Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

jueves, 22 de marzo de 2012

Keep walking



Hoy mi ángel guardián compartió este texto conmigo:

"Dicen que a lo largo de nuestra vida tenemos dos grandes amores: uno con el que te casas o vives para siempre, puede que el padre o la madre de tus hijos... Esa persona con la que consigues la compenetración máxima para estar el resto de tu vida junto a ella… Y dicen que hay un segundo gran amor, una persona que perderéis siempre. Alguien con quien naciste conectado, tan conectado que las fuerzas de la química escapan a la razón y os impedirán, siempre, alcanzar un final feliz. Hasta que cierto día dejaréis de intentarlo… Os rendiréis y buscaréis a esa otra persona que acabaréis encontrando. Pero os aseguro que no pasaréis una sola noche sin necesitar otro beso suyo, o tan siquiera discutir una vez más…
Todos sabéis de qué estoy hablando, porque mientras estabais leyendo esto os ha venido su nombre a la cabeza.
Os libraréis de él o de ella, dejaréis de sufrir, conseguiréis encontrar la paz (le sustituiréis por la calma) pero os aseguro que no pasará un día en que deseéis que estuviera aquí para perturbaros. Porque, a veces, se desprende más energía discutiendo con alguien a quien amas que haciendo el amor con alguien a quien aprecias."

Inevitablemente pensé en un recuerdo, probablemente de los más especiales que poseo, y bajo la excusa de que está lloviendo y estoy muy Srta. Nostalgia, compartiré un pedacito de mí con vosotros. Espero que os guste:

¿Cuántas veces habré abierto un nuevo documento de Word desde entonces? Aún recuerdo aquella noche, vio ese concurso de escritores y casi me obligó a participar con él. “¿Cómo vamos a escribir una carta en menos de 2 horas?”, le decía una y otra vez. El límite eran las 12 de la noche, y a las 11 estábamos estresadísimos escribiendo cada uno por nuestra cuenta una carta de desamor para participar, pero daba igual porque nos lo estábamos pasando en grande. Nos chillábamos el uno al otro porque no encontrábamos las palabras adecuadas para hacer de nuestra carta algo decente. La mía acabó siendo una versión mejorada de Carta de un sin-alma a una musa, pero sé que la suya era mucho mejor, o yo lo sentía así. Siempre sentía todos sus textos de una forma muy especial, y eso que nunca escribió sobre mí, nunca fui tan importante. Ninguno de los dos ganamos, pero fue una noche increíble.

Cuando me descubrió una tarde de verano, en mi época de escribir historias hormonadas y emo-líticas, yo apenas tenía 16 años. Me daba mucha vergüenza hablar con él porque era un tío “cool”. No podía creer que hubiera alguien del género masculino que escribiera así de bien. “Eres muy hiperrealista, ¿no? Siempre hablando de la calle, del asfalto, de la ciudad”, le decía en las primeras conversaciones. Y es que aunque expresaba las mismas ideas que yo lo hacía de una forma totalmente diferente y única. No salía de mi asombro.

Es evidente que desde un primer momento me volvió loca, su prosa me hechizaba, pero él no me hacía nada de caso. ¿Me descubre para pasar de mí? Le odiaba. Hasta que un día me habló de casualidad pidiéndome ayuda en algo banal y femenino, y a partir de ahí todo cambió. Al poco tiempo nuestras vidas dieron un giro muy grande y cada uno nos sumimos en un pozo demasiado profundo. Joder, qué mal lo pasé pero cuánto valió la pena.

Teníamos unas conversaciones nocturnas sublimes, mi vida tenía sentido en esas horas que se me pasaban tan rápido y reía a carcajadas, o jugábamos a nuestro juego, o encontrábamos apoyo en nuestra soledad compartida. Enseguida se hizo fundamental en mi día a día. ¿Por qué? Porque cuando hablaba con él, cuando pensaba en él, no existía otra cosa, bloqueaba todo lo demás, y creedme, todo lo demás era muy malo. Así que hablar con él era casi como una necesidad, él entendía mi locura y la alababa en una época en la que me sentía lo más insignificante e inútil del mundo.  Él sacaba a relucir lo mejor de mí.
Recuerdo la primera vez que me habló de la misantropía y del hastío. Me decía que no aspirara a ser feliz porque la felicidad era aburrida, y siempre repetía la frase de mi querido Bukowski: “el aislamiento es el premio”.  Por supuesto, mierdas de adolescentes con problemas de relaciones sociales que se escondían en ese argumento, pero daba igual porque era genial.

Una noche me enseñó un texto suyo en el que describía cómo esperaba a su amada con el fin de huir juntos. Ese texto me marcó. Describía a la perfección cómo ella llevaba las uñas rojas, los labios rojos y los tacones rojos, lo describía tan bien que hasta el color de las palabras era rojo, literalmente. Yo en un principio no le di importancia, pero le pregunté que qué pasaba con ese color. “El rojo es pasión”, me dijo. Siempre imaginaba a las chicas con las uñas rojas capaces de colorearle el alma y con labios rojos que pudieran darle besos que le harían morir de felicidad. El rojo era el color. Igual que los cigarrillos, el humo era muy sexy y daba un toque decadente a todas las escenas, como imaginarse a un hombre bebiendo en una barra intentando olvidar (siempre se trataba de olvidar).

Era un mundo totalmente nuevo para mí: misantropía, hastío, rojo, pasión, cigarrillos, vodka, decadencia… Conceptos que dominaron absolutamente al 100%  mi vida en aquella época. Fue tanto lo que supuso para mí que tardé nada y menos en hacerme una sesión de fotos con las uñas y los labios rojos y un cigarrillo (apagado), sólo para experimentar. Fue estúpidamente maravilloso. Tenía 17 años y sólo pensaba en convertirme en su femme fatale.

Por supuesto él jugaba conmigo, muchísimo. Me pedía que me fuera con él, que cambiara mis planes de futuro, hasta me dijo que estábamos destinados a ser amantes de por vida, pero era puro juego. Él me descubrió el juego que tanto amo a día de hoy, también. Le encantaba jugar, y yo, a pesar de que mi corazón pertenecía desgraciadamente a otra persona, no podía dejar de odiarle y amarle a partes iguales. Oh, cuánto le podía llegar a odiar en un mismo día, pero sí él quería a los 5 minutos ya me tenía a sus pies.
Evidentemente en la vida real nunca funcionaríamos, pero teníamos esa maldita conexión, una jodida estúpida e inexplicable conexión que jamás, jamás, he vuelto a tener con nadie. Fueron unos meses dolorosamente preciosos.

Él ya no existe, nuestras vidas se separaron y una vez pasados aquellos meses cada uno continuó su camino lejos del otro. Él ya no es nada para mí, pero su recuerdo… Tenía que conocerle para conocerme a mí misma. Él fue una de esas cosas que te pasa sólo una vez en la vida, una cosa que nunca acaba bien pero que te marca para siempre por su intensidad y unicidad. Una de esas cosas que cuando pasa ansías desesperadamente volver a tener y que sabes que nunca más tendrás, porque reacciones químicas de ese calibre creo que sólo pasan una vez en la vida. Y quizás por eso, por hacer homenaje a la magnitud de lo que esa persona significó para mí y para mi vida entera, mis labios y mis uñas van siempre de color carmín, mi alma es puramente roja, el juego me pierde, los tacones acompañan mi vida, y el humo de los cigarrillos siempre está latente por donde quiera que voy.

El día que alguien me vuelva a calar así de profundamente estaré completamente perdida.

sábado, 10 de marzo de 2012

Luckymente loca


Lucky se burla de mí cada vez que escribo sobre fumar. Se ríe mientras me dice que los cigarrillos no tienen nada de admirable y que lo único que consiguen es consumirle aún más el alma, si eso es posible, y que además yo no fumo. Pero es que le queda tan bien hacerlo… Definitivamente me ve como una niña pequeña, siempre me está haciendo rabiar, sabe que puede jugar conmigo como quiera y no duda en aprovecharse de ello. ¡Como si eso me molestara! Cree que rabio, pero lo único que consigue el muy imbécil es volverme aún más loca.
Se pasea de un lado a otro por la habitación obviando el hecho de que le estoy mirando. Odio cuando hace eso, se pasa la vida obviándolo todo. ¿De verdad cree que a estas alturas puede dárselas de ingenuo? Venga, va, si ya bebía whisky cuando yo ni sabía qué era el alcohol, y todas esas colillas que han pasado por su boca han percibido el sabor de miles de labios femeninos, más de los que cualquier hombre corriente podría soñar. Por eso sé que sabe que me acelero sólo con notar su presencia y que envidio a todas las mujeres que han pasado por su cama. Cuántas veces he deseado que fueran sus manos las que deslizaran mis medias por mis piernas en vez de las mías... Pero le da igual, yo sólo soy… la verdad es que no sé lo que soy, pero algo circunstancial, seguro.
A veces, sin embargo, noto cómo sus ojos me escanean. Podría pensar que me mira con deseo pero siento que no es así, es más, tengo la certeza. Es como si intentara verme por dentro, o como si ya me hubiera visto y analizara lo que sabe. Me hace sentir tan desnuda… Me pone colorada y él se ríe, y yo le odio, claro. Le odio unas 100 veces al día, pero no importa, porque en esos pequeños y efímeros momentos, cuando su mirada está posada en mí siento que tenemos esa conexión, como si nuestras mentes estuvieran buscándose para entrelazarse y ser sólo una, como si las hubieran separado previamente y no vieran el momento de volver a reencontrarse, y esa sensación vale mi vida entera. Debo estar loca.
Siempre estamos en la misma habitación. A veces estoy yo sola pero la mayor parte del tiempo él también está. Es como si estuviéramos constantemente a la espera de algo que ni sabemos lo que es ni cuándo llegará, y lo que es más importante: por qué lo esperamos. De cualquier manera estamos ahí, a veces sentados, a veces dando vueltas en círculos (y quizás ése es el problema) pero siempre en ese habitáculo mental donde las luces de neón nos acercan a una realidad ficticia híper lejana y poco probable.
Él fuma porque es Lucky Strike y bebe whisky porque le encanta. A mí me encanta él.  Le escribo cada viernes porque es la noche en la que más cerca suya me siento, porque aunque estemos en la misma habitación mental no puedo tocarle aunque muera por hacerlo y me tengo que conformar con imaginarle. Él es Lucky Strike y me vuelve luckymente loca.