Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

miércoles, 13 de junio de 2012

Punto de inflexión


Nunca fui una chica con demasiadas amistades, a pesar de ser increíblemente extrovertida. En algunas épocas simplemente no las necesitaba, pero en otras no sabía cómo tenerlas o mantenerlas aunque las deseara. Esta situación implica mucha soledad, pero a mí no me importaba, porque la aprovechaba para crear mi mundo interno, el cual me satisfacía enormemente. Un mundo en el cual una niña de 12 años se pasaba las tardes escribiendo historias ficticias, encerrada en su habitación cantando durante horas y horas, o tumbada en la cama absorbiendo libros uno detrás de otro, en vez de salir a la calle con sus amigas a jugar, a pasear o a hacer cualquier otra actividad más adecuada para la edad (que no significa que no lo hiciera a veces).
Tenía un don, y aunque no lo sabía, lo disfrutaba. Recuerdo cada uno de mis personajes desde el primer fanfic que hice con 12 años hasta el día de hoy, y también recuerdo todas las coreografías que he creado para concursos, para finales de curso, etc. Tengo una imagen muy nítida de todos los dibujos horrorosos que he hecho durante mi adolescencia y que sin embargo me encantaban, y el bienestar que sentía cada vez que conseguía llegar a esa nota altísima que era imposible para mí. Tengo mucho cariño a todo el arte que sin darme cuenta he ido creando desde que tengo conocimiento de causa.
Había otra cosa que me encantaba también: los estudios. No me confundáis, ponerme a estudiar era un rollo, ¿a quién le gusta? Pero me encantaba el éxito desde muy pequeña. Respiraba y vivía por cada buena nota que sacaba, era mi mayor objetivo. No era nada difícil de conseguir, a día de hoy me pregunto cómo conseguí hacerlo tan bien durante tantos años. No fallaba nunca, mis notas eran increíbles, mis conocimientos eran puros y nadie podía conmigo. Era mi rol en el colegio y en el instituto. Es posible y estoy convencida de que resultaba pedante a muchas personas, pero a lo largo de mi caótica e inestable vida tener algo que siempre era constante y predecible, que nunca cambiaba, era un punto de respiro y bienestar que compensaba todo lo malo. Cuanto peor estaba emocionalmente mejores resultados académicos obtenía. Nunca quise ser mediocre y nunca lo fui. Quizás mi vida era una soberana mierda, pero el arte que creaba y el éxito que tenía me hacían sentir menos desgraciada.
A estas alturas del texto habrán supuesto que soy muy ambiciosa e inconformista. Dicen que son cualidades buenas porque te hacen esforzarte más, pero que también pueden ser un castigo si no sabes cuándo parar.
¿Hasta cuándo vale la pena mantener niveles de infelicidad altísimos por conseguir un objetivo que rozando una duración crónica, tras muchos intentos, no está ni siquiera un poco más cerca?
Hagan sus apuestas.

1 comentario:

  1. La infelicidad nunca compensa sólo por alcanzar metas que en ningún lugar están escritas. La infelicidad llega y se soporta por circunstancias que no podemos evitar o que, aun evitables, de evitarse, llevarían a la infelicidad mayor en momentos futuros. El futuro es un invento de alguien interesado en tenernos respirando a medio pulmón todo el día. La ambición es fantástica y produce una gran sensación de empoderamiento que en ocasión nos enajena... Pero si la cuerda aprieta mucho, no es mala opción reajustar los objetivos. A veces corremos tan rápido en busca de El Dorado, que no nos damos cuenta de que lo hemos dejado atrás. Vamos... Eso dicen por ahí.

    ResponderEliminar

Deja tu huella para la eternidad