Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Red essence

Me pierdo en la noche siguiendo el rastro de sus labios rojos. Tenues destellos de luz en la más fría oscuridad me indican el camino que debo seguir para llegar hasta ella. No está lejos, pero es esquiva, no se deja llegar fácilmente, y yo me vuelvo loco buscándola en cada rincón de la ciudad encantada, pero a ella le encanta cada paso que doy en su nombre, porque forma parte de su juego. Yo soy sólo una pieza más que da sentido a su puzzle y cada noche prueba a encajarme de una manera diferente. Podría parar con su juego de niña mimada, pero sólo puedo pensar en sus uñas carmín. Necesito llegar a ellas, besarlas, acariciarlas en mi cara y no dejarlas ir.
En la esquina de la calle de abajo veo una sombra. Ha de ser ella, no puede ser ninguna otra. Me dirijo impaciente, desde fuera un alma más que vaga por la inmensidad de la oscuridad, pero para mí no está oscuro, pues tengo bien iluminado el camino que tengo que seguir para alcanzarla, no podría tener más certeza en una sola idea como la que me mueve a seguir el sonido de sus tacones rojos.
Veo un pequeño rastro de su pelo y me siento frenético. Necesito enredar mis dedos en él y oler su sabor, perderme en su cuello y embriagarme con el calor que desprende, morderlo y besarlo como si de él se desprendiera el maná que da vida y muerte a simples mortales como yo.
Como si un ser divino fuera,  me ha leído el pensamiento. Lo sé porque escucho su risa juguetona al otro lado de la calle. No puedo aguantar más, tengo que llegar a ella, así que echo a correr hasta llegar a la paralela.
Y ahí está, con una sonrisa triunfal. Claro, ella sabe tan bien como yo que es la única ganadora de este juego, pero también sabe que me da igual, pues lo único que quiero es que sea mía. Sus ojos cristal al mirarme rompen el hielo que habita en mi hastiada alma y lo derriten. Me deja sin mecanismos de defensa, vulnerable y a su merced, pero no importa, porque la deseo.
Me acerco a ella, está sencillamente preciosa. Lleva un vestido negro como la noche y unos zapatos rojos como el diablo, y su pelo lacio acaricia sus hombros y su espalda descubierta. Está poseída por la perfección y yo me dejo caer a sus pies..
- Casi lo has conseguido – me dice

De repente me enseña una llave, probablemente la de su corazón.
- Haré lo que quieras. Moriré por ti, si así puedo arder contigo.

Ella sonríe, pero ya no hay malicia. Ya no le preocupa mostrar que me quiere, porque lo cierto es que no puede dejar de mirarme, y si no fuera por la noche podría intuir una tímida lágrima dejándose morir por su sonrosada mejilla.
-   - No dejes que el fuego se apague nunca. Esta ciudad ha de arder para siempre con nosotros en ella. De lo contrario sabes que ambos moriremos. 

Y yo, sin poder evitarlo, me río como a quien le acaban de contar la anécdota más graciosa del día. Lo que me pide es demasiado sencillo, pues a alguien que ha nacido en el infierno no puede de ninguna manera hacer cenizas del fuego, y más cuando éste nace de la pasión carmín concebida por el mismísimo diablo hecho mujer.
-   - No temas, no hay agua suficiente en este mundo ni en ningún otro para apagar esta llama.

Y nos fundimos en el más rojo de los besos, y ella supo que la amaría para siempre.

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