Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

sábado, 3 de noviembre de 2012

Rojo cereza


Ashley sabía dónde tenía que ir para conseguir su objetivo. Estaba cansada del pesimismo que había cargado durante la semana, no era algo propio de ella y no estaba dispuesta a dejar que el placer se alejara por culpa de nimiedades.
Abrió el armario y sin dudar fue hacia el final de la larga barra llena de diferentes prendas, donde se encontraba su vestido preferido: de color rojo cereza, acabando sutilmente por encima de sus rodillas, atado al cuello, con un bonito escote y la espalda al descubierto. Era un vestido sanador, cuando se lo ponía su mentalidad cambiaba por completo y ya nada le importaba más que sus curvas, la lencería de encaje que llevaba debajo, los tacones que la elevaban por encima de cualquier mortal, y sus labios que homenajeaban la fruta prohibida con su intenso carmín.
El taxi la dejó en la puerta de aquel sitio aparentemente sin nada a destacar pero que ella ansiaba como agua de mayo. Iba como de gala y sin embargo el sitio era de lo más normal, pero daba igual porque no había –casi- en el mundo otro lugar en el que Ashley quisiera estar en ese momento. Plantó sus tacones sobre el asfalto y comenzó a caminar hacia dentro.
En cuanto sus manos abrazaron la copa de Martini y su garganta sintió el calor propio del alcohol, decidió que ya estaba lista para ir a por él. Sin embargo, mientras cruzaba la pista empezó a sonar una canción que le producía taquicardias tanto por la letra pasional como por el ritmo sensual y decidió que Lucky podía esperar, quería bailar. Se introdujo entre la multitud y dirigió su cabeza hacia el techo, cerrando los ojos y embebiéndose de cada golpe de ritmo. Sus caderas comenzaron a moverse automáticamente en sincronía con la canción, y sus manos, al principio tímidas, acabaron arrastrándose por todo su cuerpo, con una necesidad ardiente de expresar lo que con palabras ella no había podido hacer hasta ahora. Su pelo era fiero, no podía parar de mover la cabeza ni ninguna parte del cuerpo. Estaba extasiada, y en poco tiempo varias personas quisieron contagiarse de aquel éxtasis que Ashley emanaba. Un chico que seguía muy bien el ritmo de la canción se enganchó a su cintura y empezó a moverse con ella. Ashley se dio la vuelta y se quedó cara a cara con su desconocido justo en el momento en que la canción acabó. Por suerte, la siguiente la volvió aún más loca y a pesar de llevar un vestido rojo y unos tacones de infarto no pudo evitar saltar. Esta canción era muy bailable, siguió con el chico y había tanta sincronía que hasta se había olvidado de Lucky totalmente. Cuando acabó la canción besó al desconocido en señal de agradecimiento, sabiendo que él era gay, y siguió su rumbo, ahora más decidida que nunca.
Ashley subió a la planta de arriba, donde se hallaban los sofás y  otra pista de baile. No tardó demasiado en visualizar a Lucky, estaba con una morena despampanante restregándose a más no poder, pero ella sabía que está noche él iba a ser completamente suyo. Se colocó en la barra y pidió otro Martini, haciendo tiempo hasta que Lucky rompiera el contacto visual con la morena y su instinto depredador prestara atención a la chica del rojo cereza que tenía a dos metros enfrente de él.
Lucky vio aquellos ojos de hielo y por un momento dudó de su mente traicionera a causa del alcohol, pero esa pose no podía ser de otra chica que no fuera ella. Se olvidó por completo de la morena y caminó sorprendido hacia Ashley.
- Wow, cielo, estás… Wow.
- ¿Qué tal, Luck?
- No tan bien como tú, desde luego. ¿Qué haces aquí?
- He venido a bailar, y luego vas a follarme – dio un trago largo de su Martini para no perder la valentía que había tenido hasta ahora.
- ¿Y has bailado ya? – dijo Lucky en tono burlón pero con el deseo en la mirada.
- Sí, pero quiero más – contestó Ashley mordiéndose el labio deliberadamente para crear expectativas a Lucky. En ellos todo se basaba en el arte del juego y en quién daba más. En este caso estaba claro que Ashley estaba ganando con creces.
- Eso tiene fácil solución – Lucky cogió de la mano a Ashley y la acercó de golpe hacia él. Mientras pasaba sus manos por su curvosa cintura cogió con sus dientes el labio que ella seguía mordiéndose y se lo chupó, llevándose un poco de carmín con él. – Espero que acabes sin pintalabios esta noche.
Lucky era muy fácil cuando jugabas a su juego. Ashley se pegó delante de él y comenzó a descender sensualmente al ritmo del tema, mientras él acariciaba todo su cuerpo. Esto no iba a durar mucho más. Ashley se agarró a su cuello y mientras le miraba fijamente eran todo caderas contoneándose todo lo cerca de él que podía, y lo cierto es que Lucky estaba comenzando a pasarlo realmente mal. Intentó besarla pero ella se hacía la esquiva a propósito. Era justo lo que quería, tener el control, jugar con el deseo y hacerlo llegar al límite hasta que no hubiera más escapatoria que huir a su casa. Dio una vuelta sobre él y cuando se volvió a colocar le mordió el cuello.
- Veo que hoy vienes fuerte, cielo – le dijo Lucky cuando consiguió controlar su respiración.
- Yo siempre vengo fuerte, ya lo sabes.
Cuando pasó un buen rato Lucky pensó que ya era suficiente, y engañándola poco a poco la fue llevando hacia un pasillo poco transitado y poco iluminado, para acorralarla contra la pared.
- Ahora te voy a devolver todo este jueguecito.
- Aquí no, llévame a tu casa.
Estaban ya en la puerta de su casa. Lucky la invitó a pasar y tras ella cerró la puerta.
- Antes de que todo esto empiece y no haya vuelta atrás, contéstame a una pregunta - dijo Lucky.
- Dime.
- ¿A quién estás intentando olvidar?
Lucky no podía obviar el hecho de que Ashley hubiera aparecido sin más después de meses de ausencia a darlo todo con él, no sin un motivo subyacente. Ella lamentó en ese momento que Lucky no fuera más fácil, pero si por algo no había funcionado la parte real de sus vidas era porque ninguno de ellos tenía nada de simple. Sin embargo, ahí estaba, sexy con su barba y sus ojos increíblemente atrayentes, y no quería pensar en nadie más que en Lucky y su pelo, Lucky y su espalda, Lucky y su pecho, Lucky y su cuello. Todo lo demás sobraba, tenía que sobrar, así que se limitó a decir una mentira que él aceptaría como tal:
- A nadie.
Y la cordura acabó por esa noche.

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