Eternidad

*Recuérdame como un día imaginaste que fui

sábado, 23 de agosto de 2008

Nos encontraremos bajo la lluvia

Llovía el día en que cruzaron palabra por primera vez. Pero había pasado mucho tiempo desde aquel intercambio de miradas.

Por entonces, Hugo trabajaba allí por las tardes para ganar algo de dinero mientras estudiaba periodismo por las mañanas en la universidad. Su trabajo consistía en hacer todo lo que el resto de empleados –incluido el jefe, por supuesto-, de manera despótica, le mandaran hacer.

Un día, después de estar 20 minutos fotocopiando contratos de publicidad, la vio entrar. No debía tener más de 15 años, y se escondía tras la sombra de un hombre cuyo semblante mostraba la fuerza de alguien que carga el peso del mandato, el cual debía de ser su padre. Iban acompañados de su jefe, que, con la sonrisa de alguien que está haciendo buen negocio, les invitó a tomar asiento en una de las mesas de reunión principales de la radio.

Hugo seguía haciendo fotocopias mientras observaba y escuchaba todo lo disimuladamente que podía. Hablaban de renovar. Al parecer, el hombre que acompañaba a la niña era un arquitecto madrileño de renombre que tenía una empresa constructora. El jefe le había estado mostrando la estructura de la radio y pretendía echarlo todo abajo para construir de nuevo un lugar de trabajo más moderno y adecuado para la época, ya que el edificio sobre en el que se encontraban llevaba más de 200 años en pie.

Entre palabra y palabra, ella se perdió en los diferentes pasillos que había por allí. Observaba a cada una de las personas que pasaban y se detenía en cada objeto que formaba el trabajo. Él no dejaba de mirarla a pesar de parecerle demasiado pequeña, y ella acabó por percibirlo. Le miró fijamente e hizo una mueca de cortesía, la cual él correspondió. Acto seguido ella siguió su recorrido, ocasión que Hugo aprovechó para seguir mirándola. Había algo en esos ojos inquietos y curiosos que le producían interés. Ella se volvió a percatar de sus miradas y esta vez no le sonrió, sino que, con la despreocupación de una niña que no teme, le encaró y se quedó mirándolo un buen rato, cosa que le incomodó. Apartó la vista rápidamente y se dijo que no la volvería a mirar hasta que no saliera. Pero no puedo evitarlo y lo volvió a hacer. Ella, impasible, seguía mirándola con aquellos ojos que se clavaban como estacas. Ella observaba sus gestos, olía su miedo, y cuando estaba a punto de irse como si hubiera acabado de fotocopiar, la miró, y ella se rió. Sonrisa inocente y natural, que no hizo sino enternecerle y ver que sólo se trataba de un juego. Le sonrió y se fue de la fotocopiadora.

Rato después, mientras la veía irse, ella se giró y le sacó la lengua.

- Laia, vamos – dijo su padre.

- Sí, ya voy – y salió de la radio riendo.

Muchos meses pasaron mientras Hugo se preguntaba quién era aquélla chica de ojos azules y pelo castaño salvaje. Ahora trabajaba en las oficinas que sustituían temporalmente nuestro lugar de trabajo, mientras estaba siendo remodelado.

Varias veces vio a su padre, pero jamás a ella. Alguna que otra vez, como haciéndose el tonto, preguntó a alguno de sus compañeros si sabían algo sobre ella, pero apenas recordaban su visita. Algunos incluso bromeaban:

- ¿Con 20 años y andas preguntando por una cría de 15? No sabía que te gustaban jovencitas.

Al final la incertidumbre fue desapareciendo y poco a poco fue apartándose el misterio sobre aquella chica.

Pasaron los años y por fin acabó periodismo. Dejó su puesto de becario en al radio y se puso a hacer prácticas en un periódico local. Su trabajo consistía en ir hacia los lugares en los que había ocurrido algún suceso y obtener toda la información útil posible.

Con el dinerillo que había ido ahorrando se alquiló un piso pequeño en una calle escondida por Urquinaona, y allí pasaba las horas que le quedaban después de trabajar o callejear por Barcelona. No tenía muchos amigos, no creía en las amistades múltiples. Tan solo podía contar con dos: David, amigo desde la infancia con el que se veía de cuando en cuando, pero no importaba porque seguían teniendo la misma confianza de siempre; y Sara, una compañera de facultad con la que alguna que otra vez había confundido el término amistad, pero a pesar de eso se veían con frecuencia y estaban al tanto de sus respectivas vidas.

Dos años más habían de pasar hasta que todo cambió, años en los que Hugo escaló puestos y consiguió ser redactor del periódico.

Un día salió tarde del trabajo, y llovía. Por suerte, no era el primer día que había llovido en la semana y ya iba provisto de paraguas. No era partidario de metro o bus, así que fue caminando. Llovía bastante pero se podía estar, aunque no había una sola alma en la calle. Medio guarecido entre callejuelas salió a plaza Urquinaona.

De repente, extrañado, vio la figura de una mujer, desorientada y algo asustada.

3 comentarios:

  1. Espero que este relato tenga continuación, ¿no? Me encanta como lo has escrito ^^.
    Aish, aquí te lee una fiel lectora impaciente porque sigaas =P

    Besoos!

    ResponderEliminar
  2. Espluf! aqui estoy, comentandote :3
    que decir... ya te comenté que me gustaba mucho este relatillo, y que me gusta mucho como escribes ^////^
    y nada... que te quiero, leñe >/////< *se pone colorada :$ XDDD* que en serio, aunq nos conozcamos de hace relativamente poco, te he cogido mucho aprecio y demás. Que gracias por escucharme e interesarte por mi muchas veces *O* y no sé... bleh, me voy a dormir *brbrbr*
    matta ne~!

    ResponderEliminar
  3. A pesar de la definición innecesaria de "periodista", la historia está bien xDDD

    ResponderEliminar

Deja tu huella para la eternidad