desesperarse. ¿Y si le había pasado algo?
Por la noche volvió a llamar, y cuando ya estaba a punto de cortarse la llamada, alguien contestó, pero no era Christian:
- ¿Christian? ¿Eres tú? ¿Estás bien? – dijo Adrienne a la desesperada.
- Christian está bien, pero te aconsejo, my dear, que no vuelvas a llamar a este número ni a ningún otro que tenga que ver con él.
La llamada acabó con esa frase que aquel hombre de voz ronca le había dicho. No podía más, Adrienne estaba al borde del colapso y tenía que hacer algo, porque tenía claro que Christian no estaba bien.
No esperó un minuto más y fue hacia la casa de Chloé, necesitaba un plan de acción y la necesitaba a ella. Una vez en su casa la puso al día y después comenzó a explicarle:
- Creo que no me queda otra que ir a Londres por mí misma y comprobar que esté bien.
- No creo que sea una buena idea, Adrienne, ¿estás loca? No sabes a lo que te estás enfrentando, y todo lo que me cuentas no suena para nada amistoso. No debes meterte en problemas.
- ¿Y si es él quien está metido en ellos?
- Entonces tú no puedes hacer nada, ya es bastante mayorcito y sabe dónde está metido, eso está claro.
- No puedo quedarme de brazos cruzados a la espera de que él me llame, me voy a morir. Tengo que ir, definitivamente.
- Te acompaño entonces.
- No, no. Debo ir sola, no podemos hacer de esto algo sumamente importante, no va a pasar nada, de verdad.
- No me haces un pelo de gracia cuando te pones en modo heroína.
- Saldrá bien, te lo prometo. Ahora ayúdame a reservar un billete para este viernes.
Su vuelo salió a los 3 días, y ella no sabía muy bien qué hacer, pero decidió improvisar una vez estuviera tranquila en su hotel de Londres.
Bajó del avión y una vez se orientó por el aeropuerto buscó la salida para coger el metro que la llevara al centro de la ciudad. Sorprendentemente alguien la esperaba con un cartel con su nombre. Ella, extrañada, se acercó:
- Disculpe, ¿es a mí a quien busca?
- Sí, es a usted, señorita. Acompáñeme.
- ¿Por qué está esperándome si nadie sabe que vengo?
- Acompáñeme, insisto.
Adrienne acompañó a ese hombre serio hasta lo que parecía un coche privado. Negro. Comenzó a desconfiar y quiso dar marcha atrás, pero el hombre se lo impidió.
- Será mejor que no monte escándalos, Srta. Adrienne, si no lo va a hacer todo mucho más difícil de lo que ya es.
Y la empujó hacia dentro del coche.