Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

martes, 28 de febrero de 2012

Entre líneas: capítulo 8


Adrienne se paró a pensar por un momento. Por fin tenía la oportunidad de conocer a Christian, de saber en qué andaba  metido y por qué tenía tantos problemas. Sin embargo, en lo único que podía pensar era en que estaba frente a ella, con una belleza propia de alguien que sabes que se va a marchar y no verás en no se sabe cuánto, y no podía concentrarse. Sus ojos profundos, su boca insinuante y hasta aquellos resquicios de barba la hechizaban por completo. Intentaba concentrarse para comenzar a formular las preguntas, pero sin darse cuenta Christian le preguntó si estaba bien porque estaba hiperventilando.
- Sí, estoy bien – dijo Adrienne- No, no lo estoy. No quiero que te vayas. Eres la única persona valiosa en mi vida, no se me da bien la gente y mi vida es aburrida. No soporté que desaparecieras durante medio año y no puedo soportar que te vuelvas a ir. – Sentía que las lágrimas comenzaban a poblar la cara y en ese instante supo que no podría mantener la postura por mucho más tiempo – Tienes que quedarte, por favor. Me iré contigo si hace falta, pero por favor, no te vayas. Por favor…
A Christian le partía el corazón ver a Adrienne, que siempre era tan fría con él, deshaciéndose en lágrimas y suplicándole que no se fuera. Sus ojos cristalinos provocaban en él una profunda tristeza.
- Vas a estar bien, Enne, te lo prometo. No te voy a abandonar, ni voy a dejar de preocuparme por ti. Estarás bien.
- No estaré bien, ¡no lo estaré! No estarás aquí…
- ¿Y por qué te importa tanto eso, de repente? Hace un rato no querías ni verme.
- Porque te quiero.
Adrienne lo vio todo claro entonces. Aun sabiendo que en el futuro próximo se arrepentiría, decidió que esa noche no necesitaba saber la verdad sobre Christian, no necesitaba conocerle. Lo único que necesitaba era que él la amara, y que mientras la luna los mirara pudieran olvidar que en unas cuantas horas se separarían hasta no sabían cuándo.
Antes de que Christian pudiera reaccionar a sus palabras decidió dejarse llevar, obviando el miedo al rechazo que sentía en esos momentos. Se sentó encima de él y comenzó a besarle pasionalmente. Llevaba milenios esperando el momento en el que dejara de controlarse y por fin transmitiera a Christian todo lo que ella sentía en forma de amor. Porque por mucho que quisiera engañarse una cosa estaba clara: estaba enamorada de él, y negarlo sólo empeoraba las cosas. Él se iría mañana, así que ya se preocuparía entonces, pero ahora necesitaba ser suya.
Christian la abrazó con fuerza pegándola aún más a él y le apartó el pelo, llegando a su cuello. Al principio a Adrienne le hacía cosquillas pero cuando Christian pasó de los besos a los mordiscos dejó de reírse para dar paso a otro tipo de sensaciones. Sin pensarlo dos veces comenzó a quitarle la camiseta porque necesitaba sentir el tacto de su piel contra la suya, y él no opuso ninguna resistencia. Ahora era Adrienne quien le besaba por todas partes: la boca, las mejillas, el cuello, y se estaba empezando a volver muy loca. Christian estaba empezando a perder el control también:
- ¿Estás segura?
- Sí.
- ¿Segura, segura?
- Cállate.
En ese momento Christian le quitó en un solo gesto la camiseta, dejando al descubierto el sujetador negro semitransparente que Adrienne llevaba. En otras circunstancias ella estaría avergonzada, pero no estaba pensando en otra cosa que en ella y Christian, en lo que estaba pasando. En lo que quería que pasara.
Christian la puso de pie por un momento, Adrienne no sabía muy bien por qué. Christian desabrochó el botón de sus shorts con un ligero movimiento, y en menos de un segundo la dejó con un culotte negro. Durante un segundo se quedó contemplándola. La luz tenue del salón junto con el reflejo de la luna, más su pelo liso revuelto y aquella figura tan jovial y bonita le dejaron absorto.
- Estás preciosa, Adrienne.
Acto seguido se levantó también del sofá y agarrándola de la cintura la subió encima de él. Comenzó a caminar, Adrienne suponiendo que la llevaría a su habitación, pero sin embargo la pasó de largo y siguió andando por la casa.
- ¿A dónde me llevas?
- Espera y verás.
Christian subió escaleras que Adrienne desconocía que existían, y cuando quiso darse cuenta estaba contemplando el cielo estrellado en el exterior. La bajó de sus brazos y ella se quedó anonadada con lo que estaba viendo: una terraza con luces a nivel del suelo que la alumbraban, en contraste con la casi absoluta oscuridad del bosque que les rodeaba. En un lado había una piscina acogedora, con las luces encendidas también y que invitaba a meterse cuanto antes. Al otro lado había muchas cosas, entre ellas una cama de exterior que también hacía las veces de sofá y de hamaca para tomar el sol durante el día. El suelo era de madera y toda la terraza en sí era preciosa.
- Estoy viviendo un sueño – dijo Adrienne.
- Tú estás haciendo realidad el mío – contestó Christian.
Después de un intercambio de miradas, Adrienne cogió su mano y ambos fueron a aquella cama donde durante un tiempo olvidaron el dolor que unas horas después les vendría a ambos, cuando tuvieran que decirse hasta luego, y se amaron plenamente. Después, cuando ambos, sudorosos y felices miraban al cielo, Christian se volvió hacia ella, y mientras pasaba un dedo por la curva de su cintura le dijo:
- Antes me has dicho que me querías.
- Sí, lo sé, lo siento, me dejé llevar y…
- Dijiste lo que yo estaba pensando y no me atrevía a decir. Te quiero, Adrienne.
 Adrienne, a pesar de todo, no podía ser más feliz en esos momentos.
- ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo he llegado a quererte y a necesitarte tanto cuando te he tenido tan poco?
- No controlamos lo que sentimos, sólo cómo lo sentimos. Supe que eras especial desde el momento en que te vi comiéndote aquellos libros la primera vez. Tenías un mundo a tu alrededor que consistía en tú, tu café y tu novela. Estabas tan entregada que ni te fijabas en lo que pasaba a tu alrededor, era increíble.
- Estuve yendo cada día durante meses, a la espera de que volvieras, Chris. Llegué a ir tanto que acabaron ofreciéndome trabajar ahí y fue como un regalo caído del cielo, porque sabía que si volvías yo te vería. No me reconocía a mí misma. Me arrepentí tanto de haberte rechazado aquella noche, cuando querías acompañarme a casa. Durante todo este tiempo pensé que te habías largado por eso… Y ahora míranos, aquí, amándonos hasta que mañana me digas adiós y yo…
- No pienses aún en eso, y en ningún caso pienses en adioses. Nos veremos antes de lo que crees.
Christian se levantó de la cama, desnudo, y de nuevo cogió a Adrienne en brazos. La acercó a la piscina y le susurró al oído:
- Lo que voy a hacer ahora te lo debo por las borderías que me has ido diciendo todo este tiempo.
- ¿Qué? Espera, ¿no pensarás…?
Tarde. Christian tiró a Adrienne a la piscina y no pasaron más de dos segundos hasta que ella empezó a gritar y blasfemar.
- ¡Te odio, Christian! ¡Ven aquí ahora mismo si de verdad eres un hombre!
- ¿No has tenido suficiente o qué? – dijo riendo.
Y se tiró a la piscina cual niño pequeño, disfrutando de cada minuto a su lado y dejando en stand-by todo lo que tendría que afrontar cuando llegara a Londres.
A pocas horas de que amaneciera, ambos se tumbaron en la cama y estuvieron hablando de muchas cosas, pero ningún tema que salió tenía que ver con el presente. Y así, poco a poco, el día llegó, y con ella, el fin de aquella noche perfecta.
 Ambos se ducharon y cuando ya estaban preparados, Christian cogió el coche para llevarla a casa antes de ir al aeropuerto.
- Bien, Adrienne, ahora quiero que me escuches con atención. Abre la guantera y coge el papel que hay. Ahí encontrarás un móvil y unos números y direcciones de e-mail. El móvil servirá para que podamos ponernos en contacto, y en la hoja tienes el número al que me puedes llamar y la dirección de correo que usarás por si me tengo que poner en contacto contigo de esa manera.
Adrienne empezó a arrepentirse de no haber preguntado nada la noche anterior.
- No te preocupes, sé que parece raro, pero estás a salvo y eso es lo que importa. No temas por mí porque yo también lo estoy. Intentaré que esto dure lo menos posible y volveré cuanto antes a por ti. Si no estoy muy disponible no significará que no esté pensando en mí. ¿Me has entendido? Quiero que tengas muy claro esto: te quiero, Enne. Por encima de todo. Necesito que tengas claro esto porque dudarás. Grábatelo con fuego si hace falta. Te quiero. Te amo.
Christian paró el coche y la miró.
 - De verdad. Ahora sube a casa y duerme. Te llamaré lo antes posible para que sepas que estoy bien. Ten mucho cuidado, y cuídate, por favor. Y otra cosa: intenta no comentarle esto a nadie, será más difícil si alguien más se entera. Algún día entenderás por qué.
Christian besó a Adrienne en los labios y le acarició por última vez la cara.
Adrienne bajó del coche mareada y agobiada por el exceso de información repentina, pero lo que no podía aguantar en esos momentos era el dolor de dejarle marchar. Un dolor demasiado grande como para no desear la muerte.

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