Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

domingo, 9 de octubre de 2011

Capítulo 1



Adrienne estaba cansada de las calles de París. La elegancia y misticidad de su bella ciudad le aburrían ya, pues había llegado un punto en el que su capacidad de apreciación había quedado anulada. -¿De qué sirve tener ante tus ojos las cosas más únicas si sólo tú las disfrutas?- pensaba últimamente. Así que ahora lo único que seguía admirando era el cielo gris, siempre amenazante y encantador.

Harta ya de la ciudad pues, y de las falsedades propias de personas que se autoetiquetan como amigos pero que nada más son circunstancias interesadas en tiempos buenos y fantasmas en tiempos malos, pasaba mucho tiempo sola. La mayor parte del tiempo le gustaba. Es más, le encantaba. No tener que darle a nadie explicaciones de por qué le ponía azúcar a todo o por qué cogía la taza de esa manera al tomar café, o por qué prefería los días nublados antes que un sol gigante, le atraía demasiado. Sin embargo, había momentos –pequeños- en los que se sentía realmente vacía. Hay tantas y tantas parejas diariamente en París… Tomando un café en una terraza con vistas a los campos Elíseos, decidiendo qué película ver el viernes noche, haciendo fotos de paso, o simplemente sentados en un banco mirando a la nada. Era repugnante, sin lugar a dudas, pero una parte de ella envidiaba esa aparente complicidad entre aquellas personas, ese vínculo que parecía dar respuesta a las posibles diferencias entre dos almas que por algún motivo caminaban juntas en el día a día.

Así pues, ante el aborrecedor estancamiento que Adrienne estaba sufriendo, y el vacío que aletargaba todos sus sentidos, acababa por recluirse en el único lugar escondido del atropello constante de luces y ajetreo que era París: un tímido bar de los años 20 camuflado entre el esplendor del barrio latino. Con luces individuales y un ambiente tenue y relajado, Adrienne pasaba las tardes leyendo a Hemingway y Bukowski sin que el más leve ruido o actividad la interrumpiera. Por lo general el bar no estaba muy transitado. Algunas personas entraban a tomar un café rápido y seguían con sus vidas, pero la mayor parte de la clientela la proporcionaba ella y algunos bohemios demasiado adultos en busca de algo de concentración para plasmar ideas que tuvieran sentido en papel/ordenador, sin mucho éxito, por lo poco que Adrienne podía deducir. De vez en cuando entraba algún estudiante reunido con su panda habitual, pero a ella le daba más la sensación de que estaban allí por aparentar que porque realmente comprendieran la esencia de aquel sitio. Así que una vez se acostumbró a la dinámica del bar, se dejó perder entre páginas y páginas durante muchas tardes de ese otoño tan oportuno, alienada por completo de todo cuanto ocurría a su alrededor.

Una tarde de las muchas que pasaba allí, algo diferente a lo habitual sucedió. Un chico de unos veintitantos, bastante alto, moreno y de ojos intensamente verdes se acercó. Adrienne ni se había dado cuenta, por lo que sólo salió de su ensimismamiento cuando el chico habló:

- Perdona, ¿puedo coger la silla?

- Sí – contestó Adrianne, y después volvió a sumirse en las aguas profundas de su lectura.

A la semana siguiente volvió a suceder. El chico le volvió a pedir una silla. Adrienne estaba tan fuera del mundo que no era consciente de que el bar solía estar vacío y que por tanto, sobraban sillas por todas partes. Este hábito pasó de ocurrir cada semana a ocurrir cada día, y al final Adrienne acabó por darse cuenta.

- ¿Me prestas una silla? – dijo el chico, de nuevo

- No le comprendo, señor. Hay sillas por todas partes. ¿Por qué viene siempre a pedir las que están en mi mesa?

- El resto de mesas suelen estar vacías la mayor parte de la semana. La suya, sin embargo, rebosa vida. Cuando no se sienta en una pone las piernas encima; en otra deja siempre el bolso, y a veces incluso deja libros en la que suele quedarse libre. Quizás lo vea estúpido, pero sus sillas me llaman más.

- Es muy estúpido. Además, ¿cómo sabe todo eso? Ni que me espiara. Porque no lo hace, ¿no? Espero, vaya, sólo me faltaría tener problemas en el único sitio en todo París en el que estoy cómoda.

- No, no, mucho me temo que no la espío. Pero si algo he podido observar en todo este tiempo es que su interés o capacidad de observación es bastante nula. Lleva viniendo aquí unas 4 semanas, y creo que sólo me recuerda de las dos últimas, y por el simple hecho de que sistemáticamente vengo cada tarde a pedirle prestada una de sus sillas. No se ha dado cuenta de que estoy aquí siempre, ni de lo que hago.

- ¿Y qué hace?

- Escribo

- Ah… ¿y qué escribe?

- Novelas

- Me encantan las novelas. ¿Qué tipo de escritos hace?

- Aún no lo he decidido, señorita.

- Oh, de acuerdo. Bueno, pues llévese mi silla, entonces. Y por favor, tutéeme, sólo tengo 19 años y me queda demasiado grande ser tan formal.

- Lo tendré en cuenta, señorita...

- Adrienne. Mi nombre es Adrienne.

- Oh, un nombre de lo más acertado, señorita Adrienne. A mí puedes llamarme Christian. Un placer.

Cuando Christian se hubo sentado en su habitual –pero desconocido- sitio, a Adrienne por primera vez en semanas le costó concentrarse en su lectura. Levantó la cabeza del libro y miró disimuladamente en la dirección hacia la mesa de ese chico excesivamente formal, y raro. Su mesa estaba muy impecable (no como la suya). Tenía un café latte a la derecha del portátil (un Mac, buena elección)y lo que quedaba de mesa estaba ocupada por un Moleskine tamaño medio abierto por una página cualquiera, en la que se podían ver trazos de una letra algo enrevesada pero bella, sin poder distinguir mucho más.

Escribía fluidamente, como si las palabras estuvieran saliendo a borbotones de su cabeza. Era evidente que estaba inspirado. A veces miraba su libreta pero parecía mucho más concentrado en lo que le venía nuevo que en los textos antiguos que podía tener. ¿En serio llevaba ahí tanto tiempo? Jamás se había percatado de su presencia, pero ni de la de ningún otro, para qué engañarse. A veces paraba de escribir y se ponía a mirar al techo, como si buscara cómo expresar mejor una frase o un concepto. Otras veces la miraba y la encontraba mirándole, situación de la que ella salía airosa enviándole una sonrisa cortés y haciendo que volvía a centrarse en las letras de su libro, pero eso era lo único que veía, letras inconexas.

La tarde del viernes de esa misma semana, después de que se sucediera el protocolo habitual de pedir silla, etc, Adrienne decidió probar algo diferente con la intención de recuperar su concentración para leer, porque lo cierto era que desde que Christian se había presentado, sus tardes eran muy poco productivas y quería poner fin a eso.

- ¿Te apetecería, en vez de llevarte mi silla, moverte a mi mesa? Si no es un inconveniente, claro. Hoy me apetece compañía presencial.

- Me encantaría, Adrienne.

Y ya no hubo vuelta atrás.

2 comentarios:

  1. Impresionante!
    Cuándo te pasas por elche y me haces una visitilla?
    Necesito un día de los nuestros

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