Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

lunes, 23 de enero de 2012

Entre líneas: capítulo 5

Adrienne sintió como si alguien estuviera sentado encima de su cabeza, la presión era insoportable. Intentó abrir los ojos pero una luz cegadora la disuadió de morir de forma tan estúpida. Al moverse sintió como las sábanas retenían todo el calor y la hacían sentir pegajosa. Cuando consiguió abrir los ojos al principio se asustó:

-    ¿Dónde estoy? – se dijo

Una estancia totalmente acristalada en medio de la nada, porque sólo veía árboles. Una mesa de escritorio a la izquierda, a la derecha una estantería con algunos libros... Estaba en una habitación, y tenía claro que no era la suya, pero no alcanzaba a recordar cómo había llegado ahí.

Se levantó de la cama y se estiró, y descalza empezó a recorrer toda la estancia, aunque estaba demasiado espesa como para fijarse en nada en particular. Cerca de ella vio un espejo y se acercó, y cuando vio sus pintas se puso de los nervios. Su pelo liso estaba enmarañado y el rímel se había corrido dejando alrededor de sus ojos manchas negras como si de una vagabunda se tratara. Y fue cuando de repente recordó.

-    ¡Christian! – pensó

Recordaba haberle encontrado en el bar de casualidad y de lo feliz que se sintió por dentro al verle y saber que al menos seguía vivo. Recordó cómo empezaron a beber, y a partir de ahí varias imágenes inconexas y con muchas lagunas de por medio poblaron su mente. Ni siquiera recordaba cómo había llegado a lo que probablemente sería la casa del desconocido Christian.

-    Ya hay que ser tonta, te has lucido, chata, – pensaba para sí misma – la primera vez te invitó a acompañarte a casa, le dices que no despavorida y la siguiente vez que lo ves dejas que te lleve a una casa de no sé sabe dónde sin tener ni idea de cómo apañártela.

Supuso que Christian estaría por algún rincón de la casa, o igual ni siquiera estaría, pero en cualquier caso eso le daba algo de tiempo para no parecer tan patética con su aspecto. Buscó con la mirada alguna puerta que indicara un baño y por suerte lo encontró a la primera, porque estaba dentro de la propia habitación.

No tuvo palabras para lo que vio al entrar. Era simplemente precioso. Más grande que la propia habitación casi, acristalado todo también. El suelo era de mármol y estaba fresquito, cosa que Adrienne agradeció porque con el calor de la luz solar se había agobiado un poco. Las paredes eran marrones de un material que no supo adivinar pero que le daba un toque rústico sin dejar de ser moderno, y el lavabo se tendía como un gran rectángulo de madera que se suspendía en el aire. La ducha, de cristal por completo, era una maravilla. Se sintió tentada de ducharse y de usar cada cosa que había en el baño, pero teniendo en cuenta toda la incertidumbre que llevaba encima optó por el plan inicial. Se lavó bien la cara y después de volver a salir para buscar su bolso y entrar de nuevo, sacó un peine de él y se peinó. No es que hubiera ganado mucha presencia, pero al menos estaba presentable y lista para afrontar lo que fuera que tuviera que descubrir, porque lo cierto era que se había despertado en una cama en la que no sabía ni cómo había llegado.
 
Salió de la habitación y apareció ante ella un pasillo en ambas direcciones. Escogió la izquierda y afortunadamente dio con el salón. No entendía cómo podía haber tanto lujo en la casa de un chico de 27 o 28 años. Se trataba de una estancia amplia, con dos sofás grandes en perpendicular, de piel y de color beige, una chimenea en la pared, una tele de plasma considerablemente grande, y muchas más cosas que no veía porque estaba más pendiente de buscar a Christian. ¿Dónde se habría metido?
 
De repente escuchó un ruido procedente de una de las habitaciones contiguas al salón. La puerta estaba entrecerrada, pero al asomarse por la rendija vio que dentro había alguien. Abrió la puerta y efectivamente, ahí estaba Christian, como si la noche no le hubiera pasado factura, pues estaba tremendamente guapo. Su pelo moreno le hacía mucha justicia y la luz natural que entraba por las inmensas ventanas hacía que sus ojos verdes brillaran más que nunca. Llevaba una camiseta roja de algodón y lisa, y unos vaqueros, aunque no estaba segura porque la mesa le tapaba.
Christian levantó la vista en cuanto ella entró y con una sonrisa divertida le dijo:

-    Buenos días, Adrienne. ¿Qué tal has pasado la noche?

Adrienne enrojeció, porque no tenía ni idea de cómo la había pasado, pero estaba claro por su sonrisa que él sí lo sabía, lo que hacia las cosas aún más difíciles.

-    No lo sé, dímelo tú – le contestó desafiante, pero le duró poco la fachada – En realidad no tengo ni idea, – dijo sumida en la preocupación – no recuerdo nada…

-    Lo suponía, no ibas muy fina ayer cuando llegamos

-    ¿Hice alguna tontería?- dijo Adrienne mientras se autoinvitaba a sentarse en una de las sillas que había en frente de la mesa en la que él estaba.


-    Bue… las justas y propias de una post-adolescente borracha y con ganas de pasarlo bien – Christian notó que Adrienne se ponía rojísima y estalló en risas

-    ¡No te rías! – le recriminó Adrienne - ¿Hemos…?

-    ¿Pasado la noche juntos? – acabó Christian

-    Sí – dijo Adrienne

-    Bueno, teniendo en cuenta que llegamos a las 4 de la mañana aproximadamente, ya es como para decir que pasamos casi toda la noche juntos…

Adrienne rabiaba como nunca.

-    … pero no, - continuó Christian – caíste redonda en el sofá y el único acercamiento que tuvimos fue el mío al llevarte cual saco de patatas hasta mi cama para que durmieras cómoda.

-    ¿Y dónde has dormido tú?

-    En esta casa hay habitaciones de sobra, como ya habrás podido comprobar por ti misma

-    La verdad es que es una casa preciosa – dijo Adrienne mientras volvía la vista hacia el estudio en el que estaban y se volvía a maravillar con la cantidad de libros, cuadros y estilo que ocupaban todo el lugar – Tienes buen gusto.

-    Gracias

-    ¿De dónde sacas el dinero? Es una casa carísima

-    Bueno, pues…

-    Y por cierto, ¿dónde estamos? Sólo veo árboles  y más árboles, como si estuviéramos en el bosque.

-    Es donde estamos, querida, pero no te preocupes, tu querido París está más cerca de lo que crees.

Christian se levantó de la mesa y fue hacia el cristal de atrás, cubierto con una ligera cortina, y la apartó. Al principio Adrienne no se acordó de que él le pretendía enseñar algo, pues lo único en lo que podía fijarse en ese momento era en lo bien que iba vestido, lo increíblemente atractivo que le resultaba y lo lejos que probablemente estaba de ella.

-    ¿Adrienne?

-    Sí ¡Anda, es París!

Adrienne miró por primera vez a la ventana y vio al fondo la Torre Eiffel y toda su ciudad encantada, llena de arterias que entraban hasta los rincones más profundos de La ciudad de las luces.

-    Parece que esté muy lejos, es… liberador.

-    Sí, es como si lo malo que dejamos allí se quede allí – dijo Christian – menos si lo malo te acompaña a cada sitio.

Ambos estaban mirando embelesados París desde aquella ventana de la lejana casa ubicada a las afueras, donde al parecer nadie podía llegar a ellos. De repente, Adrienne miró a Christian y se ruborizó. Christian la miró e hizo ver como si no se hubiera dado cuenta, pero lo cierto es que su sonrisa era capaz de revelar casi todos sus secretos, pero para cuando iba a enfadarse caía prendida de la curva que sus labios le regalaban, sus dientes perfectos ordenados y sus ojos verde esmeralda, todo en conjunto era indescriptible para ella. En medio de su enajenación mental notó como Christian miraba a su pelo, primero con el ceño fruncido y luego con otra sonrisa. Sin ser capaz de reaccionar vio como él acercaba la mano a su pelo y lo tocaba. Adrienne estaba extasiada, el corazón le latía a mil por hora y estaba a punto de hiperventilar, pero la adrenalina duró poco, pues en menos de un segundo vio frente a ella una pluma sujeta entre los dedos de Christian, y una risa amable salió de su boca:

-    No sabía que te habías peleado con mis almohadas esta noche, Adrienne – dijo divertido.

-    Oh, vaya… Una pluma – dijo y dejó soltar un suspiro de alivio y pesar.

Adrienne volvió a la silla en la que había estado sentada un buen rato ya, dispuesta a seguir con la conversación cuando el teléfono de Christian sonó.

-    ¿Sí? – dijo con una mirada desconfiada al número que aparecía en su pantalla

De un momento a otro Christian pasó de estar tranquilo y simpático a quedarse blanco, y empezó a ponerse bastante nervioso.

-    No, te dije que no… ¡No! ¿Queréis dejarme tranquilo? Ya os dije lo que había, y no he cambiado de parecer… ¡Cállate! No voy a volver, ¿me oyes? […] ¡Mierda!

Christian colgó el teléfono y se quedó quieto, con la mirada fija a la ventana, como si estuviera procesando nueva información, y acto seguido comenzó a dar vueltas por la habitación. Parecía que estuviera yendo a contrarreloj.

-    ¿Christian…? ¿Va todo bien? – preguntó Adrienne, temerosa

-    No, no va nada bien. Escucha, Adrienne, necesito que te vayas.

-    ¿Qué? ¿Cómo? ¡Ni siquiera sé dónde estoy! – Adrienne empezó a hiperventilar

-    ¡Relájate! ¿Sabes conducir?

-    ¡NO!

-    Vale, bien. Dame 1 minuto.

Christian marcó un número de teléfono y tuvo una conversación rápida:

-    Necesito un coche en la casa Saunière para ya. No, para ya es YA. Es urgente. Sí. Subirá una señorita y le indicará dónde tiene que llevarla. Gracias.

Christian colgó.

-    Muy bien, Adrienne, necesito que salgas de la casa ya. En breves habrá un coche en la puerta de atrás esperándote. No te preocupes, es de confianza, te llevará a tu casa o donde tú quieras. Escúchame bien, necesito que no le cuentes esto a nadie.

-    ¿No me vas a contar qué está pasando? – inquirió Adrienne

-    Ahora no tengo tiempo, necesito que salgas ya.

-    Pero, ¿cómo…?

-    Lo siento, Adrienne, sal – y la llevó hasta la puerta, la abrió y la dejó en el rellano – Te recomiendo que me hagas caso, en cuanto pueda me pondré en contacto contigo.

Y cerró la puerta. Adrienne estaba perpleja. Se sentía estúpida, humillada y ultrajada, tratada como si fuera peor que un objeto. Bajó en el ascensor y salió por la puerta principal, pero dio la vuelta al edificio y llegó a la parte de atrás, donde había una carretera que a simple vista pasaba desapercibida y en ella un coche negro esperándola. Estaba muy asustada pero intentó conservar la calma porque Christian no parecía una mala persona, probablemente se trataría de un asunto familiar o quizás simplemente estaba loco, pero era malo.

Saludó tímidamente a quien parecía ser el chofer y subió al coche.

-    A la Rue due Rocher, por favor.

El coche arrancó y Adrienne deseó que el trayecto no durara mucho, porque en esos momentos todo estaba sembrado de una duda de lo más inquietante.





¡Hola! En primer lugar: ¡gracias a los nuevos lectores! Me alegráis sabiendo que seguís la historia, y a los de siempre ya sabéis que estoy enormemente en deuda con vosotros por acompañarme desde hace ya tanto tiempo.

Intento avanzar con la historia cuanto puedo, ahora es bastante difícil porque estoy en medio de exámenes, pero os escribo para deciros que de momento tengo intenciones de continuarla un tiempo más. Por eso mismo os quiero pedir a todos que cuando leáis un capítulo, si os gusta, votad positivamente y lo que es más importante, ¡dadle la mayor difusión que podáis a través de las redes sociales! Para mí es muy importante llegar a cuantas más personas mejor, y no cuesta nada! Es tan sencillo como dirigirte al final de la entrada y ver los distintos recuadritos que por orden son: Gmail/blogger/twitter/facebook/Google+, y darle click a la red social o medio que más utilices. Automáticamente te saldrá una ventanita y sólo tendrás que darle a compartir, ¡para mí es un mundo! Os estaré muy, muy agradecida.

¡Hasta el capítulo 6!
Srta. Nostalgia




1 comentario:

  1. Me he leído hoy los cinco capítulos que has publicado (en una escapadita de estudiar Radiología, en exámenes una siempre encuentra cientos de cosas mejores que hacer, ¿no?) y me está gustando mucho la historia. Ahora me he quedado con las ganas de saber cómo continúa. Te has ganado otra lectora.

    A ver si te pillo por fb y te lo digo también por allí.

    Sara.

    ResponderEliminar

Deja tu huella para la eternidad