Cuando entramos en el club, los primeros minutos, como de
costumbre, no pude concentrarme en nada más que en la música que hacía temblar desde
las paredes hasta los músculos de mi cuerpo. Nunca dejaría de tener ese efecto
en mí. Me subí al pódium y mi cuerpo se dejó llevar, sin más. Ni pensamientos,
ni preocupaciones, ni personas existían ya, éramos sólo ella y yo.
Cuando ya sacié mi sed rítmica volví con mis amigos y
seguimos bailando como locos un buen rato más. Mi noche transcurrió entre idas
y venidas hacia la pista de baile y ellos, cada vez más perjudicados. Me gusta
mucho salir con gente de mi clase, suelen tener tan poco sentido del ridículo
como yo y eso es sublime, vernos bailar es la cosa más divertida que pueda
pasar en la vida de alguien.
Pero poco me duró la diversión porque tenía un objetivo y
por desgracia el efecto del alcohol me estaba abandonando. Me propuse no ser una
borde estrecha sin corazón, y no rechazar a alguien de buenas a primeras con mi
sonrisa de “vale, bien, ¿te largas?”
Se supone que en un club para homosexuales los chicos
acosadores a chicas no deberían de ser un problema, pero nada más lejos de la
realidad. Es como si todos los tíos sebosos cerders a muerte se pusieran de
acuerdo para venir a la discoteca a triunfar bajo el prejuicio más establecido
que hay: “los chicos gays traen a sus amigas hetero y son vulnerables”. Irónico es que tanto los tíos gays como los
hetero tengan una cosa en común: les gusta restregarse en culos como si no
hubiera mañana.
Cuando me di cuenta, había rechazado a tantos tíos que había
perdido la cuenta. Os aseguro que no perdí la cuenta porque sea una Diosa del
ébano, sino porque hay tal cantidad de babosos heterosexuales en estos sitios
gay que os sorprenderíais. Desde el que su forma de bailar era darme golpes en
el culo con su pelvis hasta el que me metió la lengua en la boca sin más (os lo juro,
sin más). A pesar de que me había prometido intentar no soltar la mentira de “mi
novia es celosa y se enfadará si nos ve”, recuerdo haberla dicho tres veces. Es
una excusa que no siempre me beneficia, la verdad.
En un momento de la noche alguien se acercó por detrás y
empezó a seguir mis movimientos no demasiado mal. Decidí dejarme llevar y creo
que fue uno de mis highlights de la noche. No es fácil que un chico baile bien,
y yo quería creer que no sería otro cerder seboso, pero cuando me giré lo era,
y aunque intenté no tacharle enseguida, al final el instinto me pudo.
Y aquí vino la catástrofe natural que desembocó en una misantrosociopatía
universal en la que me odié por ser así. ¿Por qué tengo que rechazar a alguien sólo
porque me parezca rematadamente ordinario? Con lo fácil que sería si sólo me
importara el físico. Y claro, al hacerme esta pregunta enseguida me respondo que
a mí no me dice absolutamente nada un tío así si es más que evidente que va a lo
que va, que no juega, que no lo pone difícil, que no es capaz de retarme Si
alguien no supone un reto para mí me aburre, y si me aburre mi cerebro
desconecta, no me interesa.
Decidí sentarme y empecé a mirar a todo el mundo cuando se
acercó una chica bonita que me preguntó qué me pasaba. Le mentí y le dije que
había perdido a mis amigos, y tras una conversación un tanto desinteresada por
mi parte me dijo que siempre se fijaba en la gente a la que le hacía falta un
bastón (entiéndase bastón como soporte para estabilizarse de forma metafórica).
Vamos, que según esta muchacha yo iba mareada perdida por el mundo sin
encontrar el equilibrio. Totalmente cierto.
Pensé: ¿y si soy yo la que me hago creer que todos estos son
una panda de mediocres básicos y evidentes que no despiertan en mí ni un ápice
de curiosidad para evitar problemas? ¿Por qué sólo atraigo a la mierda? ¿Por
qué no se puede acercar un chico normal con ganas de tener una guerra verbal?
Quiero guerra, quiero pelearme hasta morir, quiero morder a alguien que sea
capaz de morderme a mí. Alguien que me vea sentada con ganas de exterminar a la
humanidad y me rete, que sea capaz de vacilarme y jugar sin tener miedo, y que
realmente tenga algo que aportar. ¿Dónde están metidos los chicos así? Hablo de
los de verdad, no de los fantasma, o de los intentos de, a esos se les ve venir
de lejos. Y mejor no hablar de los que te usan como medio para mejorar algún aspecto
de su vida, pero no porque aporten nada o quieran que tú aportes nada.
Lo mejor de la noche fue encontrarme con Sr. Mordedor, alguien a quien conozco
demasiado bien, y sus movimientos extasiantes. Sólo por eso toda la noche valió
la pena, un lapsus ilegal que daría para otra historia.
Concluí que mi karma estaba bien jodido. Por eso sólo atraía
a la mierda más grande del universo o a chicos casados (metafóricamente) o a
emocionalmente inaccesibles, narcisistas, egomanipuladores, y un sinfín de tíos
disfuncionales o carentes totalmente de interés, y era obvio que la culpa era
del karma. Del karma o de Darwin, que me odiaba y no quería que sobreviviera en
este mundo. Y mientras, los chicos de verdad están escondidos en sus casas
viendo cine de culto y leyendo obras maestras, o viciándose a la PS3, o
escribiendo textos que hablan de tías mediocres y ordinarias a las cuales no
pueden tener.
Desde luego estamos en caminos totalmente equivocados.
Esos chicos están sentados en el suelo de la Fnac, leyendo gratis.
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